La
“Resonancia Mórfica”, es una teoría muy interesante del biólogo Rupert
Sheldrake y postula que cada especie tiene un «campo» de memoria propio.
Este campo
estaría constituido por las formas y actitudes de todos los individuos pasados
de dicha especie, y su influencia moldearía a todos sus individuos futuros:
«Cada
especie animal, vegetal o mineral posee una memoria colectiva a la que
contribuyen todos los miembros de la especie y a la cual conforman. Si un
animal aprende un nuevo truco en un lugar (por ejemplo, una rata en Londres),
les es más fácil aprender a las ratas en Madrid el mismo truco. A cuantas más
ratas londinenses se les enseñe ese truco, canto más fácil y rápido les
resultará a las ratas de Madrid aprenderlo.»
Ello
permitiría explicar cómo adquieren los animales sus instintos, incluidas las
complejísimas habilidades que muestran algunos animales desde pequeños.
También
explicaría cómo se reproduce la forma de un organismo de generación en
generación.
El código
genético, es decir el ADN, sólo describe los aspectos menos sutiles de la
herencia, pero no puede explicar por qué determinadas células de nuestro
embrión se han diferenciado dando lugar a una oreja, un ojo, el dedo gordo del
pie izquierdo, determinado tejido intestinal, etc. Según Sheldrake,
adquiriríamos la forma que reconocemos como humana porque las formas de todos
los miembros pasados de nuestra especie «resuenan» en nosotros, como ondas en
un estanque, organizando la vía de nuestro crecimiento. A la vez, nosotros
incorporamos nuestra forma a la memoria colectiva de la especie, engrosándola e
incrementando así su influencia. Y al igual que las formas «resonarían» todo
tipo de instintos y actitudes.
Estos
hábitos de organización serían inherentes a toda la naturaleza. Por ejemplo, si
elaboramos un nuevo compuesto químico, debería ser más fácil obtenerlo en otros
laboratorios a medida que transcurre el tiempo, porque cuantas más veces haya
cristalizado, mayor será su campo de resonancia mórfica. En realidad, hace
décadas que los químicos reconocen este hecho.
La revista
inglesa New Scientíst convocó en 1982 un concurso de experimentos para probar
la hipótesis. El ganador fue un científico de Nottingham, que envió un poema
tradicional turco junto con una versión desbaratada del mismo poema que seguía
rimando —la resonancia mórfica tendría que hacer mucho más fácil, para quienes
no sepan turco, aprender el poema verdadero—. La idea se puso en práctica con
tres poemas enviados por un poeta japonés: uno era un poema conocido por miles
de niños, los otros dos fueron especialmente compuestos con una estructura
parecida al primero. En los experimentos, realizados en Gran Bretaña y
Norteamérica, el 62% de los voluntarios encontraron más fácil de aprender el
poema original (que no sabían cuál era). Si no existe la resonancia mórfica, la
dificultad de aprender los poemas habría de ser la misma para los tres.
En 1986, el
Tarrytown Group de Nueva York concedió los premios de otro concurso. El primer
premio, de 10.000 dólares, se repartió entre dos pruebas similares. Un
psicólogo de Yale enseñó a estudiantes que no sabían hebreo palabras hebreas de
tres letras, la mitad reales y la otra mitad falsas. Los estudiantes, que no
sabían de qué iba el experimento, encontraron más familiares las palabras
verdaderas. Por su parte un psicólogo inglés escogió palabras persas verdaderas
y otras con letras mezcladas, y pidió a ochenta estudiantes que las dibujaran
tras observarlas unos segundos. Ni ellos ni los jueces conocían el propósito
del experimento, pero el 75% de los jueces consideraron mejor reproducidas las
palabras verdaderas que las mezcladas.
Se han
realizado también detallados experimentos por televisión, que muestran que
cuando millones de personas son informadas en un país, por ejemplo Inglaterra,
de cuáles son las imágenes ocultas en un dibujo, a los grupos de control que
hay en países lejanos se les hace mucho más fácil descubrirlas. Pese a lo
sorprendente de estos resultados, Sheldrake todavía considera que para que la
"comunidad científica" acepte una hipótesis tan radical, hacen falta
pruebas más contundentes, y pasará todavía un tiempo.
Por otra
parte, si la naturaleza evoluciona, ¿porqué no habrían de evolucionar también
las leves de la naturaleza? ¿Por qué las leves que gobiernan el crecimiento de
los naranjos tendrían que estar ahí antes de que existiesen los naranjos? En
vez de leyes eternas e inmutables, las regularidades de la naturaleza podrían
parecerse más a hábitos, que van modificándose lentamente con el tiempo.
Digamos que el universo, considerado como un "organismo" tiene una
"forma" de hacer las cosas, hábitos, que los puede ir modificando y
adaptando a medida que evoluciona.
EL MISTERIO
DE LA MENTE
Todos
nosotros hemos crecido con la idea de que los recuerdos están almacenados en el
cerebro. Usamos la palabra “cerebro” de manera intercambiable con “mente” o
“memoria”. Aunque, como se está comprobando, el cerebro es más un sistema de
sintonización que un dispositivo de almacenamiento de memoria.
Uno de los
argumentos principales para la localización de la memoria en el cerebro es el
hecho de que ciertos tipos de daño cerebral pueden conducir a una pérdida de
memoria. Si el cerebro es dañado en un accidente de coche y alguien pierde la
memoria, entonces la suposición obvia es que el tejido de la memoria ha debido
ser destruido. Pero esto no es necesariamente así.
Si dañara tu
aparato de TV para que fueras incapaz de recibir ciertos canales, o si hiciera
enmudecer al aparato de TV mediante la destrucción de la parte relacionada con
la producción de sonido a fin de que todavía pudieras recibir imágenes pero no
sonido, esto no probaría que el sonido o las imágenes estaban almacenadas
dentro del aparato de TV. Meramente demostraría que yo había afectado el
sistema de sintonización para que tú no pudieras ya recibir la señal correcta.
La pérdida de memoria por daño cerebral no prueba ya que la memoria esté almacenada
dentro del cerebro. De hecho, la mayor parte de la memoria perdida es temporal:
la amnesia que sigue a una conmoción, por ejemplo, es a menudo temporal. Esta
recuperación de memoria es muy difícil de explicar en términos de teorías
convencionales: si los recuerdos han sido destruidos porque el tejido de
memoria ha sido destruido, no deberían regresar de nuevo; y sin embargo a
menudo lo hacen.
Los
experimentos sobre estimulación eléctrica del cerebro por Wilder Penfield y
otros sugieren otro argumento a favor de la localización de la memoria en el
interior del cerebro. Penfield estimuló los lóbulos temporales de los cerebros
de pacientes epilépticos y encontró que algunos de estos estímulos podían
provocar respuestas vívidas que los pacientes interpretaban como recuerdos de
cosas que habían hecho en el pasado. Penfield supuso que, de hecho, estaba
estimulando recuerdos que estaban almacenados en el córtex. Volviendo de nuevo
a la analogía de la TV, si estimulara el circuito de sintonización de tu aparato
de TV y saltara a otro canal, esto no probaría que la información estaba
almacenada dentro del circuito de sintonización. Es interesante que, en su
último libro, The Mistery of the Mind [El Misterio de la Mente], el propio
Penfield abandonaba la idea de que los experimentos probaban que la memoria
estaba dentro del cerebro. Y llegaba a la conclusión de que la memoria no
estaba almacenada en absoluto en el córtex.
Ha habido
muchos intentos de localizar trazas de memoria en el interior del cerebro, el
más conocido de los cuales fue realizado por Kart Lashley, el gran
neurofisiólogo americano. Entrenó ratas para que aprendieran trucos, después
cortó pedazos de sus cerebros para determinar si las ratas todavía podían hacer
trucos. Para su asombro, encontró que podía retirar más del cincuenta por
ciento del cerebro –cualquier 50%– y no había virtualmente ningún efecto en la
retención de este aprendizaje. Cuando retiró todo el cerebro, las ratas no
podían realizar ya los trucos, así que concluyó que el cerebro era necesario de
algún modo a la ejecución de la tarea, lo cual no es precisamente una
conclusión muy sorprendente. Lo que fue sorprendente fue cuánto del cerebro
podía suprimir sin afectar a la memoria.
Otros
investigadores han encontrado resultados similares incluso con invertebrados
como el pulpo. Esto condujo a un experimentador a especular con que la memoria
estaba tanto en cualquier sitio como en ninguno en particular. El mismo Lashley
concluyó que los recuerdos están almacenados de una manera distribuida por todo
el cerebro, ya que no pudo encontrar las trazas de memoria que requería la
teoría clásica. Su estudiante, Karl Pribram, extendió esta idea con la teoría
holográfica del almacenamiento de memoria: la memoria es como una imagen
holográfica, almacenada como un patrón de interferencia por todo el cerebro.
Lo que
Lashley y Pribram (al menos en alguno de sus escritos) no parecen haber
considerado es la posibilidad de que los recuerdos pueden no estar almacenados
en el cerebro en absoluto. La idea de que no están almacenados en el interior
del cerebro es más consistente con los datos disponibles que con las teorías
convencionales o la teoría holográfica.
Han surgido
muchas dificultades al tratar de localizar el almacenamiento de memoria en el
cerebro; en parte porque el cerebro es mucho más dinámico de lo que previamente
se pensaba. Si el cerebro está para servir como almacén de memoria, entonces el
sistema de almacenamiento tendría que permanecer estable; sin embargo ahora se
sabe que las células nerviosas funcionan mucho más rápidamente de lo que se
pensaba previamente. Todas las sustancias químicas en las sinápsis y las
estructuras nerviosas y moleculares están funcionando y cambiando todo el
tiempo. Con un cerebro muy dinámico, es difícil ver como se almacenan los
recuerdos.
Hay también
un problema lógico, que varios filósofos han señalado, con las teorías
convencionales de almacenamiento de memoria. Todas las teorías convencionales
asumen que los recuerdos están de alguna forma codificados y localizados en una
memoria almacenada en el cerebro. Cuando son necesarias son recuperadas por un
sistema de recuperación. A esto se le llama modelo de codificación, almacenaje
y recuperación.
No obstante,
para que un sistema de recuperación recupere algo, debe saber lo que quiere
recuperar; un sistema de recuperación de memoria debe saber lo que la memoria
está buscando. Así debe ser posible reconocer el recuerdo que está intentando
recuperar. A fin de reconocerlo, el propio sistema de recuperación debe tener
algún tipo de memoria. Por lo tanto, el sistema de recuperación debe tener un
sistema de sub-recuperación para recuperar sus recuerdos de su almacén. Esto conduce
a una regresión infinita. Varios filósofos argumentan que éste es un fallo
lógico fatal en cualquier teoría convencional sobre el almacenamiento de
memoria. Sin embargo, en general, los teóricos de la memoria no están demasiado
interesados en lo que dicen los filósofos, así que no se molestan en replicar a
este argumento. Sin embargo, como argumento, es en verdad bastante poderoso.
Al
considerar la teoría de la resonancia mórfica de la memoria, podríamos
preguntar: si sintonizamos con nuestros propios recuerdos, entonces ¿por qué no
sintonizamos también con los de otras personas? Probablemente lo hacemos,
debido a que hay una memoria colectiva con la que todos nosotros estamos
sintonizados, la cual conforma un trasfondo contra el cual se desarrolla nuestra
experiencia y contra el cual se desarrollan nuestros recuerdos individuales.
Este concepto es muy similar a la noción de memoria colectiva.
Jung pensaba
en la memoria inconsciente como una memoria colectiva: la memoria colectiva de
la humanidad. Pensaba que la gente estaría más sintonizada con miembros de su
propia familia y raza y grupo social y cultural, pero que no obstante habría
una resonancia de fondo de toda la humanidad: una experiencia común o
promediada de cosas básicas que toda la gente experimenta (por ej: la conducta
materna y varios patrones sociales y estructuras de experiencia y pensamiento).
No sería tanto una memoria de personas particulares del pasado como un promedio
de las formas básicas de las estructuras de memoria; estos son los arquetipos.
La noción de Jung de inconsciente colectivo tiene extremadamente buen sentido
en el contexto del enfoque general de esta nueva manera de ver la biología. La
teoría de la resonancia mórfica conduce a una reafirmación radical del concepto
junguiano de inconsciente colectivo.
Esto
necesita ser reafirmado porque el contexto mecanicista corriente de la
biología, la medicina y la psicología convencional niega que pueda haber una
cosa tal como el inconsciente colectivo.
El concepto
de una memoria colectiva de una raza o una especie ha sido excluido en general,
incluso como posibilidad teórica. De acuerdo a la teoría convencional, no
puedes tener ninguna herencia de características adquiridas; sólo puedes tener
una herencia de mutaciones genéticas. Según las premisas de la biología
convencional, no habría modo de que las experiencias y mitos de, por ejemplo,
las tribus africanas, tuvieran alguna influencia en los sueños de alguien de
descendencia no africana en Suiza; lo cual era el tipo de cosa que Jung pensaba
que de hecho ocurría. Desde el punto de vista convencional, esto es bastante
imposible, y es la razón por la que la mayoría de biólogos y otros expertos
dentro de la corriente dominante de la ciencia no toman en serio la idea de
inconsciente colectivo. Se la considera una idea rara y alternativa que puede
tener algún valor poético como una especie de metáfora, pero que no tiene
ninguna relevancia para la ciencia propiamente dicha, ya que es un concepto
completamente insostenible desde el punto de vista de la biología normal.
El concepto
de memoria colectiva de la teoria de la resonancia mórfica es muy similar a la
idea junguiana de inconsciente colectivo. La diferencia principal es que la
idea de Jung se aplicaba principalmente a la experiencia humana y a la memoria
colectiva humana. Sin embargo hay un principio muy similar que opera en todo el
universo, no sólo en los seres humanos. Si el tipo de cambio radical de
paradigma sigue adelante dentro de la biología –si la hipótesis de resonancia
mórfica es siquiera aproximadamente correcta– entonces la idea de Jung de
inconsciente colectivo se convertiría en una idea dominante: los campos
morfogenéticos y el concepto de inconsciente colectivo cambiarían completamente
el contexto de la moderna psicología y de la ciencia en general.
Esto indica
que también podríamos sintonizar con el inconsciente de otras personas, y ello
nos acerca al inconsciente colectivo postulado. La sintonización por resonancia
con la memoria reciente de otras personas puede igualmente dar explicación de
fenómenos como la telepatía. Otro hecho curioso es que, si la resonancia
mórfica facilita el aprendizaje, «en el presente siglo cada vez debería
resultar más tácil aprender a ir en bicicleta, a conducir un automóvil, a tocar
el piano o a utilizar una máquina de escribir, a causa de la resonancia mórfica
acumulada de la gran cantidad de gente que ya ha adquirido estas habilidades».
La
resonancia mórfica también tiene poderosas implicaciones: «De acuerdo a esta
teoría nuestras ideas y actitudes pueden influir a distancia sobre otras
personas, sin que ni ellas ni nosotros lo sepamos...
Verdaderamente
la única solución a los problemas sociales (e individuales) es un cambio en
nuestra manera de pensar y sentir... Si consideramos que nada podemos hacer y
que no importan nuestros sentimientos y acciones, esta actitud puede extenderse
e influir sobre otras personas... Pero si creemos en la posibilidad de una
nueva manera de pensar, de sentir y experimentar la vida, nuestras acciones
serán más positivas y creativas, y tendrán sentido completamente, y esta
actitud se transmitirá inevitablemente a los demás».
Inconciente
y naturalmente
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