Engastado en el misterio, el
esoterismo, la religión, la filosofía, la psicología, la magia, la fantasía...
y ataviado con ropajes diversos según las edades y los intérpretes, hay un
holón (1) precioso de sabiduría y de exaltada aspiración espiritual, o lo que
es lo mismo, el “Máximo Factor Común”, una enseñanza universal, un “arte de
aprender a vivir sabiamente”, un foco de sabiduría muy antiguo, una “verdad
olvidada” (2) ―que siempre y en todas partes adopta las mismas características
básicas― referente a la naturaleza del ser humano y de la realidad que se
oculta en el corazón del núcleo de las grandes tradiciones de sabiduría del
mundo y que ha sobrevivido a los bandazos ideológicos y emocionales de la
humanidad: «Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este
siglo, ni de los príncipes de este siglo, que quedan desvanecidos, sino que
enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida» (1 Corintios, 6-7). Es
probable que estemos ante la reflexión colectiva e individual más profunda que podamos
imaginar y que se conoce como “Tradición Unánime”, “Sabiduría Primordial”,
“Sabiduría Perenne”, “Sabiduría Antigua” (3), “Religión Perenne”, “Filosofía
Perenne” (4), etc.
El término “filosofía perenne”,
utilizado por primera vez por Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), filósofo y
matemático alemán, fue ampliamente difundido a través de un libro publicado en
1945 y titulado La filosofía perenne del escritor inglés Aldous Leonard Huxley
(1894-1963). En épocas más recientes, Ken Wilber, una de las mayores
autoridades mundiales en el estudio de la conciencia y uno de los principales
exponentes de la denominada “Psicología Transpersonal”, gusta llamar a la
“filosofía perenne” “psicología perenne”: una comprensión de la conciencia
humana que expresa la percepción básica de la “filosofía perenne” en lenguaje
psicológico.
Y es precisamente en el corazón de la
“filosofía perenne”, esa vasta reserva de sabiduría, ese abrazo integrador, ese
holón que se alza sobre las “toscas visiones” del universo, donde se halla
claramente expresado y desarrollado el gran secreto de la naturaleza, el
misterio de los misterios, la respuesta a todas las incógnitas, la
“no-dualidad”, el “uno-sin-segundo”... Para entrar en el reino de los cielos,
el Evangelio según Tomás sugiere “hacer de dos uno”: «Ellos le dijeron:
Entonces, volviéndonos pequeños, ¿entraremos en el Reino? Jesús les dijo:
Cuando hagáis de dos uno, y cuando hagáis lo que está dentro como lo que está
fuera y lo que está fuera como lo que está dentro, y lo que está arriba como lo
que está abajo, y cuando hagáis, el macho con la hembra, una sola cosa [...]
entonces entraréis (en el Reino)» (5). Dicho de otro modo, «el conocedor debe
convertirse en lo conocido» (6) ...
No hay enemigos para aquel que se
sitúa más allá de la dualidad, afirma un texto bíblico: «Habitará el lobo con
el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el
becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará. La vaca pacerá con la osa,
y las crías de ambas se echarán juntas, y el león como el buey, comerá paja. El
niño de teta jugará junto a la hura del áspid, y el recién destetado meterá la
mano en la caverna del basilisco. No habrá más daño ni destrucción en todo mi
monte santo, porque está llena la tierra del conocimiento de Yavé» (Isaías
11,6-9).
Quizá una de las explicaciones más
interesantes de la “no-dualidad” se encuentre en la profunda doctrina del
dharmadhátu o “reino de la interpenetración mutua”: «En el paraíso de Indra se
dice que existe una red de perlas, dispuestas de tal forma que si miras a una
ves reflejadas en ella a todas las demás. De la misma manera, cada objeto en el
mundo no es él mismo sino que implica a todos los restantes objetos y es
también, de hecho, todo lo demás. “En cada partícula de polvo, están presentes
innumerables Budas”» (7). Y en la Bhagavad Gîtâ (VII, 7) leemos: «Cosa más
excelente que Yo no existe alguna, oh conquistador de Riquezas. En Mi está todo
enhebrado como en un hilo montones de perlas».
Sabidurías Orientales No Duales
Distintas Sabidurías Orientales,
entre las que figuran el Vedânta Advaita hindú (sistema no-dualista del Vedânta
expuesto originariamente por Shankara), algunas corrientes del Taoísmo
filosófico (8) y las escuelas Mâdhyamaka y Yogâcâra del Budismo Mahâyâna (9), han
afirmado de modo claro y categórico la “irrealidad del mundo fenoménico” y la
existencia de una forma no-dual de experimentar el mundo. Para estas Sabidurías
sólo existe una Realidad única, atemporal, infinita, no-dual, perfecta que
recibe los nombres de Mente, Conciencia o Vacuidad (en el Mahâyâna), Brahman,
Âtman (en el Hinduismo), Tao (en el Taoísmo), etc. Según las Upanishad: «No
existe diversidad en ninguna parte. A esto se llega a través de la mente
purificada. Pero el que sigue viendo diferencias aquí, va de muerte en muerte»
(10).
La caracterización no-dual de la
Realidad también está presente en el Taoísmo filosófico. Zhuang zi declara
acerca de esta Realidad única, más allá del dualismo y de términos opuestos, lo
siguiente:
No hay nada que no sea eso; no hay
nada que no sea eso. Lo que no puede ser visto por eso (la otra persona) puede
ser conocido por mí. Es por eso que digo, esto emana de eso; eso también deriva
de esto. Esta es la teoría de la interdependencia de esto y eso (relatividad de
los patrones).
No obstante, la vida surge de la
muerte, y viceversa. Las posibilidades surgen de las imposibilidades y
viceversa. Siendo este el caso, el sabio verdadero rechaza todas las
distinciones y se refugia en el Cielo (Naturaleza). Porque uno puede basarlo en
esto, aunque esto es también eso y eso es también esto. esto también tiene su
bien y su mal, y eso también tiene su mal y su bien. ¿Existe entonces realmente
una distinción entre esto y eso? Cuando esto (subjetivo) y eso (objetivo) están
sin sus correlativos, ese es el verdadero “eje del Tao”. Y cuando ese Eje pasa
por el centro donde convergen todos los Infinitos, las afirmaciones y las
negaciones se mezclan por igual en Uno infinito. (11)
En el Budismo Zen leemos: «Abandonad
esos erróneos pensamientos que conducen a falsas distinciones. No hay ni “yo”
ni “el otro”. No hay ni “malos deseos”, ni “cólera”, ni “odio”, ni “cariño”, ni
“triunfo”, ni “fracaso”. Con que sólo renunciéis al error del pensamiento
intelectual o conceptual, vuestra naturaleza exhibirá su prístina pureza, pues
sólo ésta es la manera de obtener la iluminación» (12). Para Nâgârjuna, el
máximo exponente de la escuela Mâdhyamaka: «La naturaleza propia de todas las
cosas es semejante a una imagen reflejada; su esencia, pura, calma, es carente
de dualidad, igual a la realidad absoluta» (13). Y es que por encima del
enigmático Cronos, sede de los deshilachados hilos de vida suspendidos en el
universo de la manifestación, quizá se alce lo atemporal, “lo que sobrevive con
sus auges y ocasos”, y que, a través de los tiempos, ilumina y cautiva a
aquellas personas capaces de leer en los aparentemente oscuros metalenguajes
del universo.
Se podrían citar tantos pasajes de
tratados hindúes, budistas y taoístas que bien podría afirmarse, sin temor a
caer en la exageración, que las Sabidurías Orientales no-duales presentan en su
frontispicio la noción de “no-dualidad” y que la naturaleza no-dual de la
realidad sólo se revela en la experiencia de no-dualidad a la que se da distintos
nombres, a saber: “despertar”, “iluminación”, “liberación”, nirvâna, satori,
“vacuidad”, etc. Recordemos las enigmáticas palabras de un maestro oriental:
«Antes de llegar al Zen, las montañas eran sólo montañas, los ríos sólo ríos,
los árboles sólo árboles. Cuando profundicé en el Zen, las montañas ya no eran
montañas, los ríos ya no eran ríos, los árboles ya no eran árboles. Pero cuando
alcancé la iluminación, las montañas volvieron a ser sólo montañas, los ríos
volvieron a ser sólo ríos y los árboles sólo árboles» (14). En palabras de
William Blake: «Un necio no ve el mismo árbol que ve un sabio» (15). Y en Lucas
(18,12) leemos: «Un hombre noble partió para una región lejana a recibir la
dignidad real y volverse». Finalmente, en la mística musulmana encontramos el
siguiente mensaje: «“Por mucho que te alejes ―se nos responde― es al punto de
partida a donde vas a llegar de nuevo”, como la punta del compás volviendo
sobre sí misma. ¿Se trata, simplemente de salir de uno mismo para llegar a uno
mismo? De ningún modo. Entre la salida y la llegada, un gran acontecimiento lo
habrá transformado todo; el yo que se vuelve a encontrar allí es el que está
más allá de la montaña de Qâf, un yo superior» (16).
No existe afirmación filosófica más
seductora, más extraña y más aparentemente alejada de los parámetros de la
razón, más incompatible con nuestra experiencia habitual marcada por un
inevitable sentimiento dualista, que la que afirma la existencia de un modo no
fragmentado de percibir el universo que nos rodea, una forma no-dual de
experimentar el mundo: «Pero si el mundo es holístico y holónico, ¿por qué no
hay más personas que lo vean así? ¿Y por qué tantas disciplinas académicas lo
niegan activamente? Si el mundo es total, ¿por qué tantas personas lo consideran
fragmentado? Y ¿por qué, en última instancia, el mundo está roto, fragmentado,
alienado y dividido?» (17). En las Analectas (VI, XV), Confucio formula las
siguientes preguntas: «¿Quién puede salir por otro sitio que no sea la puerta?
¿Por qué será que los hombres no andan a lo largo del verdadero camino?». En
palabras de M. Samuels y N. Samuels:
Cuando nuestros ojos están abiertos,
captan escenas que percibimos fuera de nosotros [...] Muchas personas dan por
hecho el que los objetos que perciben son reales y están separados de ellos.
Cuando nuestros ojos están cerrados y
hay silencio, las imágenes y los pensamientos que nos llegan parecen estar en
el interior de nuestra mente [...] Muchas personas conceden escasa importancia
a estos sucesos internos, llegando incluso a negar que esas experiencias sean
reales. Opinan que la realidad ―es decir la realidad exterior― es el terreno
sobre el que hay que construir la existencia, mientras que la realidad interna
es simplemente irrelevante si no es amenazadora [...] Aunque muchos estén
convencidos de la separación que existe entre estos dos mundos, entre estas dos
realidades, los científicos encuentran cada vez más difícil mantener la
diferenciación entre ambos. (18)
El mundo percibido como mâyâ
Como hemos visto más arriba, el
Vedânta Advaita hindú, algunas corrientes del Taoísmo filosófico y las escuelas
Mâdhyamaka y Yogâcâra del Budismo Mahâyâna afirman que sólo existe una “forma
no-dual de experimentar el mundo”, aunque ninguna de las citadas escuelas «rechaza
de plano el mundo dualista “relativo” con el que tan familiarizados nos
hallamos y que terminamos confundiendo con el “sentido común”, el mundo en
tanto colección de objetos discretos que interactúan causalmente en el espacio
y en el tiempo. Lo que estos sistemas afirman, por el contrario, es la
existencia de una forma no-dual de experimentar el mundo, una modalidad más
real y elevada que la modalidad dualista que los occidentales damos por
sentada» (19). Sin embargo, a través del proceso de Mâyâ, incorporamos
segmentaciones o fragmentaciones ilusorias “generando dos universos a partir de
uno solo”: «La ignorancia, Mâyâ, oculta la verdad y crea esta diversidad, pero
no conoce su propia naturaleza. Eso es lo verdaderamente extraño y
sorprendente. Mientras uno no indaga en su propia naturaleza, Mâyâ gobierna
nuestros pasos; en el momento en que investigamos nuestra propia naturaleza,
desaparece como si nunca hubiera existido» (20). Para Frithjof Schoun: «En el
Absoluto no hay diferenciación, pues ésta pertenece por definición a la
relatividad, a Mâyâ» (21). Por su parte, Erwin Schródinger, uno de los grandes
“chamanes” de la física moderna, escribe:
La conciencia nunca ha sido
experimentada en plural, sino sólo en singular [...] ¿Cómo puede formarse
entonces la idea de pluralidad (a la que con tanta energía se oponen los
escritores Upanishad)? La conciencia se encuentra en íntima conexión con el
estado físico de una región limitada de materia, el cuerpo, del cual depende
[...] Ahora bien, existe una gran pluralidad de cuerpos similares. Por lo
tanto, la pluralización de conciencias o mentes parece ser una hipótesis muy
sugestiva. Es probable que la hayan aceptado todos los pueblos simples, al
igual que la gran mayoría de los filósofos occidentales [...] La única
alternativa posible es sencillamente la de atenerse a la experiencia inmediata
de que la conciencia es un singular del que se desconoce el plural; que existe
una sola cosa y que lo que parece ser una pluralidad no es más que una serie de
aspectos diferentes de esa misma cosa, originados por una quimera (la palabra
hindú: MAYA). La misma ilusión se produce en una galería de espejos y, en forma
análoga el Gaurisankar y el Monte Everest parecen ser una misma cima vistos
desde valles diferentes”. (22)
La Bhagavad Gîtâ (XI11, 16) resume
todo esto con las siguientes palabras: «Es indivisible y, como si estuviera
dividido, reside en los seres».
Mâyâ representa el “acto inicial de
partición”, el paso de la no-dualidad al dualismo originario (el del sujeto
frente al objeto, el organismo frente al medio), el nacimiento de dos
escenarios distintos, distantes y opuestos, el “alejamiento de la Vacuidad”,
“cuando el Verbo se encarnó”, en otras palabras, la “amputación de la
Eternidad”: «Desgarrada, oscura, intempestiva, partida de un terrible golpe, la
Eternidad rueda en pedazos, y sus trozos son diseminados, un enjambre de montes
marchando a la deriva, dejando tras de sí, inútiles despojos, restos de vida,
entre los altos riscos y en mitad un océano de vacío insondable» (23). Por
ejemplo, la Chândogya Upanishad (42,6-2,1-6.2, 3) afirma: «Hijo mío, en el
principio este mundo era, en verdad, únicamente ser, uno y sin segundo. Él
pensó: “Quiero ser múltiple, quiero procrear”». Y en el Tao te ching (XXXII)
leemos: «Cuando el cielo y la tierra estaban unidos se desprendía dulce rocío
[...] Empezaron las jerarquías y con ellas los nombres (títulos); habiendo
aparecido los nombres, habrá que saber detenerse». En palabras de W. Y.
Evans-Wentz: «La Doctrina de Mâyâ asevera que todo el mundo y la creación
cósmica, subjetiva y objetiva, es ilusoria, y que la única realidad es la
mente. Los objetos de nuestros sentidos, nuestro aparato corporal, nuestras
cogniciones mentales, inferencias, generalizaciones, y deducciones no son sino fantasmagoría.
Aunque los hombres de ciencia clasifiquen y acuerden fantasiosos nombres
latinos y griegos a las variadas formas de la materia, orgánica e inorgánica,
la materia misma carece de existencia verdadera. El color y el sonido, y todas
las cosas vistas con los ojos o percibidas con los órganos sensoriales, al
igual que el espacio y la dimensión son igualmente fenómenos falaces». (24)
Mâyâ gobierna nuestro mundo a placer
y lo ha convertido en una fuente inagotable de opuestos, en fragmentos de holones
esparcidos e inconexos moviéndose en una suerte de “magma de conciencia”:
sujeto frente a objeto, organismo frente a medio, verdad frente a falsedad,
realidad frente a apariencia, felicidad frente a desgracia, cuerpo frente a
mente, público frente a privado, bondad frente a maldad, intelecto frente a
instinto, espíritu frente a materia, ser frente a no ser, partícula frente a
onda, triunfo frente a fracaso, vida frente a muerte, absoluto frente a
relativo, belleza frente a fealdad, reposo frente a movimiento, luz frente a
oscuridad, etc. Según los grandes maestros sólo existe la Mente, Brahman, Tao,
Vacuidad pero, a través del proceso de Mâyâ, del pensamiento dualista, de la
“gran ilusión cósmica”, incluimos divisiones ficticias, dando lugar a “dos mundos
de uno solo”: «Aunque los sabios hablan de exterior e interior, dentro y fuera,
ambas expresiones son palabras sin una substancia correspondiente, y sólo se
mencionan para instruir al ignorante [...] El sujeto no puede verse a sí mismo
como ve al objeto, pero se ve precisamente como objeto y por lo tanto no se ve,
es decir, aunque es la propia realidad, se ve como algo irreal y no como
realmente es. Sin embargo, cuando se despierta el autoconocimiento y el objeto
deja de existir, el sujeto se comprende y se realiza como la única realidad».
(25)
Una correcta comprensión de la
doctrina de Mâyâ es un requisito fundamental para aproximarse al estudio de la
Sabiduría de la India y, por supuesto, al concepto de “realidad”: «El mundo no
es una ilusión de la mente en el sentido de que, ante los ojos del hombre
liberado (jivan-mukta), no hay nada que ver salvo un vacío sin huella. El
liberado ve el mundo que nosotros vemos; pero no lo amojona, mide y divide de
la misma manera que nosotros. No lo considera como real o concretamente
quebrado en sucesos y cosas separadas [...] tanto los hindúes como los budistas
prefieren decir que la realidad es “no-dual” [...] La doctrina de maya es una
doctrina de relatividad. Consiste en decir que las cosas, los hechos y los sucesos
son delineados no por la naturaleza sino por la descripción humana y que la
manera como los describimos (o dividimos) es relativa a nuestros variables
punto de vista».
Extracto: María Teresa Román, La
maleta del buscador (Miraguano, 2011)
Fuente_ No-Dualidad
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