Su canto se convirtió en un emblema
de las comunidades aborígenes, abriendo las puertas para hacer oír las
reivindicaciones de los pueblos originarios. Retrato de una mujer que supo
dejar su huella poniendo en valor las raíces.
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Aimé Painé se convirtió en un símbolo
de la lucha de los pueblos originarios a través de su canto.
“Siempre preguntan: ¿qué podemos
hacer por la cultura mapuche? Y es eso: promover a la persona. Ya que nuestros
abuelos, nuestros hombres y mujeres, saben pensar. Cuando hay una cosa linda,
tienen que decir quién fue, para que la gente sepa que es una mente mapuche la
que habla (…) Muchas veces hablaron de nosotros, sin nosotros. Los aborígenes
debemos aprender nuestra cultura para poder transmitirla, juntar lo propio para
desparramarlo y que lo conozcan todos”, dijo la cantante mapuche argentina Aimé
Painé en 1984 al diario Río Negro y esas palabras quedarían grabadas para
definir su historia y su lucha. Conocida como la “Princesa mapuche”, supo hacer
grande el nombre de su pueblo a través de un enorme don y ese esfuerzo
incansable por visibilizar años de discriminación y silencio. A través de uno
de sus populares doodles, Google la recuerda en el día de su cumpleaños y hoy
muchos hablan de ella. Pero, ¿quién fue esta mujer que supo encontrarse a sí
misma cantando?
Consta en los registros históricos
que nació un día como hoy, pero del año 1943, en Ingeniero Luis A. Huergo, una
localidad ubicada en la provincia de Río Negro. Cuando apenas tenía 3 años su
mamá la abandonó y debió pasar los primeros años de su infancia entre muros, en
distintos hogares y residencias para niños. Debido a que no se permitía por
entonces anotar a los chicos con nombres mapuches, la llamaron Olga Elisa
Painé. Años más tarde, fue adoptada por una pareja marplatense de buena
posición económica y, aunque creció muy lejos de sus raíces, al menos pudo
recibir una buena educación.
Ya desde pequeña supo que quería
dedicarse a la música: su sueño, decía siempre, era cantar. Por eso decidió
formarse y estudió canto y guitarra en distintas academias. Cuando se mudó a
Buenos Aires, llevada por el espíritu libre de salir en busca de su destino, se
unió al Coro Polifónico Nacional. Fue en una de esas presentaciones que nació
en ella la misión de dar voz a la cultura ancestral de su pueblo, cuando en un
encuentro internacional de coros el único país que no presentó un repertorio
folclórico fue la Argentina. Eso avergonzó a la joven, quien decidió abandonar
la ciudad y viajar a la Patagonia para descubrir por fin su verdadera historia.
Allí, de la mano de los ancianos de su pueblo, fue enhebrando, una a una, las
cuentas perdidas de su pasado y logró integrar a su vida la música y la
espiritualidad de los ancestros. Fue entonces que eligió el nombre Aimé, que en
su lengua materna significa “atardecer rojizo”.
El doodle de Google que conmemora el
día de su nacimiento, que tuvo lugar el 23 de agosto de 1943.
La mujer que supo hacerse oír
En 2018, una producción nacional
impulsada por el Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales (INCAA) se propuso
honrar su historia a través de la miniserie Aimé, un homenaje a su vida y obra,
interpretada por la actriz y cantante Charo Bogarín, que ese año ganó el Premio
a la Mejor Ficción y más tarde fue declarada de Interés Social, Cultural y
Educativo por el Ministerio de Cultura de la Nación y las honorables
Legislaturas de Rio Negro y Neuquén. De ese modo, la cantante mapuche logró el
merecido reconocimiento que no siempre alcanzó en vida.
Noble de corazón y espíritu, debió
sin embargo hacerse fuerte para luchar por encontrar su lugar, haciendo frente
muchas veces al desprecio y la discriminación de una sociedad que durante mucho
tiempo construyó mirando más allá de su tierra, empeñándose en negar lo propio.
Poco a poco, en ese camino de búsqueda que la llevó a descubrir sus orígenes y
su verdadera identidad, fue entregando su vida a la difusión de la música
folclórica del pueblo mapuche, gracias a su voz increíble y esa capacidad
interpretativa única, que no obstante no encontró su merecido lugar en la
industria musical. “Aimé era cantante, tenía una capacidad vocal como pocos;
pero ello no era suficiente para los señores que deciden a quien se le debe
grabar y promover. Durante su larga trayectoria artística no se le conoce un
solo disco, quizás es demasiado esperar de quienes históricamente se han
caracterizado por su insensibilidad y desprecio por nuestros valores
culturales”, escribió luego de su muerte el líder mapuche Reynaldo Mariqueo en
un boletín informativo de su comunidad.
A través de los años, el nombre Aimé
Painé tomó notoriedad y se convirtió en un símbolo de amor y coraje. Con él
fueron bautizados centros culturales, escuelas y una calle ubicada en el barrio
porteño de Puerto Madero. Y una imagen suya puede verse al entrar al Salón de
Mujeres Argentinas de la Casa de Gobierno.
“Nuestro pueblo no ha muerto, aún existe y seguirá existiendo”, solía decir la cantante en cada una de sus presentaciones en público, en las que aparecía vistiendo orgullosa prendas indígenas para expresar, a viva voz, las melodías de sus antepasados. Hoy cumpliría 78 años pero, por esas cosas de la vida, partió demasiado pronto: en 1987, cuando apenas tenía 44, sufrió una hemorragia cerebral mientras grababa una participación para un programa de televisión y, a pesar de los esfuerzos de los médicos, murió por las complicaciones derivadas de la cirugía. A pesar de su ausencia física, su legado está más vigente que nunca.
Una imagen de la miniserie argentina
que lleva su nombre y recibió el impulso del INCAA.
Fuente: Sophia
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