Muy atrás quedaron aquellos años en
los que se podía degustar un buen tomate con sal o devorar una dulce tajada de
sandía, extraerles las pepitas y sembrarlas en nuestro trocito de huerto que
teníamos en el pueblo o en la jardinera de casa. Ver pasar los días y comprobar
que aquellas semillas germinaban para luego volver a disfrutar de sus frutos
era una verdadera delicia. Sí, esos tiempos ya pasaron. Ya nada es lo mismo. Si
siembras las semillas de las hortalizas que compras en los supermercados
comprobarás desconcertado que aquellas no producen absolutamente nada, por muy
cuidadas que las tengas; da igual el abono, la orientación del sol o en la
temporada que las plante. Probablemente crezcan imponentes, frescas, verdes,
preciosas, pero jamás te darán un fruto. No, y no es porque seas un negado o
negada para las plantas, es por algo mucho más retorcido e inmoral. Se trata de
algo sin ningún tipo de escrúpulos, de lo que el hombre es capaz de hacer, del
funcionamiento de nuestro sistema capitalista que lucra a los dueños de las
grandes corporaciones con el diseño transgénico de los alimentos.
Sí, porque ahora la naturaleza tiene
dueños que disponen de ella a su capricho y antojo. ¡Díganme ustedes si esto no
es retorcido y está desprovisto de cualquier mínimo de ética! Y es que todos
somos responsables, la mayoría de veces sin darnos cuenta de lo que consumimos,
otras por falta de conocimiento, y otras porque nos gusta mirar para otro sitio,
porque otra cosa no, pero vagos por naturaleza somos un rato. Queremos que las
cosas se arreglen ya, pero no hacemos nada al respecto. Sí, sí, no me miréis
con esa cara, somos de alguna manera participes de ello, de cualquier problema
que pueda surgir en el mundo.
En estos momentos es probable que
estéis pensando en que soy otro de esos que desaprueban rotundamente el diseño
genético de los cultivos. No, señores, no. Créanme que no soy de esos. De
hecho, lo creo necesario en los tiempos que vivimos. Es obvio que la propia
naturaleza, a lo largo del tiempo, ha realizado su propia hibridación entre
especies, modificando su genética para adaptarla a los nuevos cambios
atmosféricos o planetario. Esto es una certeza absoluta en innegable, incluso
en los propios animales, y por supuesto en nosotros mismos, aunque de esto
último habría mucho de qué hablar, tal vez para extenderme en otro tema más
adelante. Pero hoy lo que nos ocupa son las plantas y su modificación genética
artificial por corporaciones insensibles, y yo diría que hasta psicópatas.
No, no estoy en absoluto en contra
del diseño genético en la alimentación que nos ofrece la madre Tierra, siempre
y cuando sea en pleno beneficio para todos. Y cuando digo “todos” es TODOS.
Incluida la propia planta. Y es que intervenir en su genética y desproveerle de
su propia naturaleza para que no puedan polinizarse entre ellas mismas y
procrear es verdaderamente una idea enfermiza, propia de, como referí en el
párrafo anterior, auténticos psicópatas. Con este inhumano acto están
consiguiendo exterminar las especies, detener su evolución, y que tengamos que
depender de ellos para siempre; de sus semillas, fertilizantes, plaguicidas y
herbicidas químicos... Sólo por el puñetero interés económico. En mi opinión
esto tiene un adjetivo: DEMENCIAL.
Esta pasada primavera quise hacer yo
mismo un experimento con verduras que compré del supermercado más cercano. Las
consumí, pero antes les extraje las semillas para posteriormente plantarlas.
Seis fueron las plantas de tomates y otras seis de pimientos, perfectamente
regadas y cuidadas tal y como sugieren los maestros del campo. Esperé al verano
y, el resultado, como comenté, fue realmente frustrante y desolador. Según me
informé, con esa pequeña cantidad de plantas, debieron darme algunos kilos de
tomates y bastantes unidades de pimientos, tantos como para casi alimentarme
todo el verano. Tristemente, apenas recogí una minúscula muestra. Tan sólo pude
deleitarme con aquellas preciosas flores amarillas (tomates) y blancas
(pimientos) mientras estuvieron frescas, que posteriormente se secaron y
cayeron al suelo.
De modo que aquel experimento sólo me
confirmó lo que ya sabía: si quieres conseguir una cosecha medianamente
generosa, deberás bajar la cabeza y entrar por el aro, un aro que a cada poco
tiempo ponen más y más grande, hasta que llegue el momento en que ni tan
siquiera te des cuenta de que estás entrando por él. Nuestros descendientes lo
creerán normal, y serán sometidos a sus actividades puramente corporacionistas
sin protestar. Como decía, para un cultivo decente, tendrás que adquirir las
semillas que ellos mismos diseñan genéticamente y que únicamente podrán crecer
sanas con sus propios fertilizantes creados en sus laboratorios. Esto, o
simplemente tendrás que conocer a alguien que guarde sus propias semillas de
antaño y te quiera ceder algunas; o, encontrar en tu localidad una tienda en
donde vendan semillas ecológicas. ¡Semillas ecológicas! ¿No es absurdo? ¿Desde
cuándo las semillas han tenido que ser ecológicas? ¿Estamos arrebatándole la
“ecología” a la propia naturaleza? ¿La naturaleza no es de por sí ya ecológica?
¿No es todo esto incongruente? ¿Estamos volviéndonos locos?
No quiero extenderme mucho más con
este indignante tema. Pero vuelvo a repetir, estoy a favor de la modificación
genética, de su estudio, si es para hacer de esta práctica un uso racional,
moral y ético, actuando siempre en conciencia y en pos de la evolución.
Nosotros, los consumidores, somos los únicos que podemos cambiar el rumbo de
las cosas, desde abajo, criticando el uso malintencionado, protestando,
informando a los que tenemos a nuestro alrededor de todo ello; y, por supuesto,
obligando a las autoridades a que sean cada vez más consecuentes en las
políticas de alimentación, salud y todo lo que tenga que ver con la naturaleza.
Hago este llamamiento a los
organismos competentes para que reflexionen sobre este importantísimo problema
que nos atañe. Nuestros hijos y nietos lo agradecerán.
No consumas alimentos que no sean
producidos bajo esta comprensión. Tomar conciencia de ello es cuestión de
todos.
Publicado por Jorge Ramos en 26.8.18
Fuente: Preparandonos para el Cambio
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