EL
Evangelio según Tomás, perdido y descubierto «por accidente» en una cueva
egipcia en
1945,
no podía haber aparecido en un momento más oportuno de la historia, o con un
mensaje
que
hable más directamente a nuestra condición y necesidades. En este antiguo texto
apócrifo
cristiano,
la voz viva de Jesús llega hasta nosotros directamente, sorteando todo lo que
los
hombres
han estado diciendo sobre él y haciendo en su nombre. Vuelve claramente sobre
el
clamor
confuso de dos milenios de cristianismo. Es como si él mismo hubiera puesto
esta
benéfica
bomba de relojería en la cueva en Nag Hammadi, colocando cuidadosamente la
mecha para retrasar su explosión hasta que el mundo estuviera listo para el
impacto. Es como si,
tan
trágicamente adelantado a su propio tiempo, él hubiera sabido cuándo un número
significativo de hombres y mujeres completamente ordinarios (tan distintos de
los sabios y veedores
altamente
especializados y disciplinados) fueran al fin capaces de alcanzar su visión de
la
Luz,
su experiencia de lo que él llama el Reino.
Yo
no puedo hacer nada mejor que comenzar citando un número de dichos o logia
típicos
de
este Evangelio:
Que
el que busca, no cese hasta que encuentre. Y cuando encuentre, se asombrará, y
cuando
se asombre, se maravillará, y será rey sobre todo.
Vosotros
examináis la faz del cielo y de la tierra, pero no sabéis qué es donde vosotros
sois. E ignoráis el momento presente.
El
hombre anciano no dudará en preguntar al niño de siete días sobre el lugar de
la
vida,
y vivirá.
Los
cielos y la tierra se plegarán ante vuestros ojos, pero el que vive desde el
Uno no
experimentará
ni muerte ni temor.
Muchos
están de pie frente a la puerta, pero es el Solo el que entra en la cámara de
la
novia.
Yo
soy la Luz que está en todas las cosas. Yo soy el Todo. De mí ha salido el
Todo, y a
mí
ha vuelto el Todo. Cortad la madera y yo soy ahí. Elevad la piedra y me
encontraréis.
El
que conoce todo excepto a sí mismo, carece de todo.
Venimos
de la Luz, del lugar donde la Luz viene a la existencia por sí sola.
Yo
estuve en medio del mundo y aparecí ante ellos en la carne. Les encontré a
todos
ebrios.
No encontré a nadie que estuviera sediento. Y mi alma fue perturbada por los
hijos
de los hombres, pues ellos son ciegos en sus corazones, y no ven que vienen
vacíos al mundo.
Hay
una Luz en el hombre-Luz y ella ilumina el mundo entero.
Este
quinto Evangelio o escrito de Dios es muy diferente de los cuatro Evangelios
canónicos. Es una colección de los dichos o logia de Jesús, algunos de los
cuales son un eco de sus
dichos
en los otros evangelios, y algunos de los cuales son únicos de Tomás. No
contiene milagros ni historias admirables, ni caminatas sobre el agua, ni
resurrección de los muertos, ni
concepciones
inmaculadas o ascensiones a los cielos o descensos a los infiernos: nada en
absoluto para forzar nuestra credulidad. Ciertamente, es una compilación más
tardía que los cuatro canónicos. Sin embargo, algunos eruditos creen que puede
remitirse a fuentes anteriores a
las
de éstos, y por lo tanto nos ofrece lo que puede ser llamado un Jesús
desmitificado. Sea
como
sea, la cuestión ante nosotros ahora es el valor y la verdad de estos dichos,
sin importar
cuán
auténticos sean históricamente, cuán lejanas estén las palabras de Jesús, o de
sus seguidores e intérpretes.
El
Evangelio comienza con un aviso, un reto y una enorme promesa. El aviso es que
estos
dichos
de Jesús no son solo para leerlos. Hay que hacer un trabajo con ellos. Su
significación
no
está en su superficie, su secreto tiene que ser penetrado y expuesto. El reto
es persistir en
este
trabajo hasta que el significado secreto ya no sea secreto, sino evidente. Y la
recompensa
por
hacer este descubrimiento es nada menos que la vida y el reino eterno.
Animados
así, emprendamos el trabajo al momento. Si somos serios, al instante tendremos
que
hacer frente a algunas cuestiones prácticas sobre cómo proceder –cuestiones de
dónde y
cómo
y qué–. ¿Exactamente dónde tenemos que buscar esta buena nueva, este tesoro de
tesoros? ¿Exactamente cómo lo buscaremos, con qué espíritu dirigiremos esta
prometedora
búsqueda?
¿Por qué signos la reconoceremos cuando la hayamos encontrado?
Felizmente
el mismo Evangelio nos responde a estas cuestiones de procedimiento. Nos da
un
manojo de llaves para abrir el tesoro.
Tomemos
primero la cuestión de dónde ha de ser encontrada la verdad salvadora, el
secreto de los secretos. La respuesta no deja lugar para la duda. El reino –el
lugar de la Vida, del
Conocimiento,
del Reposo– no está encima o más allá o debajo. Está dentro. Está justamente
donde
yo estoy en este momento, más cerca de mí que mí mismo, más cerca que todo lo
demás. Es el Hogar que nunca he dejado realmente, el foco y punto medio de lo
que es a la vez
mi
mundo y el mundo, siempre aquí y nunca ahí. Lo cual solo puede significar que
todos los
libros
–incluyendo, por supuesto el que está leyendo ahora, y ciertamente el mismo
Evangelio
según
Tomás– están literalmente fuera del punto al menos unos veinte centímetros. Ahí
fuera,
no
tienen ningún valor excepto como señaladores a su Lector, el único que está a
cero metros
de
sí mismo. En efecto, Jesús insiste en que vuelva su atención 180 grados y mire
simultáneamente a lo que está mirando y a desde donde está mirando. Es tan
simple como eso, y tan
fácil
como parpadear, con solo que dejemos de pretender que es complicado y difícil y
reservado para gente muy especial. Quienquiera que usted sea y justamente como
usted es, es aquí
y
solo aquí, donde encontrará la perla, el Tesoro enterrado, lo Sin muerte, el
Reino que es
suyo
propio. Aquí en el Centro, usted es la llave, usted es el secreto de estos
dichos de Jesús.
La
segunda cuestión que plantea nuestro Evangelio, es cómo hemos de procurar
buscar el
Tesoro.
¿De qué manera y con qué espíritu debemos emprender este gran trabajo que es
realmente tan poco esforzado, si hemos de tener éxito? De nuevo, nuestro texto
es completamente
claro.
Debemos acudir a esta aventura con inspirada candidez, con el espíritu directo
y receptivo de un niño, incluso de un bebé. El Reino es invisible para los
adultos, como tales. Tenemos que ser lo suficientemente desprejuiciados y
atentos como para dejar de lado lo que pen-
samos
que sabemos y comenzar a ver todo de nuevo, como si nunca lo hubiéramos visto
antes, y a confiar en lo que encontremos. En esta investigación, nuestra
erudición, nuestros sistemas de creencia, nuestras fórmulas religiosas, nuestro
(supuesto) sentido común, nuestra intrincada red de opiniones –todas estas
cosas son otras tantas capas de cataratas que nos ciegan
ante
lo que es completamente evidente para el ojo claro del niño–. En otras
palabras, lo que
tenemos
que hacer es cambiar conceptos por preceptos, y hacer nuestra fortuna.
La
tercera cuestión plantea qué es exactamente eso que estamos buscando. ¿Cómo
reconoceremos este Reino cuando lleguemos a su frontera? ¿Cómo estaremos
seguros de que es
nuestra
Patria? ¿Cuál es el clima, la topografía característica, de esta Tierra
Prometida? ¿Por
qué
signos sabremos que hemos descubierto el secreto real de Tomás, y no
simplemente alguna noción que tengamos sobre él? Bien, los indicios –metáforas
y símiles y descripciones directas– esparcidos por todo nuestro texto, son
abundantes, variados, simples, convincentes, y
a
menudo bellos. Este Querido País nuestro, nuestra Patria, es un lugar de
misterio paradójico
y
profundo, y sin embargo su aire es más claro que la amplia luz del día, y más
vasto que el
cielo
más vasto. De acuerdo con Tomás está vacío, y sin embargo lleno del Todo. Vacío
para
llenarse
con cualquier cosa que se ofrezca, podríamos decir. Es donde los opuestos
–dentro y
fuera,
arriba y abajo, masculino y femenino (por citar solo unos pocos)– se unen y son
uno y
lo
mismo. Aquí está El no nacido de mujer, a quien ningún ojo ve, ni ningún oído
oye ni ninguna mano toca. Aquí está el Ser de todos los seres, que permanece
cuando todos los seres se
han
ido. Aquí está la Quietud en la que se hacen todos los movimientos. Aquí está
la Luz dentro del hombre-Luz que ilumina el mundo entero. Así habla Jesús para
nuestro tiempo.
Y
ahora usted y yo sabemos con precisión dónde mirar, y con precisión cómo mirar,
y con
precisión
qué hemos de mirar, y solo queda una cosa por hacer –y eso es MIRAR–. Usted se
mira
a Usted Mismo, y yo me miro a Mí Mismo, como si fuera la primera vez. Sí, por
favor
haga
eso en este mismo momento, sin dejar este libro. Atrévase a mirar al lugar
mismo que
ocupa
y vea si en realidad está ocupado –atestado de anatomía– O, como dice Jesús,
vacío.
Vacío,
justo ahora, para estas palabras impresas. ¿Por qué no dejar de ser excéntrico
y desequilibrado –por no decir loco–? ¿Por qué no ser donde solo usted es y
donde usted es el Solo,
el
único descubridor y el único experto y el único residente en este Lugar de
lugares? ¿El
Colón
solitario de este Mundo-Siempre-Nuevo –el Reino Dentro, su reino–?
Jesús
tuvo un camino duro. No era una broma estar tan adelantado a su tiempo y lugar.
¿Cómo
podemos nosotros enmendarlo? Recuerdo un par de líneas de un himno que solíamos
cantar
de niños:
¿Qué
podemos hacer por el bien de Jesús,
Que
es tan elevado y bueno y grande?
Bien,
hay una cosa que los adultos podemos hacer ahora mismo, para que su tarea y
agonía no sean en vano, y eso es –no creer esta enseñanza suya en Tomás, sino
probarla, verificando (o refutando) sinceramente las escrituras por nuestra
experiencia en lugar de nuestra experiencia por las escrituras. Por ejemplo, él
nos dice:
Si
aquellos que os guían os dicen:
¡Mirad!,
el Reino está en los cielos,
Entonces
los pájaros del cielo llegarán allí antes que vosotros.
Si
os dicen:
Está
en el mar,
Entonces
el pez llegará allí antes que vosotros.
Pero
el Reino está dentro de vosotros.
Querido
lector, si no por amor de Jesús entonces por respeto a él, o por interés en lo
que él
alega
que usted es realmente, o al menos por una mezcla de cortesía y curiosidad,
mire y vea
si
él sabe de lo que está hablando. Ponga sus palabras a prueba llevando a cabo el
siguiente
simple
experimento. Leer solo mis palabras es peor que inútil.
Apunte
con su índice arriba al cielo ahora y quizás a los pájaros que vuelan. O, si
está en
casa,
apunte arriba al techo y observe que su dedo está apuntando a una cosa u otra,
y ciertamente no a la vacuidad que es el Reino. Seguidamente apunte hacia fuera
a aquellas colinas y
árboles
y casas, o a la pared y a la puerta y al mobiliario en el lado opuesto de la
habitación, y
advierta
que está apuntando a una colección de objetos distantes. Seguidamente, apunte a
la
tierra
o al suelo. Y después, lentamente y con gran atención a sus pies, después a su
regazo,
después
a su tronco, y advierta cómo en cada caso, esta cosa que usted llama su dedo
está
indicando
otra cosa, y que hay una distancia entre ellas. Y ciertamente, una vez más, el
Reino
no
es ni una cosa ni está distante de nada: por el contrario, abarca todo.
Finalmente apunte a
su
«cara». Ahora, según la evidencia presente, ¿a qué está apuntando ese dedo?
¿Está
apuntando a una cosa más bien pequeña, opaca, coloreada, con textura, en
movimiento, compleja y bien perfilada? ¿O a un Vacío que, aunque atestado con
todo tipo de cosas
y
cualidades, es de un tipo completamente único? ¡Vea por usted mismo! ¿No es
inmenso,
transparente,
incoloro y sin textura, sin movimiento, simple, llano en ambos sentidos –y
agudamente consciente de sí mismo como todo esto–? Ajustándonos a lo que se da
ahora, abandonando la imaginación, no introduciendo en la situación nada ajeno
a ella, ¿no es usted en
este
momento Capacidad o Espacio para la escena entera, desde el cielo hasta la
Tierra, desde
la
Tierra hasta los pies, desde los pies hasta el escote –Espacio Consciente para
que todo ello
acontezca
en Él–? Yo no estoy en situación de decirle lo que es ser usted en este
momento.
Solo
usted puede decirlo. Por favor, continúe mirando a lo que está apuntando ese
dedo, y
resuelva,
de una vez por todas, su verdad sobre este sujeto esencial –que es usted mismo
como Sujeto–.
Ciertamente
la buena nueva es verdadera, y el Reino está dentro de usted.
En
otro dicho de nuestro Evangelio, Jesús se queja tristemente de que los humanos
están
ebrios,
están tan ciegamente ebrios que no pueden ver su Vacuidad. Usted y yo, al
menos, nos
hemos
desembriagado lo suficiente ahora para advertir que no vivimos dentro de cajas
pequeñas, estrechamente ajustadas, oteando por dos pequeños agujeros un mundo
distante desde el
oscuro
y pegajoso interior. No, estamos fuera, fuera y por todas partes. Vemos
claramente
cuán
ampliamente abiertos somos, abertura misma, vasta, enorme, que se extiende y
abarca el
sol
y las estrellas. Cuán refrescante, cuán liberador es no ser ya más una pequeña
cosa iluminada, sino, en lugar de ello, la Luz que ilumina todas las cosas en
el mundo. Y esta Inmensidad brillante que usted es realmente –¿Cómo podría esto
nacer de una madre terrenal, o (lo
que
es más) nacer en absoluto?–. ¿Es esto el tipo de cosa que algún empresario de
pompas
fúnebres
podría manejar, o que requiera sus servicios? Usted, que hace tales preguntas,
usted
es
su respuesta. Usted sabe, ve, es el secreto del Evangelio según Tomás. Lejos de
desconcertarnos a usted y a mí con cuentos de hadas, de atiborrarnos de
controversia religiosa y propaganda piadosa, nos pide que no creamos nada de
palabra. Sino que lo pongamos a prueba, y
de
inmediato ello cobra un sentido perfecto. Deja al descubierto nuestro esplendor,
y nos
muestra
cómo vivir.
Extracto
del Libro: Las Cuatro Mentiras Fatales – Douglas Harding
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