LA ESPIRITUALIDAD DEL CUERPO


Autor: Alexander Lowen, creador del Análisis Bioenergético.

Tener principios y respetarlos es algo que responde al interés propio de una persona. Pero también puede ser un acto sumamente espiritual. Los seres humanos podemos emular el amor de Dios por el hombre a través del amor que nos demostramos unos a otros.

Dios no sólo es omnisciente; también es omnipresente. Está en todos nosostros. Muchos místicos religiosos de diferentes creencias, han escrito que Dios vive en el corazón humano. Cuando sentimos amor en nuestro corazón estamos en comunión con Dios.
Cuando demostramos ese amor, a menudo logramos conectarnos con nuestro prójimo. Una sonrisa gentil puede reconfortar el corazón de otra persona como un rayo de sol. Un acto gentil puede estimular el espíritu y abrir el alma a la belleza de la vida. La persona gentil acepta a los demás, no por obligación sino por amor. Esto no significa que nunca se enfade, sino que su ira es como la de Dios, directa y de breve duración. Tras una tormenta así, el cielo queda límpido y claro y el sol brilla con más fuerza.

El alma es el nombre que le damos al sistema energético que anima todo el organismo. Si sentimos odio, el corazón se contrae y el alma se encoge.
Si somos amables el corazón se expande y el alma se ensancha. El brillo de una sonrisa amistosa proviene de un corazón pleno de buenos sentimientos.
La calidez de una persona amable se deriva de su intensa pasión por la vida y su falta de rigidez. No se puede ser amable y compulsivo al mismo tiempo.
Una persona amable es lo bastante paciente como para establecer un vínculo sincero y cálido con todos aquellos con quienes tiene contacto.

La persona amable también tiene conciencia de estar sujeta a algo más grande y más poderoso que ella misma. Sin esa fuerza, ¿qué existe que pueda frenar la egolatría y la codicia del hombre, que lo llevan a ver la Tierra y sus habitantes como cosas a ser explotadas en provecho de los deseos propios y las satisfacciones personales?. Al entregarse a su codicia, el hombre destruye la tierra misma de la que depende su propia existencia.
Junto con esta actividad destructiva ha habido un quebrantamiento de los valores morales y un deterioro concomitante de la salud y la vitalidad de la gente. La depresión se ha vuelto endémica, y muchos individuos han sentido la necesidad de recurrir a drogas de uno u otro tipo para seguir adelante.
En Occidente la vida se ha secularizado en forma creciente. Lo sagrado se ha reducido hasta convertirse en un mero conjunto de creencias y símbolos. Pero las creencias y los símbolos son procesos mentales que no toman en cuenta al cuerpo. Desde la perspectiva del mundo occidental, el cuerpo cae en la categoría de lo seglar, lo profano y lo material.

Ello refuerza la escisión entre mente y cuerpo, a la que he señalado como un factor determinante de la angustia emocional del hombre. El cuerpo no es tan sólo un objeto material, fácil de comprender en términos puramente físicos. No, el cuerpo no es un vehículo del espíritu, sino que es el espíritu hecho carne. El espíritu reside en el protoplasma, donde se pone de manifiesto en la capacidad de un organismo para responder a su medio de modo que promueva su proceso vital. Esta ha sido la historia de la vida en la Tierra desde hace millones de años.
Es la mente, centrada en el conocimiento y la razón, la que es seglar, y el cuerpo el que es sagrado. Por muy bien que queramos explicar el funcionamiento del cuerpo, en la base de ese funcionamiento está el misterio del amor. El corazón del hombre, donde reside el amor, es también el templo en el que reside Dios dentro del ser humano.

El fundamento de esta creencia es la capacidad de sentir una resonancia entre la pulsión del corazón y la pulsión del universo. Mientras que la pulsión de la vida se produce en cada célula y cada órgano del cuerpo, se siente con más fuerza en el latir del corazón y se experimenta más vívidamente en el sentimiento de amor. He descrito al organismo viviente como un estado de excitación contenida, y su corazón como centro. Esta excitación se eleva y rebasa la frontera del organismo cuando uno está enamorado, y en ese momento uno siente su conexión con el universo.
El amor es el verdadero sentimiento espiritual.Confío en que la mayoría de mis lectores haya experimentado este sentimiento alguna vez en su vida. ¿Pero por qué sólo alguna vez?. La sorprendente respuesta es que no nos amamos lo suficiente a nosotros mismos. Amarse a uno mismo no significa autoadoración, la cual equivale al narcisismo, un estado que carece de la excitación del amor.

Amarse a uno mismo es estar pleno de excitación vital y responder a esa excitación en cada una de sus múltiples manifestaciones. Amarse a uno mismo es amar la vida y todas las cosas vivientes. Uno no puede amar plenamente a otro a menos que se ame a sí mismo. Sin amor por uno mismo, uno toma pero no da nada.
Con amor por nosotros mismos, podemos alcanzar las tres formas de armonía: la armonía animal, es decir, la integridad mantenida por el pleno y libre flujo de excitación en el cuerpo; la armonía humana, por la via de vivir según el principio "Sé franco contigo mismo"; y extender ese principio a nuestro prójimo a través de una conducta bondadosa, y armonía espiritual, por medio de la conexión con un orden superior.
Sólo a través de la integración de la personalidad en estos tres niveles podremos alcanzar la trascendencia que denominamos "el estado de armonia": en verdad, la espiritualidad del cuerpo.


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