Muchas veces apostamos tanto por algo, especialmente por
alguien, que ante una decepción podemos sentir que la vida se nos va, pero
afortunadamente como la mayoría de las cosas que nos ocurren, resulta en solo
una lección y probablemente el mayor
favor que podamos recibir para ayudarnos a abrir los ojos y darnos cuenta de en
qué o quién hemos invertido nuestras energías y recursos.
La decepción viene a nuestras vidas cuando sentimos que las
cosas no resultan como esperábamos, y quizás es justo allí donde está la clave
de todo, en que esperamos mucho y esperamos desde lo que nosotros sentimos,
desde lo que nosotros haríamos en el lugar del otro. Pero la realidad es que
todos pensamos, sentimos y actuamos diferente, todos tenemos criterios propios,
creencias, crianzas, deseos y prioridades que no necesariamente tienen que
coincidir con lo que impulse las acciones de otro.
Evidentemente hay algo llamado sentido común, que nos habla
básicamente que en medio de una colectividad existen parámetros comunes en
cuanto a lógica, conveniencia y prudencia. Existen a su vez escalas de valores,
donde clasificamos acciones como positivas o negativas. Sin embargo, todo esto
puede volverse agua entre las manos cuando no se tiene el debido cuidado o no
se otorga la debida importancia en las acciones que pueden afectar a otro.
La decepción que produce un engaño, una mentira, una ausencia,
puede inclusive haber sido causada de manera involuntaria, bien sea porque no
se dio demasiada importancia al hecho, a la persona o a las consecuencias y sus
efectos dependerán de quien haya resultado desilusionado.
Por lo general se diferencian con claridad el antes y el
después de una decepción. Quien la ha recibido, pierde la confianza, recorta
los recursos a invertir, marca distancia, se coloca a la defensiva, pero
difícilmente la relación o interacción continua de la misma manera.
Es cierto que cada quien es responsable por lo que espera del
otro, pero es lógico (más no necesariamente sano), esperar lo que hemos
sembrado o lo que somos capaces de dar. El equilibrio y el cuidado son cosas
importantes para mantener una relación. Es por ello que debemos aprender en
primera instancia a esperar lo menos posible de los demás y a ver las señales
que normalmente se presentan previas a una decepción, sin necesidad de
predisponernos.
Cuidar y valorar las relaciones evita que lleguemos a
decepcionar a nuestros afectos, la honestidad, el respeto, el no hacer a otros
lo que no nos gustaría que nos hicieran, son lineamientos básicos que pueden
guiar nuestras acciones, velemos por nuestra felicidad, sin llevarnos por el
medio a quienes apuestan por nosotros.
Rescatemos siempre de cualquier situación que nos desencaja el
aprendizaje, de manera consciente, de esta forma evitaremos recibir la misma
lección en diferentes rostros.
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet
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