"¿Qué permanece de
la vida cuando envejecemos?", se pregunta la autora de esta maravillosa
reflexión sobre el paso del tiempo y el valor de hacer de él una verdadera
escuela de amor, gratitud y sabiduría.
Por Susanne Schaup
“Eres tan viejo como te
sientas”. Este dicho popular tan escuchado no es tan simple como parece.
Es verdad que la
medicina moderna y las mejores condiciones de vida han demorado el ingreso a la
“vejez” y aumentado nuestra expectativa de vida. La cosmética, la moda, la
publicidad, los gimnasios y el movimiento de bienestar nos ayudan a mantenernos
jóvenes por más tiempo. La creciente industria de la salud y las agencias de
viaje de todo el mundo reciben ganancias gracias a que nos mantenemos en forma
hasta en la vejez. La franja societaria que posee tiempo y dinero para gastar
en cruceros y viajes por el mundo, símbolos del estatus caros que realzan
nuestro divertimento y bienestar está representada principalmente por la
generación más vieja. La jubilación, ese “tiempo bien merecido para descansar”,
es una etapa de la vida en la que muchas personas de la tercera edad se sienten
lo suficientemente activas como para realizar actividades para las que nunca
tuvieron tiempo cuando eran jóvenes, como por ejemplo viajar, adquirir un nuevo
hobby, aprender un nuevo idioma o manualidad, entre otras cosas.
Sin dudas mantenerse
activo, cuidar la salud física y adoptar un estilo de vida saludable ayudan a
ralentizar el proceso de envejecimiento. En contraposición a esto, una amiga de
mi abuela vienesa solía llamarla “anciana amorosa” cuando tenía apenas
cincuenta y tantos años. En una fotografía tomada en esa época, de hecho parece
una persona más anciana en su modesto vestido negro, un chal tejido alrededor
de sus hombros y su cabello naturalmente gris atado en un moño en la nuca. Su
afable rostro muestra arrugas, signos visibles del envejecimiento. En aquella
época, las mujeres de clase media respetables no usaban maquillaje ni se teñían
el cabello. Su rostro tiene una apariencia de resignación. Luego de las
miserias sufridas durante la Primera Guerra Mundial y de una vida agotadora
como madre y ama de casa, la vida ya no tenía nada para ofrecerle.
Cuando el cambio de
paradigma en los roles de género gradualmente surtió efecto, las mujeres
comenzaron a verse distintas durante la llamada vejez. Al igual que los
hombres, prolongaron la parte activa de sus vidas. La “productividad” adquirió
un nuevo significado, superando la crianza de niños y el trabajo como medio
para ganarse la vida. Puede que una mujer no gane un sueldo, pero aún puede
realizar contribuciones valiosas para la vida de quienes la rodean y para su
propia vida hasta su último aliento, si así lo desea y si posee la energía para
ello.
El envejecimiento se ha
vuelto algo así como una de las bellas artes. La longevidad humana ya no se
divide en tres períodos: niñez (juventud), mediana edad y vejez; sino que lo
hace en cuatro o hasta cinco etapas. El período que se ha ampliado
dramáticamente es la vejez. En la actualidad, a las personas de 55 a 70 años de
edad se las llama “mayores”, a las personas de 70 a 80 años “ancianos” y a las
personas mayores de 80 años “muy ancianos”. Esta es una escala estimada y puede
variar según la persona. Una vez que llegamos a la última etapa de la vejez,
¿cómo la afrontamos?
Pienso que es crucial
aceptar las limitaciones naturales impuestas por la vejez. Me llevó años
aceptar que ya no podía caminar o correr tan rápido como solía hacerlo, ya que
sólo era una “persona mayor”. Hoy en día, toda actividad que realizo, ya sea
caminar, preparar una comida, escribir una carta o coser un botón, me lleva más
tiempo que antes y necesita de una planificación más meticulosa. No sólo me
muevo con más lentitud sino que también pienso con más lentitud. O, para ser
más precisa, necesito más espacio para meditar y reflexionar.
Ahora existe una
quietud en mí cuyo espacio antes era ocupado por la acción o la planificación
de la siguiente movida. La vida diaria se volvió más simple, de cierta forma.
Mientras estoy haciendo algo, cualquier cosa, ahora me tomo un momento para un
tipo de pensamiento asociativo no dirigido. ¿Podría llamarlo meditación? No
estoy sentada sobre un almohadón con mis piernas cruzadas y la espalda erguida
como en una postura de yoga (a pesar de que también hago esa actividad).
Simplemente escucho al tiempo mientras pasa. Estoy más consciente de la
transitoriedad de las cosas, mientras aún estoy en medio de ellas. Los pájaros
que alimento hoy pueden no estar allí mañana. El viejo amigo con quien estaba
recién hablando por teléfono puede salir de mi vida pronto, así como entró hace
cuarenta años. La temporalidad de la vida me volvió reflexiva, pero no
desesperanzada ni deprimida.
Hay algo gratificante,
hasta sublime, en el flujo de las cosas. A veces dejan rastros y a veces no.
Las bendigo a todas como parte de mi presencia en este mundo. Son formas de
energía en constante cambio. Nosotros mismos somos parte de este flujo
infinito. Siento que todo sucede sub specie aeternitatis. Esto significa que
todas las cosas, no sólo poseen un significado o una finalidad inmediata, sino
que también forman parte de una realidad más amplia. Adquieren otra importancia
en otra categoría de tiempo. Esta nueva cualidad me impulsa a ser más generosa,
más paciente y tolerante, en último término, conmigo misma. Necesitamos
perdonarnos a nosotros mismos por nuestra energía decreciente y por la
debilidad y fragilidad de la vejez. Podemos aceptarlas y reconciliarnos con
ellas.
«Hay algo gratificante,
hasta sublime, en el flujo de las cosas. A veces dejan rastros y a veces no.
Las bendigo a todas como parte de mi presencia en este mundo. Son formas de
energía en constante cambio. Nosotros mismos somos parte de este flujo infinito».
Tomemos por ejemplo el
olvido, que es tan común en la vejez. Entro a mi cocina y no puedo recordar
para qué fui. O, me olvidé que concreté una cita el otro día y la perdí. O no
logro recordar dónde dejé mi celular. Luego de una búsqueda frenética que dura
más de una hora, lo encuentro en un lugar que no corresponde. Lo habré dejado
allí en un momento de distracción. Estos son los errores comunes de la vejez, y
es mejor aceptarlos. Perdónate por aquello que no puede evitarse. Siempre que
cometo un nuevo error, me digo con una sonrisa: “¡Ah, uno nuevo!” Esto comienza
a ser más común ahora. A decir la verdad, cometo errores nuevos todo el tiempo.
Puede parecer impactante y molesto, pero es parte integral de la condición
humana.
Existe una forma
honorable de contrarrestar las distracciones: entrenarse a uno mismo para estar
totalmente consciente en todo momento. Básicamente, esta es la disciplina del
Yoga o la práctica Budista. Pero, atención, requiere de una enorme energía
mental. Lo he intentado y cuando tengo éxito una vez, fracaso dos.
Recordemos que siempre
está la perspectiva de sub specie aeternitatis. Desde dicho enfoque, tu vida
nunca se reduce o se priva de cosas como lo crees, como Henry D. Thoreau, el
sabio de Concord, Massachusetts, lo dijo hace mucho tiempo. Thoreau no tenía ni
cuarenta y cinco años de edad cuando falleció, pero existen almas avanzadas que
fueron bendecidas con sabiduría cuando aún eran jóvenes. La mayoría de nosotros
sólo nos acercamos a la sabiduría un paso a la vez, a medida que aprendemos a
lidiar con nuestras limitaciones durante el proceso de envejecimiento.
Ser olvidadizo y
limitado en diversos aspectos no significa que la vida durante la vejez posea
menos calidad. Una persona mayor puede aportar una apreciación y una empatía
más importante a los pequeños y corrientes eventos de la vida cotidiana, como
la apertura de una flor o las tonalidades de verde a comienzos de la primavera,
antes de que los colores saturados del verano aparezcan. Se aplica a la
experiencia de la belleza de todo tipo y, más importante, a la calidad de
nuestras relaciones.
También me he percatado
de que ahora leo con un interés más ávido que antes, ya que saboreo cada
palabra y frase y valoro la calidad del estilo, el aura de un libro. La
experiencia de una vida me ayuda a entender una obra de arte de manera más
extensa y en un contexto más amplio. Escucho música de manera diferente, ya que
me abandono al flujo de los sonidos, atenta a su mensaje indescriptible. Mis
manos están menos hábiles, mis dedos menos ágiles que antes, pero aún amo tocar
telas finas, sentir sus texturas; y el deseo de crear algo con ellas no me ha
abandonado.
¿Qué permanece de la
vida cuando envejecemos? Diría que todo, pero de manera diferente. Todavía
existe el mundo entero para experimentar, en otra escala y en un nivel más
profundo y reflexivo, al estar conscientes de la temporalidad de la vida y al
anticiparnos a nuestro adiós final. En todo momento la vida nos invita a
vivirla al máximo posible, con una percepción intensificada gracias al
privilegio de la vejez.
Por lo tanto,
modificaría nuestra declaración inicial: no necesitamos “sentirnos jóvenes”
cuando somos viejos. Lo importante es aprovechar las oportunidades en cada
etapa de nuestras vidas. La vejez puede brindarnos bendiciones que ni
imaginábamos cuando éramos jóvenes.
Susanne Schaup nació en
Viena, es escritora y traductora. Autora de Sofía. Aspectos de lo divino
femenino (Kairós, 1999), publicó libros sobre la vida y obra de Henry David
Thoreau, Martin Luther King y Elizabeth Kübler-Ross. Tradujo la obra de autores
como Emily Dickinson, Ralph Waldo Emerson, Raimon Panikkar y Walt Whitman,
entre otros. Colabora con Sophia con columnas relacionadas con los aprendizajes
y la sabiduría que trae el tránsito por la vida.
Susanne Schaup
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