Entrevista
a Rupert Sheldrake, bioquímico y autor de Una nueva ciencia de la vida. En su
último libro, El espejismo de la ciencia, explica los diez dogmas que, en su
opinión, paralizan a la comunidad científica.
Carlos
Fresneda
Rupert
Sheldrake tenía todos los boletos para convertirse en el darwinista ejemplar de
su promoción en Cambridge. Y sin embargo le entraron dudas. Decidió ponerlas en
remojo y cambiar temporalmente la bioquímica por la filosofía, y después por la
agricultura en la India, donde todo el mundo parecía entender su hipótesis
sobre los campos morfogenéticos (una especie de memoria colectiva e intangible
de los hábitos de la naturaleza).
A
principios de los ochenta decidió publicar todo lo que sabía e intuía en Una
nueva ciencia de la vida, que fue condenado a la “hoguera” por la revista
Nature. Desde entonces, Sheldrake arrastra la vitola del científico “hereje”, y
así hasta nuestros días.
En
su último libro, El espejismo de la ciencia (Kairós), el bioquímico de 70 años
se desquita de todo lo vivido en estas tres últimas décadas y pone sobre el
tapete los diez dogmas que, en su opinión, tienen atenazada a la comunidad
científica.
Creyente
de la meditación, explorador de la mente y la conciencia, Rupert Sheldrake no
da la imagen del polemista impenitente, sino más bien la del humanista sereno y
reflexivo que lo ha visto casi todo. En sus ratos libres interpreta el órgano y
sale ocasionalmente al encuentro de la naturaleza en el bosque urbano de
Hampstead Heath, que le reconcilia con el mundo y le remite a su infancia en la
campiña inglesa.
El
título de su libro podría hacer pensar que estamos ante un alegato
anti-ciencia…
Más
bien todo lo contrario, se trata de un libro pro-ciencia. De hecho, en Estados
Unidos se ha titulado Science set free (La liberación de la ciencia). En Gran
Bretaña y en España, los editores optaron por titularlo así en una referencia
muy directa a El espejismo de Dios, de Richard Dawkins, que aquí es muy
popular.
¿Se
trata pues de un libro anti-Dawkins?
No
exactamente, aunque sí critico lo que yo llamo el “credo científico”, que se
puede resumir en diez mandamientos. En el fondo, hay muchas similitudes entre
el fundamentalismo científico y el fundamentalismo religioso. Unos y otros
necesitan la certidumbre total… Hay quienes han convertido la ciencia en un
dogma para justificar su ateísmo. Dawkins, entre ellos.
Usted
sostiene que el mayor de los espejismos es que la ciencia tiene ya todas las
respuestas…
Lo
que yo digo es que aún no entendemos realmente cómo funciona el mundo, que nos
quedan muchas cosas por averiguar y que nada está escrito en piedra. La
ciencia, hoy en día, presume de saberlo todo y no deja lugar a la duda. Hay que
liberar la ciencia del dogmatismo, esa es mi humilde aspiración… En el libro me
remonto a Albert Michelson, premio Nobel de Física, que en 1894 proclamó que
las leyes de la física estaban ya firmemente establecidas y que la posibilidad
de nuevos descubrimientos eran “muy remotas”. Me pregunto qué pensaría
Michelson de la teoría de la relatividad o de la física cuántica. Aunque, como
dice Richard Feyman: “Cualquiera que diga que entiende la teoría cuántica,
posiblemente está mintiendo”… (risas)
Usted
proviene sin embargo del campo de la biología, que ha evolucionado menos que la
física…
La
mayoría de los biólogos se mueven aún en el universo mecanicista del siglo XIX,
y ése es otro de los dogmas contra los que arremeto: la creencia de que todo en
esta vida es “esencialmente mecánico”. La metáfora de la máquina, que es una
creación del hombre, no nos vale. La naturaleza funciona de otra manera, más
compleja, y no podemos reducirla a la simple suma de sus partes… Pero seguimos
con el último grito de la biología molecular. Y después del Proyecto Genoma nos
lanzamos al Proyecto Connectome, que pretende mapear las conexiones neuronales
del cerebro, como si ahí estuviera la última clave. Estos experimentos de la
Gran Ciencia cuestan millones de dólares y merecen muchos titulares, pero
suelen dar resultados más bien frustrantes.
Richard Dawkins y Stephen Hawking. ¿Se les puede comparar?
Los
dos son ateos y tienen una visión materialista de la naturaleza, pero al menos
Hawking era un poco más sofisticado, y deja la puerta abierta al misterio, a la
materia oscura, a los multiversos… Con todos mis respetos, la idea de los
universos paralelos forma parte de la física especulativa. No existe de momento
evidencia empírica. Cualquiera diría que están intentando deshacerse de Dios
haciendo proliferar los universos.
Usted
cree en Dios…
Sí,
soy cristiano, anglicano para ser más preciso, aunque no sectario. Pero también
pasé por una fase atea en mi vida.
¿La
fe es incompatible con la ciencia?
La
fe es la esperanza en que las cosas puedan ir a mejor… Yo profeso esa fe y
rezo. La plegaria te conecta con un poder superior, y hay evidencia sobrada de que
la gente que reza es más feliz y menos proclive a la depresión. Mis amigos
ateos dicen que es un espejismo, y yo respeto su opinión. A mí me sienta bien y
me ayuda.
¿También
medita?
La
meditación es otra cosa. Es una forma de explorar la mente y la naturaleza de
la conciencia. Aunque un ateo dirá que es una manera de indagar en los
intersticios del cerebro…
¿Cuál
es su idea de Dios?
Yo
creo en Dios como en una fuente de creatividad, como una presencia interactiva
en la naturaleza y el cosmos. No creo en la idea de un Dios sentado en algún
lugar y frotándose las manos después del Big Bang. Eso forma parte de la
teología mecanicista contra la que también me rebelo. Eso del Diseño
Inteligente es también una fantochada. Yo creo en un cosmos creativo, de
animales, plantas, gente, estrellas, galaxias… No creo que exista un Gran
Diseñador ni un plan preconcebido, sino una fuerza creativa e interactiva.
¿Sigue
creyendo en Darwin?
La
idea básica de mi primer libro, Una nueva ciencia de la vida, era precisamente
la de una visión radical de la teoría de la evolución. Sigo creyendo que la
evolución no sólo explica la vida terrestre, sino todo el cosmos. Y la evolución
incluye precisamente eso que llamamos “las leyes de la naturaleza”, que no son
fijas sino que también evolucionan.
Por
escribir ese libro se ganó el anatema de la ciencia…
En
Una nueva ciencia de la vida, desarrollé la hipótesis de los campos morfogenéticos.
Es una idea que lleva circulando desde los años veinte: la existencia de campos
no físicos que llevan información y almacenan la memoria colectiva de las
formas y los hábitos de la naturaleza. Me di cuenta de que era una idea muy
controvertida entre mis compañeros de universidad, por eso me tomé mi tiempo.
¿Es
cierto que en Cambridge llegaron a considerarle como el darwinista más
prometedor de su promoción?
Sí,
pero entonces ya me preocupaba la visión reduccionista de la ciencia. Me di
cuenta de que si quería progresar en mi campo me iba a pasar la vida matando
animales, que es lo que se hace en los laboratorios de las universidades. Así
que me centré en las plantas. Hice unos pequeños descubrimientos sobe el papel
de las auxinas, las fitohormonas que regulan el crecimiento vegetal. Pero
llegué a la conclusión de que la aproximación química no bastaba. Decidí
ensanchar miras y marcharme un tiempo de Cambridge, a estudiar Filosofía e
Historia a Harvard. Finalmente pasé varios años en India, investigando mano a
mano con los agricultores. Allí no tenían ningún problema a la hora de entender
la hipótesis de la “causación formativa”. Pero a mi vuelta a Occidente me topé
con el dogma de la ciencia.
La
revista Nature condenó su libro a la “hoguera”…
Sí,
el director John Maddox se atribuyó el papel de Papa y poco menos que me
excomulgó. Me puso el estigma de “hereje”, como a Galileo. Y eso hizo que
estuviera proscrito en círculos científicos y que me fuera prácticamente
imposible hacer carrera de un modo convencional.
¿Se
siente vindicado por la recepción que ha tenido ahora El espejismo de la
ciencia?
No
voy buscando un desquite por lo ocurrido hace más de treinta años. Mi objetivo
sigue siendo el mismo: lograr que la ciencia sea más abierta y fiel a sus
principios de la busqueda empírica, en vez de ajustarse a los dogmas. En lo
personal, y pese a que el libro ha recibido buenas críticas y ha sido bien
recibido por el público, sigo teniendo mis problemas con la comunidad
científica, como ha quedado comprobado con la censura de mi charla en TEDx.
¿Pero
no hay síntomas de que la ciencia se está por fin abriendo?
En
privado, los científicos son por así decirlo más aventureros. Pero en público
no se arriesgan porque viven en un ambiente muy opresivo. Tienen miedo a que si
dicen algo muy comprometido les puede arruinar la carrera. Hay una atmósfera de
miedo en las instituciones científicas que nos impide avanzar. En los últimos
veinte o treinta años, si lo pensamos, no ha habido un gran descubrimiento
científico, sino más bien avances graduales. Pero en el fondo existe un gran
déficit de innovación, y todo esto es producto de la rigidez de la propia
ciencia.
Usted
ha expresado alguna vez su confianza en que los científicos rompan ese muro…
Sí,
pero en la actual situación económica lo veo muy improbable, porque cada vez es
más difícil financiar proyectos, sobre todo los que pueden ser radicales o
controvertidos. Los científicos, como los políticos, actúan con miedo y
funcionan a corto plazo. Pero yo no dejo de soñar con el día de la “liberación”
de la ciencia de los correajes del dogma. Creo que a partir de ese momento se
produciría no sólo un renacimiento científico, sino un auténtico renacimiento
cultural.
En
su libro arremete usted contra la medicina como la ciencia “mecanicista” por
excelencia. ¿Acaso no han contribuido los avances médicos a mejorar nuestra
esperanza de vida?
La
medicina moderna ha logrado grandes avances que hace apenas un siglo se habrían
considerado como milagros. La cirugía, los trasplantes, los antibióticos, los
programas de inmunización o la fertilización “in vitro” han afectado a millones
de vidas, no podemos negarlo. Pero el enfoque mecanicista se ha enfrentado con
límites cada vez más visibles, y no es extraño que la gente recurra a las
terapias alternativas. La sociedad ya se ha movido, y oficialmente se habla de
una medicina “integrativa” que va más allá de la medicina mecanicista.
Hablemos
finalmente sobre la telepatía. Sus estudios en este campo han provocado de
nuevo el revuelo de sus colegas que lo califican de “pseudociencia” y
“parapsicología”…
El
problema con la telepatía es que casi todo el mundo la ha experimentado de una
manera o de otra. Es curioso, pero un debate sobre el tema con Richard Dawkins
fue él mismo quien se negó a que discutiéramos sobre la evidencia. Lo que yo
reivindico es una ciencia basada en la evidencia y no en el dogma. Creo
realmente que es mejor ser escéptico que ser dogmático. Y en lo que respecta a
la telepatía, yo he intentado acercarme científicamente a ella como un fenómeno
“natural” y no sobrenatural. Claro que luego saltarán los fundamentalistas
religiosos alegando que la telepatía es obra del diablo… (risas).
Fuente:
Mundo Nuevo
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