A 31 de diciembre pasado, el número
de dosis inyectadas en todo el planeta de la vacuna contra el Covid-19 superaba
ya los 9.000 millones. Si se multiplica esta ingente cantidad de dosis por el
coste de cada una, se constata que, con el dinero que los gobiernos han pagado
a la industria farmacéutica (subvencionada, a la vez, con recursos públicos en
sus investigaciones para "diseñar" la vacuna), habría fondos
suficientes para acabar durante lustros con la hambruna que se sufre en tantas
partes del planeta y mata a muchos millones de personas cada año, entre ellas
2.700.000 niños.
En parte, se reproduce lo vivido con
la crisis de los bancos en 2008, que terminó siendo una crisis general y
ocasionó el endeudamiento masivo de los Estados cuando no menos de 13 billones
de euros de dinero de los contribuyentes fueron a manos de la banca privada
para “salvarla”. Un montante que habría sido suficiente para financiar durante
200 años los programas de alimentación, salud y educación que el Tercer Mundo
necesita.
El informe El estado de la
inseguridad alimentaria en el mundo 2021, elaborado por cinco agencias de
Naciones Unidas, concluye que 811 millones de personas no saben qué comerán
hoy. A las que hay que sumar aquellas que no alcanzan a tener una alimentación
mínimamente adecuada, que son más de 2.300 millones. Tan atroz situación está
motivada por las sequias -cada vez más frecuentes debido al cambio climático-,
los conflictos bélicos y sociales, los desplazamientos masivos de refugiados
que huyen de una muerte segura y, muy especialmente, la explotación y
expoliación de los recursos naturales por parte de las grandes corporaciones
transnacionales -propietarias, por cierto, de la citada industria
farmacéutica-.
Cifras que, siendo tremendas, parecen
no sobresaltar a nadie, menos a quienes las sufren, claro. Eso sí, cuando un
virus causa la mortandad en dos años de no más del 0,07 por 100 de la población
mundial (con una media anual, 0,35%, inferior a la que representan esos niños
muertos por hambre), los mismos gobiernos y ciudadanos, que miran a otro lado
ante la hambruna y la mortandad que año tras año provoca, sí se alarman y
muchísimo… ¡porque les afecta a ellos!
Es un claro exponente de dos cosas:
por un lado, de la iniquidad que impera en esta esta sociedad y con la que
convivimos a diario -convivencia que, en demasiados casos, se convierte en
connivencia-; y, por otro, de que todo lo que estamos viviendo a propósito de
la pandemia tiene y tendrá, ineludiblemente, consecuencias álmicas para cada
uno. Porque sabiendo –y todos lo podemos saber, a poco que nos importe- que la
desnutrición origina muchas más muertes que el virus del Covid, ¿cuántos de los
inoculados estarían dispuestos a renunciar a la vacuna para que el dinero que
cuesta se usará para paliar el hambre en el planeta? Y esto no es demagogia,
sino veracidad, esa cualidad que ahora tildan de locura.
Para colmo, los hay que pretenden
acallar sus conciencias firmando manifiestos para que la vacuna llegue a todos
los rincones del planeta: ¿lo hacen pensando en el bienestar de los que viven
en pobreza extrema o como modo de evitar que gente tan vulnerable sea foco de
nuevas “variantes” del virus que les puedan afectar a ellos?
Desde luego, puestos a elegir, sin
duda que tantos desfavorecidos preferirán que se les proporcionen alimentos
para evitar un fallecimiento indudable a que se les inyecte una vacuna que les
libre de una hipotética muerte. Máxime cuando, en el no va más del disparate,
los efectos inmunes de la inoculación son discutibles, pues no les evitará el
contagio propio ni que contagien a otros, y de escasa duración, no más de unos
meses.
En lo que a mí respecta, la decisión
es obvia. Por mi edad, me debería haber puesto ya tres dosis, creo. Agradeciendo
a las instancias oficiales su “preocupación” por mi salud y garantizándoles que
estoy muy sano -no gracias a las farmacéuticas, sino a la paz interior que
gozo-, les pido que no se molesten en perseguirme -o en "joderme",
que dice el pobre hombre que preside lo que aún se autodenomina República
Francesa- con tanto certificado Covid y tantas restricciones absurdas; y
dediquen el coste de las dosis que se ahorran conmigo cual modesto grano de
arena para financiar programas de alimentación dirigidos a mis congéneres, que,
literalmente, se están muriendo de hambre.
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Publicado por Emilio Carrillo
Fuente: El Cielo en la Tierra
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