En numerosas ocasiones
me he referido aquí al evolucionismo, dejando patente que se trata más bien de
un dogma de fe y no de una teoría científica demostrada. Lamentablemente, esta
especie de verdad religiosa ha sido impuesta a la sociedad como algo
incuestionable, pues no en vano representa uno de los núcleos duros del actual
paradigma. A estas alturas, el darwinismo está sostenido por una mayoría de
científicos que no osan revisar o desafiar sus principios teóricos. Antes bien,
se han dedicado a construir en los últimos 150 años un complejo edificio para
proteger el dogma, en el cual intervienen desde las matemáticas hasta la
biología, pasando por la química o la física.
No obstante, cabe recordar
que siempre ha existido una minoría de científicos que han puesto de manifiesto
la falta de consistencia científica del darwinismo. Dicha minoría ya existía a
mediados del siglo XIX y entre esos pocos críticos hubo científicos de gran
talla y prestigio. Pero el darwinismo se fue blindando rápidamente y basó su
defensa en que la oposición a sus tesis era puro creacionismo, religión o
superstición. Cualquier cosa menos ciencia. En este punto ya sería hora de
recordar que la crítica a la evolución por selección natural no se reduce a
furibundos fundamentalistas sino que ha tenido entre sus filas a muchos
científicos metódicos y rigurosos que han desestimado el darwinismo simplemente
porque no se ajusta a los criterios reconocidos y aceptados del método científico
moderno.
Como muestra de esta
posición firme, me complace adjuntar seguidamente un artículo del biólogo
español Emilio Cervantes, del CSIC (Centro Superior de Investigaciones
Científicas), en el cual se deja bien claro que no hay forma de validar el
darwinismo porque no admite experimentación ni es refutable, y lo que es peor,
ha tratado de violentar el conocimiento del mundo natural, esperando que la
biología se adapte dócilmente a los principios sagrados del evolucionismo,
cuando en realidad eso es empezar la casa por el tejado. Como dice el propio
Cervantes: “La biología no puede someterse a las teorías especulativas de la
evolución, sino al contrario.”
El Traje Nuevo de
Darwin: Una opinión personal y otros puntos de vista sobre la Teoría de Evolución
por Selección Natural
“Son vanas y están
plagadas de errores las ciencias que no han nacido del experimento, madre de
toda certidumbre.” (Leonardo Da Vinci).
“El principio de la
ciencia, casi la definición, es el siguiente: La prueba de todo conocimiento es
el experimento. El experimento es el único juez de la "verdad"
científica.” (Richard P. Feynman)
1. Un cuento chino
Hay un viejo cuento
chino titulado en inglés “The emperor’s new clothes” y en español, “El traje
nuevo del emperador”, que aun siendo bien conocido, no por ello deja de
suscitar en quien lo escucha una sensación como de familiaridad o de “déjà vu”.
Encontramos en el cuento algo que nos trae a la puerta de la memoria una
situación familiar, pero a veces resulta difícil dar el último paso, definir
cuál es esa situación y describirla; cerrar el círculo completamente y
establecer la correspondencia exacta entre elementos de la ficción y sus
correspondientes en la realidad. Para quien no recuerde el cuento, comenzaré
por hacer un breve resumen.
El emperador desnudo
El emperador parte del
palacio a un desfile con su séquito. Va desnudo, pero tanto entre su séquito
como en la población de su imperio, se ha hecho correr la voz de que va vestido
con un maravilloso traje nuevo. La voz ha corrido por las calles de tal manera
que, aún viendo al emperador desnudo al paso de la comitiva, todo el mundo
comenta cuán maravilloso es su nuevo traje. El desfile va transcurriendo con el
emperador desnudo entre las multitudes que lo aclaman, admiradas, hasta que un
niño rompe el encanto al exclamar: “El emperador está desnudo”. Entonces, todo
el pueblo ve la realidad y reconoce que había sido víctima de un engaño.
El relato nos conmueve.
Todos hemos sido víctimas, alguna que otra vez, de engaños, ora directos y
malintencionadamente premeditados, ora más leves, parecidos a espejismos. Todos
encontraríamos algún ejemplo. Pero, pienso yo, que la historia del emperador nos
conmueve más que por el hecho de reconocernos víctimas de algún engaño en el
pasado, por sugerir que el engaño es continuo; que, en cualquier momento, el
niño que hay dentro de cada uno de nosotros puede saltar y advertirnos de “otro
nuevo caso”, porque nuestra educación y, de alguna manera, nuestra civilización
y cultura, podría consistir en alguna medida en respetar y guardar silencio
ante, algunas de estas situaciones “engañosas”, sostenidas por consenso, por
tradición, pero difícilmente defendibles.
A mi entender, la
extensión, difusión y reafirmación de la Teoría de Evolución por Selección
Natural constituye un magnífico ejemplo que ilustra este punto de vista. Se nos
ha dicho: “He ahí una gran teoría científica”, “He ahí una genial idea que
cambió la historia”... Lo admitimos y nadie se toma la molestia de analizar
estas afirmaciones. Pero, tal vez, la hora llegada permite otro análisis...
He mencionado dos
conceptos, ambos importantes, pero diferentes: “Gran teoría científica”,
“Genial idea”. Para empezar, existen diferencias enormes entre ambos. ¿A cuál
de ellos se aproxima más la teoría darwinista de Evolución por Selección
Natural? ¿Es, en realidad, una genial idea? ¿Constituye una Teoría Científica?
No me preocupa saber si es genial o no. En esto cada uno será libre de opinar,
pero en cuestiones de ciencia, no, aquí no se trata de opinar. Por eso, como
científico sólo estoy interesado en responder adecuadamente a la segunda
pregunta.
Como tantas palabras,
Teoría tiene hoy dos acepciones, dos significados bien diferentes. La primera
es general, la segunda se aplica exclusivamente al ámbito científico en las
modernas ciencias experimentales. En su acepción general, Teoría es todo
conjunto de conocimientos o de ideas. En este sentido, diremos que “La Teoría”
se refiere al conocimiento en sentido amplio y no tiene, necesariamente, que
poseer aspectos que sean experimentalmente demostrables. En su segunda
acepción, “Una Teoría” es la explicación científica de un fenómeno natural. Por
el hecho de ser científica, esta teoría debe poder someterse a experimentación.
Su veracidad podrá ser refutada, si la experimentación no confirma lo esperado
(predicho). Si, por el contrario lo confirma, la teoría se mantendrá como la
mejor explicación posible, pero en cualquier caso su veracidad no quedará nunca
absolutamente demostrada y permanecerá como la mejor explicación posible en
tanto en cuanto no surjan nuevas aproximaciones al problema, momento en el que
llegará su refutación, destino final e inevitable de toda teoría (Popper,
1963).
Sólo en este sentido
hablaremos de Teoría Científica y lo haremos teniendo en cuenta el Método
Científico tal y como se aplica hoy en las ciencias experimentales. Si la
teoría no implica a elementos bien conocidos o mesurables, entonces su
comprobación será imposible y por lo tanto no será una Teoría Científica en el
sentido estricto del término. Si, por el contrario, nuestra teoría pone en
juego relaciones entre elementos bien descritos y cuantificables, entonces
podrá terminar en forma de una ley expresable por un enunciado matemático en el
que intervendrán las representaciones de dichos elementos. Por todo ello, antes
de responder taxativamente a las preguntas arriba planteadas, conviene entrar
en detalles acerca del Método Científico.
2. El Método Científico
Galileo Galilei
Aproximadamente desde
Galileo, se propone un método nuevo para conocer los mecanismos que operan en
la naturaleza y las leyes que los rigen. Como todo el conocimiento precedente,
el Método Científico se basa en la observación de los fenómenos. Conociendo
algo acerca de cómo ocurren las cosas, se identifican y aíslan elementos
variables que operan en los hechos. Se tiende a identificar y definir nuevas
relaciones entre dichos elementos que, a partir de ahora, puedan ser
comprobadas mediante la experimentación. A diferencia de la Teología, que marcó
en buena medida la pauta del conocimiento medieval, en Ciencia no se parte de
verdades establecidas, sino de elementos, cuya existencia está demostrada por
los sentidos y perfectamente consensuada (el sol, la tierra, el tiempo, la
distancia). De la cuidadosa y repetida observación del comportamiento de dichos
elementos se pueden deducir nuevas relaciones, surgiendo teorías que
contradicen lo establecido.
Las teorías serán
aceptables si su contenido se confirma mediante la experimentación. En este
caso, Galileo, propone no entrar en el terreno teológico. En definitiva, indica
Galileo que lo que muestra la experiencia es cierto, y las escrituras pueden
bien tener motivos para expresar las cosas de otro modo. Se crea así un cisma,
una división entre lo “Científico” y lo que no lo es (Teología, fe,
adivinación, especulación…).
La ciencia, viene a
proponer así, el método para ir más allá de los nombres e investigar en las
relaciones comprobables entre las cosas. Galileo muestra su disconformidad, por
ejemplo con que la gravedad sea la causa de la caída de los cuerpos:
“Te equivocas,
Simplicio; debías decir que todos saben que se llama gravedad. Pero yo no te
pregunto por el nombre, sino por la esencia de la cosa. De ésta tu no conoces
ni un ápice más de lo que conoces sobre la esencia del motor de los astros que
giran. Excluyo el nombre que se le ha atribuido y que se ha hecho familiar y
corriente por las malas experiencias que tenemos de él mil veces al día.
Realmente no comprendo cuál poder o qué principio sea el que mueve una piedra
hacia abajo, ni comprendemos lo que la mueve hacia arriba una vez que ha dejado
al proyector o lo que hace girar a la luna...”
La gravedad es un
nombre. Pero, ¿En qué consiste? Se tardó muchos años en llegar hasta el punto
en que hoy nos encontramos en esta cuestión, ciertamente más avanzado que en
tiempos de Galileo; pero, en el cual, la cuestión no ha quedado ni mucho menos
zanjada, agotada. La ciencia no agota cuestiones, sino que aporta nuevas
interpretaciones cada vez más acordes con la actualidad en una realidad
cambiante. Los avances se basan en dos puntos: 1) Una correcta definición de
los elementos que intervienen y 2) El establecimiento de las relaciones entre
ellos, verificables mediante la observación y la experimentación. Finalmente,
en el caso de la gravedad, las matemáticas han contribuido a dar una
formulación adecuada. ¿Estimamos la cuestión resuelta hoy? No del todo. Para
recorrer el camino fue necesario, en primer lugar, distinguir lo que es un
nombre de lo que es una nueva relación entre elementos conocidos y definidos. A
continuación, fue necesaria buscar esa relación, que se encontraría con Newton
y la fórmula de la ley de atracción gravitatoria, pero hoy el camino sigue y
pueden surgir nuevas interpretaciones. Vemos así, en éste y podríamos ver en
otros ejemplos, cómo el Método Científico se fue aplicando a partir de Galileo
a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX. Sus éxitos fueron notables en
física y química y, sobre todo a partir del siglo XX, también en biología.
No existen muchos
ejemplos de la aplicación del Método Científico en las Ciencias Naturales
durante los siglo XVIII y XIX: Joseph Priestley, Claude Bernard, Gregor Mendel,
y, muy a finales de siglo, Buchner. Existen más ejemplos, incluyendo tal vez
algunos experimentos de Charles Darwin en relación con los movimientos de las
plantas, pero ninguno de ellos en relación con el estudio de la evolución de
las especies.
La Teoría de Evolución
por Selección Natural no responde a los criterios básicos del método
Científico. Varias razones sostienen esta afirmación:
1. Los elementos que
intervienen en ella no están bien definidos. En particular, las especies. La biología
moderna muestra lo difícil que es la definición de especie.
2. Es imposible someter
a experimentación la evolución. Cualesquiera que sean los resultados de
laboratorio no son extrapolables a los tiempos geológicos.
Por lo tanto,
comparando el término Selección Natural con gravedad, decimos, con Galileo que
la Selección Natural es una palabra, un nombre y que la teoría darwinista de
Evolución por Selección Natural no aporta ninguna explicación, nada nuevo. Se
trata de una tautología, una verdad de Perogrullo, una manera de ver las cosas,
más próxima a una explicación de la naturaleza propia de la era pre-científica
que del Método Científico.
Georges Cuvier
La idea de
transformación en la naturaleza aparece en distintas formas muchos años antes
de Darwin (Diderot, D’Alembert, Maupertuis, Goethe, Cuvier...) que no habían
sido muy difundidas, probablemente por ser contrarias con el dogma religioso
del relato bíblico de la creación. Quizás Darwin estuvo en el lugar apropiado y
en el momento apropiado para que su visión de la naturaleza, de gran relevancia
en la creciente concepción materialista del mundo, fuese ampliamente difundida.
En este caso lo que triunfó no fue la teoría científica, de la cual Darwin
hubiese sido responsable, sino la difusión de una teoría metafísica de la que
Herbert Spencer, el filósofo de Darwin, fue también responsable (Hodge, 1874).
Así, el nombre de evolución, cuyo uso fue promovido por Herbert Spencer, autor
contemporáneo de Darwin y responsable del “darwinismo social y metafísico”, se
asocia con progreso y también con descendencia lineal, de unas especies a
partir de otras, como en una genealogía continua, conceptos ambos asociados en
una interpretación muy limitada y de difícil comprobación experimental.
El paleontólogo alemán
Karl von Zittel expresó: “La ciencia aspira ante todo a la verdad. Cuánto más
convencidos estemos de la fragilidad de nuestro conocimiento teórico, más
deberemos consolidarlo mediante hechos y observaciones nuevas.” Y, en su obra
“Les transformations du monde animal”, Charles Déperet comenta así esta frase:
“Sages conseils que
feraient bien de méditer et de suivre les paleontologistes a l’esprit
aventureux, enclins a construire, avec une hâte febrile, des arbres genealogiques
sans nombre, donc les troncs pourris, suivant l’expression imaginée de
Ruteimeyer, aussitôt demolis que dressés, jonchent le sol de la fôret et en
rendent l’accés plus difficile pour les progrés de l’avenir.”
[“Sabios consejos que
harían bien de meditar y seguir los paleontólogos con el espíritu aventurero,
inclinados a construir, con una prisa febril, innumerables árboles
genealógicos, por lo que los troncos podridos, según la expresión imaginada de
Ruteimeyer, tan pronto demolidos como erigidos, se esparcen por el suelo del
bosque y hacen el acceso más difícil para el progreso del futuro.”]
Por circunstancias
históricas y sociales, la teoría darwinista tuvo un importante éxito que fue
potenciado todavía más en el siglo XX y hoy constituye la base del paradigma
neo-darwinista en biología. Una teoría con una base dogmática más propia de la
filosofía medieval que de la ciencia moderna, rige hoy, en buena medida, los
experimentos que conciernen la sanidad, la herencia, la agricultura y la
alimentación y en los que intervienen elementos genéticos que pueden ser
transferidos entre especies diferentes. Curiosa, pero no excepcionalmente, la
teoría tuvo críticas mucho más severas en el pasado que en la actualidad.
Veamos algunas.
3. Comentaristas
críticos de Darwin
Es de destacar que,
entre los contemporáneos de Darwin, muchos de los críticos con su teoría lo
fueron desde un ámbito religioso, lo cual dio pie a numerosas defensas que, en
realidad, no defendían la Teoría de Evolución por Selección Natural que es la
aportación original de Darwin, sino la evolución considerada en general, la
transformación de los seres vivos con el tiempo o aspectos puntuales como la
edad de la tierra. Muchos de los argumentos de Huxley en defensa de Darwin, en
realidad defienden la evolución frente a argumentos dogmáticos y religiosos y
no defienden la Selección Natural. Su réplica va dirigida frente a
argumentaciones en contra de Darwin procedentes de puntos de vista teológicos y
por eso Huxley cita a San Agustín, Santo Tomás o Suárez. Nada tiene que ver
esto con la teoría propuesta por Darwin. Huxley, llamado el bulldog de Darwin,
nunca se definió a si mismo ni se manifestó como defensor de la Teoría de
Evolución por Selección Natural. Uno de los críticos más divertidos y menos
citados de Darwin es Karl Marx. En una carta a Lasalle del 16 de Enero de 1861
hace un comentario que hemos reproducido del texto de Manuel Cruz citado abajo
y que no es anecdótico:
“Naturalmente, hay que
dejar a un lado la tosca manera inglesa de exposición” (citado en Cruz, 1989,
p. 160)
En una carta a Engels:
Thomas Malthus
“Me divierto con
Darwin, al que he echado una nueva ojeada, cuando afirma aplicar la teoría de
Malthus tambien a las plantas y a los animales, como si el jugo del señor
Malthus no estuviera precisamente en el hecho de que esa teoría no se aplica a
las plantas y a los animales, sino –con geométrica progresión– sólo a los
hombres, en contraste con las plantas y animales. Es notable el hecho de que en
las bestias y en las plantas, Darwin reconoce a su sociedad inglesa, con su
división del trabajo, la competición, la apertura de nuevos mercados, los
inventos y la maltusiana lucha por la existencia. Es el bellum omnium contra
omnes de Hobbes y hace pensar en la Fenomenología de Hegel cuando se configura
la sociedad burguesa como “reino animal ideal”, mientras que en Darwin el reino
animal se configura como sociedad burguesa” (citado en Cruz, 1989, p. 162).
En su introducción a la
dialéctica de la naturaleza, Engels tampoco se quedó corto con una frase que
invita a la reflexión:
“Darwin no sabía qué
áspera sátira de la humanidad y especialmente de sus conciudadanos escribía al
demostrar que la competencia libre, la lucha por la vida, celebrada por los
economistas como la conquista más alta de la historia, es el estado moral del
reino animal.” (Tomado de “La comedie inhumaine” de André Wurmser)
Nietzsche fue también
crítico con Darwin. En su libro “El crepúsculo de los ídolos”, en el capítulo
titulado “Incursiones de un intempestivo” (pp. 122-123), Nietzsche opinaba así
acerca del darwinismo:
“Anti-Darwin. En lo que
respecta a la famosa “lucha por la vida”, me parece que de momento está más
afirmada que demostrada. Se da, pero como excepción; el aspecto global de la
vida no es el del estado de necesidad, el de la hambruna, sino más bien el de
la riqueza, el de la exuberancia, incluso el del absurdo derroche: donde se
lucha, se lucha por poder... no se debe confundir a Malthus con la naturaleza.
Ahora bien, suponiendo que exista –y en verdad, se da– esa lucha transcurre,
por desgracia, de modo inverso al deseado por la escuela de Darwin, al que
quizá sería lícito desear con dicha escuela: a saber, en contra de los fuertes,
de los privilegiados, de las excepciones felices. Las especies no crecen en
perfección: Los débiles se enseñorean siempre de los fuertes, y esto es porque
son el mayor número y también porque son más listos... Darwin se ha olvidado
del espíritu (¡qué inglés es esto!), los débiles tienen más espíritu... Hay que
necesitar espíritu para obtener espíritu, y se pierde cuando ya no se necesita.
Quien tiene la fuerza se desprende del espíritu...”
Otros críticos de
Darwin fueron reputados profesionales de la Ciencia, entre ellos naturalistas,
como Karl Ernst von Baer y Louis Agassiz; paleontólogos como Richard Owen;
geólogos como Charles Lyell y Adam Sedgwick. Von Baer (1792-1876) pasó sus
últimos años dedicado a la crítica del darwinismo. Su crítica de Darwin está
basada en principios morales, filosóficos y científicos. Entre estos últimos,
destacó la complejidad de los procesos evolutivos. Louis Agassiz (1807-1873),
un reputado naturalista y paleontólogo nunca admitió la evolución, sino que más
bien fue creacionista. Escribió:
“The combination in time and space of all these thoughtful conceptions
exhibits not only thought, it shows also premeditation, power, wisdom,
greatness, prescience, omniscience, providence. In one word, all these facts in
their natural connection proclaim aloud the One God, whom man may know, adore,
and love; and Natural History must in good time become the analysis of the
thoughts of the Creator of the Universe…”
[“La combinación en el
tiempo y el espacio de todas estas concepciones reflexivas no solo muestra el
pensamiento, sino que también muestra premeditación, poder, sabiduría,
grandeza, presciencia, omnisciencia, providencia. En una palabra, todos estos
hechos en su conexión natural proclaman en voz alta al Único Dios, a quien el
hombre puede conocer, adorar y amar; y la Historia Natural debe convertirse a
su debido tiempo en el análisis de los pensamientos del Creador del
Universo...”]
Charles Lyell
Richard Owen (1804-1892)
fue favorable al evolucionismo, pero se opuso firmemente a la teoría de la
Selección Natural. Charles Lyell (1797-1875) era evolucionista, pero nunca
aceptó la teoría de Evolución por Selección Natural. Adam Sedgwick (1785-1873),
fue profesor y mentor de Darwin. Nunca apoyó la Teoría de Evolución por
Selección Natural y escribió a Darwin en una carta el 24 de Noviembre de 1859:
“If I did not think you a good tempered & truth loving man I should
not tell you that… I have read your book with more pain than pleasure. Parts of
it I admired greatly; parts I laughed at till my sides were almost sore; other
parts I read with absolute sorrow; because I think them utterly false &
grievously mischievous. You have deserted –after a start in that tram-road of all
solid physical truth– the true method of induction…”
[“Si no le considerara
un hombre de buen temperamento y amante de la verdad, no debería decirle que...
He leído su libro con más dolor que placer. Partes de él admiré grandemente;
partes de las que me reí hasta que mis costados estaban casi adoloridos; Otras
partes las leí con absoluta tristeza; porque las considero absolutamente falsas
y gravemente dañinas. Ha abandonado –después de un comienzo en ese camino de
toda verdad física sólida– el verdadero método de inducción...”]
No sorprende entonces,
que, un año después de la publicación de su obra en una carta al respetado
profesor Lyell, Darwin dijese:
“I have heard by round about channel that Herschel says my book is the
law of higgledy-pigglety” (Tomado de Peter Dear, 2006).
[“He oído por medios
indirectos que Herschel dice que mi libro es la ley del sin ton ni son.”]
Finalmente, una opinión
rotunda. El filósofo de la ciencia Karl Popper, en su libro titulado
“Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge” dice:
“No existe ninguna ley
de la evolución, sino sólo el hecho histórico de que las plantas y los animales
cambian, o, más precisamente, que han cambiado. La idea de una ley que
determine la dirección y el carácter de la evolución es un típico error del
siglo XIX que surge de la tendencia general a atribuir a la “Ley Natural” las
funciones tradicionalmente atribuidas a Dios.” (p. 408)
4. Conclusión
Si se mira desde un
punto de vista estrictamente científico, experimental, entonces la Teoría de
Evolución por Selección Natural de Darwin no es una teoría científica, porque
no es demostrable mediante experimentación y no es refutable (Popper, 1963). No
pone de manifiesto nuevas relaciones entre elementos bien descritos de la
naturaleza, sino que, por el contrario, en ella intervienen elementos que la
biología actual ha demostrado que son muy complejos y difíciles de describir
(las especies). La Evolución de las especies no es fácilmente reducible al
método experimental. Sus mecanismos implican elementos que la bioquímica, la
genética y la biología molecular intentan ahora describir. La definición de
virus, transposones, multitud de ARN catalíticos, y la posible participación de
éstos elementos en procesos de epigenética, poliploidización, reorganizaciones
del genoma, silenciamiento génico, etc. son algunas de las tareas en que se
ocupa la biología actual.
Cualquier teoría
evolutiva deberá contar con la participación de estos elementos, porque la
frase de Dobzhansky: “En biología nada tiene sentido si no se considera bajo el
prisma de la evolución” debe hoy ser justamente convertida en: “En evolución
nada tiene sentido si no se considera bajo el prisma de la biología”. La
biología es la ciencia experimental poderosa y predominante en nuestro tiempo.
Por lo tanto, la biología no puede someterse a las teorías especulativas de la
evolución, sino al contrario.
5. Referencias
Cruz, M. 1989. Por un
naturalismo dialéctico. Anthropos,
Barcelona
Dear, P. 2006. The Intelligibility of Nature: How Science Makes Sense of
the World. The University of Chicago Press
Depéret, Ch. 1929. Les transformations du monde animal. Eds Flammarion,
Paris
Hodge. 1874. What is Darwinism? Scribner, Amstrong and co. New York.
Huxley, TH. Collected essays.
http://aleph0.clarku.edu/huxley/guide4.html
Nietzsche. 2002. El
crepúsculo de los ídolos. Biblioteca EDAF. Madrid
Popper, K. 1963. Conjectures and Refutations: The
Growth of Scientific Knowledge.
Wurmser, A. 1965. La
comedie inhumaine. Gallimard. Paris.
© Emilio Cervantes
(IRNASA-CSIC)
Fuente original:
Digital CSIC
Fuente
imágenes: Wikimedia Comm
Fuente: Consciencia Verdad
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