Es tiempo de recuperar
lo sagrado. Son días de volver la mirada hacia las raíces y de reclamar la
trascendencia que habitamos y que nos habita, como enjambre de abejas
endulzando el vivo y añoso tronco que las cobija.
No se trata de una
reivindicación religiosa, ni siquiera me refiero a una demanda de índole
espiritual. Nada de eso. Al igual que el canto de la oropéndola busca ser
atendido y considerado para, en última instancia, perpetuar la especie, hoy mi
reclamo se torna práctico, abanderado pragmático de los tiempos presentes.
La renuncia de lo
sagrado nos precipita directamente al abismo.
Y es que, la renuncia
de lo sagrado nos precipita directamente al abismo. Nos destierra de nuestro
propio hogar y subasta las nobles riquezas que nos fueron concedidas como
herencia. Como obra sin autor, quedamos huérfanos y a merced de ávidas
intenciones que reclaman su ganancia a costa de lo inefable.
Por ello, lo importante
debe volver a ser sagrado. Únicamente a través de este profundo reconocimiento
seremos capaces de conservarlo. Lo sagrado no tiene precio, al tiempo que su
valor es infinito e inconcebible. No puede comprarse ni venderse, ni está
sujeto a las leyes del mundo. Tan solo puede venerarse y respetarse, siendo
empleado para fines de semejante naturaleza.
¿Y que es lo sagrado?
La vida, sin duda. Y la naturaleza como genuina manifestación de la misma. Esta
es la enseñanza que tantas culturas y tradiciones pretéritas nos han mostrado,
desde los nativos americanos hasta los aborígenes australianos, pasando por el
pueblo celta y la propia tradición cristiana.
Si bien es cierto que,
al igual que en todas las sociedades humanas conocidas, el miedo, el deseo de
poder y la soberbia han emergido de algún modo u otro y han podido empañar y
tergiversar esta inmaculada visión, el mensaje de fondo siempre ha permanecido
presente e inmutable, como así han mostrado al mundo las numerosas vidas de
tantos hombres y mujeres lúcidos y virtuosos, sirviendo de testimonios vivos de
tan sublime realidad.
Entender que la vida
que palpita y da forma a un árbol es sagrada, que el fruto que tomamos de él y
nos nutre es un regalo y que su presencia es una bendición se torna un cambio
de paradigma necesario, imprescindible para instaurar con éxito un nuevo modelo
de sociedad.
Una sociedad que no
comercia con lo que no tiene precio, sino que lo toma como un maná, en su
cantidad justa y necesaria.
Una sociedad que
entiende lo sagrado, que hace de los bosques y selvas sus templos, que bendice
las aguas, que honra los vientos y contempla con asombro y admiración la
prístina cúpula celeste. Una sociedad que no comercia con lo que no tiene
precio, sino que lo toma como un maná, en su cantidad justa y necesaria, como
el arrendajo que siembra y expande el bosque al guardar los frutos que le
servirán de alimento.
Así como el viejo tocón
permanece vivo por las raíces hermanas de árboles colindantes, la sociedad que
está naciendo primará de valores genuinamente vegetales. Cooperación,
comprensión, inclusión, adaptación, compromiso, servicio, confianza y propósito
serán algunos de los principales tripulantes de este florido navío, comandado
por la lucidez que otorga el reconocimiento de la trascendencia propia y del
planeta.
Por todo ello, es
tiempo de recuperar lo sagrado.
Christian Gilaberte
Sánchez
Fuente: Intranatura
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