Desde que nacemos, estamos llamad@s a regresar al hogar. No
está en otro lado ni en otro planeta, está aquí mismo, estás llamad@ a SER.
Naciste en el lugar que elegiste, el más idóneo para tu aprendizaje y regreso
al Ser. Puede que el lugar en donde naciste, sea la familia, la ciudad, el país
mismo, sea oscuro, “malo”, porque estamos acostumbrados a mirar gran parte d e
nuestra vida desde la mente, desde el juicio y las proyecciones, pero desde el
Ser todo cobra sentido, las piezas encajan perfectamente como si fueran partes
de un inmenso puzzle que nuestra mente estrecha y pequeña no pude lograr
entender ni alcanzar a comprender de la belleza de la globalidad de que se
trata. Sin embargo a pesar de que sólo yendo al hogar todo puede cobrar
sentido, queremos huir de ello, porque da miedo, porque significa soltar la
identidad para lanzarse al vacío hacia la Verdad y sin embargo huimos de esto y
nos agarramos a lo que verdaderamente deberíamos soltar.
No estamos siendo porque huimos, porque si termina nuestra
identificación con la identidad creemos que terminará nuestro yo, quien creemos
que somos y precisamente en esta huida es cuando realmente nos atamos y
acabamos siendo esclavos de la falsa identidad.
Llegar a casa totalmente es lo único que haces desde que
naces, es el camino, aunque te empeñes vida tras vida en huir, pero siempre la
oportunidad está disponible. Tod@s tenemos la oportunidad de despertar a la
Verdad, de volver al hogar, al corazón, al reconocimiento del Ser dentro de
nosotros, pues este es el verdadero hogar del que nunca nos fuimos. El Ser
siempre está ahí y esta Verdad es atemporal. En este reconocimiento puedes
caminar en la tierra sabiendo que estás en el “cielo”. Cualquier lugar dejará
entonces de ser extraño o “malvado”, porque prestaremos más atención al hogar
de nuestro interior que a las circunstancias externas, y a pesar de que lo de
fuera no sea agradable, nos daremos cuenta de que la Verdad somos nosotr@s, los
seres divinos que nunca se fueron ni dejaron de Ser. Esto no quiere decir que
nos tenga que gustar todo lo que vemos a
nuestro alrededor ni que tengamos que resonar con ello… simplemente reconocemos
que hay una Verdad mayor que todo esto.
El hogar es el gran vacío absoluto donde todo Es a la vez,
puedes sentir la vibración en tu corazón…
Sin embargo, aunque el Ser, el reconocimiento de tu divinidad
está siempre disponible, no puedes ir en su búsqueda como si buscaras un objeto
perdido por la casa o algo que quieres ardientemente conseguir… porque quien
busca es incluso observado en esa búsqueda por algo superior, ese tú que buscas
es observado en el proceso de búsqueda y es que mientras estamos identificados
totalmente con nuestra identidad, nuestra búsqueda viene desde la mente, desde
los condicionamientos, desde las programaciones… pero sólo desde la
introspección, desde el despertar, que en cada persona se puede dar de maneras
muy diversas, surge la inspiración divina que nos abre al Ser.
A veces en el proceso de búsqueda desde la mente, podemos
incluso identificarnos tanto con nuestra identidad y nuestra mente, que creemos
que vamos evolucionando en la búsqueda del Ser… es una trampa muy común. Pero
lo que buscamos no se encuentra en la mente, tampoco puede evolucionar ni ir
hacia delante o retroceder lo que ya ES, simplemente Es y siempre ha sido,
podemos percibir que evolucionamos para describir digamos que la amplitud de
nuestra percepción, de nuestra consciencia, de la integración de la Verdad,
pero la Verdad misma, el SER, ya está ahí, es la Verdad de lo que somos, así
que realmente de forma intrínseca tampoco evolucionamos realmente, también esto
forma parte del juego, de la identificación con la mente, con el maravillosos
cuerpo que ahora en esta vida ocupamos… pero en ese espacio sagrado que es tu
hogar, ahí todo está bien, nada hay que sanar, ni salvar, ni cambiar… es el
vacío de todo lo que conocemos y a la vez plenitud llena, ahí no ganas ni
pierdes tampoco nada, porque lo que Es ya Es y siempre FUE. En este punto nos
damos cuenta de que cada vez sabemos menos; no es una montaña que escalar ni
una escalera que subir, pero primero tenemos que jugar a escalar y subir para
que podamos comprender que esto también forma parte de la falsa identidad. Todo
es un juego...
¿No es liberador?
Angélica Galeano
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