¿Qué
esperas encontrar en estas líneas que no tengas ya dentro de ti? ¿Conocimiento
tal vez? ¿Experiencia ajena en la que apoyar la tuya propia? ¿Alguna técnica
nueva? ¿Un comentario lúcido que pueda sorprenderte? ¿Una forma original de
decir lo mismo de siempre? ¿El nombre de alguien a quien encumbrar si sus palabras
coinciden con tus ideas, o de derrumbarlo si, por el contrario, no es así.
Olvídalo
entonces, porque no hay nada de esto. Lo que sí vas a encontrar es la vieja
propuesta a la vez que invitación a que, en lugar de buscar fuera de ti, en el
mundo exterior, comiences a encontrar allí donde de alguna manera intuyes que
está todo el meollo del asunto: dentro de ti, en ti.
Y
¿qué mejor sitio? Ahí está todo. Todo lo que necesitas, y aún más. Mucho más de
lo que un día tu mente podría llegar a concebir o imaginar. El único equipaje
que necesitas para tal viaje te fue entregado en tu nacimiento: tu propio
cuerpo. Él, grande o pequeño, hermoso o feo, es tu morada, tu templo sagrado.
Y, gracias a él puedes llegar a experimentar la vida que eres.
¿El
precio? Sintiéndolo mucho, habrás de saber que tal conocimiento no es algo que
puedas adquirir con dinero. Ni tampoco llenando las neuronas de tu cerebro con
datos, nombres, conceptos, ideas, etc. El tipo de moneda tiene un nombre:
tiempo.
Has
de pagar con tu tiempo el acceso a la valiosa comprensión, antesala de la
anhelada sabiduría. Sí, sabiduría, has leído bien. Porque ¿acaso no lleva el
ser humano grabado en sus células, en sus genes, en sus cromosomas, la
inquietud misma de llegar a saber quién y qué es?
Para
ello, bastará con que pares. Que te detengas y observes. Que escuches. Así de
fácil. Detenerse y observar, escuchar… No podías ni imaginar que fuera así de
simple, ¿verdad?
Busca
un momento en la jornada diaria para dedicarlo por entero a ti. No temas ser
egoísta en este sentido, pues los que te rodean se verán compensados con
creces. Este paréntesis ha de ser como unas mini vacaciones. Un descanso breve,
pero total. Una desconexión completa del resto de los acontecimientos del día.
Así
pues, en la medida en que te sea posible, aíslate del mundanal ruido, de las
prisas, de las tensiones innecesarias… y, adopta una postura conveniente. A ser
posible, una que mantenga tu cuerpo con cierta estabilidad y la espalda
erguida. Relaja el tono muscular. Para ello, puedes ayudarte respirando varias
veces con profundidad, pero sin forzar. Dirige después tu atención a un punto
determinado, y trata de mantenerla ahí fija ahí durante todo el tiempo que
hayas decidido estar en quietud.
El
objeto de atención es una elección que corresponde por entero a ti. Puede ser
la respiración, el cuerpo por zonas o completo, alguna palabra en la que creas,
la imagen de alguien, o un símbolo… Lo que quieras, pero procura que siempre
sea lo mismo. Esto también es importante: evita saltar de un soporte a otro.
Después, entorna con suavidad los párpados… y permite que el resto suceda.
Aparecerán
sensaciones físicas de mayor y menor intensidad, agradables y desagradables,
placenteras y dolorosas. Surgirán pensamientos de todas clases, recuerdos,
ideas, reflexiones, proyectos… Y cómo no, también aparecerán emociones,
sentimientos, angustias, miedos, deseos, fobias, etc.
A
todo esto, y a mucho más que aparecerá en el campo de tu consciencia, permítele
salir y existir, no lo reprimas. Así lo verás, y podrás darte cuenta de que
está ahí. Tomar consciencia de que eso, sea lo que sea, también forma parte de
ti. Pero que sin embargo no eres tú, ya que tú eres el observador que lo
contempla. A este importante acto de contemplación se le denomina toma de
consciencia, que viene a ser lo mismo que darse cuenta.
Sin
embargo, tomar consciencia o darse cuenta no basta. No es suficiente con saber
que algo está ahí. Se hace imprescindible algo más. Así pues, una vez permitido
que ese algo aparezca en tu campo de percepción, ahora permite que se marche
del mismo modo en que apareció. Ello lo conseguirás si no reaccionas a favor,
ni tampoco en contra. Si permaneces en quietud, observando el proceso con una
buena dosis de paciencia, coraje y valor.
Deja
que las cosas vengan, permite que se vayan. Aprenderás a decir “hola” y “adiós”
a todos los componentes de tu subconsciente, al tiempo que la calma, el sosiego
y la serenidad comenzarán a instalarse en ti para continuar dando la bienvenida
a las cosas que la vida te traiga en el futuro; y también a despedirte sin
demasiado dolor por las que se vayan.
Al
final, después de contemplar muchas veces este mismo proceso, te darás cuenta
que detrás de cada adiós y antes de cada hola, lo que queda, lo que hay, eres
tú. Sólo tú. Y con la práctica, verás cómo cada vez es mayor el espacio de
tiempo que tarda en aparecer un nuevo objeto en tu mente.
Lo
que experimentes en ese instante infinito es tuyo, y por desventura
intransmisible mediante la palabra. No es algo difícil, ni tampoco fácil. Es
una cuestión de paciencia y voluntad, de una suave y amable perseverancia.
Lo
realmente difícil es detenerse, parar. Cortar con el hábito creado a través de
la dinámica de la mente, la cual de forma ilusoria nos hace creer que todo lo
que percibimos es verdadero. Pero, ¿lo es? ¿En verdad todo esto es real? ¿Cómo
puede ser real un mundo que cambia constantemente? En todo caso, real,
auténtico, verdadero sería aquello que no cambia nunca.
Y
¿qué es lo que nunca cambia? El observador. Aquel punto de consciencia que
contempla el proceso del cambio. Ese observador, que fruto de la experiencia
continuada, nos hace darnos cuenta de que siempre es el mismo.
Escucha
el silencio. Este hará que tu mente se diluya y la dinámica de la mente
desaparezca para dar lugar la estática de la consciencia. Percibe la
respiración, los latidos del corazón y sentirás al mundo respirando y
palpitando dentro de ti, en ti, porque eres tú.
Ni
siquiera pensarás en “no pensar”, es algo que sucede. Y lo más grande:
comprenderás que se trata de algo que ha estado siempre ahí. ¡Cógelo! Sí,
cógelo y aprehéndelo en tú sinrazón, como decía aquel verso de Juan Ramón
Jiménez. ¿Lo recuerdas?
Allá
va el olor de la rosa
¡Cójelo
en tu sinrazón!
Y,
hazlo sin más esfuerzo que el de una suave y amable perseverancia. Día a día,
respiración a respiración, latido a latido, con paciencia, sin tensiones, sin
crispaciones. Sabe que no hay nada que tengas que conseguir, ni nada que ya no
poseas. Tampoco se trata de algo de lo que te tengas convencer, has de
descubrirlo.
Estás
invitado a tal descubrimiento por tu derecho de nacimiento. Deja de buscar
soluciones y respuestas en el mundo exterior. Abandona palabras y conceptos.
Encuentra sin buscar estableciéndote en el observador permanente e inmutable
que eres, y hallarás tus propias respuestas, que son las que en verdad valen.
Publicado
por la Revista “Natural” – Verano 1.996
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