Es importante que se realice un
cambio fundamental en la psique humana, y que este cambio puede surgir únicamente
si hay completa libertad.
La mayoría de nosotros la usamos conforme
a nuestra particular tendencia, o capricho, o políticamente. No vamos a usar
esa palabra en un sentido político o circunstancial; más bien penetraremos en
su significado interno y psicológico.
Pero antes tenemos que comprender el
significado de la palabra “aprender”. Como dijimos el otro día, vamos a
comunicarnos todos –lo cual significa participar, compartir juntos–, y el
aprender forma parte de ello. Ustedes no van a aprender del que les habla, sino
que aprenderán observando, utilizando al que les habla como un espejo para
observar el movimiento de su propio pensamiento, del propio sentir, de la psique,
de la propia psicología.
No hay autoridad alguna en que quien
les habla tenga que sentarse en una tarima por motivos prácticos; esa posición
no le confiere ninguna autoridad. Podemos, pues, descartar eso por completo y
considerar la cuestión del aprender, pero no aprender de otro, sino valerse del
que les habla para aprender acerca de uno mismo.
Ustedes están aprendiendo al observar
su propia psique, su propio ego, lo que sea. Para aprender tiene que haber
libertad, un gran interés, y tiene que haber intensidad, pasión y urgencia. No
podrán aprender si les falta pasión o energía para investigar. Si existe
cualquier clase de prejuicio, cualquier predisposición de agrado o desagrado,
de condenación, no es posible aprender, porque entonces uno tan sólo
distorsiona lo que observa.
A menos que la mente esté
absolutamente libre del temor, toda clase de acción engendra más perjuicio, más
desdicha, más confusión.
La palabra disciplina implica
aprender de una persona que sabe; se supone que usted no sabe y, por lo tanto,
aprende de otro. Eso está implícito en lo que llamamos “disciplina”. Pero
cuando aquí usamos esa palabra, no indicamos cómo aprender de otro, sino cómo
observarse uno mismo.
Esto último requiere una disciplina
que no es represión, imitación, o conformidad, ni siquiera ajuste, sino
realmente observación. Esa misma observación es un acto de disciplina. Ese
mismo acto de aprender es su propia disciplina, en el sentido de que hay que
prestar mucha atención, y se requiere gran energía, intensidad y acción
instantánea.
Vamos a hablar sobre el temor, y al
examinar el asunto tenemos que considerar muchas cosas, porque el temor es un
problema muy complejo. A menos que la mente esté absolutamente libre del temor,
toda acción engendra más perjuicio, más desdicha, más confusión. De manera que
vamos a investigar juntos sobre las repercusiones del temor y si es posible
estar completamente libres de él: no mañana, no en alguna fecha futura, sino
que al abandonar este recinto, deje de existir para ustedes la carga, la
oscuridad, la desdicha y la corrupción del temor.
A fin de comprender esto debemos
examinar también la idea que tenemos de lo gradual, es decir, la idea de irnos
deshaciendo gradualmente del miedo. No existe la posibilidad de deshacerse del
miedo de forma gradual. O está uno completamente libre de él, o no lo está; no
existe lo gradual, que implica tiempo; no sólo tiempo en el sentido cronológico
de la palabra, sino también en el sentido psicológico.
El tiempo es la esencia misma del
temor, según señalaremos luego. Por lo tanto, para comprender y estar libre del
temor y del condicionamiento en que se nos ha educado, la idea de hacerlo
lenta, eventualmente, tiene que terminar por completo. Ésa va a ser nuestra
primera dificultad.
El hombre ha vivido con temor, lo ha
aceptado como parte de su vida, y estamos indagando sobre la posibilidad, o más
bien la “imposibilidad”, de acabar con él. Ustedes saben que lo que es posible
ya está hecho, ya ha terminado; ¿no es así? Si es posible podemos hacerlo.
Pero lo que es imposible se torna
posible únicamente cuando comprendemos que no hay mañana en absoluto; hablando
desde el punto de vista psicológico. Nos enfrentamos al extraordinario problema
del temor, del cual el hombre nunca ha podido deshacerse por completo.
Nunca ha podido deshacerse de él, no
sólo físicamente, sino también interna o psicológicamente; siempre ha escapado
de él mediante formas de entretenimiento, bien sean religiosas o de otra
índole. Y esos escapes han constituido una evasión de “lo que es”. Nos
preocupa, pues, la “imposibilidad” de estar completamente libres del temor; por
tanto, lo que es “imposible” se torna posible.
¿Qué es el temor realmente?
Los temores físicos pueden ser comprendidos
de manera relativamente fácil, pero los temores psicológicos son mucho más
complejos, y a fin de comprenderlos tiene que haber libertad para inquirir, no
para formar opinión, ni para indagar dialécticamente en la posibilidad de
terminar con el temor.
Pero examinemos primero la cuestión
de los temores físicos, los que naturalmente afectan a la psique. Cuando nos
encontramos con un peligro de cualquier clase, surge instantáneamente una respuesta
física. ¿Es eso temor?
(Ustedes no están aprendiendo de mí;
todos estamos aprendiendo juntos; y, desde luego, deben prestar gran atención
porque no está bien que vengamos a una reunión de esta clase para regresar con
alguna serie de ideas o creencias; eso no libera a la mente del temor. Pero lo
que sí libera a la mente del temor de manera completa y absoluta es
comprenderlo totalmente ahora, no mañana. Es como ver algo de una manera total
y completa; y lo que ustedes ven lo comprenden. Entonces es de ustedes y de
nadie más.)
Existe, pues, el temor físico, como
mirar un precipicio o encontrarse con un animal salvaje. ¿Es temor físico la
respuesta a ese peligro, o es inteligencia? Nos encontramos con una serpiente y
respondemos de inmediato. Esa respuesta es el condicionamiento pasado que dice:
«ten cuidado», y la reacción psicosomática es inmediata, aunque condicionada;
es el resultado del pasado porque a usted le habían dicho que el animal era
peligroso.
Al afrontar un peligro físico, ¿hay
temor? ¿O es la respuesta de la inteligencia a la necesidad de autoconservación?
Existe también el miedo a experimentar un dolor físico o enfermedad que se ha
tenido previamente. ¿Qué ocurre en este caso? ¿Es eso inteligencia? ¿O es una
acción del pensamiento, que es la
respuesta de la memoria, temerosa de que el dolor sufrido en el pasado pueda
repetirse? ¿Está claro el hecho de que el pensamiento produce temor?
Existen además diversas formas de
temores psicológicos: miedo a la muerte, miedo a la sociedad, miedo a no ser
respetable, miedo a lo que la gente pueda decir, miedo a la oscuridad,
etcétera. Antes de examinar la cuestión de los temores psicológicos, tenemos
que comprender algo muy claramente: no estamos analizando.
El análisis no tiene ninguna relación
con la observación, con el ver. En el análisis siempre están el analizador y lo
analizado. El analizador es un fragmento de los muchos otros fragmentos de que
estamos compuestos. Un fragmento asume la autoridad del analizador y comienza a
analizar.
Ahora bien, ¿qué está involucrado en
todo eso? El analizador es el censor, la entidad que se arroga la autoridad con
el fin de analizar porque supone tener conocimiento para ello. A menos que él
analice completamente, fielmente, sin distorsión alguna, su análisis no tiene
valor en absoluto.
Comprendan esto con toda claridad,
por favor, porque el que les habla no sustenta la necesidad de análisis alguno,
en tiempo alguno, cualquiera que sea. Esto es más bien una píldora amarga
difícil de tragar, porque la mayoría de ustedes han sido analizados o van a ser
analizados, o han estudiado lo que es el análisis.
El análisis implica no sólo un
analizador separado de lo analizado, sino que también implica tiempo. Tenemos
que analizar gradualmente, parte por parte, toda la serie de fragmentos de que
estamos constituidos, y eso requiere años. Y cuando analizamos, la mente tiene
que estar absolutamente lúcida y libre.
Por tanto, hay varias cosas
involucradas: el analizador, un fragmento que se separa él mismo de otros fragmentos
y dice: «Voy a analizar»; también existe el tiempo, día tras día mirando,
criticando, condenando, juzgando, evaluando, recordando. Asimismo está
involucrado en ello todo el drama de los sueños; nunca nos preguntamos si hay
necesidad alguna de soñar, aun cuando todos los psicólogos dicen que tenemos
que soñar, porque de lo contrario nos volveríamos locos.
¿Quién es, pues, el analizador?
Es parte de uno mismo, parte de
nuestra mente, que va a examinar las otras partes; es el resultado de experiencias
pasadas, de conocimientos del pasado, de evaluaciones pasadas; es el centro
desde el cual va a examinar. ¿Tiene ese centro alguna realidad, alguna validez?
Todos nosotros actuamos desde un
centro, el cual es un centro de miedo, ansiedad, codicia, placer,
desesperación, esperanza, dependencia, ambición, comparación; desde ese centro
pensamos y actuamos. Esto no es una suposición, ni una teoría, sino un hecho
incuestionable y observable en la vida diaria.
En este centro hay muchos fragmentos,
y uno de los fragmentos se convierte en el analizador; lo cual es absurdo, ya
que el analizador es lo analizado. Tienen que comprender esto, porque de lo
contrario no podrán seguir adelante cuando penetremos más profundamente en la
cuestión del temor.
Deben comprenderlo completamente,
pues cuando abandonen este recinto tendrán que estar libres del miedo, de
manera que puedan vivir, disfrutar y mirar el mundo con ojos diferentes; de
manera que sus relaciones no vuelvan a llevar el peso del miedo, de los celos, de
la desesperación; y así se convertirán en seres humanos, no en animales
violentos y destructivos.
El analizador es, pues, lo analizado,
y en la separación entre el analizador y lo analizado está todo el proceso del
conflicto. Y el análisis implica tiempo; cuando lo haya analizado todo, uno
está listo para la tumba y, mientras tanto, no ha vivido en absoluto.
La mente debe estar completamente
libre de la idea del análisis, porque éste no tiene sentido.
Han de ver esto, no porque lo dice el
que les habla, sino porque vean la verdad de todo el proceso del análisis. Esa
verdad traerá la comprensión; la verdad es comprensión… de la falsedad del
análisis. Así cuando uno ve lo que es falso, puede descartarlo por completo.
Sólo cuando no lo vemos es cuando estamos confusos.
JIDDU KRISHNAMURTI
Fuente: Ser LibreMente
Foto: Andrej Chudy