Maestro DJWHAL
KHUL
Ante todo
trataremos de definir este misterioso proceso al cual están sujetas todas las
formas, y que frecuentemente sólo constituye el fin temido, temido por no ser
comprendido. La mente del hombre está tan poco desarrollada que el temor a lo
desconocido, el terror a lo no familiar y el apego a la forma, han provocado
una situación en la que uno de los acontecimientos más benéficos en el ciclo de
vida de un encarnado Hijo de Dios, es visto como algo que debe ser evitado y
postergado el mayor tiempo posible.
La
muerte, si sólo pudiéramos comprenderlo, es una de las actividades que más
hemos practicado. Hemos muerto muchas veces y moriremos muchas más. Muerte es,
esencialmente, cuestión de conciencia. En cierto momento estamos conscientes en
el plano físico; en otro, nos retraemos a otro plano y estamos allí activamente
conscientes. En la medida en que nuestra conciencia se identifica con el
aspecto forma, la muerte continuará manteniendo su antiguo terror. Tan pronto
nos reconozcamos como almas y hallemos que somos capaces de enfocar a voluntad
nuestra conciencia y sentido de percepción en cualquier forma o plano, o en
cualquier dirección dentro de la, forma de Dios, ya no conoceremos la muerte.
La muerte
para el hombre medio es un fin desastroso, pues implica la terminación de todas
las relaciones humanas, la cesación de toda actividad física, la ruptura de
todos los signos de amor y afecto y el tránsito (involuntario y disconforme) a
lo desconocido y temido. Es lo mismo que salir de una habitación iluminada y
agradable, cordial y familiar, donde están reunidos nuestros seres queridos, y
pasar a la noche fría y oscura, solo y aterrorizado, esperando lo que vendrá y
sin ninguna seguridad.
Pero las
personas olvidan por lo general que todas las noches, durante las horas de
sueño, morimos en lo que respecta al plano físico y vivimos y actuamos en otro
lugar. Olvidan también que han adquirido ya la facilidad de dejar el cuerpo
físico, porque aún no pueden conservar en la conciencia del cerebro físico los
recuerdos de esa muerte y el consiguiente intervalo de vida activa, y no
relacionan la muerte con el sueño. Después de todo, la muerte es sólo un
intervalo más extenso en la vida de acción en el plano físico; nos vamos “al
exterior” por un periodo más largo. Pero el proceso del sueño diario y el
proceso de la muerte ocasional son idénticos, con la única diferencia que en el
sueño el hilo magnético o corriente de energía, a través de la cual corren las
fuerzas vitales, se mantiene intacto, y constituye el camino de retorno al
cuerpo. Con la muerte, este hilo de vida se rompe o corta. Cuando esto ha
acontecido, la entidad consciente no puede volver al cuerpo físico denso, y al
faltarle a ese cuerpo el principio de coherencia, se desintegra.
Temor a
la muerte.
Está
basado en:
El
terror, en el proceso final del desgarramiento en el acto de la muerte.
El horror
a lo desconocido y a lo indefinido.
La duda
respecto a la Inmortalidad.
El pesar
por tener que abandonar a los seres queridos o ser abandonado por ellos.
Las
antiguas reacciones a las pasadas muertes violentas, arraigadas profundamente
en el subconsciente.
El
aferrarse a la vida de la forma, por estar principalmente identificados con
ella en la conciencia.
Las
viejas y erróneas enseñanzas referentes al cielo y al infierno, siendo ambas,
perspectivas desagradables para cierto tipo de personas.
Como
conozco el tema, tanto por la experiencia en el mundo externo como por la
expresión de la vida interna, diré que: La muerte no existe. Como bien saben,
hay una entrada en una vida más plena. Hay liberación de los obstáculos del
vehículo carnal. El tan temido proceso de desgarramiento no existe, excepto en
los casos de muerte violenta o repentina, entonces lo único desagradable es la
sensación instantánea y abrumadora de peligro y destrucción inminente, y algo
que se parece a un shock eléctrico. Nada más. Para los no evolucionados, la
muerte es un sueño y un olvido, porque la mente no está bastante despierta para
reaccionar, y el archivo de la memoria está prácticamente vacío. Para el
ciudadano común y bueno, la muerte es la continuidad en su conciencia del
proceso de la vida, y lleva a cabo los intereses y tendencias de esa vida. Su
conciencia y sentido de percepción son los mismos e invariables. No percibe mucha
diferencia, está bien cuidado, y a menudo no se da cuenta que ha pasado por la
muerte. Para el perverso y cruel egoísta, el criminal y esos pocos que viven
únicamente para el aspecto material, se produce esa situación denominada
“atados a la tierra”. Los vínculos, que han forjado con la tierra, y la
atracción hacia ella, de todos sus deseos, los obliga a permanecer cerca de la
misma y de su último medio ambiente terreno. Tratan desesperadamente por todos
los medios posibles, de ponerse en contacto y volver a penetrar en él. En
contados casos, un gran amor personal por quienes han dejado, o el
incumplimiento de un deber reconocido y urgente, mantienen a quienes poseen
bondad y belleza, en semejante situación. Para el aspirante, la muerte es la
entrada inmediata en una esfera de servicio y de expresión a que está muy
acostumbrado, percibiendo enseguida que no es nueva. En las horas de sueño ha
desarrollado un campo de servicio activo y de aprendizaje. Ahora sencillamente
funciona en él durante las veinticuatro horas (hablando en términos de tiempo
del plano físico) en vez de las breves horas de sueño en la tierra.
Otro
temor que induce a la humanidad a considerar la muerte como una calamidad es
el que ha inculcado la religión teológica, particularmente los Protestantes
fundamentalistas y la Iglesia Católica Romana: el temor al infierno, la
imposición de castigos, comúnmente fuera de toda proporción a los errores
cometidos durante una vida, y el terror impuesto por un Dios iracundo. Le dicen
al hombre que debe someterse y que no hay escapatoria posible, excepto por
medio de la expiación vicaria. Como bien saben, no existe un Dios iracundo, un
infierno ni tampoco la expiación vicaria. Sólo existe un gran principio de amor
que anima a todo el universo; existe la Presencia de Cristo, indicando a la
humanidad la realidad del alma y que somos salvados por la vivencia de esa
alma, y que el único infierno que existe es la tierra misma, donde aprendemos a
trabajar por nuestra propia salvación, impulsados por el principio de amor y
de luz e impelidos por el ejemplo de Cristo y el anhelo interno de nuestra
propia alma. Esta enseñanza acerca del infierno nos recuerda el giro sádico que
la Iglesia Cristiana, en la Edad. Media, dio al pensamiento y a las erróneas
enseñanzas establecidas en El Antiguo
Testamento,
acerca de Jehová, el Dios tribal de los Judíos. Jehová no es Dios, ni el Logos
planetario, ni el Eterno Corazón de Amor que Cristo reveló. A medida que estas
erróneas ideas vayan desapareciendo, será eliminado, de la mente del hombre, el
concepto del infierno y reemplazado por la comprensión de la ley que hace al
hombre lograr su propia salvación en el plano físico, lo cual conducirá a
corregir los males cometidos durante sus vidas en la tierra y que oportunamente
le permitirá “limpiar su propia pizarra”.
No trato
aquí de imponerles una discusión teológica; sólo procuro señalar que el actual
temor a la muerte debe ceder su lugar a una inteligente comprensión de la
realidad y ser sustituido por el concepto de continuidad, que niega toda
interrupción, y acentuar la idea de que existe una vida, una Entidad
consciente, que adquiere experiencia en muchos cuerpos.
ASHRAM
VIRTUAL.
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