"Cuando dejamos de ser tribus,
la unidad se rajó. Creímos que la pareja, o el núcleo familiar iban a ser
suficientes, mientras amistades y círculos de pertenencia nos daban las migajas
de efímeras convivencias.
La tribu es mucho más que amigos, y
hermanos de sangre. La tribu es la pertenencia espiritual a una hermandad que
sostiene y nos invita a sostener. La tribu es donde los roles naturales se
comparten, intercambian e interactúan.
Las madres hoy maternan solas sin el
grupo de contención y apoyo. Los hijos tienen hermanos que son siempre los
mismos, los de la sangre, y los hermanos espirituales que son muchos deberían
estar jugando juntos, cocreando. Nos separamos en pequeñas propiedades
privadas, corriendo de un lado al otro para buscar el sustento para el núcleo
familiar.
Lo natural es agruparnos y mientras
unos siembran, otros educan, otros construyen, algunos cocinan, y en el momento
indicado nos juntamos a comer, a celebrar, a seguir tribando.
El amor que tanto buscamos, además
del amor a sí mismo que se cultiva, no es el de pareja, hijos, familia, sino
que al no tener tribu para practicar el amor en infinitas facetas,
sobrecargamos la idea de que la pareja, los hijos, y la familia, nos darán el
terreno para canalizar el amor.
Sin tribu es como un cuerpo humano
desmembrado intentando funcionar, cada miembro por separado.
Tenemos que volver a las tribus donde
los abuelos son dignificados y los tíos somos todos. El comercio, la propiedad
privada, y el individualismo nos arrancó como ramas del tronco que nos une.
En la tribu todos los dones son
bienvenidos, y los roles rotativos no crean aburrimiento ni saturación. En las
tribus hay tantos hermanos y hermanas que el compartir es riquísimo y los modelos
se alternan.
Ahora se empieza a usar el envejecer
entre amigos, y eso es apreciar la tribu. Podemos empezar antes y darles a los
niños el entorno saludable donde compartir es natural y donde hay muchos
referentes de quienes aprender.
La tribu: Es para crear el
amor."
Laura Losada
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