Toda
sanación verdadera, permanente, se origina y sucede en el nivel espiritual del
ser. La verdadera sanación es, pues, siempre espiritual. No puede haber una
sanación solo física, pues si lo fuera, los síntomas no tardarían en
reaparecer.
1. El
primer fundamento o principio de la sanación reside, precisamente, en reconocer
que somos seres espirituales y que, como tales, tenemos, permanentemente,
acceso a la conexión espiritual. Nuestro trabajo como humanos estriba en
recordar esto y aprender a fortalecer esa conexión a un nivel consciente hasta
que esta sea fluida, constante e instantánea.
Esa
conexión es la que nos permite comunicarnos con el guía espiritual interno (a
veces llamado Yo superior) que todos y cada uno de nosotros tenemos. Para
algunos ese guía está compuesto de muchas energías, a modo de comité de muchos
seres de elevada conciencia, mientras que otros lo conciben más como una única
energía suprema. En realidad ambas cosas son ciertas, pues todos procedemos de
una misma energía central (la Fuente de Vida, Dios, etc.) que fue dividiéndose
infinitamente para conocer y experimentar todos los aspectos y cada una de las
partes en que esta energía central podía manifestarse en distintas realidades y
planos de existencia, pero a medida que nos elevamos, regresamos paulatinamente
a la Fuente y nos volvemos Uno con esa energía central. Así que, se conciba
como se conciba, la importante es saber que ese guía existe y que contamos con
él a cada instante.
Cuando
aprendemos a contactar conscientemente con ese guía espiritual interno,
participamos de manera activa y creadora en nuestro proceso de sanación. Lo
único que se necesita para lograr esa participación es nuestra intención. El
siguiente paso es dejar a nuestro ego que se vaya de vacaciones y permitir que
nuestro guía haga su trabajo, que sabe hacer a la perfección.
Cuando se
trata de la sanación de otra persona y no de la nuestra, nuestro propósito es
simplemente recordarle que tiene acceso a su propio guía y que es
responsabilidad suya permitirle su ayuda. Esto nos lleva al segundo principio:
2. Nada
externo a nosotros puede sanarnos. Como creadores que somos de nuestra
realidad, los acontecimientos que atraemos no son casuales, y, por tanto, no
somos víctimas. Tampoco hay culpables. Nada ocurre sin que el alma lo haya
planificado previamente. Y la sanación comienza en el instante en que el alma
da permiso para que el guía interno actúe, valga la redundancia, guiando en el
proceso. A través de su ayuda pueden llegar personas, información,
herramientas, situaciones y acontecimientos adecuados para adquirir el
entendimiento necesario que impulsará y portará sanación.
Las
circunstancias que a menudo se perciben como negativas son señales que nos
apuntan hacia un cambio que ha de hacerse en alguno de los aspectos de nuestro
ser: mental, emocional, físico o espiritual. Por eso es tan importante hacerse
a un lado, no tratar de forzar nada (ya que todo ya está adentro) y confiar en
que lo que está sucediendo es lo mejor. Cada suceso nos invita a alcanzar un
nuevo nivel de entendimiento y amor, una mayor comprensión acerca de los
principios creadores de la conciencia. Es imposible sanar sin la intención,
voluntad y responsabilidad de querer hacerlo.
3. No es
el acontecimiento en sí lo que nos causa dolor o sufrimiento, y, por ende,
enfermedad, sino la energía emocional que asociamos al mismo. Esa energía es la
que hemos de aprender a manejar, pues generalmente está impregnada de juicios,
y se origina en creencias y programaciones limitantes. Cuando juzgamos un
determinado acontecimiento como algo negativo, disparamos una respuesta
emocional que crea una experiencia similar. Si en vez de entrar en el juicio
nos limitamos a observar, sin emoción negativa, no solo no se repetirá la
experiencia, sino que se transformará. Ahí reside nuestro poder creador. Se
trata, pues, de romper el bucle de reacción-creación negativas en el que
generalmente estamos inmersos. Es la energía subyacente y no la “historia” a lo
que debemos prestar atención para poder cambiar la experiencia. Al ego le
encanta revivir el drama una y otra vez, nos empuja a quedarnos en él, pero
como seres en ascensión debemos educar al ego.
4. Somos
seres interdimensionales con miles de vidas y experiencias en realidades
múltiples (planetas, galaxias, mutiversos…), y la energía residual negativa que
traemos de ellas tiene un efecto en nuestra vida presente. Esa energía que se
ha ido acumulando de juicios y creencias negativas asociados a determinados
sucesos puede ser transformada y liberada mediante distintas técnicas o
terapias enfocadas en lo energético-espiritual. Cada cual habrá de indagar en
su interior y, a través de su propio guía espiritual interno, atraer las
herramientas más adecuadas para ir despejando el camino e integrar luz (que no
es más que conocimiento, entendimiento y amor, es decir, lo que conforma la
CONCIENCIA).
5. Sólo
el amor logra el resultado más elevado. El miedo es lo contrario al amor, y
todo lo que no es amor es miedo. El miedo se originó cuando creímos habernos
desprendido y separado de la Fuente de Vida (de Dios) de la que emanamos.
Nuestra creencia y percepción de que estamos separados, solos, indefensos,
vulnerables… continúa enfermándonos, pero es solo eso, una creencia, un
constructo mental del que se sirve el ego para que estemos a su merced. No es
real, puesto que es imposible estar separados de lo que en realidad somos.
Somos Uno con la Fuente, somos ella, solo que divididos en apariencia para
poder experimentar-nos. El primer principio nos lo recuerda. Y este otro
principio nos recuerda que el miedo se vence con amor. Una reestructuración
espiritual no puede darse sin energías amorosas y de total y completa
aceptación hacia uno mismo, los demás y el entorno.
6. Todo
está como debe estar. Nada está fuera del orden espiritual o divino, y, por
tanto, no hay nada que no sea adecuado ni lo haya escogido el alma como la
mejor vía o manera de evolucionar. Todo forma parte del viaje álmico de cada
ser. Este viaje puede precisar muchas vidas y tomar sinuosos y tortuosos
caminos, pero todo es adecuado para el alma. Esta no juzga, es nuestra parte
mental humana la que lo hace. Respetar el proceso personal y el ajeno, el ritmo
propio y el de los demás, así como no juzgarnos ni juzgar es esencial para no
atraer energías de baja vibración que nos mantienen estancados e impiden el
avance espiritual.
Fuente:
Reconectando con Gema
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