El miedo
es un asunto esencial, tal vez el asunto más esencial con el que todos debamos
trabajar en nuestra vida. Cuando se le niega y se le ignora se le relega al
fondo de la mente, desde donde ejerce un todopoderoso, y a menudo paralizante,
efecto en nuestras vidas. Mientras se mantenga como una fuerza escondida puede
causarnos ansiedad crónica, puede sabotear nuestra creatividad, puede volvernos
rígidos, suspicaces u obsesionarnos con la seguridad, y puede anular nuestro
esfuerzo por encontrar el amor. Pero si podemos hacernos amigos de nuestro
miedo, sacarlo a la luz e investigarlo con intensidad y compasión, puede
transformarnos, abriéndonos a una profunda vulnerabilidad y autoaceptación.
El miedo
afecta, y a menudo domina, todos los aspectos de nuestra vida; nuestra manera
de hablar, de trabajar, de comer, de relacionarnos, de crear e incluso de
respirar. Al escapar y evitar nuestros miedos nos separamos de nuestra parte
más sensible, de vuestra vulnerabilidad y profundidad. Esta separación queda
patente en las relaciones.
El viaje
que estamos a punto de emprender es básicamente el regreso a un espacio
interior que hemos perdido; penetrar completamente en el miedo pero con
conciencia, compasión y comprensión, validándolo y creando un espacio interno
para permitirte sentir, mirar y aceptar. Este modelo describe, de una forma
sencilla, el proceso de regresar:
Imagínate
que estás de pie en el centro de un gran círculo dividido en tres anillos: un
anillo exterior (capa de protección), uno medio (capa de los sentimientos y
vulnerabilidad) y otro interior (ser
esencial), un estado de armonía con nosotros mismos y con la vida, éste es el
centro que los místicos han descrito a través de los tiempos como un estado de
unidad con la existencia. Nuestro viaje es para regresar a este núcleo
interior.
La mayor
parte del tiempo vivimos en la capa exterior, la capa de protección. Éste es un
estado de control donde estamos protegidos (hasta cierto punto) de nuestros
miedos. Se nos ha hecho familiar y vivimos allí no por elección, sino de forma
inconsciente. Vivir en la capa de protección es algo seguro, conocido y sin
peligro, pero es algo vacío y eventualmente –de una forma u otra- la vida
comienza a indicarnos que algo va mal. No obstante, cuando nos aventuramos a
entrar en la capa de la vulnerabilidad y los sentimientos, nos asaltan
recuerdos de tiempos pasados (cuando no se respetó nuestra vulnerabilidad),
recuerdos y sentimientos de traición.
Una
energía desconocida y misteriosa nos empuja hacia el centro, respondiendo a una
llamada que proviene de nuestro ser superior, y esa parte tiene el valor para
enfrentar el dolor y el miedo intrínsecos en el hecho de reclamar nuestra
vulnerabilidad. Nos movemos constantemente entre esas dos fuerzas opuestas: una
que nos mantiene inconscientes pero seguros y la otra que nos inclina hacia lo
desconocido y hacia una verdad más profunda.
El
propósito de la capa de protección es la de proteger (valga la redundancia)
nuestra vulnerabilidad. Es un escudo que hemos creado para bloquear las
energías dolorosas y evitar que nos hagan daño. ¿Cómo? Trasladando la energía a
cualquier parte: a través de la acción, la distracción, el pensamiento, el
drama, el sexo, la comida… y desempeñando cualquier papel para escondernos: rol
de poderoso, víctima, sexy, buen samaritano, espiritual, carismático,
inteligente, divertido… Podemos escondernos detrás de cualquier cosa que
refuerce nuestro ego. No es algo de lo que podamos entrar y salir de forma
voluntaria. Hemos formado estas protecciones a tan temprana edad y de forma tan
inconsciente que se han convertido en una costumbre.
Los
conflictos que tenemos con otras personas se producen casi siempre cuando dos
capas de protección chocan entre sí. Mientras queramos influir en la otra
persona de cualquier forma o cambiarla, estamos en la capa de protección, no en
la de vulnerabilidad, y esto incluye tener expectativas, querer herir a la otra
persona, intentar controlarla, manipularla, culparla, decir algo sarcástico,
cortarla o juzgarla. No es fácil observar nuestras formas de protección, pues
tenemos tendencia a estar a la defensiva al respecto.
La capa
del medio es la de la vulnerabilidad, el hogar de nuestro niño herido y
asustado. En estado puro, nuestra energía simplemente consiste en energía libre
que fluye y en sentimientos. A través de los tiempos, la sociedad y la religión
han utilizado el recurso del miedo y la culpa para reprimir estas energías
vitales. Ahora nuestra vulnerabilidad está cubierta por una capa de vergüenza y
shock. Debajo de esta vergüenza y shock hay profundos sentimientos de traición,
dolor, ira y desesperación: el dolor y la ira por ser abusados, descuidados, no
aceptados, no apreciados y malentendidos; por ser presionados para cumplir y
conformarnos, teniendo que reprimir nuestra sexualidad y nuestra vitalidad. La
mayoría de nosotros, si no todos, hemos recibido de niños el mensaje de que no
estaba bien ser como éramos. El mensaje nos llegó inicialmente del exterior y
luego nosotros lo llevamos dentro. Este mensaje nos invalidó y nos hizo perder
el contacto con nuestra energía y nuestra auténtica individualidad. Y aunque ya
no estamos en contacto con este dolor, sale a la superficie cuando nos
permitimos acercarnos a otra persona. Dado que este dolor era demasiado
profundo, tuvimos que trasladarnos a la capa exterior.
Experimentar
el miedo y el dolor que llevamos en nuestro niño interior puede permitirnos
salir del control para entrar en el corazón, abriendo así un espacio de
compasión y entrega. Esto nos prepara el camino para recuperar todas las energías
vitales, liberarnos de la culpa y el miedo al rechazo y a la desaprobación para
poder regresar al núcleo.
El núcleo
de meditación y del ser es un espacio de naturalidad, silencio interior,
aceptación de la vida y compasión desbordante donde existe una sensación de
entrega, confianza y no-hacer; una sensación atemporal donde la mente se
detiene. Te despojas de tu identificación con una personalidad determinada, de
la preocupación, de la planificación, las inseguridades, las dudas, y
simplemente vives cada momento apreciándolo íntegramente. De niños existimos en
este espacio de forma inconsciente, donde simplemente somos. Nuestro viaje de
regreso hacia el núcleo es nuestro viaje de retorno a ese estado pero con la
conciencia de un adulto maduro y con experiencia.
Puedes
cultivar el núcleo de meditación practicándola diariamente, dándole espacio al
cuidado de esa semilla al crear períodos de silencio e introspección, espacios
en los que no estamos ocupados en nada y tenemos el espacio para observar. De una
forma sencilla, esto crea progresivamente una mayor amplitud interior.
Usando
este mapa como guía puedes empezar a ver y sentir de dónde viene tu conciencia
en un momento dado. Nuestro viaje nos está llevando gradualmente desde un
espacio de protección a otro de vulnerabilidad y meditación; no obstante, en
realidad, todo el tiempo vibramos desde cada uno de estos tres lugares. La capa
externa y media tienen su correspondiente localización energética en el cuerpo.
Cuando nos encontramos en la capa de protección nuestra energía vibra desde el
plexo solar o la cabeza. La tensión crónica que a veces sentimos en los
hombros, cuello, cabeza y plexo solar es el resultado de toda una vida
aprendiendo inconscientemente a protegernos. Y, al contrario, para conectar con
nuestra vulnerabilidad necesitamos dirigir nuestra atención al pecho o al
vientre.
Sanar el
plexo solar significa hacerse consciente del momento en el que este mecanismo
se ha disparado y, en lugar de reaccionar de forma inconsciente y habitual,
podemos responder de forma adecuada. Parece ser que gran parte de nuestro viaje
consiste en llegar a un punto donde podemos saber lo que estamos sintiendo en
cada instante y aprendemos a expresar esos sentimientos en el momento adecuado.
Lo importante es que empecemos a intimar con nosotros mismo, pues cada estado,
cada reacción, tiene una razón.
Cada uno
tiene su propio proceso individual de curación. Esta curación implica dejar al
descubierto material reprimido en nuestro inconsciente para redescubrir nuestra
perdida vitalidad. Implica ponernos en contacto con nuestro perdido amor por
nosotros mismos y nuestro anhelo a la unidad, nuestro anhelo a reconectar con
el todo, una vez más. Es importante que le permitas a tu proceso individual
desarrollarse en su propia manera especial.
Del libro
del mismo nombre de :Krishnananda
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