El cobre,
antiguamente, recibía el nombre de azurín. Es un mineral maravilloso. Perpetúa
la perfección del cuerpo. Por esta razón, los seres de civilizaciones
anteriores (hace unos 500.000 años) gozaban de una perfecta salud, sin que su
cuerpo físico sufriera deterioro alguno. Eran seres sumamente iluminados y
longevos. Su atmósfera, que era espléndida, se componía fundamentalmente de
nitrógeno y una pequeña parte de oxígeno. No tenía dióxido de carbono.
Pero la
atmósfera cambió debido a una guerra en la que se liberó una tremenda cantidad
de energía nuclear que provocó una explosión de radiactividad. Le llevó al
planeta Tierra miles de años regenerarse. Muy pocos seres sobrevivieron. La
radioactividad creó mutaciones en humanos, animales y plantas. Nosotros somos
las mutaciones de aquellos tiempos. La sangre de los seres humanos pasó de ser
de un tono dorado a ser de color rojo, y su piel, que era verdeazulada, se
tornó amarilla y posteriormente blanca.
Esa energía
nuclear liberada a la atmósfera cambió las condiciones: creó mucho dióxido de
carbono en relación con la cantidad de oxígeno, y apenas dejó nitrógeno. Hoy,
los humanos estamos recibiendo radioactividad. Esto, unido a que casi todo lo
que comemos está lleno de hormonas y conservantes químicos, disminuye
drásticamente nuestras reservas naturales. Nos estamos matando a nosotros
mismos. Hemos perdido el sentido del gusto y del olfato (aunque creamos que
degustamos y olemos). Nuestro cuerpo se está descomponiendo químicamente.
Ahora, con
nuestra atmósfera, acumulamos un exceso de hierro, que al interactuar con los
campos electromagnéticos, se magnetiza en el cuerpo. El hierro atrae la
radiación que se transmite a través de la atmósfera, lo cual crea un campo
magnético alrededor de las células muy peligroso para la salud. Es decir, el
hierro es un imán, especialmente para el cerebro, el cual constituye un
poderoso centro de energía.
El cerebro
trata de abrirse paso a la energía que se mueve por el cuerpo, pero el cuerpo
no siempre es capaz de impulsar la energía apropiadamente, de modo que el
cerebro se extenúa. Y no por falta de oxígeno, sino por la deficiencia en
nosotros del mineral cobre. El exceso de hierro y la deficiencia de cobre es lo
que principalmente causa nuestro envejecimiento.
Esto se debe
a que nuestra atmósfera está compuesta primordialmente de oxígeno y una pequeña
parte de dióxido de carbono. En cambio, una composición equilibrada debería ser
tres cuartas partes de nitrógeno y una cuarta parte de oxígeno, lo cual
permitiría que almacenáramos una proporción armoniosa de cobre, zinc y hierro,
por este orden.
Este cambio
químico en la atmósfera no sólo se traduciría en una mayor longevidad, sino en
una tonalidad diferente de la piel (la cual se tornaría de un color rosado más
oscuro por efecto del incremento de melanina, que protege de los rayos
ultravioletas), menos cantidad de cabello en el cuerpo y más cantidad en la
cabeza, órganos y glándulas endocrinas (especialmente la pineal y la tiroides)
eficaces y una excreción de fluidos mucho menor.
La adecuada
proporción de cobre, zinc y hierro constituiría, en definitiva, una mayor
protección de reservas para el organismo y evitaría la atracción de
radioactividad que pudiera filtrarse en la atmósfera. Esto, en conjunción con
una conciencia elevada, crearía un campo electromagnético maravilloso.
También el
magnesio y el calcio quedarían automáticamente regulados y permitirían que las
células se adhiriesen molecularmente. Es esta adherencia la que a nivel celular
evita el envejecimiento. La pérdida de estructura celular a causa de un aporte
mineral insuficiente o inarmónico es lo que hace que el cuerpo se arrugue y
deteriore.
Debido a la
acumulación de hierro en el cerebro, que es una poderosa fuente de energía
creativa, la radiación de la atmósfera entra por la tiroides, la palma de las
manos y la planta de los pies. Esto impide conectarnos con un pensamiento y
conciencia más grandiosos. Las neuronas se ven afectadas, no se conectan bien,
lo que hace que el aprendizaje y la absorción de nuevo conocimiento se
ralentice y se vuelva torpe.
El hierro
también descompone el ARN del ADN. Las células se destruyen, y las nuevas
células que nacen no tienen la elasticidad suficiente para recuperar la adherencia
perdida. Es como lo que ocurre con una cicatriz. Una vez la piel pierde su
estructura y elasticidad, el nuevo tejido queda despigmentado y no recupera la
apariencia original.
Este hierro
está deteriorando nuestros tejidos, destruyendo la melanina y tornando nuestra
piel más vulnerable y blanca. Si nuestro cabello está perdiendo pigmentación y
se nos está cayendo, es síntoma de que hay exceso de hierro en nuestro
organismo.
Cambiando la
proporción de minerales, los tejidos del organismo se limpiarían y despejarían,
incrementarían su funcionalidad y permitirían dirigir el pensamiento hacia la
conciencia dinámica. Es decir, se dinamizaría la energía de nuestro cuerpo y de
nuestro cerebro, el cual se volvería increíblemente eficiente.
El cobre
incrementa el rango orbital y la velocidad del electrón alrededor del núcleo.
Entra en el torrente sanguíneo, a través de la hemoglobina, y se adhiere a las
capas exteriores de las células, impidiendo que se desestructuren y destruyan e
incrementando la actividad neuronal. El cerebro, así, se vuelve agudo,
funcionando a una mayor velocidad. Incluso podría captar pensamientos de otros
planos al otro lado de nuestro universo al estar emitiendo frecuencias
despejadas. Se vuelve más eficiente a la hora de manifestar el pensamiento. En
definitiva, el cobre (el azurín) cambia el campo electromagnético de las
células inundadas de hierro y engrosa los tejidos externos convirtiéndolos en fuertes
escudos protectores de la radiación.
Hay personas
que creen que al hacer ejercicio tonifican su cuerpo, pero lo cierto es que
inhalamos constantemente dióxido de carbono y oxígeno, lo que deteriora el
cuerpo y acelera el proceso de envejecimiento. Ese ejercicio sería ideal si la
atmósfera fuera distinta.
Así que es
más que recomendable cambiar nuestros hábitos y aportes minerales. Junto con
una equilibrada proporción de cobre, zinc y hierro, además de otros
maravillosos nutrientes como la clorofila, el cobalto (contenido en la vitamina
B12), la vitamina C, el betacaroteno y la enzima superóxido dismutasa, elevamos
nuestra frecuencia y retrasamos el envejecimiento. Podemos emanar un campo que
repele la radiación hacia una conciencia mayor.
Nuestro
cuerpo físico es el albergue del cuerpo espiritual.
Fuente: Reconectando con Gema
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