(Encuentro del autor con una anciana mística y pasible)
Mira, el ser humano es como un árbol, va pasando por muchas etapas, cada etapa vivida le va dejando enseñanza. Uno no se queda en una sola etapa, la naturaleza no trabaja así. Lo que hay que hacer es vivir jugando a la vida. Revivir el pasado, pero solo para tenerlo como referencia y buscar respuestas de cosas que suceden en el presente. Lo mismo pasa con el futuro, hacer proyecciones de lo que a uno le parece que debería ser el mundo venidero, pero no para vivir angustiado, preocupado, no, no señor. Vivir jugando al ahora, que es un eterno presente.
El árbol ni vive recordando sus hojas caídas ni de las flores que vendrán. El árbol es el árbol, mas nada. ¿Tú crees que cuando los cafetales echan esas flores tan blancas, bonitas y olorosas, lo hacen para que nosotras las miremos? No, vale, eso lo hacen es porque esas son matas de café y no pueden echar otro tipo de flores sino de café. Ellas expresan la naturaleza de lo que son. Desde hace cierto tiempo, ando transitando los senderos cósmicos de la existencia. Acontecimientos inesperados, inexplicables para el intelecto humano, han sido los símbolos y las señales que han motivado a explorar los intrincados caminos de la dimensión espiritual. Desde la perspectiva humana, soy una campesina buscadora y encontradora del significado de la memoria de los abuelos que aquí vivieron antes que yo. Desde niña, capté la enseñanza de amar a la naturaleza y sentirme parte de ella. Trepando guamos, pomarrosas y guayabos y escuchando las melodías de las aguas de la quebrada vecina a mi casita de barro, aprendí a existir en los bellos paisajes de la existencia. Allí descubrí cosas que son extrañas para el mundo, raras, porque no tienen una racionalidad científica.
Entre esas cosas está la espiritualidad profunda, que es un enfoque de vida. Un enfoque que vincula el todo, desde lo más minúsculo conocido, hasta los soles y galaxias que percibimos durante las noches estrelladas. Así comencé a recordar lo que realmente soy. En momentos de reflexión, algo vibraba por la aventura de introducirme en el laberinto incierto de las hojas, las flores, los frutos, ramas y tallo de un frondoso árbol. Había identificado los componentes de ese árbol, pero una fuerza interna insinuaba otras interrogantes: ¿Cómo es la fuente que sostiene a ese árbol? ¿Quién la dirige? ¿De dónde viene? ¿Podré tener acceso a ella? Instintivamente relacionaba esa fuente con la savia que circula por los árboles que rodean mi casita.
Ahora entiendo que no soy yo. Me estoy dejando llevar. Todo se mueve. Permanezco todo el tiempo en contacto con la naturaleza, escuchando sus sonidos, privilegiando el diálogo con la noche y sus estrellas, el cultivo de todo tipo de plantas, la escalada a las montañas que parecieran ser besadas por las nubes, el escuchar los sonidos de las quebradas y dibujando las vivencias campesinas con la musa poética que emerge del todo y la nada, libre de análisis, de interpretaciones mensurables desde la mente que abunda en razones alimentadas por el pensamiento, que siempre intenta justificar el conocimiento desde el intelecto. Nos han hecho creer en la individualidad, en la fragmentación de la vida. Esa es una dimensión del conocimiento que ostentan los niveles de consciencia bañados de pensamiento razonado, pero carente de la naturaleza espiritual de las corrientes de vida que danzan en este plano y que ya empiezan a redescubrirse.
La naturaleza real de la vida es vivir. Juega, no preguntes, déjate llevar por la natural incertidumbre del todo que es nada.
No intentes analizar, interpretar, teorizar, porque serás abordado por la egoica y presumida razón, que solo busca teorizar para inventar tesis y leyes, que contribuirán para que el sistema de creencias dominante, se justifique asimismo.
Conversemos sin apegos, sin análisis, sin interpretaciones. Vivamos cada encuentro. Sin planes, sin metas, sin objetivos. Esbozando la memoria de los encuentros, como un ingenuo pintor, que se deja llevar por la danza de los pinceles y por la imaginación de los colores.
La naturaleza se descubre a si misma. En ella solo hay respuestas. Las preguntas vienen de la vanidad de la razón. ¿Es posible razonar, analizar, interpretar el amor?
Solo percibe, intérnate en la memoria contenida en la naturaleza y experimenta ser nada para llegar a ser todo. En ese momento, serás un árbol, un pájaro, una gota de agua de lluvia, un vientecillo disfrazado de olor de miel. No te harás preguntas porque serás la respuesta.
Héctor Rodríguez
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