En abril del año 2002 los doctores le
dieron a Anita Moorjarin, una exitosa ejecutiva empresarial de origen hindú que
trabajaba en Hong Kong, un diagnóstico médico que borró de una plumada su
exitoso presente laboral y personal. Sufría de linfoma de Hodgkin, un agresivo
tipo de cáncer que ataca el sistema linfático del cuerpo.
Cuatro años después, pese a los
tratamientos médicos, el cáncer de Anita, en vez de remitir, había avanzado
implacablemente. La mujer debía movilizarse en una silla de ruedas y necesitaba
un tanque de oxígeno para respirar y cada nuevo día su salud empeoraba. Tanto
así, que en febrero del 2002 la mujer entró en un estado de coma. Los doctores,
tras examinarla, le dijeron a sus familiares que, con suerte, le quedaban unas
36 horas de vida.
En esas fatídicas horas Anita
Moorjarin comenzó a experimentar lo que se conoce como ECM o experiencia
cercana a la muerte, es decir, se vio a sí misma acostada casi exánime en la
cama del hospital, rodeada de los médicos, su esposo Danny y su acongojada
madre.
“Estaba en un umbral entre la
conciencia y la inconsciencia, pero de pronto sentí que mi espíritu ya no
estaba en mi cuerpo. Me sentí realmente bien, pero podía ver como la doctora le
decía a Danny: “el corazón de su esposa puede seguir latiendo, pero ella no
está allí realmente. Es demasiado tarde para salvarla. Sus órganos ya están dejando
de funcionar y es por esto que ha caído en un coma. Ella no va a lograr pasar
la noche. Cualquier cosa que le administremos en este estado puede ser
demasiado tóxica y fatal para su cuerpo, sus órganos ni siquiera están
funcionando” “.
Anita agrega que “mi madre y mi
esposo parecían tan asustados que les dije: “no lloren por mí, yo estoy bien”:
Pensé que yo estaba diciendo esas palabras en voz alta, pero nada se oyó. No
tenía voz. Quería abrazar a mi madre y a mi esposo, consolarlos y decirles que estaba
bien, que no sentía nada de dolor, pero no comprendía porque mi cuerpo físico
yacía allí, sin vida y sin energía. Todavía estaba consciente y lúcida de cada
detalle que se desenvolvía ante mí, mientras observaba al equipo médico
transportar mi cuerpo casi sin vida a la unidad de cuidados intensivos,
conectándome a las máquinas e insertándome agujas y tubos. En ese momento no
sentí ningún apego a mi cuerpo casi inerte mientras yacía en la cama del
hospital. No sentía que fuera mío. Se veía demasiado pequeño e insignificante
como para contener aquello que estaba experimentando. Me sentí libre, liberada
y magnificente. Cada dolor, molestia, tristeza y sufrimiento habían
desaparecido. Estaba totalmente libre de cargas y no podía recordar haberme
sentido así nunca antes.
Luego tuve una sensación simultánea,
de cruzar a otra dimensión y estar abarcada o contenida por algo que sólo puedo
describir como puro amor incondicional; pero inclusive la palabra amor no le
hace justicia. Era la más profunda forma de dar amor que nunca antes había
experimentado. Iba mucho más allá de cualquier forma de afecto físico que
podamos imaginarnos y era incondicional: Era mío, sin importar lo que yo
hubiera hecho jamás. No tenía que hacer nada o comportarme de cierta manera para
merecerlo. Este amor era para mí, sin que nada importara. Me sentí
completamente bañada y renovada en esta energía que me hacía sentir como si yo
perteneciera allí, como si finalmente hubiera llegado después de años de lucha,
dolor, ansiedad y miedo”.
“No lloren por mí”
En ese momento de su ECM, Anita Marjoorin
relató que se sintió conectada a todo, como si ella fuera el todo y el todo
fuera ella. “Es algo muy difícil de explicar simplemente porque las palabras
adecuadas no existen. Muchos seres que ya habían muerto, incluyendo mi padre y
mi mejor amiga, que había fallecido precisamente de cáncer el mismo año en que
a mí me diagnosticaron la enfermedad, me rodeaban. No reconocí a los otros
seres, solo sabía que me amaban mucho y que me protegían. También experimenté
una claridad extrema del sentido de la vida, el esquema magnífico de las cosas
y por qué tenía el cáncer. Entendí también el regalo que es la vida, y las
posibilidades asombrosas que nosotros, como seres humanos, somos capaces de
realizar durante nuestra vida física”.
“Descubrí que nosotros mismos, con
nuestro amor, actitud y energía, instalamos el cielo o el infierno en la
tierra. Así que mi nuevo propósito ahora sería vivir el cielo en la tierra
usando esta nueva comprensión, y también de compartir este conocimiento con la
gente. Me hicieron entender que no era mi tiempo, que si elegía quedarme aquí,
no experimentaría muchos de los regalos que el resto de mi vida física todavía
me guardaba. También comprendí que si elegía volver, mi cuerpo se curaría muy
rápidamente, pues entendí que las enfermedades comienzan en un nivel energético
antes de que lleguen a ser físicas”, dijo.
El cáncer desaparecería
Y agregó que “si elegía volver a la
vida, el cáncer desaparecería y mi cuerpo físico se recobraría muy rápidamente.
Entendí que cuando la gente tiene tratamientos médicos para las enfermedades,
cura solamente la enfermedad de su cuerpo pero no su energía, así que la
enfermedad vuelve. Entendí que si yo volvía a la vida, volvería con una nueva
energía, más sublime, sana y pura. Me demostraron que todo lo que sucede en
nuestras vidas dependía de esta gran energía que se encuentra alrededor de
nosotros y creada por nosotros. Gracias a este gran amor incondicional que
sentía y que me rodeaba, me pronto me sentí muy poderosa, y visualicé un futuro
donde yo regresaría de nuevo a la vida y vencería el cáncer en cuestión de días
y que, al contrario de lo que decían los doctores, tendría una vida muy larga”.
Mientras los especialistas que
atendían a Anita y sus mismos familiares esperaban el desenlace inevitable, de
repente ocurrió lo insólito. Anita despertó del coma, recuperó de a poco la
conciencia y comenzó a mostrar alentadores signos de recuperación. Los médicos,
consternados, ordenaron de inmediato una serie de biopsias del nódulo linfático
y de la médula de la paciente, para constatar el avance de las células
cancerígenas y ordenar una inmediata quimioterapia, pero no pudieron encontrar
ni el menor rastro de la enfermedad. Anita Maarjorin, según demostraron los
exámenes, ya no tenía cáncer.
“La primera vez que caminé hacia un
grupo de personas después de salir del hospital, todos se asombraron. Me
miraban como si hubieran visto a un fantasma. No podían creer cómo me había
recuperado tan rápido, pues cada uno de ellos pensó que yo iba a morir.
Entonces compartí mi experiencia y algunos de ellos me dijeron posteriormente
que yo les había cambiado sus vidas”.
El insólito caso de Anita Marjoorin,
que aún no puede ser explicado por la ciencia médica, inspiró un libro escrito
por ella misma llamado “Dying to be me” (“Morí para ser yo”), que causó un gran
impacto en los círculos científicos y que ha sido traducido a varios idiomas.
“Yo había leído casos sobre los
Encuentros cercanos a la Muerte, pero nunca esperé experimentar uno. Mi ECM me
parecía totalmente diferente a cualquier cosa que hubiera leído, porque no
había luz brillante, túnel, ninguna figura religiosa, y no vi mi vida entera
correr delante de mis ojos. Nunca fui muy religiosa y todavía no creo en
ninguna religión particular, pero la experiencia por la que pasé fortaleció mi
creencia en la espiritualidad y mi fe en una vida después de esta vida y, sobre
todo, en el poder de nuestro propio ser superior o alma”.
La Ruta de la iluminación
Fuente: Shurya
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