El primer paso, tomar
la decisión para salir de la zona de confort
Decía León de Tolstói
que “todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí
mismo”. Breve frase del genial escritor y, al mismo tiempo, una gran verdad. No
resulta sencillo mirarse honestamente y descubrir (no digamos reconocer)
aquello que no es para nada encantador. Tampoco lo es desenraizar creencias, valores,
ideas y miedos que anidan en el complejo tejido de nuestra mente.
Si lo consiguiéramos,
si hubiera un pequeño atisbo de atrevimiento para hacerlo, así, con la mejora
de la autoestima y la alegría por una vida con sentido, paralelamente
observaríamos que el mundo que nos rodea también cambia.
Al darse un vuelco
sustancial en nuestra vida, se mueven energías y andamiajes a nivel físico,
mental y espiritual, incluso sin que seamos enteramente conscientes de
ello. Surgen nuevas oportunidades de
aprendizaje, introversión y bienestar, al tiempo que aflora la sabiduría que
tenemos aletargada en las profundidades de nuestro ser.
De ahí que el cambio
verdadero empieza en el interior de uno mismo. De forma tal que se renuevan el
comportamiento propio y el entorno.
El primer paso para
llevar a cabo ese cambio, cualquier cambio, es tomar la decisión de
concretarlo. ¿Obvio? No tanto. Mucha gente, aun teniendo clarísimamente lo que
quiere cambiar, nunca toma la decisión, apelando a una interminable lista de justificaciones
(pretextos).
Crean así una especie
de nebulosa mental que no les permite vislumbrar el vasto horizonte de
posibilidades que les brinda la vida. El resultado es un cóctel de sensaciones
de rigidez, desilusión, frustración, soledad.
Para dejar atrás esa
lista de excusas es necesario explorar e identificar los miedos que se esconden
detrás de aquellas. ¿Cómo?
Haciendo otra lista de
todo aquello que nos impide tomar la decisión.
Descubriendo qué
podríamos ganar y perder si les hacemos frente a esos temores.
Reflexionando sobre los
pros y contras en el caso de que no cambiemos nada.
Hay que estar muy
atentos a las voces que surgirán internamente para boicotear esta estrategia
reflexiva con el objeto de que no salgamos de la zona de confort en la que nos
hemos apoltronado (hasta ahora).
A veces se requiere el
apoyo terapéutico de quien puede ayudar a ver nuestra historia personal desde
otra perspectiva, para llegar al inconsciente y revelar la actitud con la que
afrontamos la vida diariamente.
No hay quien se haya
eximido de las dificultades propias de la existencia, como momentos de
humillación, abandono, maltrato, soledad… Pero lo significativo para nuestro
bienestar personal es el modo en que hemos gestionado lo vivido.
Para entenderlo mejor,
cómo has gestionado tu dolor, en qué persona te ha convertido ese dolor, qué
actitud has tomado ante los demás, si te sientes víctima, dictador, juez,
justiciero, culpable… Pero a la par, de qué forma has experimentado tus
momentos felices, qué sentimientos han surgido, si te has sentido merecedor de
esa felicidad…
Es sabido que no
podemos cambiar nada del pasado, pero sí es posible encargarnos de la impresión
que cualquier cosa haya dejado en nosotros. A la vez que recordemos lo
provechoso, debemos soltar lo que nos causa daño, como la ira, el rencor, la
envidia, para quedarnos únicamente con el aprendizaje obtenido de la
experiencia vivida.
Alejandro Ferro
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