Es PosibleSam Londe,
un dependiente de zapatería jubilado que vivía en las afueras
de Saint
Louis a principios de la década de 1970, empezó a tener problemas
de
deglución.1 Al final fue a ver al médico y este descubrió que
tenía un
cáncer de esófago metastásico. En aquellos días este tipo de
cáncer se
consideraba incurable y nadie sobrevivía a él. Era una sentencia
de muerte y
el médico de Londe le comunicó la noticia con un tono
sombrío.
Intentando
alargarle la vida lo máximo posible, le dijo que lo mejor
era
extirparle el tejido canceroso del esófago y del estómago, donde el
cáncer se
había propagado. Confiando en él, Londe accedió y se sometió
a la
intervención. Por un tiempo le fue bien, pero al cabo de poco las cosas
fueron de
mal en peor. Una ecografía del hígado de Londe reveló
más malas
noticias: el cáncer se había extendido por todo el lóbulo izquierdo
del hígado.
El médico le dijo que por desgracia le quedaba como
mucho solo
unos meses de vida.
Londe y su
nueva esposa, ambos septuagenarios, decidieron mudarse
a Nashville,
a unos 500 kilómetros de distancia, donde residían algunos
familiares
de ella. Al poco tiempo de trasladarse a Tennessee, Londe
ingresó en
un hospital donde lo asignaron al médico internista
Clifton
Meador. La primera vez que el doctor Meador entró en la habitación
de Londe,
encontró a un hombre canijo y sin afeitar acurrucado
bajo una pila
de mantas con aspecto de moribundo. Londe se mostraba
huraño y
poco comunicativo y las enfermeras le contaron al doctor
Meador que
había estado de ese modo desde que lo habían ingresado
unos días
antes…
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