Es posible,
en el transcurso de una vida, alcanzar un equilibrio cuyo cimiento sea una
felicidad independiente de los sucesos externos? En esta columna, Virginia
Gawel nos habla de ese camino que puede conducirnos a una sabia e imperecedera
estabilidad.
Hay logros que se miden desde afuera,
y serán valorables según su protagonista los viva como tales: sueños cumplidos
con mucho esfuerzo, o por golpes de suerte. Y vale. Pero a mí no me interesan
tanto, no…
Ya compré lo que el mundo ofertaba (y
además no compré); también me fui, regalé, renuncié, me bajé, emprendí una
elegida retirada aunque pareciera un fracaso. “Fracasar” tiene una hermosa etimología:
deriva del latín frangere = «romper, estrellarse». O sea, hacerse pedazos. Y
luego… ¿qué? Como Osiris en el mito, recoger nuestros propios pedazos… y hacer
con ellos un bellísimo mosaico, más bello de lo que era todo eso antes de
fracasáramos.
Del fracaso y del logro aprendemos
(si aprendemos) una sabia cosa: que son dos grandes impostores, como dijo el
poeta Rudyard Kipling (más abajo te lo comparto). Ni el fracaso lleva a una
vida desgraciada, ni el logro a una vida apetecible.
Entonces, ¿cuáles son los verdaderos
logros de nuestro pasaje por la vida? No está nada mal el de desarrollar
habilidad para ser felices. Pues eso no viene, necesariamente, con uno: acaece
de a poco, gracias a un tenaz entrenamiento cotidiano. Trabajo sobre sí.
Curiosamente, en Oriente (cuyas Tradiciones de Conocimiento mejor ofrecen
herramientas para ese Trabajo), se tiene por consigna central el realizar ese
trabajo diario (ético, autocontemplativo, transformador de nuestra identidad),
hacer la práctica, mas sin esperar logros. Pues la expectativa de lo que
creemos que va a ser (o queremos que sea) impide ver lo que ya es. Y, como lo
dice la Psicología de la No-Dualidad (Advaita Vedanta), lo que buscamos ya es,
está aquí, no en el futuro, no en el pasado. Por eso no hay logros hacia donde
ir. Y eso, que es la más simple, la más clara expresión que sintetiza siglos de
sabiduría, hasta que comprendemos qué significa, puede parecer abstracto. Pero
si alguna vez viviste el contacto pleno con tu Esencia, estoy segura de que sabrás
de qué estoy hablando.
En algún sentido, entonces, el efecto
de ese contacto con tu Sí Mismo (al decir de Jung), es el de proveernos de una
felicidad que no depende de nada externo. No depende de aquello con lo que se
la confunde: que algo o alguien nos dé placer. No. Simplemente, es en nosotros.
Y el placer es de un orden más básico…
Sabiduría imperecedera
Pero hay una realización más grande
aun: en la Psicología Budista se le llama upekkha, definiéndosela como “la
ecuanimidad hace posible encarar la vida con todas sus vicisitudes en calma y
tranquilidad sin perturbar la mente”.
Mira qué maravilloso párrafo nos
regala el monje budista Bhikkhu Bodhi: «El significado real de upekkha es
ecuanimidad, no indiferencia en el sentido de desinterés por los demás. Como
virtud espiritual, significa ecuanimidad ante las vicisitudes de la fortuna
mundana. Es la estabilidad de la mente, la imperturbable libertad de la mente,
un estado de equilibrio al que no pueden alterar la ganancia y la pérdida, el
honor y la deshonra, la alabanza y la culpa, el placer y el dolor. Upekkha es
la libertad desde todos los puntos de autorreferencia; es la indiferencia ante
las demandas del ego con sus ansias de placer y estatus, y no hacia el
bienestar de los semejantes humanos.”
Esa ecuanimidad (ánimo igual,
equilibrado, como actitud sabia hacia la vida), cobró raíces para Occidente en
la cultura griega. Miren qué bella palabra proveniente de allí: ataraxia.
Describe el proceso por el cual una persona, mediante la disminución de la intensidad
de compulsiones o deseos desbordantes que alteren su estabilidad interna, pueda
alcanzar ese equilibrio, que es el cimiento de una felicidad independiente de
los sucesos externos. ¡Podría decirte que he visto personas pudiendo transitar
el proceso de su propia muerte en estado de ataraxia! La ataraxia es, por
tanto, tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad ligada al espíritu.
Pero cuidado: esa ecuanimidad no nos
priva de vivir apasionadamente. Es una paradoja: como le llamó Treya Wilber (la
esposa de Ken, quien escribe “Gracia y Coraje” en su proceso de ir partiendo de
este mundo) uno puede ejercer una ecuanimidad apasionada. Sí, ya sé que son
atributos de la sabiduría, y que pueden parecerte inalcanzables. Pero no: estoy
segura de que conocerás a algunas personas (posiblemente ya mayores) que han
llegado a esta realización por haber tomado como enseñanza los avatares de sus
vidas. Si ellos pudieron, yo también, tú también. Y trabajando sobre sí, se
llega a ese puerto: primero de a ratos, luego cada vez más seguido, cada vez
más hondamente, cada vez con más durabilidad… hasta que hallamos que… ¡nos
hemos mudado allí! Y ya no hay sufrimiento inútil: por eso se puede tocar ese
cimiento de felicidad no-condicionada. Lo imperecedero es tu cimiento.
Construye tu casa sobre él.
Y aquí va el poema de Rudyard
Kipling, poeta, periodista y novelista que nació el 30 de noviembre de 1865 en Bombay,
India, fue Premio Nobel de Literatura en 1907. Este poema estuvo en la pared de
mi cuarto, cuando era adolescente. Siempre siguió conmigo. Tal vez lo conozcas,
y te haga bien reencontrarte con él. Tal vez no lo conozcas, y te acompañe en
tu práctica cotidiana. ¡Va con mi mejor abrazo!
SI…
Si puedes mantener la cabeza cuando
todo a tu alrededor
pierde la suya y te culpan por ello;
Si puedes confiar en ti mismo cuando
todos dudan de ti,
pero admites también sus dudas;
Si puedes esperar sin cansarte en la
espera,
o, siendo engañado, no pagar con
mentiras,
o, siendo odiado, no dar lugar al
odio,
y sin embargo no parecer demasiado
bueno, ni hablar demasiado sabiamente;
Si puedes soñar-y no hacer de los
sueños tu maestro;
si puedes pensar-y no hacer de los
pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el éxito y
el fracaso
y tratar de igual manera a esos dos
grandes impostores.
Si puedes soportar oír la verdad que
has dicho
retorcida por malvados para hacer una
trampa para tontos,
o ver rotas las cosas que has puesto
en tu vida
y agacharte y reconstruirlas con
herramientas desgastadas;
Si puedes hacer un montón con todas
tus ganancias
y arriesgarlo a un golpe de azar,
y perder, y empezar de nuevo desde el
principio
y no decir nunca una palabra acerca
de tu pérdida;
Si puedes reforzar tu corazón, y
nervios, y tendones,
para jugar tu turno mucho tiempo después
de que se hayan gastado,
y así mantenerte cuando no queda nada
dentro de ti,
excepto la Voluntad que les dice:
“¡Resistid!”
Si puedes hablar con multitudes y
mantener tu virtud
o pasear con reyes y no perder el
sentido común;
Si ni los enemigos ni los queridos
amigos pueden herirte;
Si todos cuentan contigo, pero
ninguno demasiado;
Si puedes llenar el minuto
inolvidable
con un recorrido de sesenta valiosos
segundos.
Tuya es la Tierra y todo lo que
contiene,
y —lo que es más— ¡serás un Hombre,
hijo mío!
Virginia Gawel
Fuente: Sophia Online
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