Imagina que
el cuerpo humano es un aparato de televisión.
Tú eres la
imagen que aparece en la pantalla.
Tu identidad
es una emisión ambiental que se recibe mediante una antena.
Un día,
enciendes la televisión y el tubo del televisor se estropea.
Tu primera
reacción sería: "¡Vaya, la televisión se ha averiado!".
Pero, ¿acaso
la emisión se interrumpe cuando se estropea el aparato de televisión?
Para
responder a esa pregunta, compra otra televisión, instálala, enciéndela y
sintoniza la emisora que estabas viendo antes de que el tubo se estropeara.
Esto demostrará
que la emisión aún está en el aire, aún cuando tu primera televisión
"muriera". La muerte de la televisión como receptor no mató en
absoluto la identidad de la emisión que procede del entorno.
En esta
analogía, la televisión física es el equivalente a la célula.
La antena
del televisor, que se encarga de recibir la señal, representa nuestro grupo de
receptores de identidad y la señal de la emisión, una señal del entorno.
Debido a
nuestra obsesión con el mundo material newtoniano, podríamos asumir en un
principio que las proteínas receptoras de la célula son el "yo".
Eso sería
igual que creer que la antena de la televisión es la que emite la señal. Los
receptores celulares no son la fuente de nuestra identidad, sino el vehículo a
través del cual el "yo" se descarga del entorno.
Cuando
comprendí por fin esta relación, me di cuenta de que mi identidad, mi
"yo", existe en el entorno tanto si mi cuerpo está presente como si
no. Al igual que en la analogía con la televisión, si mi cuerpo muere y en el
futuro un nuevo individuo (un nuevo aparato de televisión) nace con el mismo
grupo de receptores de identidad, ese nuevo individuo sintonizará con mi
"yo".
Estaré una
vez más presente en el mundo. Cuando mi cuerpo físico muera, la emisión
continuará. Mi identidad es un sello complejo contenido en la vasta información
que forma en su conjunto el entorno. La prueba que sustenta mi creencia de que
la emisión de un individuo sigue presente tras su muerte viene de los pacientes
de trasplante que afirman que, junto con sus nuevos órganos, también perciben
cambios conductuales y psicológicos.
Una mujer
consciente de los problemas de salud, la conservadora de Nueva Inglaterra
Claire Sylvia, se quedó atónita cuando comenzaron a gustarle la cerveza, los
nuggets de pollo y las motocicletas después de su trasplante de corazón. Sylvia
habló con la familia del donante y descubrió que había recibido el corazón de
un entusiasta de las motos de dieciocho años a quien le encantaban los nuggets
y la cerveza. En su libro titulado: "Baile de corazones", Sylvia
resume su transformación personal y las experiencias similares de otros
pacientes de su grupo de apoyo de trasplantes (Sylvia y Novak, 1997). Paul P.
Pearsall cuenta también un buen número de historias parecidas en su libro:
"El código del corazón" (Pearsall, 1998). La precisión de los
recuerdos que acompañan a estos trasplantes va más allá de la casualidad o de
la coincidencia.
Una niña
comenzó a tener pesadillas sobre un asesinato después de su trasplante
cardíaco. Tenía unos sueños tan vívidos que sirvieron para capturar al asesino
que había matado a su donante.
Las células
y los órganos trasplantados son un ejemplo no sólo de inmortalidad, sino
también de Reencarnación. Imagina que es posible que en el futuro un embrión
tenga el mismo grupo de receptores de identidad que yo tengo ahora. Ese embrión
se convertirá en mi "yo". Mi identidad regresará, pero utilizará un
cuerpo diferente.
El sexismo y
el racismo se vuelven absurdos a la vez que inmorales cuando uno se da cuenta
de que sus receptores de identidad pueden acabar en una persona blanca, negra o
asiática, ya sea hombre o mujer. Puesto que el entorno representa "todo lo
que existe" (Dios) y nuestros autoceptores no son más que antenas que se
sintonizan con un pequeño ancho de banda de entre todo el espectro posible,
todos nosotros no representamos más que una pequeña parte del todo... una
pequeña parte de Dios.
Tú y yo
somos como los vehículos exploradores, que reciben información de un
controlador ambiental, el espíritu. A lo largo de nuestras vidas, las
experiencias de nuestro mundo le son transmitidas a ese controlador, nuestro
espíritu. Así pues, el modo en que vivas tu vida también influye en el carácter
de tu "yo".
Esta
interacción se corresponde con el concepto del karma. Una vez que lo
entendemos, debemos poner cuidado en cómo vivimos la vida en este planeta, ya
que las consecuencias de nuestros actos duran más que nuestros cuerpos. Lo que
hacemos a lo largo de nuestra vida puede volver para torturamos o a una futura
versión de nosotros mismos. Al final, estas nociones celulares sirven para
realzar la sabiduría de los maestros espirituales que han aparecido a lo largo
de la historia. Todos nosotros somos espíritus en un cuerpo material.
Tomado del
libro: La Biología de la Creencia de
Bruce Lipton