En un universo de
múltiples dimensiones podemos cambiar la posición del observador, para apreciar
en él la multidimensionalidad sincronizada de lo humano. De la física cuántica aprendemos que la
posición del observador determina lo observado. Que quizás incluso cada
observador es cocreador de lo observado.
Nuestra humanidad
abarca todos los estadíos de conciencia precedentes, y el estadío propiamente
humano, en el que la conciencia se ha hecho consciente de si misma. La
conciencia en el hombre se hace reflexiva. Esta transición de fase del animal
hacia lo humano implica un salto evolutivo. A partir del ser humano la
conciencia, materia prima de la creación, se convierte en herramienta
prodigiosa que se recrea a si misma. En
lo humano, aquello que llamamos las leyes de la naturaleza coexiste con las
leyes más incluyentes de la conciencia. Esta conciencia es relación, manifiesta
en nuestros cuerpos a través de interacciones e inter-transformaciones entre la
materia y la energía, entre la información y la misma conciencia en si misma
contenida A mayor densidad relacional, más inclusividad y mayor nivel de
conciencia.
Podríamos trascender,
sin perderlo de vista, el nivel de una conciencia basal y primitivo que se
expresa en la biología molecular. Al
contemplar así a un ser humano más allá del mundo del reino mineral que lo
sustenta, podemos incluir el nivel del reino vegetal que anima su conciencia
permitiendo la continuidad del plan de su vida grabado en las semillas. Ambos
niveles necesarios y presentes simultáneamente nos permiten ascender, de nuevo
sin perder de vista la tierra firme de lo mineral- vegetativo, al nivel de la
conciencia animal que rige nuestro comportamiento instintivo. La ley de la
manada no ha desparecido en este vertiginoso ascenso a la conciencia humana,
esencial para considerar una humanidad humana tan radicalmente diferente del homínido
que nos ha precedido.
Como animales somos
biológicamente casi idénticos. Como homínidos nuestras semejanzas biológicas se
han mantenido indemnes. Como humanos seguimos ocupando la misma biología
esencial de los homínidos, pero aquello que de ese instrumento biológico ha
emergido es tan radicalmente distinto que entre los mismos seres humanos
apreciamos una diversidad que hace de cada ser humano una nota única en la
sinfonía de la creación.
La densidad relacional
se multiplica adentro, surge la expansión de la conciencia representada en la
hiperconectividad del campo neuronal. Las mareas ascendentes de la evolución
confluyen en una red de conexiones.
¿Qué ha ocurrido en
esta nueva dimensión de lo humano?
Podríamos contemplar al mismo tiempo lo homínido que va ascendiendo al
parto de la humanidad, y continuar observando simultáneamente la emergencia
misteriosa del nivel de la conciencia en que el hombre se hace creador. Si asumiéramos una posición del observador en
que todas estas dimensiones aparezcan sincronizadas en el mismo espacio de
nuestros cuerpos, veríamos el mundo de lo humano extendido más allá de las
leyes de la materia y la energía. Encontraríamos patrones de información y de
conciencia que nos permitirían de verdad dialogar con la humanidad, como un
estado de síntesis emergente en que lo mineral, lo vegetal y lo animal
ascendieron a través de la transición de los homínidos a un mundo que en el que
la sola biología no puede ya explicarla humanidad. En el orden implícito, el
reino de lo profundamente subjetivo ha hecho su emergencia. No podemos mirar ya
en la superficie del qué cuantitativo, hemos de observar también el misterio
del cómo cualitativo que trasciende estructuras, formas y apariencias, para
lanzarnos el desafío de mirar más allá de lo macroscópico y lo microscópico,
más allá de realidades newtonianos cuánticas, la emergencia de una conciencia
que, reflexionando sobre si misma, se recrea y transforma permanentemente.
Disuelta la materia,
liberada la fuerza del instinto, sublimada la energía, descubrimos el océano de
conciencia en que vivimos, y accedemos a ese mundo misterioso en que el
observador, al contemplarlo todo, puede transformarlo todo. Es el mundo del
hombre-criatura- creador. En ese mundo,
mucho más que la ciencia de la biología, la terapéutica es también el arte
insondable del diálogo con el universo humano.
Un buen joyero puede
develar la belleza del diamante. Un buen jardinero ayuda a revelar la armonía
de la flor. Un buen veterinario sabe de la vida instintiva liberada en la
bandada, la manada y la progresiva individualización del animal doméstico. Un
buen médico es joyero, jardinero, veterinario, científico y místico al mismo
tiempo. Tendría ese médico que acceder a la postura del observador en el que el
ser humano no se puede contemplar desde un pasado sin presente y sin la magia
de su presencia subjetiva y creadora de futuro. El médico de hoy ha de tener en
cuenta que la conciencia reflexiva ha dotado a cada ser humano con el mejor
instrumento para afrontar la enfermedad y prevenirla. Para promover la salud y
recrearla.
La medicina de hoy será
una medicina de la conciencia o no será.
No sólo integrativa, oriental u occidental, científica o mística. Ante
todo, será una medicina humana, una ciencia y un arte de sanar que tiene en
cuenta toda la subjetividad y la irrepetible individualidad de cada ser humano.
Dr. Jorge I. Carvajal Posada
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