Nemonte Nenquimo, una
mujer waorani de 35 años, lideró el proceso legal que suspendió la explotación
petrolera que amenazaba a su comunidad. Por esa victoria, ha sido reconocida
como una de las activistas por los derechos indígenas más importantes del mundo.
Su lucha es difícil y su figura divide incluso a activistas y líderes
indígenas. Sin embargo, su risa cautiva a todos.
Nenquimo es una de las
seis ganadoras del premio Goldman 2020. En septiembre fue reconocida por TIME
como una de las 100 personas más influyentes del mundo y el 24 de noviembre, la
BBC la incluyó en su lista de las 100 mujeres inspiradoras e influyentes en el
mundo.
Si la esperanza pudiera
reírse, sonaría como la risa de Nemonte Nenquimo. Ya sea a través de la
pantalla de un computador o el parlante de un teléfono celular, el fuerte
sonido de su carcajada parece una invitación de amistad imposible de ignorar,
así como su lucha por la Amazonía. Nemonte Nenquimo, una mujer indígena waorani
de 35 años, ha encabezado la protesta de su gente para que el Estado
ecuatoriano respete los territorios y los derechos de las nacionalidades
indígenas amazónicas.
En 2016 creó la Alianza
Ceibo para atender las necesidades de comunidades a’i kofan, siona, siekopai y
waorani. En 2019 encabezó la demanda que suspendió el proyecto de explotación
petrolera del bloque 22 en la provincia de Pastaza, un foco de biodiversidad,
que a la vez es fuente de petróleo. Esa es la defensa territorial a la que se
ha avocado Nemonte Nenquimo, nombre melódico como una sonaja. La victoria legal
que obtuvo podría sentar un precedente sobre la explotación petrolera en la
Amazonía ecuatoriana y ha conquistado la atención del mundo entero.
Una lideresa de
renombre internacional
A Nemonte Nenquimo
acaban de darle el premio Goldman: el mayor reconocimiento ambiental que se
entrega a nivel mundial. Antes que ella, lo recibieron personajes como: Alberto
Curamil, Luis Jorge Rivera, Berta Cáceres, Ruth Buendía y Francia Márque.
Curamil lo recibió en
2019 por dirigir a su comunidad mapuche en la detención de la construcción de
dos proyectos hidroeléctricos en el sagrado río Cautín de Chile. A Márquez le
fue entregado en 2018 por organizar a las mujeres afrocolombianas de La Toma y
detener la extracción ilegal de oro en sus tierras ancestrales. En 2016, Rivera
lo recibió por liderar una campaña para establecer una reserva natural en el
Corredor Ecológico Noreste de Puerto Rico. Cáceres fue galardonada en 2015, un
año antes de su asesinato, por emprender una campaña que presionó con éxito al
mayor constructor de represas del mundo para que se retirara del proyecto de
Agua Zarca. Y en 2014, Buendía lo recibió por unir al pueblo Asháninka en una
campaña contra las represas a gran escala en Perú.
A Nemonte Nenquimo,
cuyo nombre en wao tereo, su lengua materna, significa estrella, y a quien sus
amigos más cercanos llaman Nemo, le entregan el Goldman de 2020 por la defensa
de su territorio —específicamente por la victoria legal para evitar la
explotación de los pozos petroleros en el bloque 22 de la Amazonía
ecuatoriana—. “Ese premio no es para mí, es para todos porque solita no hubiera
llegado”, dice Nenquimo, moviendo sus ojos inquietos, pintados con semillas de
achiote, con un español fluido y a través de una pantalla —símbolo de estos
tiempos pandémicos—.
Su esposo, Mitch
Anderson, un estadounidense ambientalista y director de la organización Amazon
Frontlines, dice que el Goldman es una oportunidad para mostrarle al planeta la
lucha de los pueblos indígenas: es la tercera vez que un activista ecuatoriano
lo gana. En 1994 lo recibió Luis Macas por dirigir una lucha pacífica por los
derechos indígenas y en 2008 lo recibieron Pablo Fajardo y Luis Yanza por
liderar, durante décadas, el caso por daños ambientales causados por la
operación petrolera de Chevron-Texaco en la Amazonía Norte del Ecuador.
Este reconocimiento ha
vuelto a poner a Nemonte Nenquimo en el centro de las páginas de los medios, de
los feeds de las redes sociales y de los horarios estelares de los noticieros.
Hace unas semanas, el actor Leonardo Di Caprio escribió en la revista Time unos
breves párrafos de por qué Nenquimo es una de las 100 personas más influyentes
del mundo. En ese entonces, la lideresa indígena dijo que le llamaba la
atención que el reconocimiento fuese solo para ella. “Los occidentales son
egoístas y siempre reconocen solo a una persona”, dice Nenquimo, mientras deja
ver el pequeño espacio entre sus dientes delanteros, por encima de su quijada
en punta.
El rostro de una lucha
colectiva
Abre sus ojos cafés para
decir que la cultura waorani privilegia el colectivismo y ella siente que ni el
Goldman, ni la presencia en la prestigiosa lista de Time, se los ha ganado ella
sola. “Yo represento a millones de personas indígenas que luchamos por la
naturaleza. Si me reconocen a mí, nos están reconociendo a todos”, afirma
mientras reconoce lo abrumador que resulta estar en la mirada del planeta
entero.
Nemonte Nenquimo
asegura que le cansan las cámaras, la atención, los mensajes de WhatsApp y las
llamadas. Cuando siente que ya no puede con la presión, se refugia en la
naturaleza y se desconecta de todo y de todos. “Me gusta ir a donde hay
cascadas. El golpe de la cascada saca el malestar y los malos pensamientos. Me
ayuda a aclarar la mente, me fortalece”. Para ella, esa es su terapia: ir a la
selva, pensar y respirar.
Nenquimo creció en
Nemonpare, una pequeña comunidad waorani donde viven no más de 10 familias
grandes, y que está a dos días de caminata de Puyo, la capital de la provincia
de Pastaza. Cuando nació, los funcionarios del Registro Civil, arquetipo
estatal de la cultura mestiza, no quisieron inscribirla como Nemonte. Su
hermano Oswaldo —a quien todos llaman Opi— dice que le pusieron Inés “para
complacer a los blancos mestizos. Un nombre de cédula”. Pero en casa siempre
fue Nemonte. La tía de su papá le puso ese nombre porque al verla supo que era
“como una estrella y quería que llevara su sabiduría y su cultura”, dice Opi.
Para él, aunque haya personas que critiquen a su hermana por el nombre de Inés,
Nemonte siempre será ‘Nemo’ porque es el espejo de su esencia interior.
En Nemonpare, entre los
onkos —casas triangulares de troncos y palmas entretejidas— y las trochas hacia
la selva, Nemonte Nenquimo vivió su infancia y adolescencia. Le gustaba
sentarse con los abuelos —pikenani en wao— y cantar. “No podía estar quieta”,
recuerda entre risas su hermano Oswaldo. Era la tercera de diez hermanos, y la
primera mujer de todos ellos. “Fui como una mamá. Aprendí a cuidar y proteger a
mis hermanos, a mis animalitos y a la naturaleza”, dice la lideresa indígena.
A los 15 años se
escapó. Sin el permiso de sus padres, se fue hasta la capital del país, Quito,
para estudiar en una escuela misionera. “Quería aprender español. A esa edad
era muy curiosa de saber el mundo occidental”, dice. Pronto se dio cuenta que
ese mundo que algún día le llamó la atención no era lo que imaginaba. “El
ambiente era triste. Mi corazón era de volver a mi familia”, recuerda con una
voz que se pasea entre la culpa y la nostalgia. Tres años después de vivir en
Quito, volvió a su casa.
Ahora que asumió su rol
como lideresa waorani, Nemonte Nenquimo viaja por todo el mundo: San Francisco,
Ginebra, Río de Janeiro, Nueva York. “Yo escuchaba que Nueva York era muy
bonito y que los ecuatorianos se iban allá para hacer una vida mejor”, dice del
otro lado de la videollamada. “Pero yo no vi nada mejor, la gente ahí no vive
bien, no vive tranquila”, asegura. Por eso, siempre vuelve a casa. “Donde sea
que me reconozcan como líder o donde sea que me vaya, nada me va a cambiar. Amo
quien soy, una mujer waorani”, afirma. Cuando sale a recorrer el mundo para
contar su lucha, es como si llevara consigo su casa.
Una constante lucha por
la naturaleza
En 2010 se vinculó a un
proyecto de la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE)
que buscaba detener el comercio de carne silvestre. En ese entonces, los
indígenas waorani cazaban guantas, huanganas, pecarís, y chorongos dentro del
Parque Nacional Yasuní para venderlos en el mercado de la comuna Pompeya, al
pie del río Napo, al norte de la Amazonía. Las especies se estaban extinguiendo
y, además, el comercio de carne silvestre podía ser profundamente problemático:
tal como se comprobó con la aparición del COVID-19, la enfermedad causada por
un nuevo coronavirus que salió de un mercado de venta de carne silvestre en
China.
Ana Puyol, exdirectora
de la Fundación EcoCiencia, estuvo involucrada en la iniciativa que planteaba
reemplazar la venta de carne silvestre por prácticas sustentables. Así conoció
a Nemonte Nenquimo y cuando la recuerda, piensa en su carcajada. “Era como si
tuviera la risa muy cerca de ella siempre”, dice Puyol. También recuerda que,
aunque los diálogos sobre la carne silvestre eran difíciles, Nenquimo siempre
encontraba una forma de transmitir esperanza y alegría.
Como si le hubiera
contado una anécdota graciosa, Puyol se ríe cuando le pregunto cuál es su principal
recuerdo de Nemonte Nenquimo. “Su risa es increíble, siempre que la pienso me
la imagino con su gran sonrisa. Hasta en el día más duro, siempre nos hacía
reír”. “Nemonte es una luz”, agrega.
La ganadora del Goldman
2020 recuerda los tiempos del proyecto junto a la AMWAE. Bajo la guía de la
lideresa waorani Manuela Ima, las mujeres no solo lograron detener el comercio
de carne silvestre sino que crearon un programa para hacer y vender artesanías
y chocolates, y así ser más independientes. Nenquimo aprendió mucho de ellas.
Sin embargo, la
lideresa produce afectos divididos: muchos waorani no la consideran una mujer
waorani de verdad porque su mamá es sápara —otra de las 11 nacionalidades
indígenas de la Amazonía ecuatoriana—.
Pero Nenquimo dice que
nunca se ha sentido menos waorani. “Yo considero ser mujer wao como mi papá. No
sé nada de la cultura de mi mamá. En lo más profundo soy mujer waorani”,
asegura con determinación.
En 2013 empezó a
trabajar en la construcción de un sistema de agua lluvia limpia para su
comunidad y allí conoció a Mitch Anderson, que llevaba dos años trabajando en
la Amazonía de Ecuador. Los dos tenían una lucha en común por la dignidad de
los pueblos indígenas y trabajaban juntos en proyectos para apoyar a las
familias y a los niños. Así, en algún punto —que ninguno de los dos recuerda
con exactitud— se enamoraron y se casaron.
Sin embargo, para
algunas personas del mundo indígena su relación es problemática. Manuela Ima
dice que, en la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana,
Nemonte Nenquimo nunca podrá ser lideresa porque “para serlo tendría que estar
casada con un wao y no lo está”. Alicia Cahuiya, otra lideresa waorani, dice
que muchos en su comunidad no están de acuerdo con que una lideresa waorani
esté con un “gringo”.
“Mi pareja respeta mi
cultura y mis decisiones. Es alguien que tiene mucho respeto, mucho valor, y
siempre está conmigo trabajando para proteger el territorio waorani”, asegura
Nenquimo. Oswaldo, su hermano, se ríe y recuerda que cuando lo conocieron,
pensaron:“¿Gringo aprenderá a vivir en la selva?”. Para responder esa pregunta
lo llevaron a cazar con un machete y una escopeta. Regresaron 15 horas después
con varios animales y Anderson les demostró por qué ‘Nemo’ se había enamorado
de él —era diferente—.
En mayo de 2015, nació
Daime Omere Anderson Nenquimo, la hija de la pareja. Daime significa arco iris
en wao tereo. Su llegada se convirtió en otra razón para que su madre
insistiera en la protección de su territorio y su cultura. Quiere dejarles a
sus hijos un ambiente sano, agua limpia, aire puro, y una selva como en la que
ella creció: “sin petroleras y sin contaminación”.
Una victoria
“histórica”
Mientras construían los
sistemas de agua lluvia, en 2013, Nemonte Nenquimo y otros líderes de los
pueblos a’i kofan, siona, siekopai y waorani notaron que compartían muchas
cosas —resistencias, luchas y visiones—, y que juntos podían hacer más. En 2016
crearon la Alianza Ceibo, una organización que trabaja por la selva, la cultura
y el bienestar de las cuatro nacionalidades indígenas. Un proyecto que también
les ha traído reconocimientos y alegrías.
En junio de 2020, la
alianza ganó el Premio Ecuatorial, un reconocimiento del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que premia iniciativas innovadoras
para proteger la biodiversidad y enfrentar el cambio climático. Aunque Nemonte
Nenquimo lideró Alianza Ceibo hasta 2018, ese trabajo marcó el inicio de su
camino como la reconocida defensora del ambiente y los pueblos indígenas que es
hoy.
Cuando terminó su
periodo dirigiendo la alianza, Nenquimo viajó desde Puyo hasta Nemonpare para
visitar a su mamá. Allí, en una asamblea donde todos los candidatos eran
hombres, la joven indígena se convirtió en la primera presidenta del Consejo de
Coordinación de la Nacionalidad Waorani de Pastaza (Conconawep).
Desde ese puesto
comenzó su lucha más importante, la cual había sido iniciada por la comunidad
en 2012. En ese año, un grupo de técnicos de la entonces Secretaría de
Hidrocarburos del Ecuador hizo una supuesta consulta sobre la explotación del bloque petrolero 22,
que ocupa unas 200 mil hectáreas en la Amazonía ecuatoriana —cerca de la mitad
de la extensión de Quito—, y es uno de los 13 proyectos de la llamada “Ronda
Suroriente” que el gobierno ecuatoriano planeaba licitar a empresas nacionales
e internacionales.
Según Gilberto
Nenquimo, líder de la Nacionalidad Waorani del Ecuador (NAWE), la consulta de
2012 “fue una trampa”. El líder asegura que gente del gobierno llegó en
helicópteros a varias comunidades waorani, les regalaron botellas de Coca-Cola
y alimentos enlatados, y les dijeron que firmaran un papel que decía que el
gobierno iba a trabajar para proteger la Amazonía. Los waorani firmaron, pero
no sabían que el gobierno utilizó las firmas para decir que los indígenas
estaban de acuerdo con la explotación petrolera.
Siete años después de
la supuesta consulta, en 2019, Nemonte Nenquimo encabezó la acción legal contra
el Estado ecuatoriano por ese “engaño”. La demanda decía que el Estado violentó
el derecho del pueblo waorani de Pastaza a la consulta previa, libre e
informada sobre el plan de explotación del bloque 22. Según la Constitución,
antes de siquiera explorar la presencia de recursos no renovables en
territorios indígenas, se debe hacer una consulta obligatoria y oportuna. Si la
comunidad no da su consentimiento, no se puede explotar ese territorio.
María Espinosa, una de
las abogadas que apoyó el proceso legal, cuenta que preparar la demanda tomó
dos años y recuerda un día en la casa de Nemonte Nenquimo en Nemonpare.
“Estábamos ahí todos hablando con varias mujeres wao sobre el territorio y el
valor que tiene para ellas y entonces Nemonte empezó a cantar”, dice Espinosa
en una llamada telefónica. “Nos transmitió algo que sentí como un mensaje
poderoso”, dice la abogada. En ese momento Espinosa supo que estaban yendo por
buen camino y tenían que seguir adelante.
Andrés Tapia,
comunicador de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía
Ecuatoriana (Confeniae), recuerda a Nemonte Nenquimo con su hija siempre al
lado. “Iba con ella a las marchas, a las asambleas y a las audiencias”, dice Tapia.
Para Nenquimo, tener una hija pequeña nunca ha sido un impedimento para luchar.
Al contrario, va con ella a todas partes porque quiere que “aprenda sobre su
cultura y su lucha”. Mientras hablo con Mitch Anderson vía Zoom, Daime de cinco
años, vestida de princesa, se acerca tímida a la pantalla y me saluda en
inglés. Me cuenta que extraña a su mamá y dice: “I want to be like her” (quiero
ser como ella).
Julio de 2019 fue el
mes de la dicha waorani. La Corte Provincial de Pastaza determinó que la supuesta
consulta de 2012 hecha a las comunidades no cumplió con estándares nacionales e
internacionales. La decisión no solo protegió a las 200 mil hectáreas del
bloque 22 sino también a las más de 4 millones de hectáreas de selva que se
querían subastar con el proyecto Ronda Suroriente. Carlos Mazabanda dice que la
victoria marcó un precedente para que todos los pueblos y nacionalidades
indígenas del país puedan exigir que se respeten sus territorios y sus vidas.
Cuando Nemonte Nenquimo
piensa en la decisión de los jueces, simplemente sonríe.
Foto: Jerónimo Zúñiga, Amazon Frontlines.
Fuente: Mongabay - 30
de Noviembre de 2020.
Escrito por Doménica
Montaño
*Este artículo es una
alianza periodística entre Mongabay Latam y GK de Ecuador.
Fuente: Cronicas de la Tierra Sin Mal
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