Las Enseñanzas de Lao Zi
En la civilización china el lugar
ocupado por la filosofía se podría comparar, en cierto modo, con el que en
nuestra civilización ha venido ocupando la religión hasta época reciente. Sin
ir más lejos, a los niños chinos, en las escuelas, se les enseñaba a leer, en
primer y principal lugar, los denominados Cuatro Libros (si shu), pilar del
pensamiento confuciano; y para aprender los caracteres chinos era de uso común
el llamado Sanzijing (Clásico en tres caracteres), un texto confuciano en
frases muy cortas, de tres caracteres chinos de escritura, fáciles de quedar en
la memoria. Una suerte de catecismo, con la sola salvedad de que en él no se
hacía ninguna mención a un dios creador, ni aparecía la idea de pecado, ni se
inculcaba la existencia de un cielo y de un infierno.
En líneas generales, cabría decir que
la religión es un fenómeno extraño a la idiosincrasia del hombre chino. Cierto
que el maniqueísmo, el nestorianismo, el islam, el catolicismo, y aun otras
religiones, ganaron en diferentes épocas cierto número de adeptos, pero siempre
fueron una exigua minoría, salvo el islam en las provincias del noroeste. La
religión que arraigó de forma más amplia y profunda fue, sin duda, el budismo.
Ahora bien, el budismo no es una religión en el sentido estricto del término, y
de ahí quizás y precisamente el por qué de su éxito en el mundo chino.
El lugar de la religión lo ocupará en
China la moral, manifestada en diferentes sistemas éticos, sustentados a su vez
por unos principios filosóficos determinados. Y será justamente este peso
específico y determinante de la moral en los sistemas filosóficos chinos lo que
va a constituir una de las características que los distingue de los sistemas
filosóficos de Occidente. De suerte que a veces se siente la tentación de afirmar
que los chinos no fueron religiosos porque fueron filósofos. Su filosofía no
pretende prioritariamente aumentar el saber positivo, sino perfeccionar al
individuo, perfeccionar su mente, su espíritu, o incluso, en algunos casos,
elevarlo por encima de la relatividad de los fenómenos.
De ahí que el ideal del sabio esté
presente en todas las escuelas de pensamiento. Por sabio entienden a quien ha
alcanzado la perfección espiritual, aunque el papel del sabio y su actitud con
respecto a la sociedad, varía ―e incluso se contrapone― de una escuela a otra,
como luego veremos.
Conviene, pues, comenzar por una
somera reflexión acerca de las características más acusadas de la filosofía
china. Insistiendo, como es natural, en aquellas que más pueden sorprender, y aun
resultar poco inteligibles y hasta inaceptables, para nuestras mentes
occidentales, talladas a lo largo de los siglos por el escoplo de unos esquemas
mentales raramente cuestionados.
Y así, en primer lugar, nos
encontramos con que, en la filosofía china, la razón "metafísica" (no
la dialéctica), o sea el racionalismo fundamental de la filosofía occidental
anclada en los primeros principios lógicos (de identidad, de no contradicción),
no es la herramienta del quehacer filosófico. Dichos principios, o bien se
ignoran, o bien se trascienden en una suerte de suprarracionalismo. Un
suprarracionalismo superador de la dicotomía radical del ser/no ser, del si/no,
del verdadero/falso, evidente sobre todo en las corrientes de pensamiento con
mayor carga ontológica, es decir, en el taoísmo y en el budismo.
Una segunda característica de la
filosofía china es, como ya hemos dicho, el predominante contenido ético y
humanista (observable de modo muy especial en el confucianismo). De hecho,
todas las escuelas se preocupan e interesan directa o indirectamente por la
ética, tanto por la individual como por la ética social, incluido el arte de
gobernar (o de no gobernar). Cierto que también los grandes filósofos de
Occidente, casi sin excepción, trataron estos problemas. Pero salvo casos
contados, la fundamentación de la moral fue en realidad el pretexto que
utilizaron para elaborar los sistemas metafísicos o las doctrinas gnoseológicas
que los hicieron entrar en la Historia. En este sentido, la ética de Spinoza
puede muy bien servir de paradigma. No es así en la filosofía china, donde
ontología, gnoseología y moral se hallan tan íntimamente imbricadas, que,
trátese del autor que se trate, se superponen y hasta llega a producirse una
especie de ósmosis entre ellas a través de ―y merced a― una lengua tan
característica como la china.
En cuanto al hombre, y sobre todo en
el taoísmo, se le considera como un elemento más de la Naturaleza, en armonía
con ella, integrado en ella, y no enfrentado a ella, ni pretendiendo dominarla
o someterla.
Nada mejor que esos paisajes
montañosos de la pintura china para reflejar esta visión del hombre. Figuras
diminutas en el sendero, o junto a la choza que apenas se vislumbra en medio
del bosquecillo de bambúes; dominadas, abrumadas por los imponentes picachos
adornados por los luminosos jirones de la niebla matinal. Simple pincelada
humana en el inmenso marco de la todopoderosa Naturaleza: el hombre
identificado con la Gran Madre.
Por otro lado, y junto a la dimensión
natural, no hay que olvidar la dimensión social del hombre: el individuo sólo
tiene sentido dentro de la colectividad. Frente al individualismo occidental de
los últimos siglos, al que se pretendió justificar y embellecer, sin éxito, con
el lema de la "fraternidad", ¿sorprende acaso que, de la triple
consigna revolucionaria, fuera ésta la más pronto olvidada? En China este
individualismo no encaja bien con su tradición milenaria; y sí, en cambio,
cuajaron las teorías marxistas, al menos durante un tiempo, debido sin duda a
esa sintonía que las hacía familiares al sentir de los intelectuales chinos de
principios del siglo XX.
Por último, y en el aspecto formal,
lo que llama la atención cuando se lee una obra filosófica china es la aparente
incoherencia, o inconexión, de lo que en ella se dice. Nada de discursos
elaborados ni de argumentación minuciosa, sino una sucesión de párrafos cortos,
que a menudo poco tienen que ver unos con otros (Analectas, Lao zi).
La razón de todo esto es que tales
obras no son obras filosóficas formales, por cuanto tampoco sus supuestos
autores fueron filósofos de oficio. Se trata de recopilaciones más o menos
felices, de sus dichos, de sus cartas a discípulos o amigos, escritas en
diferentes épocas, y además a menudo redactadas por diferentes personas.
Aparte del uso bastante generalizado,
por parte de los filósofos chinos, de aforismos (Lao zi, que en cierta medida
nos recuerda a Heráclito), alusiones, alegorías, apólogías, etc. (Zhuang zi).
Incluso obras con cierta sistematización, como las de Mencio o Xun zi, también
están plagadas de ejemplos y aforismos.
Pues bien, esa falta de articulación
viene compensada por lo sugestivo y sugerente de la expresión literaria. Son
como pinceladas o golpes de luz que nos iluminan un territorio desconocido, y
no ese encadenamiento silogístico que nos arrastra inermes en una dirección
dada. Es decir se leen con mayor libertad creativa, se deja de ser esclavo de
las palabras. En el Zhuang zi se dice:
La nasa sirve para coger peces;
cogido el pez, olvídate de la nasa. La trampa sirve para cazar conejos; cazado
el conejo, olvídate de la trampa.
La palabra sirve para expresar la
idea; comprendida la idea, olvídate de la palabra.
¿Cómo podría yo encontrar a un hombre
que haya olvidado las palabras, para poder hablar con él.
Semejante negación del discurso
lingüístico, o si se quiere afirmación de su vanidad, alcanza su máxima
expresión cuando, como más adelante veremos, el Lao zi, al hablar del dao, empieza
diciendo que es inefable. En términos parecidos, aunque su sentido último sea
algo diferente, se manifestaba el Buda Shakyamuni, cuando comparaba su
enseñanza con la balsa que necesitamos usar para cruzar el río, y que
abandonamos una vez lo hemos cruzado.
Y luego está, y no es poco, el
problema de la traducción, en la que se pierde esa fuerza sugestiva del
original, y donde caben a menudo diversas e incluso enfrentadas
interpretaciones, sobre todo en ciertos aforismos y fragmentos poco precisos.
Hasta tal punto es esto cierto, que los mismos eruditos chinos, a lo largo de
los siglos no han cesado de polemizar, presentando lecturas a menudo
contradictorias de importantes pasajes de los antiguos clásicos. Bien es verdad
que la lengua china clásica se presta a tales polémicas. Aunque, por el mismo
juego de la dialéctica, semejante "defecto" ha propiciado al mismo
tiempo una rica floración de ideas y ha abierto nuevos caminos al pensamiento.
Iñaki Preciado. las enseñanzas de lao zi
(Kairós, 2011)
Fuente: No-Dualidad Info
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