La vida
es un sueño y la principal función de la mente es soñar.
Todo lo
que percibes es parte de ese sueño, incluso mientras estás leyendo estas
líneas,
estás
soñando. Sueñas con el cerebro despierto.
La mente
no deja nunca de soñar, está siempre activa, y este movimiento es la actividad
de la
conciencia única e infinita que se manifiesta precisamente soñando. Cuando este
movimiento
encuentra su equilibrio, la conciencia se despierta, comprende su propia
naturaleza
y la naturaleza de la realidad creada, que es su sueño.
Soñamos
despiertos y soñamos dormidos.
Las leyes
del mundo de la vigilia, son diferentes que cuando dormimos.
Cuando el
cerebro esta despierto hay un marco material de referencia, es el mundo
físico
tridimensional que se mueve saltando de momento en momento y el cerebro une
estos
momentos creando la ilusión de una continuidad, de una línea que va desde un
pasado
hasta un futuro. A esto se le llama duración y sería la 4ª dimensión de nuestra
realidad
física de la vigilia, es decir, la vida ordinaria.
Sin
embargo, cada percepción, cada momento, son como fotogramas.
El
movimiento de la mente y la luz hacen el resto, y así se proyecta el sueño o la
realidad
ilusoria. Los objetos y los seres reflejan esta luz y le dan forma al holograma
que crea
nuestra realidad cotidiana.
En el
momento de dormir, cuando el cerebro apaga sus luces, la realidad cambia, es el
mundo de
los sueños. Aquí no hay un marco físico de referencia, el proyector de la
realidad
física 3D esta momentáneamente apagado (aunque no completamente).
Los seres
humanos soñamos todo el tiempo y este sueño se transmite de generación en
generación.
Es el sueño de la sociedad, que es un sueño colectivo hecho de miles de
millones
de sueños individuales, los cuales se unen formando el sueño de la familia, de
la
comunidad, del país, del planeta. Este sueño mayor incluye todas las leyes y
reglas de
la
sociedad, su lenguaje, su cultura, sus religiones, su ciencia, su manera de
percibir la
realidad,
sus escuelas y gobiernos.
Somos
soñadores
Cada uno
nace con la capacidad de soñar. Los adultos que nos preceden nos enseñaron a
soñar el
sueño de la sociedad. Este sueño externo tiene tantas reglas, que ya desde la
cuna
comienzan a captar la atención de los niños a fin de introducir estas reglas en
su
mente.
Nuestros padres, la escuela, la televisión, las redes sociales y la religión
nos
enseñaron
como debemos soñar este sueño externo, captando nuestra atención.
La
atención es la capacidad de discernir y centrarnos en aquello que queremos
percibir.
Es como
un filtro. El cerebro percibe millones de estímulos simultáneamente, pero
utilizamos
nuestra atención para retener en el primer plano de nuestra mente lo que
necesitamos
o nos interesa. Los adultos captan la atención de los niños y por medio de
las
creencias y la repetición, introducen información en sus mentes. Así es como
aprendimos
todo lo que sabemos y perpetuamos el sueño de la sociedad.
Luego a
fuerza de captar su atención, los niños aprenden a captar la atención de los
demás,
esto con el tiempo se va convirtiendo en una necesidad, y esta necesidad de
atención
acaba volviéndose competitiva. Los niños compiten por la atención de sus
padres,
de sus maestros, de sus amigos. Más tarde, ya de adultos, para la gran mayoría
esta
necesidad continúa.
Así, el
sueño externo capta nuestra atención y nos mantiene prisioneros durante toda la
vida. Y
esto es gracias a los acuerdos que hemos hecho. El lenguaje es el vehículo de
estos
acuerdos.
El
lenguaje es el código que utilizamos en nuestro sueño externo para
comprendernos y
comunicarnos.
Cada
letra, cada palabra, cada oración, es un acuerdo. Las cosas tienen nombre:
papá,
mamá,
dios, casa, auto, bueno, malo, azul, alto. Por ejemplo, la palabra bueno es un
acuerdo
que comprendemos. Una vez que comprendemos los símbolos, es decir,
entendemos
el código, nuestra atención queda atrapada y la energía se transfiere de una
persona a
otra.
Es el
sueño del cerebro izquierdo. La sociedad moderna esta atrapada en el sistema de
símbolos
y valores que controla ese hemisferio cerebral. Que es el lado masculino,
competitivo,
racional, es el que separa para comprender y establece categorías. De
hecho, el
centro del lenguaje articulado en la corteza cerebral (área de Brocca) se
encuentra
en la mayoría de las personas del lado izquierdo.
No
escogiste tu lengua, ni tu religión ni tus valores morales: ya estaban ahí
antes de que
nacieras.
Cuando
somos niños no podemos elegir que cosas creer y cuales no. Nuestro sistema de
creencias
ya viene con nuestro nacimiento, no tenemos que hacer nada, ya nos dicen que
hacer y
que creer.
Nunca
escogimos ni el más insignificante de estos acuerdos. Ni siquiera elegimos
nuestro
propio nombre, y este, como el apellido, muchas veces viene con su propio
karma
incluido.
De niños
no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, pero estuvimos de
acuerdo
con la información que otros seres humanos nos transmitieron acerca del sueño
de la
sociedad.
La única
forma de almacenar información es mediante el acuerdo
El sueño
externo capta nuestra atención, pero si no estamos de acuerdo, no
almacenaremos
esa información. También es una cuestión afectiva y de identificación.
La memoria
y el aprendizaje se relacionan con el cerebro emocional (sistema límbico).
Tan
pronto como estamos de acuerdo con algo, comenzamos a creer en ello, y a eso lo
llamamos
“tener fe”. Tener fe es creer incondicionalmente en algo exterior a uno
mismo. O
sea, es una fe ciega.
Así es
como aprendimos cuando éramos niños. Los niños creen todo lo que dicen los
adultos.
Estábamos
de acuerdo con ellos, y nuestra fe en ellos era tan fuerte, que el sistema de
creencias
que se nos había transmitido controlaba totalmente el sueño de nuestra vida.
No
escogimos estas creencias, y aunque quizá intentamos rebelarnos contra ellas,
no
éramos lo
bastante fuertes para que nuestra rebelión triunfase.
El
resultado es que nos rendimos a las creencias mediante nuestro acuerdo. Por
ignorancia,
por miedo o por comodidad, o un poco de todas juntas.
A este
proceso podemos llamarlo: “la domesticación del ser humano”.
Y es a
través de esta domesticación que aprendemos a soñar y a vivir.
En la
domesticación humana, la información del sueño externo se transfiere al sueño
interno y
crea todo nuestro sistema de creencias y la imagen que tenemos de nosotros
mismos.
Este
sueño externo crea un molde, podemos llamarlo el molde del ser humano. Este
molde
esta hecho de conceptos, categorías, reglas y patrones de comportamiento de lo
que
constituye un ser humano. Ni bien nacemos nos meten en ese molde y somos
modelados
para poder participar y continuar perpetuando el sueño de la sociedad.
Luego
aprendemos a juzgar. Cada uno se juzga a si mismo de acuerdo a estas reglas y
conceptos
aprendidos, y luego por extensión, juzgamos a los demás, por consiguiente
también
somos juzgados por los otros. Esto aumenta la brecha y el sentimiento de
separación
entre los seres humanos.
La
adaptación al sueño externo se basa en el sistema de defensa: lucha y huida, y
esto se
corresponde
incluso con un diseño neuroquímico determinado, producto de la
programación.
El
proceso de domesticación nos enseña a funcionar con el premio y el castigo. Al
igual
que se
entrena y domestica a los animales. Este método que usamos con los animales es
el mismo
que se utiliza en los niños. Si te portas bien: premio. Si te portas mal: castigo.
Si haces
lo que se te dice: premio, si no: castigo.
En el
colegio se implementa la misma metodología, mediante los exámenes y
evaluaciones,
las calificaciones, la disciplina…Si memorizas los datos que te dan y
luego lo
repites con éxito, eres un buen alumno, no importa si aprendiste o si lo
hiciste
como un
loro o si dentro de un tiempo olvidas toda esa información irrelevante, igual
tendrás
tu premio. Si no lo logras, eres un mal alumno, o más o menos, depende. Y vas
creciendo
con la idea de que no eres tan bueno como los otros. Incluso algunos son
castigados
en sus casas por no cumplir con lo que se espera de ellos.
Esta es
la parte mala del sueño. Bad dream.
Y como
todos los niños quieren ser premiados, o por lo menos aceptados, van creciendo
haciendo
lo que quieren los otros y lo que se espera de ellos, ya que obviamente nadie
quiere
ser castigado, ni rechazado.
Y así,
casi sin darnos cuenta, empezamos a fingir que éramos lo que no éramos, para
evitar el
castigo y ser aceptados. Es más seguro ser y hacer lo que te dicen que seas o
que
hagas, después de todo para eso fuimos domesticados.
Y aunque
a cierta edad comenzamos a rebelarnos contra los adultos y sus ideas, y
queríamos
defender nuestra libertad y nuestras convicciones, no éramos lo bastante
fuertes
ni independientes como para ganar. Después de un tiempo la rebelión comienza
a
extinguirse por falta de autoconfianza y tapada con capas de nuevas
obligaciones y
deberes,
que nos impone el sueño de la sociedad.
En el
proceso de domesticación se van perdiendo todas las tendencias y habilidades
naturales.
La intuición, la imaginación, la capacidad de soñar, la creatividad, el genio.
La
domesticación es tan poderosa que, en un determinado momento de nuestra vida,
ya
no
necesitamos que nadie nos domestique. Estamos tan bien amaestrados que somos
nuestro
propio amaestrador.
La
mayoría de los seres humanos son como animales autodomesticados, que se someten
a si
mismos sin protestar. Vuelven al corral por sus propios medios y algunos ni
siquiera
salen de
el.
En esta
etapa nos domesticamos a nosotros mismos según el sistema de creencias que
nos
inculcaron y utilizando el mismo sistema de castigo y recompensa, que además
presenta
las variantes de culpa y preocupación. De esta forma, la víctima y el juez se
juntan en
una misma persona, alternando su protagonismo.
¿Cómo
hacer entonces para despertar y liberarse de la vieja programación?
Ir contra
las propias creencias no es nada fácil. La mente ordinaria se opone a cualquier
pérdida
de coherencia en su funcionamiento habitual, así que es probable que comience
a generar
pensamientos y sentimientos que impidan cualquier transformación y
obstaculicen
el proceso de cambio.
Para
poder modificar esto hace falta un plus de energía y coraje.
Lo
primero es el deseo. El deseo de cambiar, de experimentar nuevas cosas, nuevos
puntos de
vista, aprender y conocerse. Salir del estancamiento. Transformarse.
Este
deseo generará confianza en si mismo. La confianza es como un árbol que crece y
se
expande. Empieza como una semillita y con buena tierra y nutrición se
transformará
en un
árbol, que a su vez dará frutos y más semillas.
La
confianza es el combustible que enciende el fuego de la motivación, de la
acción.
Tiene su
sede en el corazón, que le da sentimiento y coherencia a la fe. La fe es como
la
madera
que crece y que encenderá el fuego sagrado. Esta fe no es exterior, es una fe
en
si mismo,
en su propio espíritu, por eso no es ciega y por eso puede conducirte adonde
sea.
Este plus
de energía genera además una verdadera implosión que permitirá el acceso a
la
memoria ancestral y a la capacidad de reflexión profunda.
Aparece
el orden y la coherencia en el sistema interno y el cerebro equilibra su
actividad.
Aumenta la concentración y la atención sutil. La mente se vuelve entonces
una
herramienta poderosa al servicio de la conciencia, que al igual que un
instrumento
vibrará
de manera armónica.
Se
optimiza y potencia la capacidad para procesar información, por lo tanto
mejoran las
capacidades
cognitivas.
De este
estado de equilibrio y calma mental aparece naturalmente la sabiduría y la
compasión
y puedes comprender la naturaleza de la realidad y de ti mismo.
Despiertas
del sueño, para darte cuenta que toda la vida es un sueño.
Un sueño
dentro de otro sueño.
Solo que
ahora lo sabes y puedes ayudar a despertar a los demás.
Mariano
Giacobone
Fuente:
Escuela Budo Shin