Era primavera. Paseábamos por un parque rodeados de una bulliciosa explosión de vida. Shambhu se detuvo, sacó un cigarrillo y comenzó a remover el tabaco con una suave y lenta presión de sus dedos. Sabía que aquel gesto era premonitorio de algo importante que me iba a transmitir, al tiempo que me preguntaba de dónde había salido aquella ridícula idea de que un ser realizado no debía fumar. Escribe Emilio J. Gómez.
De repente,
tras encender el cigarro y saborear la primera calada de humo, su voz rompió el
silencio:
“Aquello que
soy nada tiene que ver conmigo, con mi persona. Simplemente soy… Soy anterior
al cuerpo y la mente, con su microcosmos repleto de sensaciones, pensamientos y emociones.
Una
dimensión diferente observa a través de mí. Tal dimensión lo contiene todo y a
todos. Está vacía, pero en su vacuidad lo incluye todo. Nada escapa a su
infinitud atemporal. Tal dimensión contiene a su vez a otras dimensiones
menores como el tiempo y el espacio, con sus sistemas de coordenadas y las
leyes de la causalidad.
Esa
dimensión de la que te hablo es inefable. No se la puede explicar con palabras…
Y sin embargo, ahí está, anterior a mí, a aquello mismo que creo ser. Cuando
Eso observa a través de mí, siento que soy yo mismo, que no existe separación
alguna. Experimento cómo Eso y yo somos lo mismo. Sin distinción. No iguales…
sino lo mismo.
No es paz lo
que despierta, pero hay ausencia de violencia. No es silencio, pero hay una
vibración que está más allá de los sonidos habituales. No es amor lo que
genera, pero sí una comprensión diferente que me hermana con todos los seres.
Un estado
más allá de los estados habituales que a su vez es carente de estado definible.
Una presencia que todo lo inunda trascendiendo al ego y la personalidad, con su
carga de pretensiones, objetivos, metas… No, no es posible su descripción a
través de la palabra”.
Shambhu
quedó en silencio. Miraba al cielo mientras una voluta de humo se escapaba de
entre sus labios sin llegar a tomar una dirección definida.
–Entonces,
si no puede describirse, ¿por qué me hablas sobre ello?
–Y… ¿por qué
sale el sol?
Aquella
respuesta me sumergió en un estado particular. Continuamos caminando en
silencio. No hubo más preguntas. No eran necesarias.
Emilio J.
Gomez
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