REENCARNACIONES
Vengo
desde el ayer, desde el pasado oscuro,
con
las manos atadas por el tiempo,
con
la boca sellada desde épocas remotas.
Vengo
cargada de dolores antiguos
recogidos
por siglos,
arrastrando
cadenas largas e indestructibles.
Vengo
de lo profundo del pozo del olvido,
con
el silencio a cuestas,
con
el miedo ancestral que ha corroído mi alma
desde
el principio de los tiempos.
Vengo
de ser esclava por milenios.
Sometida
al deseo de mi raptor en Persia,
esclavizada
en Grecia bajo el poder romano,
convertida
en vestal en las tierras de Egipto,
ofrecida
a los dioses de ritos milenarios,
vendida
en el desierto
o
canjeada como una mercancía.
Vengo
de ser apedreada por adúltera
en
las calles de Jerusalén,
por
una turba de hipócritas,
pecadores
de todas las especies
que
clamaban al cielo mi castigo.
He
sido mutilada en muchos pueblos
para
privar mi cuerpo de placeres
y
convertida en animal de carga,
trabajadora
y paridora de la especie.
Me
han violado sin límite
en
todos los rincones del planeta,
sin
que cuente mi edad madura o tierna
o
importe mi color o mi estatura.
Debí
servir ayer a los señores,
prestarme
a sus deseos,
entregarme,
donarme, destruirme
olvidarme
de ser una entre miles.
He
sido barragana de un señor de Castilla,
esposa
de un marqués
y
concubina de un comerciante griego,
prostituta
en Bombay y en Filipinas
y
siempre ha sido igual mi tratamiento.
De
unos y de otros, siempre esclava.
de
unos y de otros, dependiente.
Menor
de edad en todos los asuntos.
Invisible
en la historia más lejana,
olvidada
en la historia más reciente.
Yo
no tuve la luz del alfabeto
durante
largos siglos.
Aboné
con mis lágrimas la tierra
que
debí cultivar desde mi infancia.
He
recorrido el mundo en millares de vidas
que
me han sido entregadas una a una
y
he conocido a todos los hombres del planeta:
los
grandes y pequeños, los bravos y cobardes,
los
viles, los honestos, los buenos, los terribles.
Mas
casi todos llevan la marca de los tiempos.
Unos
manejan vidas como amos y señores,
asfixian,
aprisionan, succionan y aniquilan;
otros
manejan almas, comercian con ideas,
asustan
o seducen, manipulan y oprimen.
Unos
cuentan las horas con el filo del hambre
atravesado
en medio de la angustia.
Otros
viajan desnudos por su propio desierto
y
duermen con la muerte en la mitad del día.
Yo
los conozco a todos.
Estuve
cerca de unos y de otros,
sirviendo
cada día, recogiendo migajas,
bajando
la cerviz a cada paso, cumpliendo con mi karma.
He
recorrido todos los caminos.
He
arañado paredes y ensayado cilicios,
tratando
de cumplir con el mandato
de
ser como ellos quieren,
mas
no lo he conseguido.
Jamás
se permitió que yo escogiera
el
rumbo de mi vida
y
he caminado siempre en una disyuntiva:
ser
santa o prostituta.
He
conocido el odio de los inquisidores,
que
a nombre de la “santa madre Iglesia”
condenaron
mi cuerpo a su sevicia
o
a las infames llamas de la hoguera.
Me
han llamado de múltiples maneras:
bruja,
loca, adivina, pervertida,
aliada
de Satán,
esclava
de la carne,
seductora,
ninfómana,
culpable
de los males de la tierra.
Pero
seguí viviendo,
arando,
cosechando, cosiendo
construyendo,
cocinando, tejiendo
curando,
protegiendo, pariendo,
criando,
amamantando, cuidando
y
sobre todo amando.
He
poblado la tierra de amos y de esclavos,
de
ricos y mendigos, de genios y de idiotas,
pero
todos tuvieron el calor de mi vientre,
mi
sangre y su alimento
y
se llevaron un poco de mi vida.
Logré
sobrevivir a la conquista
brutal
y despiadada de Castilla
en
las tierras de América,
pero
perdí mis dioses y mi tierra
y
mi vientre parió gente mestiza
después
que el castellano me tomó por la fuerza.
Y
en este continente mancillado
proseguí
mi existencia,
cargada
de dolores cotidianos.
Negra
y esclava en medio de la hacienda,
me
vi obligada a recibir al amo
cuantas
veces quisiera,
sin
poder expresar ninguna queja.
Después
fui costurera,
campesina,
sirvienta, labradora,
madre
de muchos hijos miserables,
vendedora
ambulante, curandera,
cuidadora
de niños o de ancianos,
artesana
de manos prodigiosas,
tejedora,
bordadora, obrera,
maestra,
secretaria o enfermera.
Siempre
sirviendo a todos,
convertida
en abeja o sementera,
cumpliendo
las tareas más ingratas,
moldeada
como cántaro por las manos ajenas.
Y
un día me dolí de mis angustias,
un
día me cansé de mis trajines,
abandoné
el desierto y el océano,
bajé
de la montaña,
atravesé
las selvas y confines
y
convertí mi voz dulce y tranquila
en
bocina del viento
en
grito universal y enloquecido.
Y
convoqué a la viuda, a la casada,
a
la mujer del pueblo, a la soltera,
a
la madre angustiada,
a
la fea, a la recién parida,
a
la violada, a la triste, a la callada,
a
la hermosa, a la pobre, a la afligida,
a
la ignorante, a la fiel, a la engañada,
a
la prostituida.
Vinieron
miles de mujeres juntas
a
escuchar mis arengas.
Se
habló de los dolores milenarios,
de
las largas cadenas
que
los siglos nos cargaron a cuestas.
Y
formamos con todas nuestras quejas
un
caudaloso río que empezó a recorrer el universo
ahogando
la injusticia y el olvido.
El
mundo se quedó paralizado
¡Los
hombres sin mujeres no caminan!
Se
pararon las máquinas, los tornos,
los
grandes edificios y las fábricas,
ministerios
y hoteles, talleres y oficinas,
hospitales
y tiendas, hogares y cocinas.
Las
mujeres, por fin, lo descubrimos
¡Somos
tan poderosas como ellos
y
somos muchas más sobre la tierra!
¡Más
que el silencio y más que el sufrimiento!
¡Más
que la infamia y más que la miseria!
Que
este canto resuene
en
las lejanas tierras de Indochina,
en
las arenas cálidas del África,
en
Alaska o América Latina.
Que
hombre y mujer se adueñen
de
la noche y el día,
que
se junten los sueños y los goces
y
se aniquile el tiempo del hambre y la sequía.
Que
se rompan los dogmas y el amor brote nuevo.
Hombre
y mujer, sembrando la semilla,
mujer
y hombre tomados de la mano,
dos
seres únicos, distintos, pero iguales.
Jenny
Londoño- Ecuador
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