"Quien
ve en el acto el no-acto y en el no-acto el acto; éste es un sabio entre los
hombres, está en estado de unión, hace posible la totalidad de los actos."
-
Bhagavad-Gita IV-18
La
característica de nuestro condicionamiento es que nos consideramos como una
entidad autónoma, individual, y así la realidad no puede llegar hasta nosotros.
Un concepto es una ficción sin substancia, sin independencia, como un sueño, y
en este nivel todo lo que hacemos está dirigido por un yo, es intencional, es
un acto parcial. Lo que efectuamos bajo la influencia del "yo"
individual nos encierra en un circulo infernal, somos tributarios de las
condiciones de este acto y de este pensamiento.
El
acto puro, sin elección, la no-elección, el acto infinito de la conciencia es
indiferente a lo puro y a lo impuro, a lo bello y a lo feo. Los conceptos
elaborados desde un punto de vista moral no son más que una limitación del acto
puro, que es absolutamente indiviso, plenitud. El acto espontáneo es libre de
lo opuesto que implica cualquier forma de elección. En la conciencia unitiva ya
no hay pensador, ni actor; en lo que es creativo, nadie actúa, todo se hace sin
la injerencia de un yo, "se hace" y entonces es un acto total.
Cuando
aparece un deseo no formulado todavía, que no ha tomado consistencia al
expresarse verbalmente o al fijarse en un objeto, debemos tomar conciencia de
este deseo permaneciendo independientes. Así se apacigua la agitación y su
dinamismo se muere en el observador supremo, nuestro "yo" que lo
contiene todo y no puede desear otra cosa que él mismo. La impulsión, la
sensación, sólo tienden obscuramente hacia una expresión no fijada en un
concepto. Debemos vivir el deseo permaneciendo fuera de él; entonces volvemos a
lo que somos: plenitud sin objeto. En cuanto se obtiene esta visión clara, nada
resulta más evidente que la última realidad de la Conciencia ilimitada.
La
vida real se sitúa más allá del nacimiento y de la muerte, más allá de la
aparición/desaparición, no está limitada por nuestra mente ni atada por la
memoria. Esta aparente incógnita se da a conocer cuando nos darnos cuenta de
que lo conocido efímero actual es una compensación, una búsqueda sin salida:
pierde entonces su limitación y se disuelve en el eterno contemplador, toda
presencia, ser, vida. En la esfera de lo conocido, cada cosa está clasificada,
catalogada, congelada. Más allá, es un descubrimiento constante, todo apunta
hacia la conciencia-testigo y todo está absorbido en ella.
El
miedo, la angustia están subordinados a la memoria; la emotividad, la
afectividad que ciegan son reflejos de un psiquismo alienado, las ideas, los
ideales; no son más que huida ante una continua renovación.
La
constatación de lo que somos, perfecta beatitud, con una perspectiva correcta,
es el punto de arranque. Entonces, nuestra vida adquiere otro significado. Es
un conocimiento instantáneo, una percepción directa y las investigaciones
propuestas por el instructor nos llevan hasta esta intuición. Perspectiva
significa orientación, "apuntar hacia", y la experiencia consiste en
"mantenerse ahí", a no volver más a ser prisionero de los errores del
yo y de sus limitaciones.
El
pensamiento discursivo, intencional, nunca puede llevar a esto hacia lo cual
apuntamos, el ser. La intuición directa nos alumbra, nos enseña que no hay nada
por acumular, nada por adquirir y el dinamismo de la búsqueda se vacía. En
cuanto se disipa la ilusión, el buscador vive la plenitud que es gracia.
El
último equilibrio depende de la instalación en la realidad; el calambre
inicial, el "ego" desaparece en él y el espíritu, el cuerpo están
unificados, armonizados; nuestro organismo psicosomático entero está inmerso en
la euforia, toda fluctuación mental está apaciguada cuando viene la alegría. Al
surgir este primer estremecimiento, cuyos raudales pasan con extrema rapidez,
déjese deslizar en la alegría sin objeto; en realidad, cualquier objeto no es
más que un reflejo de la paz infinita del ser, realidad constantemente
presente, subyacente, aunque generalmente lo experimentamos sólo de un modo
disminuido.
La
naturaleza esencial de la felicidad brilla en el vacío aparente que existe
entre dos estados y se vuelve constante omnipresencia, incluso rodeada de
objetos. Toda paz es una expresión de ello. Interrogar una cosa consiste en
dejarla que hable, que se exprese, que viva, sin interponer entre ella y
nosotros un velo más o menos opaco, tejido por un yo; y preservando los
momentos sin formulación, permaneciendo en la sensación, sea táctil, sea auditiva,
se disuelve en el testigo silencioso.
Lo
que somos —toda presencia— tiene su aparente extensión en un espacio-tiempo en
el cual podemos hablar de vivir y de morir: una imagen en la mente; pero
nuestra naturaleza genuina no tiene ni nacimiento ni muerte, solo hay
nacimiento y muerte de un yo.
Cualquier
fenómeno se desarrolla en este espacio-tiempo. Abstenerse de pensar por un acto
de disciplina, de voluntad, también está producido por un yo, por su
afirmación; tratar de no hacerlo es todavía una conceptualización, ya que todo
debe disolverse para que el fondo se vuelva una vivencia. Por lo tanto, una
objetivación es un impedimento para integrar lo que somos realmente, nunca
podemos despertar; un esfuerzo para llegar al despertar dentro de un horizonte
circunscrito por un "ego" es un obstáculo. Si esta intención nos
abandona, nos invade la gracia, todo es gracia. El Ser es una lucidez
silenciosa que no se deja definir como un silencio negativo con su opuesto el
ruido.
¿Cómo
concebir esto? Si queremos calmarnos voluntariamente permaneciendo en este
nivel, si rechazamos, agredimos, nos defendemos; en cambio, si lo aceptamos,
esta agitación se pierde y se funde en el silencio del ser. Si la escuchamos
totalmente, se muere en la paz de la cual no es más que una emanación.
Cuando
hablamos del presente, sólo queremos hablar de este presente, eterno presente
nuestro, desnudo de todo artificio mental y psíquico. El buscador puede ser
considerado como un yo proyectado que experimenta una carencia; separado de la
unidad, intenta en vano, abandonar este estado de espasmo. Cuando por fin
abandona la búsqueda, su impulso se disuelve en el observador silencioso y el
yo que no es más que un movimiento centrípeto se vuelve entonces un movimiento
centrífugo. Nos integramos entonces en nuestra verdadera naturaleza, que
conocemos por una intuición inalienable.
Sola
una entidad conceptual puede ser esclavizada o libre; cuando este reflejo nos
ha dejado, ya no se puede hablar de libertad o de apego. Toda tendencia a
querer objetivar lo que no es conocible es un impedimento para una percepción
de nuestra verdadera naturaleza que es Ser, realidad no dual, lo que somos
genuinamente y que conocemos por "introversión", allí donde no hay ni
exterior ni interior.
Para
que lo desconocido se vuelva conocido, lo conocible debe dejar de obstruir la
conciencia. La mente es la que creó nociones tales como encadenamiento y
libertad; la mente se elimina sin esfuerzo ni disciplina, cuando el silencio se
ha hecho real en nosotros. Es un conocimiento, un amor, sin la presencia de un
yo. De este silencio-vida emana el aroma de la existencia.
Fuente:
Jean Klein. La Alegría sin Objeto
No hay comentarios:
Publicar un comentario