Para
tomar una lección práctica de Taoísmo uno puede ir a una obra en construcción,
y observar cuando los albañiles hacen una cadena para ir pasándose de mano en
mano los ladrillos hacia donde alzarán la pared. El primero toma uno, y se
balancea con gracia hacia su compañero, arrojándoselo, quien lo caza al vuelo
y,siguiendo el envión, lo pasa a su vez al siguiente, volviendo luego a
balancearse para recibir el próximo. Mientras tanto ríen y conversan,
bamboleándose rítmicamente, como en una danza, tan fluida que no se cansan:
parece más bien un juego; (yo misma lo he hecho, construyendo en tareas
comunitarias). Pero... si un inexperto se sumara a la tarea, posiblemente
saldría lastimado: al recibir el ladrillo colocaría las manos duras, oponiendo
resistencia, sin saber acompañar su inercia, -queriendo dirigir voluntariamente
el proceso-. Se lastimaría las palmas de sus manos, y además rompería el ritmo,
haciendo que entonces todos sí se cansen. Así nos sucede a muchos en lo cotidiano,
verdad?
Pero
entonces... ¿no hay que ejercitar la voluntad? Sí, pero el punto está endarnos
cuenta de cuándo estamos forcejeando con la vida: los eventos hablan, y es
necesario escucharlos. Assagioli (psiquiatra italiano, pionero del enfoque
Transpersonal) decía: “Aprende a colaborar con lo inevitable”. Y no se trata de
resignación, sino de aceptación: admitir que uno no puede controlar la mayoría
de los acontecimientos, y leer lo que el ritmo de los hechos necesita de
nosotros. Como quien en un bote se deja llevar por el río, y está atento a
cuándo y en qué dirección debe dar una palada con su remo. Flexibilidad,
gracia, sensata adaptabilidad. Lao Tsé nos susurra a través de los siglos: “La
flexibilidad es la vida, la rigidez es la muerte”.
En el Taoísmo
a esa actitud se le llama wu-wei. En nuestro idioma se traduciría como
“acción-sin-acción” (lo cual para el occidental suena a paradoja!). Sería una
forma natural de hacer las cosas, sin forzarlas con artificios que desvirtúen
su armonía y su propio pulso. Lin Yutang lo sintetizó así: "Es el secreto
de dominar las circunstancias sin afirmación de uno mismo contra ellas".
Al aceptar su evolución espontánea, uno permite que todo se dé según un orden
inmanente que está configurando las situaciones (el Tao, el Todo Inteligente).
Al irrumpir, en cambio, en ese orden, tratando de manipular los hechos para que
se den según nuestra voluntad, somos como el rígido albañil inexperto: nos
autogeneramos dolor y desgaste.
Cuando era niña vivía en el campo, y
cada tanto íbamos a Buenos Aires en tren. Recuerdo que llegaba muy cansada,
pues, -desde mi lógica infantil-, yo hacía un gran esfuerzo para que el tren
llegara más rápido: sin que nadie lo advirtiera, de a ratos empujaba con mis
rodillas el respaldo del asiento que estuviera frente a mí... para sumar fuerza
a la de la locomotora! A lo largo de mi vida me vi muchas veces empujando
trenes, y como terapeuta he tenido que ayudar a otros a que advirtieran cuándo
lo estaban haciendo. El truco es observarse en el día a día, y tener una
consigna lista para decírsela a sí mismo:“Soltar!”. Entonces uno modifica su
disposición (hasta muscularmente!): abandona la crispación, la sobre-intención,
la compulsión a entrometerse en lo que acontece. Dice Alan Watts: “Wu-wei es el
estilo de vida de quien sigue la corriente del Tao, y debe ser entendido como
una forma de inteligencia, o sea, una forma de conocer los principios,
estructuras y tendencias de las cuestiones humanas y naturales tan bien, que
uno utiliza la menor cantidad de energía para ocuparse de ellas.”
Un
surfista sabe cómo avanzar sobre las olas: no oponiéndose a la fuerza del agua
sino, por el contrario, aprovechándola. El pájaro sabe cómo planear en el aire:
siguiendo sus corrientes naturales. Cuando resistimos, generamos fricción con
la vida. Y la única utilidad que esa fricción puede tener es, -si nos damos
cuenta-, la de pulir nuestra conciencia para descubrir por sí mismo otra
actitud posible: la danza del albañil. §
©
Virginia Gawel
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