Si pudiéramos traducir el sentido de
los descubrimientos de las ciencias emergentes
en una metáfora cultural correspondiente, tendríamos los mejores
argumentos para cambiar nuestra
conciencia, y convertirnos en el cambio
que el mundo necesita.
Vivimos hoy los efectos del viento huracanado
de cambios acelerados que afectan desde
la misma geofísica del planeta, hasta la cultura humana, incluyendo todas las
expresiones de las relaciones entre la
ciencia, la religión, la economía y la política.
En sólo sesenta años, a partir de la
postguerra, hemos asistido a transformaciones planetarias que superan todos los
cambios sucedidos en centenares de millones de años en la tierra. Para sostener
el ritmo de consumo actual del llamado mundo desarrollado necesitaríamos los
recursos de cuatro planetas como la tierra.
Podríamos producir alimentos para doce mil
millones de seres humanos. Sin embargo de los siete mil millones actuales mil
millones no alcanzan a comer el mínimo suficiente para sostener la vida
dignamente. Nuestros sistemas de salud
está en quiebra, los tratamientos médicos hospitalarios son una de las primeras
causas de mortalidad, la economía está en cuidados intensivos, el miedo es
endémico, el clima se ha vuelto impredecible. Todos los signos nos revelan que
estamos en un vórtice caótico, en un
punto crucial que precede a la catástrofe o
a la emergencia a una nueva realidad En la cresta de la ola de la evolución, en un punto de bifurcación y
de equilibrio inestable, no podremos ya nunca ser jamás lo que hemos sido. Estamos ante el desafío mayor de elegir en
presente nuestro camino y, con él, nuestro destino. No se trata tanto de cuántos somos, sino de cómo vivimos,
como nos relacionamos con los otros y con nosotros mismos.
¿Habría alguna relación entre los recientes
terremotos del Japón, Chile, la
catástrofe nuclear de Fukushima? ¿Están
relacionados la fusión de los glaciares,
las grandes erupciones volcánicas que en el Norte y el Sur han puesto en
jaque la aeronavegación, el cambio climático global y la fusión de antiguos
separatismos y fronteras artificiosas?
¿Se relaciona todo esto con la emergencia de nuevas culturas, economías
y países? ¿Con el tsunami que transmuta
la geopolítica al sur del mediterráneo?, con las burbujas que revientan la economía americana o española? ¿Con la crisis del dólar y el euro y la
oscura gestación de nuevas hegemonías que no dudan en sacrificar todo atisbo de
derechos humanos?.
¿O será que simplemente sólo somos
naves al garete a merced de corrientes sin sentido?
Si nos miráramos con la visión reduccionista que proyecta una progresiva emergencia de átomos
y moléculas que se han ido encontrando al azar, podríamos pensar que no venimos
de ninguna parte y no nos dirigimos a
ningún lugar. Pero la experiencia cotidiana nos revela que cada cosa en la vida,
como la vida misma, está llena de sentido. Miro ahora lo ojos de mis nietas y
me parece imposible que hayan llegado
hasta nosotros desde ninguna parte y por
ningún camino- Adivino en su mirada la
aventura de la luz que recrea la vida en el fondo mismo de su campo neuronal.
Veo mi pasado y mi futuro fundidos en
este segundo de ternura y
descubro más allá del pensamiento y la emoción la alquimia sagrada de un
presente lleno de sentido. Ni la razón ni la emoción separadas dan razón del
sentimiento.. Pero en la fusión de emoción y de razón surge el sentimiento,
espacio-tiempo profundo e intenso, como un agujero negro en el que morimos y
estamos naciendo, instante a instante, para ser de nuevo.
Es simplemente increíble que alguien juegue a
los dados con nosotros en el universo y que ninguno de nosotros tengamos nada
que ver con todo esto. Buscando
respuestas podríamos jugar al juego antiguo de los verdugos y las víctimas,
para decirnos que han sido los otros, que la situación actual nada tiene que ver con nosotros, que hemos estado
allí inocentemente, a lo mejor mirándonos el ombligo.
Pero, ¿ si fueran los gobernantes los responsables? Nosotros los hemos elegido
¿Si fueran los banqueros? En sus bancos hemos depositado nuestros ahorros, nuestra
confianza, a ellos les pagamos intereses, y de ellos reclamamos los mejores
intereses, sin saber que la bonanza posiblemente vendrá de la financiación
de la deforestación o el tráfico de
armas. A lo mejor nos podamos ahora decir que el caos de deriva de tantas
injusticias cometidas por intereses oscuros.
Nada más oscuro, anónimo e invisible que nuestra indiferencia, la mayor
causa de injusticia y de violencia.
En un mundo interconectado, cuya esencia misma
es la relación, no pudiéramos esperar cambios en la economía, sin cambios en
las relaciones entre individuos, culturas y países. Pero estos cambios están
simultáneamente relacionados con grandes transformaciones en el campo de las
ciencias. Lo que creíamos de la materia y la energía, de la vida, del cerebro y
las moléculas, se ha ido derrumbando de tal manera, que estamos asistiendo a un
nuevo renacimiento.
Partimos de una concepción de la tierra como
centro sometido al determinismo de leyes incomprensibles e inmutables, hasta que descubrimos que la tierra no era el centro y humanizamos
la vida para que surgiera en el siglo de las luces la fecunda relación de
ciencia y arte. Dejamos de ser el ombligo del mundo y, en la
humildad de no ser el centro, descubrimos nuestro potencial humano en un
renacimiento que nos liberaría de las cadenas de una visión trascendente que
niega la inmanencia del ser. Descubrimos que, más allá de la fe, existía también la magia de la razón.
Continuamos nuestro periplo descubriendo, en las leyes de la evolución, que no
estábamos separados de la gran cadena de la vida y miramos con gratitud las
huellas de la luz en la radiactividad y la transparencia mineral y el programa de las semillas floreciendo en propia nuestra humanidad. Y,
con todo ello, vislumbramos el ascenso
del hombre desde la entropía y la gravedad a la levedad de una consciencia
ascendente.
Henos aquí hoy en un vórtice crucial, un cruce
de caminos cósmicos que confluyen en la mota del polvo cósmico
que es la tierra, para convertirnos en un agujero negro, una
singularidad de la que emerge un nuevo mundo.
Estamos en el ojo del huracán. Pero podemos
elegir estar en la periferia, en la que los veloces vientos nos impedirán vivir
y ver con claridad.. Todo depende de nuestra actitud. ¿Podremos mantener la
solidaridad, la cohesión, la unión céntrica más allá de los intereses
periféricos para permanecer en ese centro humano donde podemos vivir según una
escala de valores que recree la presencia participativa que da fuerza a la vida?
¿Podemos sostenernos en ese centro de
inclusividad, donde con el fuego céntrico
del amor incondicional derritamos los intereses mezquinos y
exclusivistas, para ser simplemente lo que somos: humanos, hermanos, partícipes
de esa quintaesencia del alma colectiva, a la que vamos surgiendo sin tener que
renunciar a lo sagrado de nuestra individualidad, nuestra unicidad?
¿Podremos. al fin de cuentas, tenernos en
cuenta y ser partícipes de una contabilidad humana en la que todos cuentan,
para que entre todos generemos la
verdadera economía de la abundancia: la
libertad?.
¿Será posible conservar la paz del centro, en
medio del cambio vertiginoso de los eventos, y sentir que somos nosotros mismos los que emergemos a
un nuevo nivel de la conciencia?.
Somos únicos, si, pero no podemos ser humanos
si no consagramos nuestra unicidad irrepetible al concierto de la humanidad. Que cada uno de la
nota. Que cada uno sea, como decía Gandhi, el cambio que quiere para el mundo.
Que cada uno se rebele contra toda forma
de dependencia, para alcanzar en la interdependencia responsable la
genuina expresión de una libertad con
responsabilidad, esencia creadora de la
nueva tierra.
Si pudiéramos traducir el sentido de los
descubrimientos de las ciencias emergentes
en una metáfora cultural correspondiente, tendríamos los mejores
argumentos para cambiar nuestra
conciencia. En los últimos 20 años la neurociencia y la epigenética han barrido
todos nuestros viejos conceptos del ser humano que somos. La física nos habla de múltiples universos,
de la plenitud del vacío, de la no localidad, de la superposición de estados y
el profundo misterio del observador que, no sólo cambia lo observado, sino que
también lo puede recrear. La biología
nos conduce al poema de la autopoiesis, una vida que se auto-recrea, desde
patrones de información y de conciencia que dirigen cascadas ordenadas de
moléculas, participando en un concierto de cooperatividad.
Nos inventamos la vida, el cerebro mimetiza el
mundo externo y lo reconstruye adentro:
el mundo que vemos se refleja y se
inventa al interior. Es ese mundo que proyectamos en nuestro modo de consumir,
de ser, de vivir. Lo que sentimos de los
otros es lo que en el fondo sentimos de nosotros. La emoción y el pensamiento
integrados producen el mundo del sentir, la fuerza más poderosa para
transformar nuestro modo de vivir. Ser en el mundo es un asunto de
sentimientos.
¿Cómo nos sentimos? ¿Qué sentimos acerca del otro y de
nosotros? ¿Nos sentimos queridos? ¿Amamos de verdad? ¿Podemos sentir el árbol, la mirada, el
hambre, la necesidad? Cuando de veras
sentimos, somos, nos removemos por
dentro, y así, conmovidos, renacemos a un mundo que ahora es también interior.
El universo, todos los universos interpenetrados como un multiverso, se
convierten en la singularidad del presente en uno mismo. El lugar donde al ser
únicos damos nuestra nota, para que la sinfonía del cosmos resuene al interior. Si, más allá del conocer, sintiéramos en vivo
hoy que el cerebro se reconstruye a si mismo, que la vida es un invento de la
vida que se va renovando permanentemente,
y que además del cuerpo y las moléculas vivimos en nuestra cultura, ya seríamos el cambio que el mundo necesita
hoy.
Emergemos de
la materia, si, pero al mismo
tiempo la fuerza del espíritu desciende y su interacción es esta corriente de
conciencia que somos. Estamos naciendo en cada momento. En cada instante
morimos. Entre el nacimiento y la muerte como dos orillas, la gran corriente de
la vida. No tendríamos porqué temer la muerte. No tendríamos porqué temer
el renacer. Morir y renacer son las dos
riberas de la vida. Y la vida es la corriente que nos conecta a la creación.
Antes y después de la vida, ni más ni
menos que la vida.
Jorge Carvajal P
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