Lo primero que
debes comprender es qué significa la consciencia.
Vas andando,
eres consciente de muchas cosas: de las tiendas, de la gente que pasa a tu
lado, del tráfico, de todo. Eres consciente de muchas cosas, pero eres
inconsciente solo de una cosa; y esa cosa eres tú.
Vas andando por
la calle, eres consciente de muchas cosas, y no eres consciente de ti mismo.
Constantemente,
estés donde estés, recuérdate a ti mismo; de la presencia Yo Soy.
Hagas lo que
hagas, por dentro debes seguir haciendo una cosa continuamente: ser consciente
de que tú lo estás haciendo.
Si estás
comiendo, sé consciente de ti mismo. Si estás andando, sé consciente de ti
mismo. Si estás escuchando, si estás hablando, sé consciente de ti mismo.
Cuando estés irritado, sé consciente de que estás irritado. En el momento mismo
en que aparezca la ira, sé consciente de que estás irritado.
Este constante
acordarse de uno mismo, crea en ti una energía muy sutil, un verdadero centro.
Normalmente, no
hay verdadero centro, solo una floja combinación de muchas cosas sin ningún
centro.
La consciencia,
ser consciente de ti mismo, es lo que te convierte en jefe, en presencia.
Hagas lo que
hagas, y aunque no hagas nada, una cosa debe estar constantemente en tu
consciencia: que tú eres.
Esta simple
sensación de ser uno mismo, de que uno es, crea un centro, un centro de
quietud, un centro de silencio, un centro de dominio interior. Es una potencia
interior.
Por eso los
budas hablan del «fuego de la
consciencia». Es un fuego.
Si empiezas a
hacerte consciente, empiezas a sentir en ti una nueva energía, un nuevo fuego,
una nueva vida. Y gracias a esta nueva vida, nuevo poder, nueva energía, muchas
cosas que te estaban dominando se disuelven. Ya no tienes que luchar con ellas.
En cuanto
empiezas a ser más fuerte por dentro, con una sensación de presencia interior,
cuando sientes que eres, tus energías se van concentrando, cristalizan en un
punto único, en el Yo Soy.
Hagas lo que
hagas, hazlo recordándote a ti mismo como presencia Yo Soy.
Para ello,
debes profundizar en ti mismo; ir a las profundidades… Estando consciente y
alerta. De lo contrario, permanecerás en la superficie, distraído, y
olvidado de ti mismo como presencia consciente.
Cuando eres
consciente de ti mismo, no hay identificación; el falso yo, el yo separado o
también llamado ego, se disuelve, desaparece… Y al desaparecer la
identificación con tu cuerpo físico-mental-emocional, lo único que queda es
presencia, espacio, quietud, paz, un sentido de estar siendo. Y esto es
liberación.
Este centro se
crea estando continuamente consciente, constantemente consciente.
Sé consciente
de lo que estás haciendo; de que estás sentado, de que te vas a dormir, de que
te está llegando el sueño, de que estás cayendo. Intenta ser consciente en todo
momento, y entonces empezarás a sentir que en tu interior nace un centro.
Frecuentemente,
no estamos centrados. A veces nos sentimos centrados, pero son momentos en los
que una situación nos hace conscientes.
Si de pronto se
produce una situación muy peligrosa, empezarás a sentir un centro dentro de ti;
porque cuando estás en peligro, te vuelves consciente.
Si alguien va a
matarte, en ese momento no puedes pensar; en ese momento no puedes seguir
inconsciente; toda tu energía está centrada, y ese momento se vuelve sólido. No
puedes moverte hacia el pasado, no puedes moverte hacia el futuro, toda tu
atención está en este momento, el presente, aquí y ahora. Estás completamente
alerta, atento. Este momento concreto se convierte en todo. Y entonces, no solo
eres consciente del asesino, sino que te haces consciente de ti mismo, el que
va a ser asesinado. En ese sutil momento empiezas a sentir un centro en tu
interior.
Vas conduciendo
un coche, cada vez a más velocidad, hasta que la velocidad se convierte en
peligrosa. Entonces no puedes pensar; los pensamientos cesan. Entonces no
puedes soñar. Entonces no puedes imaginar. Entonces el presente se vuelve
sólido. En ese momento peligroso, cuando la muerte es posible a cada instante,
te haces súbitamente consciente de un centro en tu interior.
Así pues,
procura estar consciente en toda actividad normal. Inténtalo cuando estés
sentado en tu butaca: sé consciente del que está sentado. No solo de la butaca,
no solo de la habitación, y de la atmósfera que te rodea. Sé consciente del que
está sentado. Cierra los ojos y siéntete; profundiza y siente tu propia
presencia Yo Soy.
Cuanto más
inconsciente estés, más alejado estás de ti mismo. Cuanto más consciente, más
te acercas a ti.
Si la
conciencia es total, estás en el centro. Si hay menos conciencia, estás cerca
de la periferia, en la superficie. Cuando estás inconsciente, estás en la
periferia, donde el centro está completamente olvidado.
Puedes moverte
hacia la periferia, y entonces te mueves hacia la inconsciencia.
Te sientas a
ver una película, te sientas en alguna parte a escuchar música, y te olvidas de
ti mismo. Entonces estás en la periferia.
Leyendo un
libro, te puedes olvidar de ti mismo; entonces estás en la periferia, en la
superficie, navegando y sumergido en tus propios pensamientos y emociones.
Hagas lo que
hagas, si puedes recordarte a ti mismo, estás más cerca del centro. Y un buen
día, de pronto, te encuentras centrado. Entonces tienes energía. Esa energía es
el fuego. Toda la vida, toda la existencia, es energía, es fuego.
Es un trabajo
constante, largo y dificultoso; y se hace difícil mantenerse consciente aunque
solo sea un momento; la mente está parpadeando constantemente. Pero no es
imposible.
Es arduo,
difícil, pero no es imposible. Es posible, es posible para todos. Solo se
necesita esfuerzo, constancia y atención. No hay que dejar sin tocar nada del
interior. Toda atención debe ser puesta a la consciencia, al estado de
presencia, al Yo Soy; solo entonces descubrirás la llama interior. Está ahí,
siempre está ahí.
Esfuérzate por
mucho que fracases. Fracasarás una y otra vez.
Pero hasta los
fracasos te servirán de ayuda.
Cuando dejas de
ser consciente, aunque haya sido un momento, sientes por primera vez lo inconsciente
que estás.
Vas andando por
la calle y no puedes dar más que unos cuantos pasos sin volver a la
inconsciencia. Una y otra vez, te olvidas de ti mismo. Te pones a leer un
cartel y te olvidas de ti mismo. Pasa alguien, lo miras y te olvidas de ti mismo.
Te distraes y dejas de permanecer consciente de ti mismo.
Eugen Herrigel estaba aprendiendo con un maestro zen.
Estuvo tres años aprendiendo tiro con arco y el
maestro siempre le decía: «Bien. lo
que haces está bien hecho, pero no es suficiente».
Herrigel se convirtió en un maestro arquero. Su
puntería llegó a ser perfecta al cien por cien, y el maestro seguía diciéndole:
«Lo haces bien, pero no es suficiente».
-¡Con una puntería cien por cien perfecta! -decía
Herrigel-. Pero ¿qué esperas de mí? ¿Cómo puedo mejorar más? Con una puntería
cien por cien perfecta, ¿cómo puedes esperar más?
El maestro zen le respondió:
-A mí no me interesa tu pericia con el arco ni tu
puntería. Me interesas tú. Te has convertido en un técnico perfecto, pero
cuando tu flecha sale del arco, no eres consciente de Ti mismo, así que no
sirve de nada. No me interesa si la flecha da en el blanco. ¡Me interesas tú!
Cuando la flecha sale disparada del arco, también por dentro debe dispararse tu
consciencia. Aunque no acertaras en el blanco, no tendría importancia, pero
donde no debes fallar es en el blanco interior, y en ese estás fallando. Te has
convertido en un técnico perfecto, pero eres un imitador.
Con el tiempo, Herrigel se desanimó y un día dijo:
-Lo dejo. Me parece imposible. ¡Es imposible! Cuando
apuntas a un blanco, tu consciencia va al blanco, al objeto, y si quieres ser
un buen arquero, tienes que olvidarte de ti mismo, recordar solo el objetivo,
el blanco, y olvidarte de todo. Solo debe existir el blanco.
Pero el maestro zen le forzaba continuamente a crear
otro blanco en su interior. La flecha debe ser una flecha doble: que apunte
hacia el blanco exterior y apunte continuamente al blanco interior... al Yo (el
Ser, la Presencia, el Yo Soy).
Herrigel dijo:
-Me marcho. Me parece imposible. No puedo cumplir tus
condiciones.
El día de su partida, Herrigel estaba sentado. Había
ido a despedirse del maestro, y el maestro estaba apuntando a otro blanco.
Había otro aprendiz, y por primera vez Herrigel no estaba implicado; solo había
ido a despedirse y esperaba sentado.
En cuanto el maestro terminara su lección, él se
despediría y se marcharía. Por primera vez no estaba implicado.
Pero entonces, de pronto, se hizo consciente del
maestro y de la consciencia de doble flecha del maestro.
El maestro estaba apuntando. Durante tres años,
Herrigel había estado continuamente con el mismo maestro, pero estaba más
interesado en sus propios esfuerzos.
No había visto nunca a este hombre, lo que estaba
haciendo. Por primera vez vio y comprendió... y de pronto, espontáneamente, sin
esfuerzo, se acercó al maestro, le quitó el arco de las manos, apuntó al blanco
y disparó la flecha. Y el maestro dijo:
-¡Muy bien! por primera vez lo has hecho. Estoy
contento.
¿Qué había
hecho?
Por primera vez
se había centrado en Sí mismo.
El blanco
estaba allí, pero también Él estaba allí, presente.
Así pues, hagas
lo que hagas, cualquier cosa, es necesario que tires con arco.
Hagas lo que
hagas, aunque sea estar sentado, sé dos flechas. Recuerda lo que está pasando
fuera y recuerda también quién está dentro.
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Enseñanzas extraídas de Osho,
del libro “Conciencia. La clave para vivir en equilibrio”.
Fuente: Camino al Despertar