La luz que sale del sol
llega a la tierra al cabo de ocho minutos y veinte segundos, tras un recorrido
de ciento cincuenta mil millones de kilómetros. Da vida, calienta y proyecta
sombra allá donde incide: minerales, vegetales o animales. Es el único fuego
que lo hace. Para comprobarlo basta con encender una cerrilla en un lugar
oscuro y ver que da sombra el palito y no la llama.
No hay oscuridad en el
corazón humano sino ausencia de luz. He venido a arrojar un fuego sobre la
tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! (Lucas 12, 49-53), dice
el Maestro. El sol que nos habita emite y encuentra a su paso moradas
oscurecidas, tan necesitadas del abrazo y la alegría como el más amoroso de los
humanos. La ausencia de sol en lo interno es la única sombra que nos acompaña.
Busca ser reconocida, sentir el gozo que proporciona la atención y retornar al
origen donde todo es una misma cosa.
Vivir es un milagro. El
doctor Ali Binazir realizó hace unos años un estudio para la Universidad de
Harvard, respecto de las probabilidades de que cada ser humano exista. El
resultado es cercano a cero. Una mujer fértil genera unos cien mil millones de
óvulos en toda su existencia; el hombre cuatrocientos mil trillones de
espermatozoides. Si a estas astronómicas cantidades añadimos las múltiples
coincidencias que se deben de dar para que se produzca la concepción, se ha de
concluir por fuerza que la vida supone el mayor regalo que el cielo nos pueda
ofrecer.
Una persona que pese
unos setenta quilos está conformada por unos siete mil millones de billones de
billones de átomos; ladrillos básicos del cuerpo humano. Ni uno sólo de ellos
permanece al cabo de siete años. Jamás existe una versión definitiva de lo que
somos, tal que las gotas de agua que nunca caen o vuelven a discurrir por el
mismo lugar.
Cada latido, de los tres mil millones como
promedio que tenemos asignados, es música para la Madre Tierra. La letra tiene
nombre de mujer: Chon, carbono, hidrogeno, oxígeno y nitrógeno. Somos Tierra en
movimiento. Reconocernos en ella es sabernos eternos, alegres y agradecidos.
La alegría y gozo tras
este hallazgo surgen de lo trascendente: el que proporciona la conciencia
despierta. El mundo tal vez no sea comprensible. Hay un límite en el
entendimiento humano. Por mucho conocimiento acumulado, se vive por
aproximación. Probablemente nada sea tal cual parece, aunque en ocasiones
actuemos como si en realidad supiésemos de qué va la cosa. Sin embargo, lo que
sí somos es conscientes de la capacidad que la vida nos brinda en abundancia:
la oportunidad de amar y ser amados hasta el último momento, quizás la única y
verdadera razón que de sentido a los sinsabores de muchos de nuestros
desconciertos.
La felicidad de amar y
ser amados se forja en las entrañas maternas y se redescubre como llama
encendida en el primer amor. Este sentimiento permanece hasta el último de los
latidos, por mucho que el tiempo doble en esquinas y el alma se deshaga en
jirones.
En realidad, es el Ser
quien se enamora de sí en el reflejo perfecto de la luz amada.
Hay un síndrome que
experimentan algunas personas ante la belleza extrema: un amanecer, una obra de
arte, paisaje o sonrisa hermosa: el síndrome de Stendhal, que lleva en muchas
ocasiones al desmayo por sobrecogimiento de quienes lo experimentan.
Cada amanecer, cuando
el nuevo día nos reciba tras el sueño de la noche, debiéramos de dar las
gracias al cielo y gozar de cuanto nos rodea, extasiados como quien contempla
una obra sublime.
Dice el Maestro Que
quien busca no deje de buscar hasta que
encuentre, y cuando
encuentre se turbará, y cuando haya sido turbado
se maravillará y
reinará sobre la totalidad y hallará el reposo, papiro egipcio de Oxyrhynchus,
Evangelio de Tomás.
Del túnel del útero
materno al túnel del otro lado, la vida es búsqueda y aprendizaje. No hay
posibilidad alguna de dejar de hacerlo, hasta tanto no se halle lo anhelado.
No obstante, más pronto
que tarde ha de llegar el momento en que se escuche la canción del retorno.
Cuando así suceda la luz, el amor y la armonía se fundirán en Dios y la
búsqueda habrá finalizado.
Autor: Francisco
Limonche, profesor colaborador de Fundación Integra / Artículo cedido por
Fundación Ananta
Fuente: Asociacion
Internacional Sintergetica
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