Hay dos desiertos que
avanzan: el de afuera y el de adentro. Pero el de adentro es el que más me
preocupa, porque es muy fácil no verlo. Sobre todo hoy día, en que pareciera
que lo tenemos todo…
Cristián Warnken
“Hijos: van a ser
difíciles los tiempos que vienen, en el mundo que les tocará vivir. No se crean
el cuento de que la tecnología lo solucionará todo, que la vida del hombre del
futuro será mucho mejor que la del pasado. Lamentablemente vienen tiempos muy
duros.
Ustedes saben que
siempre les he tratado de transmitir esperanza, que no creo se pueda tener
hijos o educar sin ella. Pero mi esperanza no está puesta afuera, en los
grandes adelantos técnicos. Me temo que muchos de esos adelantos -algunos
notables, es verdad- puedan ser manipulados por fuerzas destructivas o
alienantes, como siempre ha sucedido en la historia. Y por eso deposito mi
esperanza en otra dimensión: en la interioridad, en esa palabra tan despreciada
hoy, por “vaga”: la palabra “espíritu”. Si algo salvará al hombre y a la
humanidad será el espíritu, la conciencia, la libertad interior del hombre.
Hubo un ruso que
ustedes todavía no conocen, un hombre del siglo XIX, Fédor Dostoievski, que
dijo que el corazón del hombre es el verdadero campo de batalla entre el bien y
el mal. Ahí se juega todo. Él fue el profeta de todos los horrores que
devastarían el siglo siguiente, el de nuestros abuelos. Muy pocos le creyeron.
Muchas veces se
reconoce a los profetas porque no son escuchados: hoy día -y tal vez con razón-
desconfiamos de ellos, porque es fácil confundir a los falsos con los verdaderos.
Nos falta un Dostoievski del siglo XXI. Puede que ya haya nacido y sea un
muchacho de algún país periférico, como el nuestro. ¿Llegarán a tiempo sus
palabras, sus visiones? Porque el desierto avanza, hijos, y a una velocidad
impresionante.
Yo sé que ustedes están
preocupados del cambio climático. Tal vez sean ustedes y sus hijos de los
últimos que puedan conocer y disfrutar la Tierra tal como la conocemos y amamos
hoy: con sus primaveras, inviernos, veranos y otoños estables, claros,
distintos. Tal vez ustedes sean los últimos en escuchar los cantos primaverales
de los zorzales en nuestros jardines. Deténganse a oírlos y no los olviden
jamás, graben los sonidos, los colores, las maravillas y milagros de la Tierra
en su alma. Necesitarán volver a ellos en tiempos de sequía.
Ustedes mismos todos
los días me obligan a reciclar los papeles, separarlos de los plásticos, me
hacen tomar conciencia de los pequeños gestos para cuidar este frágil planeta.
Pero, hijos, maestros míos en muchos sentidos, eso no basta. Porque esa desertificación
es el resultado de otra, más profunda e invisible: la desertificación interior.
No sacamos nada con separar la basura reciclable del plástico y materiales
tóxicos si no lo hacemos también adentro de nosotros mismos.
La desertificación
interior crece cuando perdemos la capacidad de asombro, cuando no nos
maravillamos ante una nube que pasa, cuando nos olvidamos de abrazar un árbol,
cuando creemos que todo se puede comprar y vender, cuando a todos le ponemos
precio, y el reino de la cantidad es más importante que el reino de la
gratuidad. ¿Gratuidad? Sí, lo más esencial, lo que nos puede salvar como
especie es gratis, es un don, un regalo. Todavía no le han puesto precio a las
estrellas ni al aire… todavía no se venden en el mercado los abrazos que nos
damos antes de dormirnos o al despertar.
Pero miren alrededor,
el hombre ya está haciéndose esclavo de sus propios inventos, y lo peor de
todo: cree que es más libre que nunca. En suma, hijos, hay dos desiertos que
avanzan: el de afuera y el de adentro. Pero el de adentro es el que más me
preocupa, porque es muy fácil no verlo. Sobre todo hoy día, en que pareciera
que lo tenemos todo… ¿Qué pasaría si les dijera que estamos más indigentes que
nunca? ¿Me dirían: “estás loco, papá”? Tal vez estoy loco… Pero quisiera
terminar esta carta con esperanza. Los acabo de mirar mientras duermen… ¡Y en
sus rostros puros acabo de reencontrar la esperanza… sí, ahí está, intacta
aún!… Más que en estas torpes palabras, en estas divagaciones de un padre en la
noche…”
Columna publicada en El
Mercurio(Chile) bajo el título Mientras la esperanza duerme el 13-9-2018.
Fuente: Mundo Nuevo
Darse cuenta, tomar
conciencia de los dos desiertos!!! Ese es el gran tema. En la civilización adamica hemos corrido como
humanidad, la loca carrera de buscar afuera la guía, las respuestas, el poder.
Aprendimos a dejarnos de lado a nosotros mismos para vivir en la ilusión del
poder afuera y alla vamos, corriendo
tras las fantasias de publicidades de color y brillo de propuestasias, creenc y
productos que nos mantienen alla afuera.
Asi nos convencimos de
que vivimos mejor, que hemos evolucionado. Asi crece el desierto interior. Asi
llegamos a un mundo desplomándose sobre el planeta extenuado por el exceso de
la vanidad humana desbocada en la violencia. Si, vemos las consecuencias del
cambio climático, pero temerosos de perder algunos “privilegios” en esta
sociedad decadente, algún confort, seguimos viviendo igual, sin cambiar nada.
Prefiriendo seguir corriendo para mantenerse en ese mundo, sin ver su desierto
interior.
Recordemos: Nada se
pierde, todo se transforma. Paremos de correr esa loca carrera y relajémonos,
entremos en nuestro interior y meditemos. Observemos desde nuestro Ser
Interior, cada detalle de nuestra vida y transformemos nuestra realidad. El
cambio que queremos ver afuera, debemos hacerlo primero en nuestro interior.
Salgamos del embrujo de creer en el poder externo. Tomemos conciencia del Poder
en Mi, para cambiar mi realidad y el mundo cambiara.
Trabajemos sobre el
desierto interior, que se desarrollen las manifestaciones de tu esencia y
entonces las reflejaremos en el exterior, transformando el desierto externo en
un mundo armonioso donde la vida fluya en todas sus manifestaciones.
Gracias Cristian
Warnken!!
Olga Susana Benavidez
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