Sí, está muy bien
intentar ser dedicados, responsables y eficientes en nuestras tareas. Pero todo
tiene un límite: cuando nos exigimos demasiado corremos un riesgo muy serio.
¿Querés saber cuál es?
¿Han notado que cuando
una persona se reconoce exigente, en general lo dice con cierto orgullo? Y es
así porque hemos creído que ser exigente es sinónimo de ser responsable,
perfeccionista, inteligente, eficiente y que entonces lo que uno haga tendrá un
alto nivel de calidad.
Parece más una virtud que una desventaja…
Sin embargo, ser
autoexigente a mediano y a largo plazo disminuye o impide expresar esas
cualidades y disfrutarlas.
Les propongo que nos
enfoquemos en lo que significa ser exigente con uno mismo. La exigencia, como
relación interior, no resulta atractiva porque, si bien es cierto que produce
resultados, reduce la capacidad de
disfrutarlos y también la flexibilidad para vincularnos con otros.
Al principio ese “lado
B” puede pasar inadvertido, pero con el tiempo se hace evidente y queda de manifiesto
el gran costo de no tenerse en cuenta, de solo estar en contacto con las metas
y resultados: uno va dejando de sentirse
una persona para pasar a ser una función.
Entonces, es probable
que aparezcan las preguntas: “¿Dónde me perdí? ¿Cómo llegué a sentirme así? ¡Si
cumplí con casi todo! Entonces, ¿por qué no me siento feliz?”.
Exigir menos, conectar más
La exigencia es un modo
de relacionarse: entre personas o entre aspectos de la misma persona. En este
último caso, cuando se presenta los protagonistas de esa relación son: el yo
exigente y el yo exigido, que es quien tiene que cumplir y realizar dichas
exigencias. Y digo bien: tiene. Porque en el mundo de la exigencia no existe más posibilidad que cumplir,
hacerlo bien, no equivocarse, ser excelente en todo… ¡Uf, cuánta presión!
El yo-exigente está hipnotizado con la meta.
“Tengo que obtener ese
ascenso…” o “¡Tengo que subir esa montaña!”. Si tuviera un cuerpecito, esa voz
interior sería alguien señalando hacia
el objetivo deseado. Esa es su prioridad. Casi no repara en quién va a
realizar ese sueño o tarea: la yo-exigida, la que hace. Esta última (en todos
los sentidos es última), es la que cuando transcurre un cierto tiempo en ese
mundo del “tenés que” ya no disfruta, está desmotivada, siente
perplejidad y tristeza… cumple. Y no
recibe de la voz interior o yo-exigente reconocimiento alguno. Es como si lo
que escuchara fuera: “¿Por qué tendría que felicitarte por hacer algo bien?
¡Así es como hay que hacerlo siempre!”.
Les pido un minuto de silencio y compasión por los exigidos y exigidas interiores… y, por qué no, ¡también por los
exteriores!
En mi trabajo como
consultora muchas veces recibo a
personas que vienen por este tema. En general dicen: “Yo no sé qué me pasa.
Tengo una linda vida, he logrado lo que me propuse, amo a mi pareja, mis hijos
estudian y están muy bien, me han propuesto otro ascenso… Pero no me siento
como creí que me sentiría al cumplir esos sueños. No sé por qué siempre estoy
detrás de lo que me falta hacer, del nuevo logro. ¿Será que nada me alcanza? ¿O
que estoy deprimida?“.
La auto-exigencia es
una relación interior
muy tóxica.
Entre otras creencias,
se apoya en la idea de que “querer es poder”. Y eso es un error: querer es
imprescindible, aporta la energía y la dirección, pero poder es contar con los
recursos necesarios para realizar lo deseado. No tenerlo en cuenta, o creer que el deseo lo es todo, por lo
general tiene un costo muy alto. Es tan importante saber determinar qué es
lo que quiero, como estar en condiciones de realizarlo.
Otra de sus
características es que la exigencia interior lleva al límite constantemente al
que hace, a la yo-exigido, al que hace posible “poder” , hasta que finalmente lo daña.
Si detectamos que esta
modalidad está presente en nosotros es muy importante ordenar nuestras
prioridades, bajar la velocidad, dejar de ser esclavos de los resultados y
viajar a nuestro interior en busca de la
sabiduría que hace tiempo dejamos de escuchar. La clave que conozco es
consultar en mí tanto al yo que desea como al que va a realizar, estableciendo
entre ambos un vínculo de cooperación.
Las relaciones
interiores amorosas y fértiles se manifiestan a través de propuestas, no de
órdenes. La imposición deteriora y
violenta. Incluso cuando quien ordena es una voz interior. En ese clima, el
disfrute se retira.
Tomo prestada una cita
del libro del doctor Norberto Levy La sabiduría de las emociones I, en el capítulo dedicado a la exigencia.
“Un antiguo texto del Budismo Zen dice: ‘El maestro en el arte de la vida, no
distingue mucho entre su trabajo y su juego, su educación y su recreación, su
amor y su religión. Apenas distingue cuál es cuál. Simplemente percibe la
visión de la excelencia en todo lo que hace, dejando que otros decidan si está
jugando o trabajando. A sus propios ojos siempre está haciendo las dos cosas’”.
Graciela Figueroa
Graciela Figueroa, es
Counselor Formadora en Autoasistencia Psicológica®. Especialista en Emociones y
Diálogos Interiores. Dicta Cursos y
Talleres sobre Emociones. Contacto:
Fuente: Revista SOPHIA
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