Desde el siete de
diciembre una anciana británica de noventa años camina ya con ella en su
cuerpo. Deseamos lo mejor por supuesto para esa mujer de edad y para todas las
personas que ya en Inglaterra, ya allende la pionera isla se pondrán la
codiciada vacuna contra el COVID 19. Deseamos el mayor de los éxitos para esos
proyectos preventivos que están en marcha, pues la satisfacción de la humanidad
es nuestra satisfacción.
Sólo podemos respetar
aquello en lo que tantos miles de millones de personas han fijado su esperanza
a lo largo de todo el mundo. Albergamos sin embargo serias objeciones. La
objeción no confronta, sino que propone, suma en este caso al anhelo colectivo
de superar las crisis. Estamos persuadidos de que la verdadera causa de la
expansión de este virus, que se ha ido gestando durante los últimos decenios,
arranca en nuestro alejamiento de la Naturaleza y ello difícilmente se
solucionará con un instantáneo pinchazo.
Al serio aviso sobre
nuestro “modus vivendi” consumista y materialista que representa el COVID no se
puede responder sólo con un apresurado apaño de las grandes compañías
farmacéuticas. Sincero anhelo de eficacia de la vacuna por delante, presentamos
con consideración nuestras observaciones. Creemos más en la solución que se remonta
al mundo de las causas que en el remiendo congelado, que en la vacunación
masiva con la que pretendemos arreglar nuestros graves errores sistémicos. Cada
vez más científicos apuntan a que el primero de éstos es la destrucción de una
sagrada Madre Naturaleza.
No somos de pinchar
globos, más el contrario de suscitar esperanza allí donde se geste y pulse. No
contestaremos las vacunas que ya atraviesan arrugada piel, apuntaremos a la
vida natural que nos resistimos a abrazar y que nos reporta la verdadera y
perenne inmunología. La auténtica vacuna no urge necesariamente de ochenta
grados bajo cero. Campa en nuestros adentros, por ejemplo en nuestro coraje
interior para levantar una civilización diferente, inspirada en hábitos más
saludables, en valores que trasciendan el materialismo dominante.
Los parches sólo
resultan a corto plazo. ¿No tendrá la nueva vacuna una importante dosis de
espejismo engendrado a base de multiplicados apuros y epidémicos desencantos?
¿No habrá que canalizar esa frustración también hacia la creación de un nuevo
modelo civilizatorio, en vez de sólo a la investigación con las probetas de
laboratorio?
Lo antiguos esenios ya
nos hablaban desde su desierto siempre cercano del poder curador del ángel del
aire, del fuego, del agua y de la tierra. ¿La vuelta a la vida sencilla y
solidaria, a los alimentos sanos, a la mente elevada, al espíritu de compartir
y colaborar, al contacto con los Reinos naturales..., no tendrán más carga de
futuro que la interesada receta de Pfizer, Moderna y Oxford? Ante el incipiente
trajín planetario de los congeladores uno se pregunta si no debiéramos llamar a
la puerta de esa ancestral sabiduría. Ante los triunfantes titulares de estos
días nos cuestionamos si no debiéramos más bien encarar el reto del equilibrio
y la armonía, asumir una actitud más activa y protagonista en la gestión de
nuestra propia salud, antes de pivotar nuestro futuro en cuestionables panaceas
que, no sin riesgo, se inyectan carne adentro.
No somos anti-vacuna,
porque no somos anti-nada; somos y seremos siempre pro-vida, pro-creación. Sólo
señalamos el sol, sólo buscamos la fuente cristalina, labramos la tierra
agradecida, escalamos los recios árboles, nos hundimos en el cálido barro... Pese
a toda suerte de necesarias crisis, sólo gotean al final del día por nuestras
mejillas lágrimas de infinito agradecimiento.
Autor: Koldo Aldai
No hay comentarios:
Publicar un comentario