Extracto
del libro: Mis conversaciones con Dios
¡Vaya!
¡La verdad es que me inspiras!
Bueno. Si
Dios no puede inspirarte, ya me dirás quién demonios va a hacerlo.
¿Siempre
eres así de impertinente?
No he
pretendido que fuera una impertinencia. Léelo de nuevo.
¡Ah!
Ahora lo veo.
Exacto.
Sin
embargo, estaría bien que fuera impertinente, ¿no?
No sé.
Estoy acostumbrado a que mi Dios sea un poco más serio.
Bueno,
pues hazme un favor, y no intentes contenerme. Y, por cierto: hazte el mismo
favor a ti mismo.
Lo único
que ocurre es que tengo un gran sentido del humor. Te diría que tú también
deberías tenerlo a la hora de considerar todo lo que has hecho en la vida, ¿no?
Quiero decir que, a veces, tengo que reírme de ello.
Pero eso
está bien, ¿sabes?, pues Yo sé que al final todo acabará bien.
¿Qué
quieres decir con eso?
Quiero
decir que no puedes perder la partida. No puedes fracasar. No entra en el plan.
No hay modo de que no llegues a dónde vas. No hay modo de que equivoques tu
destino. Si Dios es tu objetivo estás de suerte, pues Dios es tan grande que no
puedes perderte.
Esa es la
gran preocupación, por supuesto. La gran preocupación es que, de un modo u
otro, la liemos y no lleguemos a verte
ni a estar contigo nunca.
¿Quieres
decir “ir al cielo”?
Sí. A todos
nos da miedo ir al infierno.
De modo
que por eso os habéis colocado allí de entrada: para evitar ir allí ¡Hummm…!
¡Una estrategia interesante!
¿Lo ves?
¡Vuelves a ser impertinente!
No puedo
ayudarte. ¡Todo este asunto del infierno hace que surja lo peor de Mí!
¡Desde
luego, eres un buen comediante!
¿Has
necesitado todo este tiempo para descubrirlo? ¿Te has fijado en el mundo
últimamente?
Eso me
hace pensar en otra pregunta. ¿Por qué no arreglas el mundo, en lugar de
permitir que se vaya al infierno?
¿Por qué
no lo haces tú?
Yo no
tengo el poder de hacerlo.
¡Tonterías!
Tienes el poder y la capacidad de acabar con el hambre en el mundo en este
momento, de curar las enfermedades en este instante. ¿Y si te dijera que
vuestro propio estamento médico oculta métodos de curación, se niega a aceptar
medicinas y procedimientos alternativos, porque amenazan la propia estructura
de la profesión de “curar”? ¿Y si te dijera que los gobiernos no quieren acabar
con el hambre en el mundo? ¿Me creerías?
Este
asunto me ha traído de cabeza. Sé que ese es el punto de vista populista, pero
no puedo creer que realmente sea cierto. Ningún médico niega una curación.
Nadie quiere ver morir a sus compatriotas.
Ningún
médico individual; es cierto. Ningún compatriota particular; es correcto. Pero
cuando hablamos del estamento médico y del estamento político, hablamos de algo
institucionalizado, y son las instituciones las que lo hacen, a veces de manera
muy sutil, a veces incluso inconsciente, pero inevitablemente… ya que, para
dichas instituciones, se trata de una cuestión de supervivencia.
Así, por
ponerte sólo un ejemplo muy sencillo y evidente, los médicos occidentales
rechazan la eficacia curativa de los médicos orientales porque aceptarla,
admitir que determinadas modalidades alternativas pueden proporcionar una
curación, supondría desgarrar el propio tejido de la institución tal como está
estructurado.
Esto no
es malévolo, pero es insidioso. El estamento no lo hace porque sea malo; lo
hace porque tiene miedo.
Todo
ataque es una llamada de socorro.
Eso lo he
leído en un libro.
Yo lo
puse allí.
¡Chico,
tienes una respuesta para todo!
Eso me
recuerda que no hemos hecho más que empezar con tus preguntas. Estábamos
hablando de cómo poner tu vida en marcha. Cómo hacer que “despegue”. Estaba
hablando del proceso de creación.
Sí, y yo
no dejaba de interrumpirte.
Eso está
bien, pero volvamos a ello, pues no nos interesa perder el hilo de algo muy
importante.
La vida
es una creación, no un descubrimiento.
No vives
cada día para descubrir qué te espera ese día, sino para crearlo. Estás creando
tu realidad cada minuto, probablemente sin saberlo.
He aquí
el cómo y el porqué:
1. Yo os he creado a imagen y semejanza de
Dios.
2. Dios es el creador.
3. Sois tres en uno. Puedes llamar a esos
tres aspectos del ser como quieras: Padre, Hijo y Espíritu Santo; mente, cuerpo
y espíritu; superconsciente, consciente y subconsciente.
4. El proceso de creación procede de estas
tres partes de vuestro cuerpo. Dicho de otro modo, creáis a los tres niveles.
Las herramientas de creación son: el pensamiento, la palabra y la obra.
5. Toda creación se inicia con el pensamiento
(“Procede del Padre”). Toda creación pasa después a la palabra (“Pedid y se os
dará, hablad y se os hará”). Toda creación se completa en la obra (“Y el verbo
se hizo carne, y habitó entre nosotros”).
6. Aquello que pensáis pero no decís crea a
un nivel. Aquello que pensáis y decís crea a otro nivel. Aquello que pensáis,
decís y hacéis se hace manifiesto en vuestra realidad.
7. Pensar, decir y hacer algo, si no creéis
verdaderamente en ello, es imposible. Por lo tanto, el proceso de creación debe
incluir la creencia, o el conocimiento. Éste es fe absoluta. Esta más allá de
la esperanza. Es conocimiento de una certeza (“Por vuestra fe seréis sanados”).
En consecuencia, la parte activa de la creación incluye el conocimiento. Se
trata de una claridad esencial, una certeza total, una completa aceptación de
algo en tanto realidad.
8. Este nivel de conocimiento es un nivel de
intensa e increíble gratitud. Es un agradecimiento por adelantado. Y quizás sea
ésta la clave más importante de la creación: estar agradecido antes de, y por,
la creación. Esta actitud de darla ya por hecha no es algo que haya que
perdonar, sino algo que hay que alentar. Es un signo seguro de la cualidad de
Maestro. Todos los Maestros saben por adelantado que la obra se ha realizado.
9. Celebra y disfruta de todo lo que creas y
has creado. Rechazar cualquier parte de ello significa rechazarte a ti mismo.
Sea lo que sea lo que se presente como parte de tu creación,
poséelo,
reivindícalo, bendícelo, agradécelo. Procura no condenarlo (“¡maldita sea!”),
puesto que condenarlo significa condenarte a ti mismo.
10. Si hay algún aspecto de tu creación del cual
veas que no disfrutas, bendícelo y simplemente cámbialo. Elige de nuevo.
Provoca una nueva realidad. Piensa una nueva idea. Pronuncia una nueva palabra.
Haz algo nuevo. Hazlo con magnificencia, y el resto del mundo te seguirá.
Pídelo. Exígelo. Di: “Yo soy el Camino y la Vida. Sígueme”.
De este
modo se manifiesta la voluntad de Dios, “así en la Tierra como en el Cielo”.
Si es tan
sencillo como eso, si todo lo que necesitamos son esas diez etapas, ¿por qué no
es así para la mayoría de nosotros?
Sí es
así, y para todos vosotros. Algunos de vosotros utilizáis el “sistema”
conscientemente, con pleno conocimiento, y otros lo utilizáis
inconscientemente, sin saber siquiera lo que estáis haciendo.
Algunos
de vosotros camináis despiertos, y otros camináis dormidos.
Pero
todos vosotros estáis creando vuestra realidad – creando, no descubriendo -,
utilizando el poder que os he dado y el proceso que acabo de describir.
Así pues,
me has preguntado cuando “despegará” tu vida, y te he dado la respuesta.
Harás que
tu vida “despegue” cuando, primero, logres pensar en ella con suma claridad.
Piensa en lo que quieres ser, hacer y tener. Piensa en ello a menudo, hasta que
lo veas muy claro. Entonces, cuando logres dicha claridad, no pienses en nada
más. No imagines otras posibilidades. Disciplina tu mente para que mantenga con
firmeza el pensamiento creador original.
Cuando
tus pensamientos sean claros y firmes, empieza a hablar de ellos como verdades.
Grítalos fuerte. Utiliza el gran mandato que hace surgir el poder creador: yo
soy. Afirma “yo soy” a los demás. “Yo soy” constituye la más poderosa
afirmación creadora del universo. Sea lo que sea lo que pienses, sea lo que sea
lo que digas, tras las palabras “yo soy” ello pondrá en movimiento dichas
experiencias, hará que surjan, las llevará a ti.
No hay
ningún otro modo de que el universo pueda funcionar. Ninguna otra ruta que
pueda tomar. El universo responde al “yo soy” como un genio en una botella.
Dices
“Libera toda duda. Rechaza todo temor. Descarta todo pesimismo”, como si
dijeras “Póngame una barra de pan”. Pero todo esto resulta más fácil de decir
que de hacer. “Desecha todos los pensamientos negativos de tu construcción
mental” podría ser también “sube al
Everest antes de almorzar”. Se trata de una orden excesivamente grande.
Canalizando
tus pensamientos, ejerciendo un control sobre ellos, no es tan difícil como
parece. (En este sentido, tampoco lo es subir al Everest.) Es cuestión de
disciplina. Es cuestión de proponérselo.
El primer
paso consiste en aprender a controlar sus pensamientos; a pensar en lo que
piensas.
Cuando te
sorprendes a ti mismo teniendo pensamientos negativos – pensamientos que
nieguen tu más alta idea de ti mismo -, piensa otra vez. Quiero que lo hagas
literalmente. Si piensas que estas abatido, hecho polvo, y que de ahí no puede
salir nada bueno, piensa otra vez. Si piensas que el mundo es un lugar malo,
lleno de acontecimientos negativos, piensa otra vez. Si piensas que tu vida se
rompe en pedazos, y te parece que nunca la podrás recomponer, piensa otra vez.
Puedes
entrenarte en hacer esto. (¡Fíjate en lo bien entrenados que estáis en no
hacerlo!)
Gracias.
Nunca nadie me había expuesto el proceso de una manera tan clara. Quisiera que
fuera tan fácil de hacer como de decir; pero, al menos, creo que ahora lo
entiendo con claridad.
Bueno. Si
necesitas un repaso, disponemos de varias vidas.
¿Cuál es
el auténtico camino hacia Dios? ¿La renuncia, como creen los yoguis? ¿Y el
llamado sufrimiento? ¿Es el sufrimiento y el servicio la vía para llegar a
Dios, como afirman muchos ascetas? ¿Ganaremos el cielo si “somos buenos”, como
enseñan tantas religiones? ¿O bien somos libres de actuar como queramos, de
violar o ignorar cualquier norma, de dejar de lado todas las enseñanzas
tradicionales, de sumergirse en la satisfacción inmoderada de todos los deseos,
para así hallar el nirvana, como afirman muchos filósofos de la Nueva Era?
¿Cuál es el camino: unos patrones morales estrictos, o hacer lo que a uno le
venga en gana? ¿Cuál: los valores tradicionales, o improvisar sobre la marcha?
¿Cuál: los Diez Mandamientos, o las Siete etapas de la Iluminación?
Tienes
una gran necesidad de que sea un camino u otro, ¿no? ¿No podrían ser todos
ellos?
No lo sé.
Es lo que pregunto.
Te
contestaré, pues, del modo que mejor puedas entenderlo; aunque déjame que te
diga que la respuesta está dentro de ti. Se lo digo a todos aquellos que
escuchan Mis palabras y buscan Mi Verdad.
Se
manifiesta a todo corazón que se pregunte seriamente cuál es el camino hacia
Dios; a cada uno le es dada una sincera Verdad. Ven a Mí por el camino de tu
corazón, no a través del viaje de tu mente. Nunca me encontraras en tu mente.
Para
conocer realmente a Dios, has de apartarte de tu mente.
Pero tu
pregunta requiere una respuesta, y no quiero alejarme de la cuestión.
Empezaré
con una afirmación que te asustará, y que quizá ofenda la sensibilidad de mucha
gente. No existen los Diez Mandamientos, ni nada parecido.
¡Dios
mío! ¿No?
No.
¿Quién habría de mandarlos? ¿Yo? ¿Y para qué se necesitarían tales
mandamientos? Cualquier cosa que yo quiera, es. N’est ce pas? Entonces, ¿para
qué hace falta mandar nada?
Y, si yo
hubiera promulgado mandamientos, ¿no se cumplirían automáticamente? ¿Cómo
podría querer que algo fuera tan mal que Yo lo mandara, y luego me sentara y
observara que no era así?
¿Qué
clase de rey haría eso? ¿Qué clase de gobernante?
Pero
déjame que te diga que Yo tampoco soy un rey ni un gobernante. Soy simple y
asombrosamente, el Creador. Pero el Creador no gobierna, sino que sencillamente
crea; crea y sigue creando.
Yo os he
creado a vosotros – y os he bendecido – a imagen y semejanza mía. Y os he hecho
ciertas promesas y he establecido
ciertos compromisos con vosotros. Os he dicho, en un lenguaje sencillo, qué
pasará con vosotros cuando seáis uno conmigo.
Tú eres
un buscador sincero, como lo era Moisés. También el, como sabes, se alzo frente
a Mí pidiéndome respuestas. “¡Oh, Dios de Mis Padres – clamaba -, Dios mío,
dígnate mostrarte a mí. Dame una señal que yo pueda contar a mi pueblo! ¿Cómo
podemos saber que somos los elegidos?”
Y Yo
acudí a Moisés, tal como ahora he acudido a ti, con una divina alianza – una
eterna promesa -, un compromiso cierto y seguro. “¿Cómo puedo estar seguro?”,
preguntaba Moisés quejumbrosamente. “Porque Yo te lo he dicho – le respondí -.
Tienes la palabra de Dios.”
Y la
palabra de Dios no era un mandamiento, sino una alianza. Éstos, pues, son los…
DIEZ
COMPROMISOS
Sabrás
que has emprendido el camino hacia Dios, y sabrás que has encontrado a Dios,
porque se darán estas señales, estas indicaciones, estos cambios en ti:
1. Amaras a Dios con todo tu corazón, con
toda tu mente, con toda tu alma. Y no tendrás más Dios que Yo. Dejarás de
rendir culto al amor humano, o al éxito, al dinero o al poder, ni a ningún
símbolo de estos. Apartarás de ti esas cosas como un niño aparta los juguetes.
No porque sean indignas, sino porque se te habrán quedado pequeñas.
Y sabrás
que has emprendido el camino hacia Dios porque:
2. No usarás el nombre de Dios en vano. Ni me
invocarás para frivolidades. Entenderás el poder de las palabras y de los
pensamientos, y no pensarás en invocar el nombre de Dios de una manera impía No
utilizarás Mi nombre en vano porque no podrás hacerlo, puesto que Mi nombre –
el Gran “Yo Soy” – nunca se usa en vano (es decir, sin resultado), ni puede
usarse. Y cuando hayas encontrado a Dios, lo sabrás.
Y te daré
también estas otras señales:
3. Te acordarás de reservarme un día, al que
llamarás santo. Esto, para que lo que hagas no se quede en ilusión, sino que te
haga recordar quién y qué eres. Y, luego, pronto llamarás a cada día Domingo, y
a cada momento santo.
4. Honrarás a tu padre y a tu madre; y sabrás
que eres el hijo de Dios cuando honres a tu Padre/Madre Dios en todo lo que
digas, hagas o pienses. Y en la medida en que honres a tu Padre/Madre Dios, y a
tu Padre y a tu Madre en la Tierra (pues ellos te han dado la vida), así
también honrarás a todo el mundo.
5. Sabrás que has encontrado a Dios cuando
sepas que no asesinarás (es decir, que no matarás deliberadamente y sin causa),
pues, aunque sepas que en ningún caso puedes acabar con otra vida (toda vida es
eterna), no querrás poner fin a ninguna encarnación concreta, ni cambiar
ninguna energía vital de una forma a otra, sin la más sagrada justificación. Tu
nuevo respeto por la vida hará que respetes todas las formas de vida –
incluyendo las plantas y animales -, y solo las alterarás si es en aras de un
bien mayor.
Y también
te enviará estas otras señales, para que sepas que te hallas en el camino:
6. No mancharás la pureza del amor con la
falta de honradez y el engaño, puesto eso es adulterio. Te prometo que, cuando
hayas encontrado a Dios, no cometerás adulterio.
7. No tomarás lo que no sea tuyo, ni
cometerás fraude ni estafa, ni harás daño a otro para poseer algo, puesto que
eso sería robar. Te prometo que, cuando hayas encontrado a Dios, no
robarás Ni
tampoco…
8. …dirás algo que no sea verdad; y, por lo
tanto, no levantarás falso testimonio.
9. …codiciarás a la esposa de tu prójimo; ya
que, ¿por qué ibas a querer a la esposa de tu prójimo, si sabes que todas las
demás son tus “esposas”?
10. …codiciarás los bienes de tu prójimo; ya que,
¿por qué ibas a querer los bienes de tu prójimo, si sabes que todos los bienes
pueden ser tuyos, y que todos los bienes pertenecen al mundo?
Sabrás
que has encontrado el camino hacia Dios cuando veas estas señales, pues te
prometo que nadie que realmente busque a Dios hará estas cosas durante mucho
tiempo; sería imposible que continuara realizando estas conductas.
Estas son
vuestras libertades, no vuestras restricciones; estos son mis compromisos, no
mis mandamientos; puesto que Dios no manda sobre lo que ha creado, sino que
simplemente dice a sus hijos: así es como sabréis que llegáis a casa.
Moisés
preguntaba sinceramente: “¿Cómo puedo saberlo? Dame una señal”. Formulaba la
misma pregunta que tú planteas ahora. La misma cuestión que plantea todo el
mundo, en cualquier lugar, desde el principio de los tiempos. Mi respuesta es
igualmente eterna. Pero nunca ha sido, ni nunca será, un mandamiento. ¿A quién
iba a mandar? ¿Y a quién iba a castigar si mis mandamientos no se cumplían?
Sólo a Mí
mismo.
Entonces,
no tengo que cumplir los Diez Mandamientos para ir al cielo…
No existe
ese “ir al cielo” ni nada semejante. Sólo existe una certeza de que ya estás
allí. Sólo existe una aceptación, un conocimiento; no un trabajo o un esfuerzo
para merecerlo.
No puedes
ir a un sitio si ya estás en él. Para hacerlo, tendrías que abandonar el sitio
donde estás, y eso frustraría todo el propósito del viaje.
La ironía
es que la mayoría de las personas creen que deben abandonar el sitio donde
están para alcanzar el lugar a donde quieren ir. Así, abandonan el cielo con el
fin de alcanzar el cielo, cosa que hacen pasando por el infierno.
La
iluminación consiste en entender que no hay ningún sitio adonde haya que ir,
nada que se tenga que hacer, ni nadie que se tenga que ser, excepto
precisamente quien uno está siendo en este momento.
Estáis haciendo
un viaje a ninguna parte.
El cielo
– como lo llamáis – no está en ninguna parte. Y, de estarlo, está aquí y ahora.
¡Todo el
mundo dice lo mismo! ¡Al final me volveré loco! Si “el cielo está aquí y
ahora”, ¿cómo es que no lo veo? ¿Por qué no lo percibo? ¿Y por qué el mundo es
la porquería que es?
Entiendo
tu frustración. Es casi tan frustrante tratar de entender todo esto como tratar
de hacer que alguien lo entienda.
¡Eh!
¡Espera un momento! ¿Intentas decirme que Dios puede sentir frustración?
¿Quién
crees que invento la frustración? ¿Imaginas acaso que vosotros podéis
experimentar algo que Yo no pueda?
Te lo
aseguro: cualquier experiencia que vosotros tengáis, Yo la tengo. ¿No ves que
me estoy experimentando a Mí mismo a través vuestro? ¿Para qué otra cosa crees
que es todo esto?
De no ser
por vosotros, Yo no podría conocerme a Mí mismo. Yo os creé de modo que pudiera
conocer Quién Soy.
Ahora
bien, no quisiera destruir todas vuestras ilusiones sobre Mí de golpe; así, te
diré que en mi forma más sublime, lo que vosotros llamáis Dios, no experimento
frustración.
¡Vaya!
¡Eso está mejor! Por un momento, me habías asustado.
Pero no
es porque no pueda, sino sencillamente porque no quiero. Por cierto que tú
podrías tomar la misma decisión.
Bueno,
frustrado o no, aún me pregunto cómo puede ser que el cielo esté aquí, y yo no
lo experimente.
No puedes
experimentar lo que no sabes. Y no sabes que estás en el “cielo” aquí y ahora
porque no lo has experimentado. Y es que para ti es un círculo vicioso. No puedes
– todavía no has encontrado la manera – experimentar lo que no sabes, y no
puedes saber lo que no has experimentado.
Lo que te
invita a hacer la iluminación es saber algo que no has experimentado y, así,
experimentarlo. El saber abre la puerta a la experiencia, y tú crees que es al
revés.
En
realidad, sabes muchas más cosas de las que has experimentado. Pero simplemente
no sabes que lo sabes.
Por
ejemplo, sabes que hay un Dios. Pero puede que no sepas que lo sabes, y, de
este modo, sigues esperando la experiencia. Y constantemente la estás teniendo.
Pero la estás teniendo sin saberlo, lo cual es como no tenerla en absoluto.
¡Chico,
estamos moviéndonos en círculo!
Efectivamente.
Tal vez, en lugar de movernos en círculo, deberíamos ser el propio círculo. Ese
no sería un círculo vicioso, sino un círculo sublime.
¿Forma
parte la renuncia de la auténtica vida espiritual?
Sí,
puesto que al final todo Espíritu renuncia a lo que no es real, y nada de lo
que alcanzas en la vida es real, salvo tu conversación conmigo. Sin embargo, no
se requiere una renuncia en el sentido clásico de negación de sí mismo.
Un
auténtico Maestro no se “priva” de nada. Un auténtico Maestro simplemente
prescinde de ello, como haría con cualquier cosa que hubiera dejado de tener
utilidad para él.
Hay
quienes dicen que debes superar tus deseos. Yo te digo simplemente que los
cambies. Lo primero supone una rigurosa disciplina; lo segundo, un divertido
ejercicio.
Hay
quienes dicen que, para conocer a Dios, debes superar todas las pasiones
terrenales. Sin embargo, es suficiente con entenderlas y aceptarlas. Aquello a
lo que te resistas, persistirá; aquello que mires, desaparecerá.
Quienes
procuran tan insistentemente superar todas las pasiones terrenales, a menudo
ponen en ello más empeño del que uno podría imaginar, con lo cual eso mismo se
convierte en su pasión. Tienen una “pasión por Dios”; pasión por conocerle.
Pero una pasión siempre es una pasión, y cambiar una por otra no sirve para que desaparezca.
Por lo
tanto, no juzgues lo que sientes como apasionado. Simplemente obsérvalo, y
luego mira a ver si te sirve en función de quién y qué quieres ser.
Recuerda
que estas constantemente en el acto de crearte a ti mismo. En cada momento,
estás decidiendo quién y qué quieres ser. Y en gran parte, lo estás decidiendo
a través de las opciones que tomas con respecto a quién y qué piensas que es
apasionado.
Con frecuencia,
una persona de la que dirías que sigue un camino espiritual parece que haya
renunciado a toda pasión terrenal, a todo deseo humano. Lo que ha hecho es
entenderlo, ver la ilusión, y prescindir de las pasiones que no le sirven; pero
amando siempre la ilusión que lo ha llevado hasta allí: la posibilidad de ser
enteramente feliz.
La pasión
es el amor convertido en acción. Es el combustible que alimenta el motor de la
creación. Es el cambio de los conceptos a la experiencia.
La pasión
es el fuego que nos lleva a expresar quienes realmente somos. Nunca niegues la
pasión, pues eso equivale a negar Quien Eres y Quien Quieres Realmente ser.
La
renuncia nunca supone negar la pasión; supone simplemente no preocuparse por
los resultados. La pasión es amor por el hacer. El hacer es ser experimentado.
Pero ¿qué es lo que se crea a menudo como parte del hacer?: expectativas.
Vivir tu
vida sin expectativas – sin la necesidad de obtener unos resultados
determinados -: eso es la libertad. Eso es la santidad. Así es como Yo vivo.
¿Tú te
preocupas por los resultados?
En
absoluto. Mi alegría reside en la creación, no en sus consecuencias. La
renuncia no es una decisión de negar la acción; es una decisión de negar la
necesidad de obtener un determinado resultado. Hay una gran diferencia.
¿Podrías
explicarme qué quieres decir cuando afirmas: “La pasión es el amor convertido
en acción”?
El ser es
el más alto estado de la existencia, su esencia más pura. Es el aspecto de Dios
como “ahora y no ahora”, “todo y no todo”, “siempre y nunca”.
El ser
puro es la divinidad pura.
Sin
embargo, nunca ha sido suficiente para nosotros simplemente ser. Siempre hemos
suspirado por experimentar Quienes Somos; y ello requiere un aspecto totalmente
distinto de la divinidad: el hacer.
Digamos
que, en el fondo de vuestro maravilloso Yo, sois ese aspecto de la divinidad
llamado amor. (Por cierto: esa es la Verdad acerca de vosotros.)
Ahora
bien: una cosa es ser amor, y otra muy distinta hacer un acto de amor. El alma
anhela hacer algo de lo que es, con el fin de conocerse a sí misma en su propia
experiencia. Así, tratará de realizar su más alta idea por medio de la acción.
Este
impulso a actuar es lo que se llama pasión. Mata la pasión, y matarás a Dios.
La pasión es Dios que quiere manifestarse.
Pero es
que, una vez Dios (o Dios-en-vosotros) hace ese acto de amor, Dios ya se ha
realizado, y no necesita nada más.
El
hombre, por su parte, a menudo siente que necesita un beneficio a cambio de su
inversión. Si amamos a alguien, bien; pero mejor si también somos amados… y
cosas por el estilo.
Eso no es
pasión. Eso son expectativas.
He aquí
la principal fuente de la infelicidad humana. Eso es lo que separa al hombre de
Dios.
La
renuncia aspira a poner fin a dicha separación por medio de la experiencia que
algunos místicos orientales han llamado samadhi. Es decir, la unidad y unión
con Dios; la fusión con y en la divinidad.
La
renuncia por lo tanto, renuncia a los resultados; pero nunca jamás renuncia a
la pasión. En realidad, el Maestro sabe intuitivamente que la pasión es el
camino; es la vía de la auto-realización.
Incluso
en una perspectiva terrenal se puede afirmar con bastante exactitud que, si uno
no siente pasión por nada, no tiene vida en absoluto.
Antes has
dicho: “Aquello a lo que te resistas, persistirá; aquello que mires,
desaparecerá”. ¿Puedes explicármelo?
No puedes
resistirte a algo sin que ello implique darle realidad. El acto de resistirse a
una cosa es el acto de darle vida. Cuando te resistes a una energía, reconoces
que está ahí. Cuanto más te resistas a algo, más real lo harás, sea lo que sea
aquello a lo que te resistas.
Aquello
ante lo cual abras los ojos y lo mires, desaparecerá; es decir, dejará de
mostrar su forma ilusoria.
Si tú
miras algo – lo miras realmente -, verás a su través; y a través de cualquier
ilusión que muestre, aparecerá ante tus ojos sólo su realidad última. Frente a
la realidad última, tu insignificante ilusión no tiene ningún poder. No puede
seguir manteniendo su poder debilitador sobre ti. Verás su verdad, y la verdad
te hará libre.
Pero ¿qué
ocurre si no quieres que desaparezca lo que estás mirando?
¡Debes
quererlo siempre! No hay nada que conservar en vuestra realidad. Pero si escoges la ilusión de tu vida antes que la
realidad última, puedes simplemente recrearla, tal como la creaste en un
principio. De este modo, puedes tener en tu vida aquello que decidas tener, y
eliminar de tu vida aquello que ya no desees experimentar.
Pero
nunca te resistas a nada. Si piensas que por medio de tu resistencia lo
eliminarás, piensa otra vez. Lo único que harás es colocarla con más firmeza en
su lugar. ¿No te he dicho ya que todo pensamiento es creador?
¿Incluso
un pensamiento que diga que no quiero algo?
Si no lo
quieres, ¿por qué piensas en ello? No le concedas un segundo pensamiento. Pero
si debes pensar en ello – es decir, si no puedes dejar de pensar en ello -,
entonces no te resistas. En lugar de ello, mira a lo que sea directamente,
acepta tu realidad como creación tuya, y luego decide mantenerlo o no, según
desees.
¿De qué
dependería esa decisión?
De Quién
y Qué piensas que Eres. Y de Quién y Qué decides Ser.
De esto
es de lo que depende toda decisión, cualquier decisión que hayas tomado en tu
vida y puedas tomar en el futuro.
Así, una
vida de renuncia ¿es un camino equivocado?
No
exactamente. El término “renuncia” tiene un significado equívoco. En realidad,
no puedes renunciar a nada, pues aquello a lo que te resistes, persistirá.
La auténtica renuncia no renuncia a
nada; simplemente escoge de forma distinta. Se trata de un movimiento hacia
algo, no de un alejamiento de algo.
No puedes
alejarte de algo, pues te perseguirá y volverá una y otra vez. Por lo tanto, no
te resistas a la tentación; simplemente, apártate de ella. Acércate a Mí y
apártate de cualquier cosa distinta de Mí.
Pero
debes saber esto: no existen los caminos equivocados, puesto que en este viaje
no puedes “dejar de ir” adónde vas.
Es
simplemente una cuestión de velocidad, sencillamente una cuestión de cuándo
llegarás; pero también eso es una ilusión, ya que no existe el “cuándo”, como
tampoco existen el “antes” o el “después”. Solo existe el ahora; un eterno
momento del siempre en el que te experimentas a ti mismo.
Entonces,
¿qué sentido tiene? Si no hay ningún camino que “recorrer”, ¿qué sentido tiene
la vida? ¿Para qué debemos preocuparnos por nada de lo que hagamos?
Bueno.
Por supuesto, no debéis; pero haríais bien estando atentos. Simplemente,
observad quiénes y qué sois, hacéis y tenéis, y mirad a ver si eso os sirve.
El
sentido de la vida no es ir a un lugar; es darse cuenta de que ya estáis allí,
y siempre habéis estado. Estás constantemente y para siempre, en el momento de
creación pura. El sentido de la vida es, pues, crear quiénes y qué sois, y
luego experimentarlo.
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