La crisis
ambiental es al mismVe toman medidas hasta que los naturalistas advierten que una
determinada especie está en peligro de extinción. Parece que sólo la ciencia
tiene actualmente la autoridad que puede movernos a cambiar nuestro
comportamiento hacia el entorno natural.
¿Tiene la
espiritualidad algo que decir? Existe una visión romántica que imagina tiempos
y lugares donde se vivía en armonía con una naturaleza sagrada. Lo cierto es
que se mataban animales o se talaban árboles hasta poner en peligro la
supervivencia de la sociedad. Pero es igualmente verdad que algunas tradiciones
espirituales han enseñado a respetar a los seres vivos y a la tierra.
Lo
interesante de la espiritualidad es que puede fundamentar una ética basada en
convicciones íntimas, pero compartidas con otras personas, y relacionadas con
emociones, intuiciones y experiencias vitales. Si los conocimientos científicos
se dirigen al frío cerebro, la espiritualidad lo hace al corazón y el alma.
Nuestros
antepasados más remotos poseían sentimientos religiosos hacia la naturaleza
La
arqueología y la antropología han demostrado que nuestros antepasados más
remotos poseían sentimientos religiosos hacia la naturaleza. Los hallazgos
funerarios han revelado que los neandertales (130.000-25.000 años antes de
nuestra era) adoraban las montañas, los ríos y los espíritus de los animales en
sus rituales.
El Homo
sapiens también vivió en sus orígenes en un mundo con alma. Detrás de los
vientos y las lluvias o los incendios se encontraban los dioses que regían el
destino de los seres humanos. El paisaje era, como lo es hoy para los
aborígenes australianos, un ente vivo y había que comprender sus mensajes. Los
valles podían ser reptiles y las montañas gigantes durmientes. En Europa, hace
sólo 2.800 años, Homero cantaba a la diosa Gaia, gran madre protectora y
nutriente, también brutal y cruel. La naturaleza no estaba inerte y dispuesta
para el saqueo: había que tener en cuenta su voluntad.
Aquella
espiritualidad originaria se transformó y seguramente se contaminó de intereses
humanos. Poco a poco la vieja diosa fue batiéndose en retirada y dejando paso a
los dioses del panteón griego. Luego quedó enterrada por los seguidores de
Jesús y Mahoma.
De madre
naturaleza a materia prima
En las
grandes religiones, las emociones primordiales sedifuminaron o sublimaron en
otras cosas. En algún momento la madre naturaleza se trocó en materia prima. El
muy cristiano y padre de la ciencia moderna Francis Bacon incluyó dentro de los
planes divinos que el ser humano experimentara sin límites y dispusiera de los
recursos naturales a su antojo. El historiador Lynn White escribió en la
revista Science, en 1967: "La imagen del hombre en la tradición
judeo-cristiana ha posibilitado la explotación y la destrucción de la
naturaleza".
Sin embargo,
también los fundadores de las grandes religiones que han perdurado hasta hoy
fueron visionarios que buscaron el contacto con lo sagrado en el mundo natural.
Moisés, en lo alto del monte Sinaí; Buda, en los bosques; Jesús, en el
desierto; Mahoma, en el monte Hira. Como dijo Jesús, según el evangelio
apócrifo de Tomás: "Buscad a la madre naturaleza porque aquellos que
buscan encontrarán", "buscad el aire fresco, los bosques y los campos
y allí en su centro encontraréis al ángel del aire. Permitidle que abrace todo
vuestro cuerpo". Pero los consejos del fundador fueron olvidados por
quienes mandaban en la nueva Iglesia.
Las grandes
religiones monoteístas, la judía, la cristiana y la islámica, cortaron con la
veneración del mundo natural a favor de un ente abstracto. Los antiguos
símbolos se repensaron. La manzana del amor y la serpiente sabia se
convirtieron en fruta de la tentación y en encarnación del mal. Los teólogos
separaron lo profano de lo sagrado, la Tierra del Cielo. La primera se presentó
a menudo como impura, indigna. Como dice el teólogo Hubertus Mynarek: la regla
máxima del catolicismo fue durante mucho tiempo "opus contra
naturam", trabajo contra naturaleza.
También es
cierto que paralelamente hubo —y hay— quien intentó recuperar la conexión con
el origen y rehacer la unidad. Santo Tomás de Aquino dijo que Dios también
estaba presente en la naturaleza. San Francisco de Asís habló de su amor hacia
el hermano Sol y la hermana Luna, y de su amistad con lobos y pájaros.
La red de la
vida
En el
budismo y el hinduismo nunca se separó totalmente al hombre de la naturaleza.
Estas religiones más bien afirman la dependencia entre todos los fenómenos, ser
humano incluido. Como dice el monje budista tailandés Buddhasa Bhikku:
"Todo en el cosmos está en cooperación y eso vale tanto para los seres
humanos como para los animales y la Tierra. Si no basamos nuestra vida en esta
verdad, entonces estamos abocados a la extinción". Sin embargo, las
sociedades marcadas por el budismo y el hinduismo no han sabido conservar su
entorno mucho mejor que los occidentales.
Quienes sí
han llevado a la práctica sus creencias y de manera radical son los jainistas,
quizá los creyentes ecologistas por excelencia. El jainismo es una de las
religiones vivas más antiguas. Aunque sus orígenes más remotos pueden llegar al
3.000 adC, se toma el siglo IV adC como el periodo de su fundación por
Mahavirá. Uno de sus principios fundamentales es la práctica de la "no
violencia" (ahimsa) pues "toda la vida se sustenta mutuamente",
"casi todo cuanto existe posee espíritu" y "matar a otra vida es
destruir a un igual".
El mayor
pecado para los jainistas es causar daño a un ser vivo, aunque también evitan
dañar a la tierra o a las almas del agua o del aire. El respeto por la vida se
refleja en su alimentación. Los 10 millones de jainistas que existen en el
mundo son vegetarianos e incluso entre los vegetales prefieren aquellos
alimentos cuya obtención causa el menor sufrimiento. Así, no comen raíces
porque están rodeadas de otros seres vivos y al arrancarlas muere la planta.
Los ascetas
jainistas llevan al extremo los principios de la no violencia y el respeto por
la vida respirando a través de un pañuelo -por la vida que pueda haber en el
aire- y pisando descalzo sólo sobre tierra, no sobre la hierba.
Mística y
ecología
A medida que
el mundo cambia, los conocimientos se multiplican, las costumbres y
preocupaciones humanas se modifican, también la espiritualidad asume formas
nuevas. ¿Puede ser la ecología una espiritualidad? Si la relación entre el ser
humano y la naturaleza está en el origen del fenómeno religioso, una Ecología
con mayúsculas, que recoja acervos culturales, conocimientos científicos y necesidades profundas de los seres humanos
puede conformar una espiritualidad de nuestros tiempos, con la ventaja de que puede
ser compartida por cualquier persona, sin que importe en qué rincón de este
planeta en crisis se encuentre.
Es posible
un camino personal, vivido, racional y místico que nos lleve de nuevo hacia la
naturaleza. Para Thomas Moore, profesor de la Schumacher College, la
espiritualidad es el resultado del encuentro entre la naturaleza y la
imaginación humana. Es un fenómeno natural. Por tanto la experiencia espiritual
genuina —mística— puede ser recreada por cada persona a través, por ejemplo, de
la contemplación de la sobrecogedora belleza de un paisaje, del terror que
causa el inmenso poder de destrucción de los fenómenos naturales, de la
increíble inteligencia que se esconde en la complejidad de un organismo vivo,
de la inimaginable extensión del tiempo y del espacio…
La
experiencia mística, que necesita para aparecer de una especial disposición de
la conciencia, sobreviene espontáneamente a menudo, pero puede ser buscada a
través de la meditación, la reflexión o ritos que incluyen músicas, ejercicios
respiratorios, visualizaciones o consumo de sustancias psicoactivas.
Quienes la
alcanzan se sienten vinculados al resto de seres y cosas por lazos amorosos y
formando parte de un todo. La experiencia, cuando es asimilada, modifica la
forma en que la persona ve la vida y la muerte, su identidad, la relación con
las demás personas, seres vivos y elementos naturales.
La mística
no es irracional. Une pensamientos y emociones creando convicciones profundas,
pero no se contradice con la lógica o el conocimiento científico. Éste
enriquece enormemente la visión de una persona que se considere mística o
influida por la mística. De la astronomía, por ejemplo, aprende que estamos
literalmente hechos con los mismos materiales que las estrellas. De la
biología, que no existen grandes diferencias genéticas entre los seres humanos
ni entre éstos y el resto de seres vivos. De la ecología, que existen vínculos
sutiles entre todos los elementos de un hábitat.
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La relación
con la naturaleza en las grandes religiones
El problema
es que mucha gente no tenga ya la posibilidad de un contacto iluminador con la naturaleza. Si
los árboles están tan lejos que no se puede oír el canto de los pájaros, si las
estrellas son ocultadas por las luces de la ciudad, si no es posible estar a
solas ante las maravillas naturales que nos quedan, ¿cómo podrá revelarse la
espiritualidad? La crisis ambiental es al mismo tiempo una crisis espiritual y
quizá sea también tarea de los ecologistas defender el espíritu.
Fuente: El
Correo del Sol
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