Extracto de una charla con Emilio
Carrillo. El triunfo del amor incondicional
Jesús de Nazaret nos ofrece una
hermosa y potentísima parábola, la del Hijo Pródigo, de la que conviene
recordar cuáles son sus protagonistas fundamentales. Son tres y cada uno de
ellos juega un papel muy importante. Por un lado, el hijo que se va de la casa,
de ahí lo de pródigo, y un padre a quien el primero le dice: “Padre, dame mi
parte de la herencia que me quiero ir; quiero vivir mi vida, tener
experiencias, fuera de aquí, lejos”.
El padre, sin hacerle preguntas,
tampoco comentarios peyorativos o juicio alguno, le entrega la parte que le
corresponde de la herencia. Y el hijo se va.
El tercer protagonista es otro hijo,
el mayor. Su protagonismo aparecerá al final de la parábola, pero tiene mucho
peso y conlleva una lección consciencial y espiritual muy significativa.
El argumento empieza cuando el hijo
pródigo se marcha tras haber recibido de su padre la parte de la herencia que
le corresponde, como dijimos sin reproche alguno.
El hijo pródigo vive experiencias
múltiples. Como todo ser humano, busca la felicidad, pero la busca afuera: en
los placeres, la riqueza, las experiencias de bienestar, las que nos resultan
agradables, etcétera.
Inmerso en ese mundo de materia, de
apariencia, poco a poco el dinero se le va acabando y derrocha la herencia. Su
vida deja de tener esos enganches al mundo material porque empiezan a faltar
los recursos.
Así comienza a vivir otro tipo de
experiencias, más dolorosas, más sufridas, que van llevándolo por una noche
oscura que lo conducen a replantearse cosas. Lo sabemos por experiencia propia,
cuando nos alcanzan noches de sufrimiento, nos preguntamos cosas que hasta ese
momento no habíamos pensado. Buscamos a personas que antes no hubiéramos buscado,
o leemos libros o vemos películas que nunca hubiéramos leído o visto.
El hijo pródigo empieza a hacerse ese
replanteamiento y en un momento dado decide volver a casa. Es una metáfora
preciosa: el regreso al hogar. Es decir, el padre representa la divinidad más
pura, es nuestro auténtico hogar.
En este plano material nos olvidamos
de lo que somos y vivimos el Gran Olvido. El hijo pródigo está metido en ese
gran olvido durante mucho tiempo, pero en un momento determinado las
circunstancias de noches oscuras lo empujan a una vuelta al hogar, lo cual
también significa una paulatina recuperación de la memoria.
En el momento que el hijo pródigo
toma esa decisión se producen algunos hechos que son muy emotivos, enormemente
hermosos. Lo primero es que la parábola dice “… Y el padre lo estaba
esperando”.
Al padre no tienen que avisarle que
su hijo está regresando y el hijo tampoco necesita hacerlo con el padre. El
padre siempre está esperando. La divinidad, que está en todo y en nosotros,
siempre está esperando. Como cuando le dio la parte de la herencia, no hace
juicio alguno. No hay ningún reproche porque forma parte de la dinámica lógica
de la consciencia: apartamiento, olvido y retorno al hogar.
El padre lo abraza y le expresa todo
su amor. Como expresión de su felicidad, organiza un banquete de celebración
por el regreso de su hijo.
Aquí aparece el tercer protagonista:
el hijo mayor. Al regresar del campo las personas que trabajan con él le dicen
que su hermano ha vuelto y el padre ha dispuesto un banquete para festejarlo.
El hijo mayor se enfada y aparece
claramente, aunque la parábola no lo denomina así, el ego. Ese ego que dice:
“Pero padre, a mí, que estoy aquí permanentemente, no me has hecho nunca una
fiesta, y a mi hermano, que se fue y ha dilapidado la herencia, le organizas
una celebración. Esto no es justo, no estoy de acuerdo”. Y se niega a
participar de la recepción.
Lo que nos está reflejando esta
narración es que el padre es la divinidad siempre abierta, donde nunca hay
juicio ni reproche. Es nuestra casa que siempre tiene las puertas abiertas de
par en par.
El hijo pródigo es la experiencia que
mayoritariamente vivimos las almas encarnadas en el plano humano, de
alejamiento y paulatino retorno por las propias experiencias de la vida, las
que posibilitan que vaya saliendo de nosotros una consciencia que se ha
plasmado, manifestado, por la vida misma.
Es como si el hijo pródigo tuviera
una inocencia consciente en su interior que tenía que madurar a través de la
experiencia. Cuando vuelve, el hijo pródigo tiene la misma consciencia pero
expandida por la plasmación de la vida.
La madre Teresa de Calcuta llamó esta
experiencia la del “amor contra resistencia”. El amor incondicional. Todos
somos amor, pero cuando estamos en el contexto de esta vida física, material,
la práctica del amor se hace muy difícil. Desde luego, si en este contexto de
baja densidad aparece ese amor, un amor contra resistencia, somos capaces de
plasmarlo con el viento en contra, en cualquier escenario y situación.
Es así como el hijo pródigo vuelve al
hogar y a los brazos del padre.
El hermano mayor personifica la falsa
espiritualidad o religiosidad, la transformación de la espiritualidad en
dogmas, ritos, cultos, convenciones, que no se integran en el ser humano.
¿El hermano que había vivido junto al
padre aprendió algo de él?, ¿extrajo algo del padre? Porque ese padre es amor…
¿lo puso de manifiesto en su comportamiento con el hijo pródigo? A la vista
está que no porque le sale un ego que protesta y está disconforme porque el
padre celebra la venida de su hijo.
El hijo mayor, estando junto al
padre, es puramente un estar aparente. No está aprendiendo, no saca jugo de esa
experiencia, de lo contrario también estaría lleno de amor y festejaría la
llegada de su hermano.
Este hijo mayor demuestra esa
religiosidad hueca en la que es fácil caer y en la que tantos seres humanos han
caído. Esa religiosidad de simplemente decir yo voy a no sé qué culto, practico
este rito… pero realmente es algo seco, sin sustancia, que no está
transformando, impregnando.
Las experiencias del hijo pródigo sí
lo impregnan para que la consciencia retorne a él y se expanda. Las
experiencias que está viviendo al hijo mayor no le sirven para nada.
La parábola termina con un gran
interrogante: ¿el hijo mayor participa del banquete o no? La pregunta queda
ahí, el padre le insiste al hijo mayor que entre y no sabemos si realmente lo
hace, si se une o no a la celebración. Pero creo que ambos hijos definen muy
bien dos comportamientos típicos que abundan en el sendero espiritual, y la
parábola se decanta clarísimamente por vivir las experiencias.
Un maestro hindú decía que en el
camino espiritual “más vale pecar por exceso que por defecto”. ¡Vive la vida! A
la vida hay que exprimirla, saborearla. No tengas miedo, atrévete, porque si te
quedas parado, pecando de defecto, no vivirás, y si no lo haces, no tendrás la
expansión de la consciencia, la recuperación de la memoria y no podrás sacarle
todo el jugo a lo que la existencia humana conlleva y permite.
Es una parábola preciosísima, maravillosa, como tantas que nos brindó Jesús de Nazaret. Pero no se le saca la lección de vida y de consciencia tan importante que tiene.
Fuente: Tu Mismo
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