A veces las cosas no salen como queremos. Un ser querido
muere. Un resultado inesperado surge. Una relación se desmorona en una forma
que jamás podríamos haber previsto. Una infección regresa. Un negocio se
disuelve de la noche a la mañana. Un ataque surge de la nada, destrozando un
cuerpo o un sueño, o ambos. Algo que parecía tan firme y real ayer, y ahora
resultó ser mucho menos de lo que parecía.
Y una parte de nosotros se quiebra. Por un momento, todas
nuestras defensas mentales se desmoronan. Somos recién nacidos, nuevamente,
dejamos de ser invulnerables a la asombrosa gloria y angustia de la creación.
Enfrentamos la maravilla de nuestra propia impotencia ante la inmensidad del
cosmos, sin la protección del ego. Por un momento tocamos y somos tocados por
el misterio insondable que subyace a todas las cosas. La impermanencia estalla
a través de los huecos de una realidad obsoleta; y la cruda sinrazón de la
existencia, la naturaleza incontrolable de los acontecimientos, el
desequilibrio de nuestro mundo emocional, se hacen evidentes una vez más.
Nuestros ojos están abiertos. Ancestrales enseñanzas están vivas. Lo que algún
día nació, debe morir. Lo que hay aquí, pronto se ha de ir. El mismo suelo en
donde estamos parados podría abrirse en cualquier momento. No hay ningún lugar
verdaderamente seguro para estar parado. ¿Qué es real? ¿Qué es confiable en
esta vida? ¿Qué hace que valga la pena vivir?
Y damos unos pasos para atrás. Todo esto es demasiado, la
experiencia es imponente. Pronto, vuelve a lo normal. Pronto, agárrate a algo
firme, algo que sea manejable. Arregla algo. Busca algo. Controla algo.
Aférrate a algo. Consigue una respuesta. Medícate. Haz que funcione. Distráete
- con sustancias, con religión, con trivialidades, con más y más y más experiencias.
En lugar de enfrentar los inexplorados terrores que acechan
en las profundidades, fijamos nuestros ojos una vez más en las superficies.
Acallamos el más grande de nuestros miedos: el de una existencia incontrolable,
a través de enfocarnos en las cosas de la vida sobre las cuales creemos tener
control. Bloqueamos nuestro dolor y hacemos el intento de volver a la
normalidad, al trabajo, a la ‘realidad.’
Pero la normalidad es el problema, no la solución, y la
vieja normalidad era demasiado limitada de todos modos. La vida, en su infinita
inteligencia, sólo estaba intentando abrirnos. Nos habíamos hecho demasiado
pequeños, demasiado limitados, demasiado adormecidos, demasiado preocupados con
nuestras propias vidas, atrapados en nuestras propias historias; nos habíamos
dejado arrullar demasiado por las comodidades de la vida moderna. En nuestra
búsqueda de lo positivo, enterramos todo lo que habíamos considerado como
negativo - el dolor, las tristezas, los miedos, las angustias, las paradojas.
Estas energías tan naturales que habíamos empujado hacia el abismo para poder
funcionar, y ser productivos, y 'encajar.’ Creímos que éramos 'felices.’ Sin
embargo nuestra felicidad se había vuelto tan circunstancial, y nuestra alegría
tan dependiente, y nuestra satisfacción tan superficial. Era la clase de
satisfacción que podría disolverse en cualquier momento. Y lo hizo, porque la
vida procura la totalidad y nada menos.
Y ahora estamos siendo llamados a cuestionar todo. Todo.
El dolor no es un obstáculo para sanar, es más bien una
puerta. La pena no es un error, es más bien un portal. Incluso la ira contiene
un camino. Y nuestros anhelos más profundos no son deficiencias, sino partes de
nosotros mismos que sólo quieren ser reconocidas.
Las heridas se abren para ser sanadas, acogidas, para poder
recibir una atención amorosa.
Nuestro sufrimiento y el sufrimiento de quienes amamos a
menudo puede parecer tan aleatorio, tan absurdo, tan sin sentido, tan cruel,
tan incontrolable, y nos precipitamos para disfrazar nuestro dolor, para
esconderlo, negarlo o para simplemente pretender que ya lo hemos 'superado.’
Como buscadores espirituales, podríamos fingir que hemos llegado más allá, o
que hemos trascendido, o incluso que hemos aniquilado por completo nuestra
humanidad. Que somos invulnerables. Que ya no sentimos nada, excepto una
felicidad interminable. Que estamos tan iluminados, y somos tan perfectos.
Pero al final del camino no puedes esconderte de ti mismo,
porque en cierto nivel siempre sabes exactamente donde te has escondido. El 'yo
iluminado’ es la mayor mentira de todas. ¿Dónde se escondería el 'yo
iluminado’?
Ninguna experiencia es intrínsecamente traumática, ninguna
experiencia es realmente difícil de manejar, sin embargo a veces las
experiencias pueden liberar energías volcánicas en nosotros que habíamos
reprimido, escondido, o que nos habíamos negado a integrar en nuestra prisa por
conseguir ser un 'yo’ congruente, fuerte y normal. Al tratar de mantenernos en
una sola pieza, en realidad lo que hicimos fue desgarrarnos a nosotros mismos.
Y ahora la vida ha llegado al rescate, con su amor a la
totalidad. Los horrores, las rabias, la confusión, la alegrías insondables que
nunca fuimos capaces de aceptar, se han liberado. A veces la vida detona una
explosión en nosotros… y nos apresuramos a contenernos de nuevo.
He aquí una invitación para no contenernos. Para ser más
inconsistentes, para aceptar que a veces somos todo un lío. Hay dignidad cuando
nos venimos abajo.
Inclínate ante todas las ancestrales energías que ahora
fluyen a través tuyo. Una vieja vida se está viniendo abajo, una nueva vida
está a punto de coagularse, y ahora estás parado en tierra santa,
increíblemente impregnada de vida y posibilidad, rota pero despierta para todas
esas partes olvidadas de ti, en contacto con las alegrías y los dolores que
creíste que nunca volverías a sentir, energías que habías reprimido desde niño
o incluso antes.
Tu sufrimiento no es un error, o un castigo, y en última
instancia ni siquiera es tuyo. Todos sufrimos. Todos nos enfermamos,
envejecemos y morimos, al menos en nuestra forma física; y nuestras formas
físicas son sagradas. Todos experimentamos pérdida, y nos preguntamos por qué.
Todos perdemos el control, o nos preguntamos si es que acaso tenemos algún
control. Todos nos vemos enfrentados a situaciones que jamás hubiéramos
planeado, decisiones que nunca hubiéramos querido tomar, cosas que resultan
indeseables, circunstancias que simplemente se sienten como 'inadecuadas.’
Pero en medio de eso que no nos gusta, si podemos
detenernos, y respirar, y salir de la historia de “cómo se suponía que esto
debería ser,” y ponemos atención a este
momento presente, podríamos encontrar cosas que están bien, incluso que
habíamos deseado, cosas sagradas, e incluso sanación. Y podríamos comenzar a
darnos cuenta de que no estamos solos en nuestra lucha. Que estamos conectados
a toda la humanidad. Nuestro sufrimiento es un rito de paso y muchos otros han
pasado por este viaje. Caminamos sobre las huellas de nuestros antepasados.
Estamos siendo invitados a amarnos a nosotros mismos, incluso con más fuerza, a
conectarnos más profundamente con nuestra respiración, a sentir la clase de
compasión por nosotros mismos y por los demás que nunca hubiéramos sentido si
las cosas hubieran seguido saliendo a 'nuestra manera.’ ¿A la manera de quien?
Y ¿Por qué esperaríamos que las cosas siguieran saliendo a nuestra manera en un
mundo de impermanencia y cambio constante? ¿Realmente creímos que estábamos a
cargo? ¿Puede una ola controlar la inmensidad del océano? ¿Acaso perdimos
nuestra humildad, nuestro sentido de la proporción?
Nosotros no tenemos el control. Todo está muriendo desde el
momento en el que nace, como enseñó el Buda. Todo está hecho de cristal. Y ahí
radica nuestra mayor tristeza y nuestra más profunda depresión, pero al mismo
tiempo nuestro mayor potencial para la alegría y la liberación. Aprendemos a no
interponernos más en nuestro propio camino, y aceptamos las cosas tal y como
son. Aprendemos a amar la vida como es y soltamos nuestras fantasías caducas.
Aprendemos que la verdadera alegría no es escapar del dolor, sino estar dispuestos
a sentirlo, y que la verdadera satisfacción significa abrirnos a incluso el más
grande dolor. Si somos capaces de tocar nuestras propias tristezas, podemos
tocar las tristezas de toda la humanidad. Esto no significa que nos abandonemos
o que seamos complacientes - esto es despertar, abrir los ojos, es el
nacimiento de la verdadera compasión.
Permitimos hasta nuestros traumas más profundos con el fin
de aprender lo que es el amor, la compasión, la tranquilidad; para recordar lo
valioso que es cada momento en la vida. Permitimos que la vida nos abra el
corazón de par en par para recibir la Verdad. Todo está ardiendo, como enseñó
el Buda, y aferrarnos a imágenes obsoletas de la realidad sólo engendra dolor.
Sabíamos demasiado, ahora sabemos menos, y eso no es una
pérdida, es más bien nuestra libertad. Y hay algo dentro de nosotros que nunca
es traumatizado, algo que está eternamente presente y es digno de nuestra
confianza, algo que sobrevive a incluso las sensaciones más intensas, que acoge
y libera el trauma mientras el corazón bombea su sangre…
(Traducido por Tarsila Murguía)
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