Hace poco, comenté acerca del “apocalipsis” (en el sentido de
“revelación de conocimientos ocultos” en lugar del de “destrucción” que
normalmente se le da) que muchos creen ver en estos tiempos. Estamos en un
mundo con la mayor información circulando jamás antes y, sin embargo, ello no
implica necesariamente mayor práctica ni
sabiduría aumentada. A veces, el
conocimiento es peligroso porque nos abre a posibilidades que nos dan miedo
afrontar.
En 1983, en el primer gobierno democrático después de años de
dictadura en Argentina, yo estaba haciendo terapia y sentía un temor y una
angustia difusos que no lograba identificar.
Analizando con la psicóloga, se reveló que esa libertad incipiente me
trastornaba: ahora podía hacer cualquier cosa sin sentirme perseguida, todo se
abría ante mí y ¿qué hacer? Ya sin
autoridades externas que me marcaran el territorio, la responsabilidad era
enteramente mía. Tiempo después, leí un
par de artículos que reflexionaban sobre este tema. La libertad nos estresa; es más fácil seguir
los lineamientos de papá y mamá, aunque nos rebelemos, que descubrir el camino
propio.
Cuando la libertad de otros nos resulta amenazadora o
revulsiva, queremos coartarla. Tenemos
muchas excusas para eso pero la verdad es que no sabemos lidiar con lo
diferente, con aquello que desafía el campo seguro que hemos delimitado como
“mi, mí, mío”. Lo interesante es que, en
el amplio marco en el que existimos, estamos todos conectados y condicionados.
Confinados por los sentidos y el cuerpo físico, creemos que
nuestra frontera es la piel, que más allá de ella se extiende lo “otro”, que
nuestros pensamientos, emociones y actitudes se circunscriben a nuestra burbuja
y poco más. En el fondo, sabemos que no
es así (sobre todo si hemos leído sobre espiritualidad o filosofía) pero nos
resistimos a considerarlo en nuestra vida cotidiana porque las implicancias son
enormes y atemorizantes: ¿a qué estamos contribuyendo entonces?, ¿qué hechos se
alimentaron con nuestra energía?, ¿de qué somos responsables?
No, mejor acusar a los otros.
Ellos, los diferentes, son los culpables. Ellos, los malos, los soberbios, los ricos,
los pobres, los religiosos, los ateos, los inmigrantes, los pecadores, ellos
que no son como nosotros, los buenos, los que seguimos las reglas, los que
sabemos lo que es correcto, los que no podemos ser condenados por nada…
El arco se tensa cada vez más y, cuando la flecha vuela,
resulta que vuelve a nosotros. Todas las
proyecciones nos están atravesando y, heridos, más inculpamos y nos revolvemos
dolorosamente. La dualidad está
templando las polaridades y sufrirlo en la carne no es agradable. Lo vemos en lo externo, en elecciones con
candidatos que ganan por escaso margen; en las imputaciones al otro bando de
todo lo malo; en la estigmatización de clases sociales, razas, grupos; en la
imposición de lo “políticamente correcto” para ocultar las miserias
vigentes. Lo vemos en lo interno, con
los castigos, exigencias e idealizaciones con que nos tratamos diariamente,
creyendo que así conseguiremos ser buenos, suficientes, reconocidos, dignos de
amor. ¿Y creemos que todo eso es
gratuito, que no nos explotará en la cara en algún momento? Parece que el momento es ahora.
Pon una mano en tu corazón y sé implacablemente sincero: ¿vas
a seguir jugando a la víctima o vas a aceptar que eres responsable de lo que
eres y hay en tu vida (y consiguientemente en la Vida)? ¿Vas a seguir echándole la culpa a la
familia, la sociedad, el sistema, las conspiraciones, los carnívoros, los
ultrarreligiosos, los conservadores, los extraterrestres, etc. (y el etcétera
es interminable)? LA SOMBRA ESTÁ EN
TODOS NOSOTROS.
Somos luz y sombra. Y
la sombra está a plena luz ahora.
Mostrándose desafiante y divertida (Trump y Putin son ejemplos claros,
egos tan grandes que no caben juntos en una sola foto). Y está perfecto. Solo podemos transformar lo que percibimos;
si está escondido o negado, es peor.
Todo está aquí para que lo veamos y lo aceptemos como nuestro, como
parte de lo que significa ser humano.
Además, a cuanta más sombra revelada, más luz encarnada.
La libertad implica capacidad de elección. No es fácil ni cómoda. Y también involucra responsabilidad. ¿Estamos preparados y deseosos? Probablemente no, pero no podemos patearlo
para más adelante porque las consecuencias ya están aquí. En el anterior Boletín, compartí algunas
sugerencias para comenzar a crear una utopía posible en la vida cotidiana. En los últimos tiempos, hemos sido
presionados intensamente como carbones y, poco a poco, estamos sacando los
fulgores propios de los diamantes.
Continuemos, es el destino.
Laura Foletto
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