EL APEGO
Según la ley
espiritual, puedes tener cualquier cosa que tu corazón desee.
Sin embargo, si tu
felicidad, sentido de seguridad o sensación de poder dependen de alguien o de
algo en tu vida, entonces estás apegado a esa persona o cosa, y esto es la
cadena que te ata a una frecuencia inferior y te mantiene estancado. Tu
orientación es cortar los lazos que te atan a las personas las cosas y las
emociones. Cuando todos los apegos se liberan, ya no puedes seguir siendo
manipulado emocionalmente. Esto te permite reclamar tu poder y ser genuino.
Libera tu espíritu y el
de los otros. Déjalo ir.
Pregunta: A mi me
parece que el movimiento de la vida se experimenta en la relación con las
persona y las ideas. El desprenderse de tal estímulo implica vivir en un vacío
deprimente. Yo necesito distracciones para sentirme vivir.
Krishnamurti: En esta
pregunta está implícito el problema íntegro del desapego y la convivencia.
Ahora bien, ¿por qué deseamos estar desligados? ¿Qué instinto es ese, que a la
mayoría de nosotros nos hace querer apartarnos, estar desligados? Puede que,
para casi todos nosotros, esa idea del desapego haya surgido porque tantos
instructores religiosos nos han hablado acerca de ello. “Debéis desprenderos de
todo para encontrar la realidad; debéis renunciar, debéis abandonarlo todo, y
solo entonces hallaréis la realidad”. ¿Pero es que en la convivencia podernos
estar desligados? ¿Qué entendemos por convivencia? Tendremos, pues, que ahondar
esta cuestión con cierto esmero.
Veamos ahora por qué
tenemos esa reacción instintiva, esa constante propensión al desapego. Los
diversos instructores religiosos han dicho: “Debéis estar desligados”. ¿Por
qué? El problema, en primer lugar, es este “¿Por qué estamos apegados? “No se
trata de saber estar desligados, sino por qué estáis apegados. Es seguro que si
podéis hallar respuesta a eso, el problema del desapego no existe, ¿verdad?
¿Por qué estamos apegados a las atracciones, a las sensaciones, a las cosas de
la mente o del corazón? Si podemos descubrir por qué estamos apegados,
entonces, tal vez, hallaremos la respuesta justa, que no consiste en cómo
lograr el desapego.
¿Por qué estáis
apegados? ¿Y qué sucedería si no lo estuvierais? Si no estuvierais apegados a
vuestro propio nombre, a vuestros bienes, a vuestra posición - ya lo sabéis, a
todo ese cúmulo de cosas que forman vuestro “yo”; vuestros muebles, vuestro
coche vuestras características e idiosincrasia, vuestras virtudes, creencias e
ideas - ¿qué ocurriría? Si no estuvierais apegados a esas cosas, hallaríais que
sois como la nada, ¿no es así? Si no estuvierais apegados a vuestras comodidades,
a vuestra posición, a vuestra vanidad, os sentiríais súbitamente perdidos,
¿verdad? De modo que el temor a ese vacío, el temor a no ser nada, hace que os
apaguéis a algo: vuestra familia, vuestro esposo o esposa, una silla, un
automóvil, vuestro país; no importa lo que sea. El temor de no ser nada hace
que uno se adhiera a algo; y el proceso de aferrarse implica conflicto, dolor.
Porque aquello a que os aferráis no tarda en desintegrarse, en morir: vuestro
coche, vuestra posición, vuestros bienes, vuestro esposo. Así, pues, en el
proceso de retener hay dolor; y para evitar el dolor decimos que hay que estar
desligado. Examinaos a vosotros mismos, y veréis que ello es así. El miedo a la
soledad, el miedo a no ser nada, el miedo al vacío, nos hace apegarnos a algo:
a un país, a una idea, a un Dios, a alguna organización, a un Maestro, a una
disciplina, a lo que os plazca. En el proceso de apego hay dolor; y, para
evitar ese dolor, tratamos de cultivar el desapego; y así persistimos en ese
círculo que siempre es doloroso, en el que siempre hay lucha.
LA NADA
Cuando estoy apegado a
vosotros, ¿estoy relacionado con vosotros?
Ahora a bien: ¿por qué
no podemos ser como la nada, algo inexistente, no solo en el nivel verbal sino
en lo íntimo? Entonces ya no hay problema de apego o desapego, ¿verdad? ¿Y en
ese estado puede haber convivencia? Eso, en efecto, es lo que este interlocutor
desea saber. El dice que sin relaciones con personas e ideas, uno vive en un
vacío deprimente. ¿Es cierto, eso? ¿La convivencia es un proceso de apego?
Cuando estáis apegados a alguien, ¿estéis relacionados con esa persona? Cuando
estoy apegado a vosotros, cuando me aferro a vosotros, cuando os poseo, ¿estoy
relacionado con vosotros? Llegáis a ser una necesidad para mí porque sin
vosotros estoy perdido, me siento incómodo, desdichado, solo. Os convertís,
pues, en una necesidad para mí, en uno cosa útil, en algo para llenar mi vacío.
Vosotros no sois lo importante; lo que importa es que llenéis mi necesidad. ¿Y
existe convivencia alguna entre nosotros cuando sois para mí una necesidad, una
cosa necesaria, tal como un mueble?
Dicho de otra manera:
¿puede uno vivir sin relaciones? ¿Y es la vida de relación un mero estimulo?
Porque sin eso que llamáis distracción os sentís perdidos, no os sentís vivir.
Es decir, tratáis la convivencia como una distracción que os hace sentir vivos.
Eso es lo que dice el autor de la pregunta.
¿Así, pues, puede uno
vivir en el mundo sin convivencia? Evidentemente no. No hay nada que pueda
vivir en el aislamiento. A algunos de nosotros quizá nos agradaría vivir
aislados; pero ello no es posible. La vida de relación, por lo tanto, se
convierte en una simple distracción, que os hace sentir como si estuvierais
vivos. El reñir unos con otros, el sostener luchas, disputas, etc., produce una
sensación de vida. De manera que la convivencia se convierte en mera
distracción. Y como dice el interlocutor, sin distracciones os sentís muertos.
Por eso utilizáis la convivencia como un simple medio para distraeros; y es obvio
que la distracción, ya se trate de la bebida, de ir al cine, de acumular
conocimientos - cualquier forma de distracción - embota la mente y el corazón,
¿no es así? ¿Cómo una mente embotada, un corazón insensible, puede tener
relación con otra persona? Solo una mente sensible, un corazón despierto al
afecto, puede estar relacionado con algo.
De modo que, mientras
consideréis la convivencia como distracción, viviréis evidentemente en un vacío
porque os asusta salir de ese estado de distracción. De ahí que temáis
cualquier clase de desapego, de separación. La convivencia es, pues, una
distracción que os hace sentiros vivos. La verdadera convivencia, en cambio, no
es, distracción; es, en realidad, un estado en el que os halláis constantemente
en proceso de entenderos a vosotros mismos en relación con algo. Es decir, la
convivencia no es una distracción sino un proceso en el cual uno se revela a sí
mismo; y esa auto revelación es muy penosa porque en la convivencia no tardáis
en descubriros a vosotros mismos, si estáis abiertos a tal descubrimiento. Como
casi ninguno de nosotros, empero, desea descubrirse, como casi todos preferimos
ocultarnos a nosotros mismos en la convivencia, ésta llega a ser ciegamente
penosa, y procuramos desligarnos de ella. La vida de relación no es un
estímulo. ¿Por qué queréis que la convivencia os estimule? Si ello ocurre,
entonces la convivencia languidece, al igual que el estímulo. No sé si habéis
notado que cualquier clase de estímulo termina por embotar la mente y disminuir
la sensibilidad del corazón.
De suerte que la
cuestión del desapego nunca debiera plantearse, porque solo el que posee piensa
en renunciar. Nunca, empero, se pregunta él por qué posee, cuál es el
“trasfondo” que ha hecho de él un hombre posesivo. Cuando comprende el proceso
de poseer, entonces, naturalmente, se libra de la posesión; no que cultive un
opuesto, como el desapego. Y la vida de relación será mero estímulo, un
entretenimiento, mientras nos sirvamos de los demás como medio de satisfacción
propia, o como una necesidad, para huir de nosotros mismos. Lleguéis a ser muy
importantes para mí porque en mí mismo yo soy muy pobre; en mí mismo nada soy,
y, por lo tanto, vosotros lo sois todo. Tal relación está llamada a ser un
conflicto, un dolor; y algo que produce dolor deja de ser una distracción.
Deseamos, por lo tanto, escapar a esa relación; y a esto le llamamos desapego.
Así, pues, mientras nos
sirvamos de la mente en la vida de relación, no podremos entender la
convivencia. Porque, después de todo, la mente es la que nos hace desligarnos.
Cuando hay amor no existe el problema del apego o del desapego. El amor no es
producto del pensamiento: no podéis pensar acerca del amor. Es un estado de
ser. Y cuando la mente interviene por medio de sus cálculos, de sus celos, de
diversos y sutiles engaños, entonces surge el problema en la vida de relación.
La convivencia solo tiene significación cuando es un proceso en que uno se
revela a sí mismo; y si en ese proceso uno actúa en forma profunda, amplia y
extensa, entonces hay paz en la convivencia, no la lucha ni el antagonismo
entre dos personas. Solo en esa quietud, en esa convivencia en la que existe la
fruición del conocimiento propio, está la paz.
JIDDU KRISHNAMURTI
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