La civilización, la cultura tal como la conocemos hoy, es la expresión de múltiples deseos unificados por medio de la religión, de un código ético establecido por la tradición, por distintas clases de sanciones. Como la civilización en que vivimos es el producto de la voluntad colectiva, de innumerables deseos adquisitivos, tenemos una cultura, una civilización también adquisitiva.
Dentro de
esta sociedad adquisitiva pueden haber muchas reformas, incluso revoluciones
sangrientas, pero siempre ocurren dentro del mismo patrón, porque nuestra
respuesta a cualquier reto, que es siempre nuevo, está limitada por la cultura
en la que nos hemos educado.
Esta
cultura se basa, esencialmente, en el afán adquisitivo, tanto mundano como
espiritual; y cuando alguna vez aparece un hombre que rompe con todo el
espíritu adquisitivo y sabe qué es la creatividad, inmediatamente lo
idolatramos, hacemos de él nuestro líder o maestro espiritual, anulándonos de
esa forma a nosotros mismos.
En tanto
pertenezcamos a la cultura colectiva no puede haber creatividad. Sólo el ser
humano que comprende todo este proceso de lo colectivo rompe con ello, porque
ve lo que es y sabe qué es la verdadera religión y espiritualidad, y deja de
ser adquisitivo –ambicioso-, es un ser humano que conoce el significado de la
creatividad. Éste es creativo, y una acción así da origen a una cultura nueva.
Este es el modo en el que siempre ocurre.
El ser
humano inferior busca en todo la gratificación. Pero, el ser humano superior,
el ser humano verdaderamente espiritual, está por completo libre de la
sociedad, no tiene responsabilidades de tipo social; puede establecer una
relación con la sociedad, pero la sociedad no tiene relación alguna con él.
En esta
ruptura misma el ser humano descubre qué es la verdad, y esa verdad es la que
da origen a la sociedad nueva, a la nueva cultura. Porque la sociedad no puede
ayudar al ser humano a descubrir la verdad. La función de la sociedad es
limitar al individuo, mantenerlo dentro de las fronteras de la respetabilidad.
Únicamente el ser humano que comprende todo este proceso y cuyas acciones no
son una reacción, puede descubrir qué es la verdad. Y la verdad es la que crea
una nueva cultura, no así el individuo que busca la verdad. La verdad origina
su propia acción, y el ser humano que anda en busca de la verdad y actúa sólo
genera más confusión y desdicha. Es como el reformador a quien sólo le interesa
decorar los muros de su prisión. Pero si uno comprende todo este problema de
cómo la mente está condicionada por la sociedad, si permite que la verdad misma
actúe y no que la acción se base en lo que uno cree que es la verdad,
encontrará que tal acción genera una nieva civilización, un mundo nuevo no
basado en el espíritu adquisitivo, en el dolor, en la lucha, en la creencia.
Responder
a cualquier reto de acuerdo con nuestro condicionamiento es limitarse a
expandir la prisión o decorar sus barrotes. Sólo cuando la mente comprende las
influencias que le han sido impuestas, o que ella misma ha creado, y se libera
de dichas influencias, hay percepción de la verdad, y la acción de esa verdad
es lo que da nacimiento a un mundo y a una sociedad nueva.
Para
percibir qué es la verdad uno debe estar totalmente libre de la sociedad, lo
cual implica la terminación completa del espíritu adquisitivo, de la ambición,
de la envidia, de todo este proceso de devenir.
Esta
cultura se basa en el llegar a ser alguien, y está edificada sobre el principio
jerárquico; el que sabe y el que no sabe, el que posee y el que no posee. Éste
último está perpetuamente luchando por poseer, y el que no sabe por adquirir
más conocimiento. Pero, aunque en muy escaso número, está también el ser humano
que no pertenece a ninguna de estas dos categorías y cuya mente está muy
quieta, por completo silenciosa. Sólo una mente así puede percibir qué es la
verdad y permitir que la verdad actúe a su propio modo. Esta mente no actúa
conforme a una respuesta condicionada; no dice: “tengo que reformar la
sociedad”. El ser humano verdaderamente religioso no se interesa en la reforma
social, en la reforma de la vieja y de la corrupta sociedad, porque es la
verdad y no la reforma la que dará origen a un orden nuevo. Si uno ve esto muy
sencilla y claramente, la revolución ocurrirá por sí sola.
Fuente:
La Pagiana de la Vida
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