"Somos hijos e
hijas de las estrellas y del polvo cósmico", escribe el teólogo brasileño
Leonardo Boff, en un texto donde ahonda en el sentido de la vida y la
importancia de sabernos parte de un universo tan bello como insondable...
Por Leonardo Boff*
Cada uno de nosotros
tiene la edad del universo, que son 13.730 millones de años. Todos estábamos
virtualmente juntos en aquel puntito, más pequeño que la cabeza de un alfiler,
pero repleto de energía y de materia. Ocurrió la gran explosión, y generó las
enormes estrellas rojas dentro de las cuales se formaron todos los elementos físico-químicos
que componen el universo y todos los seres que lo forman.
Somos hijos e hijas de
las estrellas y del polvo cósmico.
Somos también la
porción de la Tierra viva que ha llegado a sentir, a pensar, a amar y a
venerar. Por nosotros la Tierra y el universo sienten que forman un gran Todo.
Y nosotros podemos desarrollar la conciencia de esa pertenencia.
¿Cuál es nuestro lugar
dentro de ese Todo? Más inmediatamente, ¿dentro del proceso de la evolución?
¿Dentro de la Madre Tierra? ¿Dentro de la historia humana?
“Por nosotros la Tierra
y el universo sienten que forman un gran Todo. Y nosotros podemos desarrollar
la conciencia de esa pertenencia”.
No nos es dado saberlo
todavía. Tal vez será la gran revelación cuando hagamos el paso alquímico de este
lado de la vida hacia el otro. Ahí, espero, todo quedará claro y nos
sorprenderemos, porque todos estamos umbilicalmente interrelacionados, formando
la inmensa cadena de los seres y el tejido de la Vida.
Caeremos, así lo creo,
en los brazos de un Dios-Padre–y-Madre, de infinita misericordia para quien la
necesita por causa de sus maldades, y en un abrazo amoroso eterno para los que
se orientaron por el bien y por el amor. Después de pasar por la clínica de
Dios-misericordia, los otros vendrán también.
Yo de niño de pocos
meses estaba condenado a morir. Cuenta mi madre, y las tías siempre lo
repetían, que yo tenía “el macaquiño”, expresión popular para la anemia
profunda. Todo lo que ingería, lo vomitaba. Todos decían en dialecto véneto:
“poareto, va morir”: “pobrecito, va a morir”.
Mi madre, desesperada,
y a escondidas de mi padre que no creía en esas cosas, fue a la rezandera, a la
vieja Campañola. Ella hizo sus rezos y le dijo:
“Dele un baño con estas
hierbas y después de hacer el pan en el horno, espere hasta que esté tibio y
meta a su hijito dentro”.
Eso fue lo que hizo mi
madre Regina. Me puso sobre la pala de sacar el pan horneado y me metió dentro.
Y me dejó allí un buen rato.
Y ocurrió una
transformación.
Al sacarme del horno
empecé a llorar, decían, y a buscar el pecho para chupar la leche materna.
Después, mi madre, masticaba en su boca algunas comidas más fuertes y me las
daba. Empecé a comer y a fortalecerme. Sobreviví. Y aquí estoy, oficialmente
viejo, con 80 años cumplidos.
Pasé por varios
peligros que podrían haberme costado la vida: un avión DC-10 en llamas rumbo a
Nueva York; un accidente de automóvil contra un caballo muerto en la carretera
que me rompió todo; un clavo enorme que cayó sobre mi frente cuando estudiaba
en Munich, que podría haberme matado si hubiera caído sobre mi cabeza; en los
Alpes caí en un valle profundo cubierto de nieve y unos campesinos bávaros,
viéndome con el hábito oscuro y que me hundía cada vez más, me sacaron con una
cuerda. Y otros.
Ser parte de un todo
Norberto Bobbio me
concedió el título de doctor honoris causa en política por la Universidad de
Turín. Entendió que la teología de la liberación había realizado una
contribución importante al afirmar la fuerza histórica de los pobres. El
asistencialismo clásico o la mera solidaridad, manteniendo a los pobres siempre
dependientes, es insuficiente.
Ellos pueden ser
sujetos de su liberación, cuando concientizados y organizados. Superamos el
para los pobres, insistimos en el caminar con los pobres, siendo ellos los
protagonistas, y quien pueda y tenga ese carisma viva como los pobres, como lo
hicieron tantos, como Dom Pedro Casaldáliga.
Recuerdo que comencé mi
discurso de agradecimiento al título, concedido por esa notable figura que es
Norberto Bobbio, diciendo:
“Vengo de la piedra
lascada, del fondo de la historia, cuando a duras penas teníamos medios para
sobrevivir. Mis abuelos italianos y mi familia desbravaron una región
deshabitada y cubierta de pinares, Concordia, en los confines de Santa
Catarina. Ellos tuvieron que luchar para sobrevivir. Muchos murieron por falta
de médicos. Después fui subiendo en la escala de la evolución: los 11 hermanos
estudiaron, hicieron la universidad, yo pude terminar mis estudios en Alemania.
Ahora estoy aquí en esta famosa universidad”.
Y a pedido de Bobbio,
hice un resumen de los propósitos de la Teología de la Liberación, que tiene
como eje central la opción por los pobres contra su pobreza y a favor de la
justicia social. Di muchos cursos por todo el mundo, escribí bastante, enjugué
lágrimas y mantuve fuerte la esperanza de militantes que se frustraban con los
rumbos de nuestro país.
¿Cuál será mi destino?
No lo sé. Tomé como lema el que era de mi padre, que lo vivía: “Quien no vive
para servir, no sirve para vivir”. A Dios la última palabra.
*Publicado en Koinonía
Fuente: SOPHIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario