HALLOWEEN NI CALABAZA NI CARAMELOS
Ni calabazas, ni caramelos. Esta celebración tiene su origen en el Samagín, una festividad en la que se llevaban a cabo sacrificios humanos para adivinar el futuro y -según la tradición- el mundo de los vivos y los muertos quedaba irremediablemente conectado
Ni caramelos, ni calabazas sonrientes, ni niños felices. Lo
que a día de hoy llamamos Halloween no guarda ninguna relación con la fiesta en
la que hunde sus raíces. Una celebración celta llamada Samhain o Samagín en la que los druidas rendían culto al dios de la muerte a través de la barbarie y la
crueldad. De hecho, tan brutal era aquel festejo que, cuando las legiones
romanas llegaron a la antigua Britania, decidieron prohibir una buena parte de
sus ritos.
Desde entonces, los retazos de aquella primitiva fiesta se
han ido transformando a lo largo de los siglos. Tanto que, a día de hoy,
existen decenas de versiones sobre lo que ocurría en el Samagín. Lo que sí está
claro es que en aquella fiesta los druidas llevaban a cabo sacrificios humanos
con el objetivo de adivinar el futuro. Algo que no resulta extraño atendiendo a
lo que el mismo historiador Cornelio Tácito señaló en sus escritos:
«Consultaban a los dioses en las palpitantes entrañas de los hombres».
Celtas y druidas
A día de hoy, se desconoce el momento exacto en el que el
Samagín empezó a celebrarse. Tan solo se sabe que tenía como protagonistas a
los hechiceros britanos y que ya se practicaba antes de la conquista romana de
las islas. La cual comenzó con Julio César en el año 55 a.C. y acabó de
materializarse en el 43 con Claudio. Independientemente de la fecha concreta,
todas las fuentes coinciden en que la fiesta giraba alrededor de los druidas,
los sacerdotes del pueblo celta.
Un pueblo que, como bien señalan los autores John Ankerberg
y John Weldon en su libro «Facts on Halloween», vivía en el norte de Francia y
las Islas Británicas. «Era un pueblo que practicaba las artes ocultas y adoraba
a la naturaleza, a la que atribuía cualidades animísticas o sobrenaturales»,
determinan los espertos.
El arqueólogo e historiador decimonónico Henri Hubert
determina en su obra «Los celtas y la civilización céltica» la importancia que
tenían para este pueblo los druidas. Según sus palabras, eran un punto central
sobre el que se apoyaba la sociedad. De hecho, añade que la mencionada
civilización se mantenía unidad -entre otras tantas cosas- gracias a ellos. La
razón principal era que se encargaban de contentar a los temidos dioses. «Eran
una clase de sacerdotes expresamente encargados de la conservación de las
tradiciones», sentencia el experto.
Soldados romanos asesinando druidas
Soldados romanos asesinando druidas
Pero los druidas eran únicamente los guardianes de las
temibles deidades, sino que también eran los médicos del pueblo. Así lo afirma
el divulgador histórico Manuel Velasco Laguna en «Breve historia de los
celtas». Obra en la que explica que basaban sus rituales de curación en las
plantas que recogían en el bosque. Por si fuera poco, también hacían las veces
de cirujanos. «Los arqueólogos han encontrado herramientas muy similares a las
usadas hoy en día con las que practicaban cesáreas y trepanaciones», completa
el experto.
Al parecer, esta mezcla de hechiceros y líderes espirituales
se encargaban primero de buscar la razón de la dolencia «detectando» las
alteraciones a través de la piel para, posteriormente, solventar el problema
expulsando -entre otras cosas- con conjuros a los demonios del interior del
cuerpo. «Silicio nos habla del canto druídico curativo refiriéndose a él como
una forma de apaciguar el alma y lograr que el enfermo se reestablezca de sus
males», explica Pedro Palao en «El libro de los celtas».
Samagín y Belenus
Como pueblo que basaba una buena parte de su existencia en
la naturaleza, los celtas daban una importancia suma a los ciclos estacionales.
Para ellos, el año se dividía en dos grandes épocas: el invierno y el verano.
La primera, asociada con la muerte; la segunda con la vida. Y, para conmemorar
el paso de una a otra, celebraban dos fiestas en honor a los respectivos dioses
a los que asociaban cada una de ellas. «Los celtas adoraban al dios sol
(Belenus) especialmente en Beltane, el primero de mayo. Y adoraban a otro dios,
Samagín, el dios de la muerte o de los muertos, el 31 de octubre», determinan
los autores de «Facts on Halloween» en su obra.
De la segunda fiesta que se llevaba a cabo en honor de esta
deidad es de la que proviene el actual Halloween. Según afirman la mayoría de
las fuentes, el festival de Samagín duraba tres días y tres noches y en él se
conmemoraba el «inicio de la estación muerta del año, en la cual campos y seres
vivos dormían a la espera de la próxima primavera». Al menos, según lo explica
la doctora en historia Margarita Barrera Cañellas en su tesis «Halloween, su
proyección en la sociedad estadounidense».
Podría parecer que esta fiesta era entendida como una
celebración de segunda categoría, pero nada más lejos de la realidad. Al fin y
al cabo, los propios druidas consideraban al pueblo britano descendiente directo
del dios de la muerte. Con todo, tan cierto como esto es que existen autores
partidarios de que Samagín era únicamente el nombre que se le dio a la
festividad, y no el de ninguna deidad. «De los 400 nombres de dioses celtas
conocidos, el que más se menciona es el de Belenus. Samagín, que es nombre
específico del señor de la muerte, es incierto. No obstante, es posible que
fuera la principal deidad druídica», explican Ankerberg y Weldon.
Creencias
Las creencias de los druidas afirmaban que, en la noche del
31 de octubre, Samagín convocaba a los muertos para que pasasen «al otro lado».
Es decir, del mundo de los fallecidos, al de los vivos. Sin embargo, estos
espíritus podían llegar al «más acá» de dos formas diferentes atendiendo a si
habían sido «buenos» o «malos» durante los últimos meses.
Si el dios consideraba que no habían cumplido con sus
deberes, hacía que se reencarnasen en animales tras el ocaso. Por el contrario,
aquellos que habían obrado acorde a lo que quería la deidad eran libres de
visitar a sus familiares con su forma humana y pasar unas horas en sus antiguos
hogares antes de regresar al limbo.
Además, la noche del 31 era considerada especialmente
esotérica por los druidas. «Creían que el velo existente entre el presente, el
pasado y el futuro caía, siendo esta la razón de que se considerase como el
momento más propicio para todas las clases de artes mágicas y, en especial, las
adivinatorias y de predicción sobre el nuevo año», completa la experta en su
tesis. Era, en definitiva, una jornada mágica en el sentido más literal de la
palabra en la que el miedo a los muertos se mezclaba con la esperanza de
recordar a un familiar que hubiese dejado este mundo.
Y brutalidad
Durante las celebraciones, los celtas practicaban varios
rituales. Uno de los más básicos era apagar todos los fuegos que hubiese
encendidos en las casas con dos objetivos. El primero era evitar que los
espíritus errantes (los malvados) entrasen en las viviendas al considerarlas
frías. El segundo, simbolizar la llegada de la estación «muerta» y oscura del
año. De esta forma, los diferentes pueblos se quedaban totalmente a oscuras y solo
eran iluminados por una cosa: las hogueras gigantescas que los druidas
encendían en las colinas.
«Los druidas o clase sacerdotal celta encendían nuevos
fuegos centrales en las colinas como símbolo del renacimiento de la Naturaleza
y de la vida durante la noche de Samhain. En estos nuevos fuegos se quemaban
principalmente ramas de roble, árbol sagrado para los celtas, y ofrendas de
frutos, animales e incluso seres humanos. Al día siguiente en las cenizas y
restos de huesos calcinados los druidas leían el futuro de la comunidad en el
nuevo año que comenzaba», completa la doctora en historia en su obra
Druidas britanos
Druidas britanos
Estas fogatas eran encendidas con todo tipo de objetos que
los jóvenes reunían en los días previos a la celebración. ¿Cómo lo hacían?
Mediante una tradición que se mantiene en la actualidad: pidiendo materiales de
casa en casa para la gran hoguera.
Los fuegos eran un elemento central de la celebración, pues
se creía que con ellos se lograba espantar a los espíritus malignos que,
enfadados por haber sido castigados por el dios de la muerte, se dedicaban a
hacer tretas a los vivos. «La gente se ponía grotescas máscaras y danzaba
alrededor de la gran fogata pretendiendo que eran perseguidos por los malos
espíritus», completan los autores ingleses.
Con todo, las gigantescas fogatas y las máscaras no era lo
único que primaba durante esta festividad. Además de todo ello, esta fiesta era
considerada un momento propicio para pedir por los espíritus de los fallecidos
y para practicar la magia y las artes adivinatorias. Esta última praxis era
realizada por los druidas, quienes consideraban que podían averiguar el futuro
usando vegetales... o sacrificando seres humanos a los dioses. Una barbaridad
que, a día de hoy, ha caído en el olvido durante la noche de Halloween.
Adiós a Samagín
La barbarie de Samagín continuó hasta el siglo I d. C.,
cuando los romanos llegaron hasta Britania de manos de Claudio y sus legiones
Augusta, Hispana, Gemina y Valeria Victrix. Después de pisar tierras isleñas,
estos «civilizaron» la festividad erradicando los sacrificios humanos. En su
lugar, cambiaron a los condenados por efigies. Posteriormente, y en un intento
de romanizar todavía más la celebración, la cambiaron por el festival de Pomona
(en honor de la diosa de las manzanas y el otoño). La fiesta aceptada, pero el
pueblo jamás olvidó sus creencias.
Con el paso de los años, y usando como vía de entrada la
civilización romana, la Iglesia Católica trató de dar una vuelta de tuerca más
al festival para acabar definitivamente con las creencias celtas. Así fue como,
en el año 610, el Papa Bonifacio IV instauró la fiesta de los «Mártires
Cristianos» el 13 de mayo.
Druida britano, pintado en el siglo XVIII
Druida britano, pintado en el siglo XVIII-William Stukeley
«Esta medida no tuvo mucho éxito, por lo que en el siglo
VIII d.C. el Papa Gregorio III, implantó la fiesta de los Mártires Cristianos
el día 1 de Noviembre, haciéndola coincidir de esta forma con la fecha de la
celebración de Samhain, y más adelante, el Papa Gregorio IV amplió esta
celebración a todos los santos del panteón cristiano», añade la experta. En
esos años fue cuando se cambió el nombre del festival a «All Hallow's Eve»,
término que derivaría posteriormente en el actual Halloween.
Manuel Villatoro
Fuente: ABC
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