LAS ENFERMEDADES SON UNA EXPRESIÓN DE LA CRISIS”



La antropóloga y epistemóloga Ana María Llamazares nos habla de los últimos resquicios de un viejo mundo, que desaparece para dar lugar a una visión integradora y a un esperanzador despertar colectivo.

  La antropóloga Ana María Llamazares y una charla que está más vigente que nunca.

Cuántas veces sentimos, frente el televisor, una inmensa desolación ante el drama de la guerra, como si las esquirlas de los bombardeos llegaran desde el otro lado del mundo y nos rozaran la cara? ¿Cuántas vemos, con desesperación, cómo el agua de tormentas arrasa con casas, árboles, autos, vidas? ¿Cómo explicar la crueldad y la violencia cotidianas?
¿Por qué hay tantas enfermedades?

“Las enfermedades son, sin duda, una expresión de la crisis. Carl Jung habla del principio de compensación. Si lo pensáramos como una balanza, habría un platillo que se cargó demasiado y otro que lo viene a compensar. Occidente desbalanceó esa balanza entre lo femenino y lo masculino; lo racional frente a todas las otras formas de conocimiento; lo mental frente a lo emocional; lo material frente a lo espiritual…”.su libro Del reloj a la flor de loto (Del Nuevo Extremo)

Sin salir de nuestras casas, ¿por qué sentimos tanta angustia y seguimos preguntándonos por qué pasa lo que pasa? No podemos explicarlo pero tampoco negarlo. Afortunadamente, hay otras personas haciéndose estas preguntas y algunas de ellas están dispuestas a aportar luz para entender esta crisis global. Personas que comparten su sabiduría para ayudarnos a mirar desde otra perspectiva y así poder ver el bosque y no solo el árbol.

La antropóloga argentina Ana María Llamazares, especializada en epistemología, investigadora del Conicet, docente universitaria y escritora, es una de ellas y desde Sophia quisimos consultarla.
El resultado fue tan gratificante como inesperado: nos encontramos con una pensadora y académica tan capaz de navegar las aguas de las ciencias más duras –matemáticas, física cuántica y biología– como las del arte, la filosofía y la historia; también los ríos de las teorías políticas, la psicología, el chamanismo, la ecología y el feminismo, entre otras.

En esta nota la investigadora nos habla de los peores cataclismos con lucidez y sencillez, sin perder la calma.

En su libro Del reloj a la flor de loto (Del Nuevo Extremo), un exhaustivo trabajo que le llevó diecisiete años, la investigadora sostiene su esperanzada tesis: la humanidad atraviesa una gran crisis, un momento de gran transformación en el que una vieja visión del mundo se desmorona y en medio de los escombros brotan las semillas de una nueva cosmovisión, una nueva consciencia colectiva.

Ya nada será igual. Es el nacimiento de otra humanidad.

Ana María Llamazares nos recibe una calurosa mañana en su dúplex del barrio porteño de Chacarita. Ese departamento lleno de luz y de libros que comparte con Rita, su gata, y donde pasa horas investigando y tratando de desentrañar los hilos de la gran trama que se teje entre los seres humanos, consigo mismos, con la naturaleza y con el universo. Ana María Llamazares cree que con la búsqueda de respuestas al malestar “surge la posibilidad de modificar el rumbo”. Ese es el camino: reconocer y atravesar la crisis para lograr un cambio de la consciencia. Durante la charla hará referencias a sus crisis personales, que se fueron entrelazando con sus investigaciones teóricas y la redacción de su libro, comprobando en sí misma, en su mundo interior, mucho de lo que observaba “afuera”.

–Usted plantea que estamos viviendo una crisis multidimensional. ¿A qué se refiere?

–Si hiciéramos una radiografía de la crisis, habría que recorrer indicadores desde lo ecológico hasta lo más existencial y profundo. La crisis es como una espada que recorre desde el corazón de la galaxia hasta el corazón del alma humana. Entre medio ensarta y atraviesa verticalmente todas las dimensiones de la vida; no afecta más a Oriente que a Occidente, al norte que al sur, o a los pobres que a los ricos. Nos alcanza a todos. En este sentido la globalización ha tenido un efecto positivo al mostrar que estamos interconectados y que todo nos afecta a todos. Casi literalmente todo está trastocado, pero no es el fin del mundo: es el fin de un mundo y el comienzo de otro.

–¿Cómo arribó a la idea del cambio de consciencia?

–Para la tesis de mi libro me inspiré mucho en Morris Berman, filósofo e historiador de la ciencia, que tiene un libro fantástico, El reencantamiento del mundo. El autor retoma la idea de que el mundo en Occidente moderno se desencantó, es decir que perdió el alma y se fue desconectando de las cualidades espirituales.

–¿Qué significa que la crisis actual tiene una base epistemológica?

–A la crisis podemos entenderla como una crisis de paradigma. Lo que está en crisis es un modo particular de concebir el mundo y de estar en él, porque las ideas no están desgajadas de la vivencia y de los actos. La cosmovisión es un conjunto de ideas que condiciona nuestro modo de estar en el mundo, de valorarlo, de sentir, de actuar, de pensar. Lo captamos según ese paradigma.


  En su casa de Chacarita la investigadora recibió al equipo de Sophia.
“Si hiciéramos una radiografía de la crisis, habría que recorrer indicadores desde lo ecológico hasta lo más existencial y profundo. La crisis es como una espada que recorre desde el corazón de la galaxia hasta el corazón del alma humana. Entre medio ensarta y atraviesa verticalmente todas las dimensiones de la vida; no afecta más a Oriente que a Occidente, al norte que al sur, o a los pobres que a los ricos. Nos alcanza a todos”. De su libro.

De lo que habla Llamazares es de “una crisis de conocimiento”, como si alguien nos estuviera diciendo que todo lo que aprendimos, incluso la forma en que pensamos, ya no sirve más. O, al menos, debe integrarse con otras formas de conocimiento. Como si intentáramos reproducir un CD en un tocadiscos.

Lo que empieza a caerse es el paradigma materialista, mecanicista y racionalista derivado del mundo de las ciencias clásicas. “La vieja visión de mundo está muy instalada a nivel de las instituciones, de la educación, de la política y adentro nuestro. Seguimos pensando y funcionando con estos patrones cognitivos, sensibles, valorativos. Son como modelos, moldes con los que nos hemos criado. Vivimos en una sociedad que en gran medida sigue realimentando ese viejo paradigma. Me refiero a este modo de vivir hiperurbano, consumista, machista, autoritario, violento, materialista, que constituye el sistema en el que estamos viviendo. Eso que todavía está cayendo, pero sigue muy vigente, hace ruido cuando empieza a querer emerger algo nuevo, produce tensión tanto a nivel social, externo, de las instituciones y la ciencia como en nuestra propia interioridad”.

–¿Podría explicar la segunda dimensión –la evolutiva– de la crisis?

–Acá se está jugando un cambio, como cuando pasás de velocidad con el auto: un cambio a nivel de la consciencia. Probablemente tenga que ver con el sistema nervioso y de nuestro cerebro. Igual que en un individuo, a nivel de la evolución de la consciencia colectiva, la Modernidad cumplió un rol imprescindible: significó el desarrollo del ego moderno, del sujeto moderno. Ahora el ego está constituido, pero en el proceso evolutivo hay peligros: las tendencias regresivas, o las tendencias de insuflación del ego, de exageración, de creérsela. En esta posmodernidad estamos sufriendo una gran insuflación colectiva del ego. El individualismo.

–¿Todavía estaríamos en la adolescencia?

–Estamos como un adulto que aún es adolescente porque se cree el centro del mundo y lo único que le interesa es tener cada vez más. Occidente logró un sentido de identidad muy fuerte. El riesgo es un ego desbocado que sigue creyendo que todo es para él, que puede todo, que no hay límites, que los recursos no importan y puede consumir lo que quiera sin que los demás importen. Y que con la razón todo lo puede.

La tercera dimensión: una mirada hacia adentro y hacia arriba

De las tres perspectivas de la crisis –dice Ana María Llamazares– la más profunda es la dimensión espiritual. Lo que ocurrió durante la Modernidad fue una fragmentación como correlato de aquel paradigma científico que veía a la materia y al universo como algo sólido, inmutable e infinito, completamente separado y escindido del ser humano, al servicio de la acumulación y la investigación. Esta fragmentación llevó a Occidente a separarse de la naturaleza, perder conexión con lo vital, con la propia subjetividad humana y con los aspectos más sensibles, sutiles e intangibles de la existencia. Se consideró lo racional, lo material y lo mensurable como lo único verdadero, y al juicio científico, “como el último tribunal de certeza”.

Así se fueron al destierro otras formas de saber y conocer.

Lo filosófico, lo artístico, lo irracional, lo intuitivo, lo mágico, lo corporal, lo afectivo, lo sensible, lo místico y lo espiritual quedaron “a la sombra” de lo racional y objetivo. Esto llevó a un divorcio entre el hombre y la naturaleza exterior, pero también con su interioridad, lo que le produjo “una fractura psíquica” cuyo resultado son la angustia y sus consecuentes estados de depresión, ansiedad, miedo, abandono, así como las conductas adictivas para suplir ese vacío existencial.

–Desde la dimensión espiritual, ¿qué fue lo que produjo la crisis?

–Durante la Modernidad se produjo una desconexión, un quiebre entre el ser humano y los aspectos espirituales, que hoy reclaman una reconexión. Necesitamos reintegrar las partes que quedaron sometidas y el principio femenino es una de ellas. Me refiero a la reconexión con lo espiritual o lo divino, con lo sagrado del cosmos y de nosotros mismos. Necesitamos reencantarnos, reanimarnos, ponernos el alma de vuelta. El paradigma moderno nos cortó ese vínculo y nos dejó sin alma. Nos convirtió casi en autómatas. Esa es la visión del hombre máquina.

“A la crisis podemos entenderla como una crisis de paradigma. Lo que está en crisis es un modo particular de concebir el mundo y de estar en él, porque las ideas no están desgajadas de la vivencia y de los actos. La cosmovisión es un conjunto de ideas que condiciona nuestro modo de estar en el mundo, de valorarlo, de sentir, de actuar, de pensar”. Parrafo de su libro

–¿Qué relación tiene esto con las enfermedades?

–Las enfermedades son, sin duda, una expresión de la crisis. Carl Jung habla del principio de compensación. Si lo pensáramos como una balanza, habría un platillo que se cargó demasiado y otro que lo viene a compensar. Occidente desbalanceó esa balanza entre lo femenino y lo masculino; lo racional frente a todas las otras formas de conocimiento; lo mental frente a lo emocional; lo material frente a lo espiritual… un montón de dicotomías. Una de las características del paradigma de la Modernidad es el versus, la antinomia; es poner todo en blanco o negro, no en blanco y negro. Es el mecanismo de la exclusión, de los opuestos antagónicos. Si estás de este lado, no estás del otro. De esa manera el otro se transforma en enemigo. Las enfermedades del cuerpo son una expresión de la crisis. Uno de los males contemporáneos es el cáncer. Fijate cómo funciona: como células que se autonomizan en exceso y desobedecen el orden general del organismo, creciendo por su cuenta. Ese lenguaje celular es un reflejo de lo que está pasando en el ámbito de las emociones, las mentes, la sociedad.

–¿A qué se refiere cuando, en su libro, habla de la “sombra” de Occidente?

–Occidente fragmentó, diferenció y jerarquizó, y lo que quedó subordinado fue reprimido, sometido o excluido. Con todo eso que quedó debajo, lo que se generó es –en términos junguianos– una enorme “sombra” a las espaldas de la racionalidad moderna. Todo a lo que no se le ha dado un lugar, lo diferente en todas sus manifestaciones –lo que no fuera blanco, occidental, cristiano y rico–: lo indígena, lo musulmán, lo femenino, lo irracional, lo emocional. Una larga lista de dimensiones.

Conocemos las consecuencias de que lo femenino haya quedado en las sombras. ¿Qué impacto tuvo eso en los varones?

–Esa represión operó en todos: no solo las mujeres quedamos reprimidas o sometidas. Los hombres debieron cercenar una enorme parte de su interioridad, de su sensibilidad. Se les dijo: ‘Tenés que ser una máquina de competir’, ‘Tenés que ser fuerte’, ‘No tenés que llorar’. Para que haya un cambio, necesitamos reencontrar nuestras propias partes, integrar y hacer ese matrimonio sagrado de lo femenino-masculino. Lo que ocurre es que se está dando un momento alquímico en la mente colectiva, donde la consciencia necesita volver a reencontrarse amorosamente, no seguir compitiendo. Hay que encontrar esa forma de trascender y de integrar. Y creo que el camino es el camino de lo espiritual.

–¿Cómo se sale de la crisis?

–La gran salida para la crisis es tomar consciencia y dejar que la consciencia actúe, que encuentre su lugar en el cosmos. Tenemos que ser conscientes y hacer lo nuestro, pero sin caer de vuelta en la ilusión de que con nuestra voluntad vamos a cambiar todo, porque hay una gran parte que se hace más allá de nosotros. La paradoja es que no se hace sin nosotros. Lo holístico nos saca de la lógica lineal, de la causalidad, de lo predecible, y nos coloca en otra dimensión. Si queremos comprender desde la cabeza y decir: “Ah, bueno, si la crisis viene por ahí, hago tal cosa”, es volver un poquito a lo que pasó en las décadas del 50 y el 60 con el hippismo, y después con las iniciativas más violentas: querer cambiar el mundo en función de las propias ideologías. Esa perspectiva fracasó. Por la fuerza no vamos a cambiar el mundo.

–¿Cómo sucede el cambio de consciencia?

–Lo verdaderamente transformador es cuando esa comprensión no se da solo desde la cabeza sino desde el cuerpo. Hay emoción, hay insight, hay intuición. Cuando la comprensión está solo al servicio de una excelente descripción intelectual de la situación, es un ensayo más pero no hay cambio. ¿Cuándo hay transformación a nivel personal y a nivel social? Cuando ocurre un hecho en nuestras vidas que puede estar dado por una enfermedad, por alcanzar un límite, o por un proceso de compromiso profundo con tu autotransformación.

–¿Podemos buscarlo voluntariamente?

–Sí, pero no es solo cuestión de voluntad sino de ponerse al servicio del orden cósmico. Las personas tenemos resistencias, dificultades, miedos y obstáculos. El camino no es unidireccional. No es decir: “Ay, qué bueno, me meto en el camino de la autotransformación”. Tiene que darse una combinación misteriosa de destino y libre albedrío.

–¿Se refiere a una actitud de entrega?

–Sí. La entrega es una actitud que tiene que ver con un desarrollo espiritual y no es necesariamente pasiva. Es abrirse a percibir otro orden y a danzar con él. Esto requiere una actitud receptiva y atenta a lo que viene del otro, a lo que el entorno necesita, a lo que va surgiendo y se va manifestando. A lo que sentimos como un llamado.

-¿La religión puede ayudarnos?

–Lo que ocurre es que, desde la religión, hemos tenido la impronta de que esa actitud era sinónimo de sometimiento. Es una visión muy patriarcal, donde Dios ocupó un lugar de padre distante, autoritario y estricto. Al ser humano le quedaron muy pocas opciones, quedó condenado a ser un hijo obediente o una oveja descarriada que merecía el castigo y el infierno. Esa es una visión terrible. ¿Dónde está el amor en esa visión? Ese es el principio que la evolución de la consciencia requiere: la reemergencia del principio femenino amoroso que busque el encuentro en lo femenino y lo masculino para recuperar un cierto equilibrio.

Apogeo y crisis de la razón iluminada
El propósito de Llamazares con su libro Del reloj a la flor de loto es ampliar la comprensión de la crisis contemporánea, reconstruir el camino que nos trajo hasta aquí, a este “padecimiento físico y anímico” y que ella considera se origina con el advenimiento de la Modernidad. “La Modernidad es mucho más que un período histórico y una sucesión de hechos sociales, culturales y económicos. A lo largo de los últimos seiscientos años de la historia de Occidente, lo que llamamos Modernidad y su desenlace contemporáneo –la posmodernidad– se han transformado en un estado de consciencia, en un patrón de pensamiento, de valores y de emocionalidad, que aún rige en gran medida nuestras acciones y decisiones de todos los días”.

Algo en común circula por las heridas contemporáneas. Según la investigadora, esa raíz común se encuentra en el sistema de valores del paradigma científico de la Modernidad que surgió a partir del siglo XV y se fue desarrollando con el Renacimiento, la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII (con pilares teóricos como Galileo, Newton, Descartes y Bacon), el movimiento iluminista (la Ilustración) en el siglo XVIII, que consagró el racionalismo, y su expansión al ámbito social con la Revolución Industrial en el siglo XIX. “Esta visión del mundo o paradigma se basa en los principios de la oposición excluyente, la competencia, el control y la explotación de los recursos naturales para el beneficio del ideal de progreso y crecimiento ilimitados. Este sistema de valores determina una particular manera de concebir el mundo, de percibirlo, de sentirlo y de actuar en él”, explica.

Durante el siglo XIX, pero en especial a lo largo del siglo XX, aparecieron nuevas teorías científicas y enfoques que han relativizado y hasta refutado la validez de muchas de las teorías clásicas. La física cuántica, el principio de incertidumbre, la teoría de la relatividad, la teoría de sistemas, la teoría Gaia, la teoría del caos, la ecología, el feminismo, el psicoanálisis, la psicología profunda, la teoría de la inteligencia emocional, la logoterapia y tantas otras son las nuevas formas de percibir la realidad que están construyendo los “nuevos paradigmas” desde una mirada integral. “Una nueva visión del mundo más equilibrada y sustentable, que tiende puentes con antiguas tradiciones de conocimiento y sostiene una profunda concepción holística del universo”.

Texto: Carolina Cattaneo y Cristina Miguens. Foto: Sol Levinas.

Fuente: Sophia Online

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